El crecimiento en los niveles de dióxido de carbono (CO2) en el agua de los océanos provocará que para finales del siglo los peces pierdan en casi la mitad su sentido del olfato, según reveló un estudio publicado en agosto en la revista científica Nature.
La investigación, desarrollada por siete expertos de las universidades de Exeter, Algarve y Swansea y el Centro de Ciencias del Medio Ambiente, Pesca y Acuicultura en Weymouth, Reino Unido, revela los resultados de un primer estudio que examina el impacto de la acidificación de los océanos en el sistema olfativo de los peces.
Se trata de un sentido vital para esos animales, que dependen del aparato de la olfacción para encontrar alimento y reconocer a sus congéneres y a sus depredadores. También les es útil para encontrar hábitats adecuados dónde vivir y conocer el estado reproductivo de otros peces.
“En los últimos años se ha demostrado que la acidificación de los océanos afecta el comportamiento de muchas especies de peces, pero nadie sabía cómo un aumento en el dióxido de carbono en el agua afecta la forma en la que ellos respondían a los olores”, dijo a Ojo al Clima Cosima Porteus, una de las investigadoras. “Pensé que un cambio en la química en el océano afectaría la forma en que los peces olían su entorno, y decidí probarlo”, agregó.
Tenía razón. Ella y sus colegas expusieron a un grupo de lubinas europeas (peces comunes en países mediterráneos) a los niveles actuales de dióxido de carbono en el agua, y a otro grupo a los niveles futuros previstos de dióxido de carbono para el 2100, según las estimaciones del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC).
Así, los peces expuestos a altos niveles de dióxido de carbono en el agua tuvieron que acercarse casi un 42% más a la fuente de los olores para poder detectarlos, convirtiéndose en presas más fáciles y con menores probabilidades de encontrar alimento. De hecho, otras investigaciones con peces de arrecife de coral criados en niveles elevados de CO2 mostraron un aumento de nueve veces en las probabilidades de morir víctimas de algún depredador.
Los peces expuestos a altos niveles de dióxido de carbono en el agua tuvieron que acercarse casi un 42% más a la fuente de los olores para poder detectarlos, convirtiéndose en presas más fáciles y con menores probabilidades de encontrar alimento
Para los científicos, el agua acidificada podría afectar la forma en que las moléculas odorantes llegan a los receptores olfativos de la nariz de los peces, lo que reduce su capacidad de distinguir esos estímulos.
“Su sentido del olfato es muy agudo y es particularmente importante cuando la visibilidad no es buena, de noche o en mar abierto, donde lo que están buscando está muy lejos. Por lo tanto, incluso una pequeña disminución en su sentido del olfato puede afectar sus actividades diarias y su supervivencia”, afirmó la científica.
No fue el único hallazgo. Los peces expuestos a mayores niveles de CO2 tendieron a nadar menos, probablemente como una forma de reducir sus costos energéticos. Eso pasó incluso cuando tuvieron que reaccionar al olor de algún depredador.
La exposición al CO2 también afectó sus genes en la forma en que procesan la información del olfato en su nariz y cerebro. El fenómeno también podría comprometer el aprendizaje y la memoria de los peces.
Se estima que desde el inicio del período industrial los niveles de dióxido de carbono en el océano han aumentado en casi un 43%. Si el patrón de aumento continúa y se duplica (como se espera que lo haga a finales de siglo, debido a las altas emisiones de gases de efecto invernadero del ser humano), la acidificación de los océanos seguiría aumentando.
El fenómeno ya ha mostrado efectos negativos en cómo se comportan y aprenden los peces, incluidos los tiburones. Se han probado daños en los sistemas nerviosos de esos animales, problemas auditivos y disolución de los recubrimientos de algunos tipos de mariscos. También han crecido los episodios de blanqueamiento de uno de los hábitats marinos más importantes: los corales. Hoy, los fenómenos de blanqueamiento son cinco veces más frecuentes.
Los científicos del estudio no conocen las implicaciones que los cambios en el sistema olfativo de los peces podrían tener en el resto del ecosistema, pero saben que el fenómeno podría impactar a muchas otras especies, además de las lubinas europeas con las que se experimentó. “Todos los peces usan mecanismos similares para oler su entorno”, señaló Porteaus.
“Todos los peces usan mecanismos similares para oler su entorno”
“Además, no se sabe si el cambio relativamente rápido en CO2 que se predice para este siglo permitiría que las lubinas y otros peces se adapten a un entorno con alto nivel de CO2, pero aparentemente una generación no es suficiente para mitigar esos efectos”, dice el estudio.
Para los investigadores, la tendencia tendrá un impacto ecológico importante en las poblaciones de peces y, quizás, en la fauna marina, incluidas especies que son importantes económicamente por su comercialización y otras de alto valor ecológico.