Al escuchar al agrónomo y especialista en cuencas y ecosistemas Pablo Imbach, el impacto del cambio climático en áreas silvestres protegidas llega a parecer un problema de relatividad.
“(Ante el cambio climático) puede ser que las especies dejen de encontrarse en el espacio y en el tiempo”, explica Imbach, investigador del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie), desde su oficina en Turrialba.
Aterrizado en palabras sencillas, la sentencia del científico se explica así: las áreas silvestres protegidas funcionan actualmente porque protegen áreas geográficas donde sobreviven ecosistemas claves para la biodiversidad del país y donde interactúan miles de especies.
Así, por ejemplo, los almendros de montaña ofrecen alimentos para la lapa verde en el Refugio Nacional de Vida Silvestre Mixto Maquenque, así como a decenas de insectos, aves, árboles y mamíferos que mantienen un equilibrio en zonas ricas en biodiversidad como el Parque Nacional Corcovado, la Isla del Coco o la Reserva Biológica de Monteverde.
El bosque seco se ha recuperado en el Área de Conservación Guanacaste.
(Créditos: Jaan)
Sin embargo, ante el cambio climático, esos puntos geográficos de encuentro (e incluso las fechas del año en que interactúan las especies) dejarán de ser los mismos.
Así, las aguas bajas de los arrecifes podrían ser inhóspitas para ciertos corales y tiburones, mientras que un bosque nuboso podría perder parte de la humedad que lo hace ideal para cierta familia de árboles. Ante estos cambios, las especies que puedan moverse, lo harán, pero no todas tendrán esa suerte.
Esto supone un problema para el sistema de áreas silvestres protegidas de Costa Rica: tenemos un sistema diseñado hace décadas, cuando el impacto masivo (pero comparativamente lento) del cambio climático todavía no permeaba fuera de ciertos círculos. El problema que parecía de física resulta ser cartográfico.
“Antes hacíamos conservación para decir que íbamos a proteger una zona por los próximos 100 años. Ahora, con cambio climático, la pregunta es si lo que hoy tengo protegido me va a durar 5, 10 o 15 años”, explica el biólogo Lenín Corrales.
Durante años, el equipo de investigación al que pertenecen Corrales, Imbach y otra docena de especialistas -el Laboratorio de Modelado Ambiental (LMA) del Programa de Cambio Climático y Cuencas del Catie- ha analizado el impacto del calentamiento global en muchos campos, entre ellos áreas protegidas.
Entre estos, lideraron la preparación de un estudio sobre las vulnerabilidades de las áreas protegidas terrestres de Costa Rica, publicado en 2013 en conjunto con el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac).
En aquel momento los investigadores concluyeron que todas las áreas protegidas y corredores biológicos tendrán algún tipo de impacto ante el cambio climático, cuya magnitud dependerá de qué tan preparados logren estar y en qué condiciones se encuentren. Hacia eso debe trabajar el país.
Más zonas secas
En general, existe cierta incertidumbre en los resultados de los modelos climáticos sobre qué pasará en Costa Rica ante un calentamiento global: la temperatura aumentará, pero no está claro cómo se comportará la lluvia.
Imbach bromea diciendo que los escenarios no se ponen de acuerdo (algunos señalan que lloverá más, una minoría que lloverá menos), pero explica que sí pueden modelar el impacto en la vegetación.
“Aunque haya un poquito más de precipitación, como es más caliente el agua se evapora y no queda disponible para la vegetación y para nosotros. Hay menos agua disponible y las características de los ecosistemas de zonas más secas empiezan a moverse hacia zonas donde ahora hay ecosistemas más húmedos”, explica el científico, quien coordina el LMA.
Por ejemplo, considerando la cobertura de árboles, los investigadores señalaron que cambiará entre el 25 y 34%. Es decir, ese porcentaje de las áreas protegidas del país verán impactos altos o muy altos en el tipo de árboles que conservan e irán cambiándolos, en su mayoría hacia especies de ecosistemas más secos.
“Es como decir que el Pacífico se va moviendo hacia el Caribe”, dijo Imbach.
Ante esto, el LMA empezó a pensar cómo podía ofrecer soluciones para limitar esos impactos. Junto con el Sinac, empezó a pensar cómo podía cubrir ciertos vacíos geográficos de conservación que se complicarían en un planeta más caliente.
“Identificamos áreas donde las especies se podían mantener en el futuro y buscar rutas de conectividad basadas en el clima. Dependiendo de cómo se movía el clima y cómo las especies podían moverse”, dijo la bióloga Emily Fung, investigadora del LMA.
Esta es la propuesta de expansión del CATIE. Los científicos reconocen que se basa en supuestos “muy gruesos” sobre el movimiento de las especies.
(Créditos: Tomado de estudio BID/CATIE)
Los investigadores proponen mejorar la conectividad entre una área y otra, pues cuanto más reducida sea un área silvestre protegida y más aislada esté, más vulnerable será ante el cambio climático.
Este estudio determinó que se necesita ampliar en 11% la extensión de las áreas silvestres protegidas y al menos un 5% el área de corredores biológicos, de manera que las especies que actualmente protegen las áreas se mantengan protegidas en un futuro.
Esto es apenas un comienzo, pero la solución más amplia es pensar la conservación no como una solución fija, sino como un sistema flexible. Es un cambio de paradigma. En vez de delimitar fincas, la respuesta debe ser más “dinámica”.
Ante esto, el sistema que emplea el Sinac (que divide el país en diez grandes áreas de conservación) es ideal para este futuro, porque ya está pensando en trabajar la protección de la biodiversidad en función del territorio.
El problema práctico más inmediato es que el Estado no tiene presupuestados recursos para esta ampliación e incluso todavía debe cerca de ¢962.000 millones a particulares, por 48.898 hectáreas de propiedad privada dentro de los Parques Nacionales y Reservas Biológicas.
Los investigadores reconocen que no necesariamente las especies podrán moverse al ritmo de sus modelos, pero que conocer los requerimientos de conservación del futuro servirá para diseñar la respuesta necesaria.
Además, recuerdan, esto necesitará más investigación en cómo reaccionan especies y ecosistemas representativos ante el cambio climático, algo difícil dados los limitados presupuestos destinados a este campo.
Otros sectores
El impacto en áreas protegidas debe comprenderse como un fenómeno más dinámico, donde fuerzas y sectores externos tienen un impacto sobre el sistema. Un caso icónico es el sector cafetalero.
Desde hace algunos años, el café está “escalando” porque las tierras bajas se calientan y dejan de ser óptimas para su cultivo. Los científicos esperan que durante el siglo XXI el rango donde puede cultivarse cambie, de modo que algunas de las zonas que serán más fértiles para su cultivo estarán dentro de los linderos de áreas protegidas.
El café está cambiando sus rangos de producción y amenaza ciertas áreas protegidas.
(Créditos: Katya Alvarado)
“Uno va a Tarrazú o a Dota y los gestores de áreas protegidas están teniendo conflictos por uso de tierra. La gente está teniendo problemas con la franja altitudinal donde en el café tradicionalmente crecía”, explica Claudia Bouroncle, también investigadora del LMA y especialista en adaptación en el Catie.
La investigadora insiste en que las medidas de adaptación no pueden ser solo del sistema de áreas protegidas o solamente del sistema agrícola, sino un gran marco que englobe estos y otros elementos a nivel país.
“El impacto del cambio climático sobre áreas protegidas y corredores biológicos también se combina con los procesos de degradación ambiental que están en marcha hace cientos de años”, explica Bouroncle.
A pesar de que comparte con el resto de la región centroamericana una de las ubicaciones más vulnerables ante el cambio climático, Costa Rica no cuenta todavía con esa gran estrategia nacional que permite prepararse ante los impactos climáticos.
Lo más cercano es la Estrategia y plan de acción para la adaptación del sector biodiversidad de Costa Rica al cambio climático, un documento publicado en 2015 pero limitado a ese sector.
Ese mismo año, el país anunció en sus compromisos climáticos ante Naciones Unidas que estaba trabajando en un Plan Nacional de Adaptación, que deberá estar listo antes del 2018.
¿Por qué perdemos ecosistemas?
Es fácil entender que el cambio climático modificará los ecosistemas y afectará la biodiversidad: en Costa Rica tenemos cierta conciencia de la magnitud del fenómeno y podemos aceptar que tendrá efectos en muchas áreas. Lo complicado es entender (y explicar en pocos párrafos) por qué afectará a la biodiversidad.
“A medida que la temperatura va aumentando lentamente y la lluvia cambia sus patrones, las especies dejarán de estar en un clima donde están adaptadas y sobre el cual evolucionaron para vivir, crecer, competir y formar comunidades”, explica Imbach.
Es decir, a las ranas del bosque tropical y los corales de los arrecifes costeros les pasará (en mayor o menor medida) lo mismo que a la humanidad en un planeta más caliente: no estamos acostumbrados a vivir así.
Esto tiene un agravante. Mientras los seres humanos somos los “mejores” colonizadores del planeta y nuestra especie ha logrado adaptarse dentro del círculo polar, el desierto Atacama y las planicies de Asia Central; algunas especies de flora y fauna son tremendos especialistas y aprendieron a vivir en dentro de un valle único o un bosque específico, por lo que el cambio no parece una opción.
Más allá del gran esquema en que las especies pierden el clima al que estaban acostumbradas, puede que una semilla logre adaptarse a otro ecosistema o que un pájaro encuentre otra selva más seca o más caliente donde logre sobrevivir. A esto llaman los científicos una modificación en el “rango de distribución de las especies”.
Sin embargo, no todas lograrán adaptarse y tampoco sabemos cuántas lograrán hacerlo; en parte porque la información sobre biodiversidad es muy incompleta en Costa Rica y en parte porque el propio cambio climático acarrea una alta incertidumbre.
“La sociedad tiene que entender que vamos a perder especies, que estamos perdiendo especies, que los bosques se están transformado y que el cambio climático con la biodiversidad es un problema de transformación”, señaló Corrales.