En el bosque nuboso más famoso de Costa Rica casi no ha cambiado la cantidad de lluvia que cae anualmente. Si uno pusiera, lado a lado, un balde con toda la lluvia que cayó en el 2015 y un balde con toda la lluvia que cayó en 1970 o 1980, vería poco cambio.
Y sin embargo, algo está cambiando. En Monteverde, un bosque nuboso que cabalga la cordillera de Tilarán, la pregunta ya no es cuánta lluvia, sino cuándo cae. Según los datos recopilados por Alan Pounds, científico del Centro Científico Tropical, las precipitaciones se están concentrando en ciertos días.
De este modo, aumentan la cantidad de jornadas en que no cae una gota de agua. En lo que llevamos de la década actual (entre 2011 y 2016), el promedio anual de días sin lluvia es de 101. Esto era bastante atípico en Monteverde, una región caracterizada por una lloviznas y aguaceros constantes.
De acuerdo con los datos que el Centro Científico Tropical y Pounds recopilan desde hace casi medio siglo, entre los años 1973 y 1980 cada uno tuvo un promedio de 27 días sin precipitaciones.
“Lo que vemos es que los días más húmedos se hacen más húmedos mientras que los más secos son todavía más secos”,
explicó Pounds a un grupo de periodistas que visitó la Reserva Biológica del Bosque Nuboso de Monteverde, donde él trabaja.
Estos cambios todavía no pueden atribuirse con certeza a efectos del cambio climático, todo parece indicar que sí, pues coincide con las predicciones para Costa Rica que hacen diferentes modelos nacionales y extranjeros. También calzan con observaciones realizadas en diferentes partes del país por científicos del Centro de Investigaciones Geofísicas de la Universidad de Costa Rica (Cigefi-UCR), cuando han analizado cómo ha variado el comportamiento de variables climáticas en las últimas décadas.
Aunque las implicaciones de los cambios que Pounds está registrando no son completamente claras, una víctima indirecta podría ser las orquídeas, que en ningún lugar del planeta son tan frecuentes como en Monteverde. Las orquídeas dependen de una cantidad de agua constante, pero no demasiado brusca. Sin embargo, conforme se acumula las precipitaciones en ciertos días específicos, la cantidad de agua que cae en una jornada puede ser dañina para las plantas.
Pounds además está diseñando un experimento donde se puedan recrear las condiciones ambientales que tenía Monteverde hace tres o cuatro décadas, cuando era más común la llamada “lluvia horizontal”, un tipo de precipitación lateral propia del bosque nuboso de la región.
Otro Clima.
Conforme aumenta la temperatura,el ecosistema del bosque nuboso de Monteverde va mostrando cambios pequeños, apenas perceptibles para el ojo no entrado.
Por ejemplo, algunas especies de zonas más bajas son avistadas con cada vez más frecuencia en tierras de la Reserva Biológica, por ejemplo la lagartija de ojos azules (Anolis woodi) que casi no aparecía en la década de 1980.
Esto ocurre porque conforme se calienta el planeta, las especies buscan zonas más altas y donde se mantengan
ciertas condiciones de temperatura a las que están acostumbradas.
“En los trópicos es más probable que las especies se muevan altitudinalmente”, apunta Pounds, quien señala que en
zonas templadas y polares es esperable que también se muevan más al norte o más al sur.
Pero también puede pasar que el calentamiento y otros cambios en zonas como el bosque de Monteverde la haga más propicia para ciertas especies, como el tucancillo verde (Aulacorhynchus prasinus).
Esta es una especie de zonas bajas, pero que cada vez es más frecuente en ciertas zonas del bosque de Monteverde
donde coincide con el quetzal, una de las aves icónicas de esta región.
Aunque los científicos no tienen claro si hay una relación entre el aumento de temperaturas, la aparición de estos tucanes y la disminución (parcialmente documentada) de quetzales en la zona, dan algunos indicios.
“Un amigo ornitólogo decía que el quetzal es un pájaro equipado para la paz y el tucán un pájaro equipado para la
guerra”, dice Carlos Hernández, director del Centro Científico Tropical (CCT).
Según Hernández y otros expertos del CCT, al compartir ecosistema el tucán y el quetzal, es posible que el segundo migre porque compiten por alimento y por espacios de anidación. Además, el tucán puede depredar los huevos de los quetzales.
Pero pocos han sufrido tanto con los cambios en el clima como los sapos y ranas. Un artículo publicado por Pounds y dos colegas, en 1999, documenta una serie de declives poblaciones y extinciones asociadas al aumento de las temperaturas.
El científico además sostiene que este calentamiento ha generado las condiciones para que el hongo Batrachochytrium dendrobatidis prospere en la zona. Este hongo es mortal para muchos anfibios.