Las actividades y comportamiento de las personas están contribuyendo a un número cada vez mayor de desastres. De hecho, para 2030, se prevé que el número llegue a 560 al año, es decir, 1,5 desastres al día.

“La humanidad está en una espiral de autodestrucción”, se lee en el Informe de Evaluación Global (GAR2022), publicado por la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR) como antesala a la 7ª Sesión de la Plataforma Global para la Reducción del Riesgo de Desastres que tiene lugar del 23 al 28 de mayo en Bali, Indonesia.

En las dos últimas décadas, y según el informe, se produjeron entre 350 y 500 desastres de mediana y gran escala cada año. Si la tendencia se mantiene, el número anual de desastres en el mundo pasaría de 400 en 2015 a 560 en 2030.

En cuanto a las sequías, se pasaría de 16 episodios al año en promedio durante 2001-2010 a 21 episodios anuales en 2030. Con respecto a las temperaturas extremas, estas se triplicarían entre 2001 y 2030.

UNDRR también señala que el promedio anual de pérdidas económicas directas por desastres se ha duplicado en las últimas tres décadas, pasando de unos $70.000 millones en la década de 1990 a poco más de $170.000 millones en la década de 2010.

“Estas tendencias no tienen en cuenta los futuros efectos del cambio climático, que están redoblando el ritmo y la gravedad de las amenazas, ni el hecho de que las opciones existentes hagan que el mundo vaya a superar el objetivo de incremento de la temperatura media máxima mundial del Acuerdo de París de 1,5 °C a principios de la década de 2030”, aclaran los autores del informe.

Reducir las vulnerabilidades

Los desastres pueden prevenirse, pero solo si los países invierten el tiempo y los recursos necesarios para comprender y reducir sus riesgos”, dijo Mami Mizutori, Representante Especial del Secretario General para la Reducción del Riesgo de Desastres y Jefa del UNDRR, en un comunicado.

“Al ignorar deliberadamente el riesgo y no integrarlo en la toma de decisiones, el mundo está financiando eficazmente su propia destrucción. Los sectores críticos, desde el gobierno hasta el desarrollo y los servicios financieros, deben replantearse urgentemente cómo perciben y abordan el riesgo de desastres”.

El riesgo está constituido por el evento en sí (inundación, sequía, etc.) y la vulnerabilidad que es lo que, finalmente, determina el golpe en ese territorio y la capacidad de recuperación que se tiene.

Según el informe, los desastres afectan de forma desproporcionada a los países en desarrollo, los cuales pierden un promedio del 1% del Producto Interno Bruto (PIB) al año en comparación con el 0,1% al 0,3% en los países desarrollados.

A lo interno de los países, las personas más pobres son también quienes más sufren dentro de los países en desarrollo.

A los efectos a largo plazo de los desastres se suma la falta de seguros en los esfuerzos de recuperación para lograr una mejor reconstrucción. Desde 1980, solo el 40% de las pérdidas relacionadas con los desastres estaban aseguradas, mientras que las cifras de cobertura de los seguros en los países en desarrollo eran con frecuencia inferiores al 10% y a veces cercanas a cero, según el informe.

“La buena noticia es que las decisiones humanas son las que más contribuyen al riesgo de desastres, por lo que tenemos el poder de reducir sustancialmente las amenazas que se ciernen sobre la humanidad, y especialmente sobre los más vulnerables”, destacó Mizutori.

Costa Rica como ejemplo

El informe reconoció los esfuerzos ejecutados por Costa Rica a lo largo de las décadas en pro de reducir el riesgo y gestionarlo.

En cuanto a reducción de riesgo, y siendo la deforestación uno de los principales impulsores, UNDRR destacó el programa de Pago de Servicios Ambientales (PSA), ejecutado por Fonafifo desde 1997, el cual permite pagar a propietarios de fincas y territorios indígenas por mantener el bosque en pie e incluso emprender acciones de restauración ecosistémica.

El financiamiento proviene del impuesto único a los combustibles, un mecanismo que es considerado como pionero en la acción climática del país.

Con respecto a la gestión de riesgo, el GAR2022 plantea la necesidad de “comprender mejor cómo la gente toma decisiones sobre el riesgo” y los factores detrás de esas decisiones.

En Costa Rica, por ejemplo, un estudio reveló la importancia de considerar a las mascotas y los animales domésticos como parte de los esfuerzos de atención durante las emergencias. La posibilidad de evacuar a los animales puede influir en que una persona decida o no evacuar. Sin embargo, solo el 3% de los dueños de mascotas estaban preparados, parcialmente o completamente, para evacuar a sus animales.

Es motivó una campaña de comunicación, apoyada por la organización World Animal Protection, que instaba a las personas a tomar medidas sencillas y factibles para prepararse ante una eventual emergencia.

“Tras la campaña, una evaluación registró que el número de personas que aplicaron al menos una de las medidas recomendadas casi se duplicó, el porcentaje de personas con un plan de emergencia familiar aumentó del 2% al 21% y los que tenían una etiqueta de identificación de la mascota aumentaron del 5% al 20%”, se lee en el informe.

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