Antes de iniciarse en la agricultura, Luis Diego Murillo y Xinia Solano pagaban sus cuentas y compraban la comida con el inestable salario que él recibía como capataz de construcción. Ahora, el hombre de 33 años recorre las eras donde crecen verdísimas hileras de culantro, lechugas y tallos que presagian un puñado de rábanos enterrados bajo tierra.
Sobre la cabeza de Murillo se extiende una enorme malla negra de la llamada “casa sombra”, que resulta crucial para su nueva vida, porque protege sus cultivos en las faldas de la cordillera de Talamanca, en la comunidad de Los Reyes, Coto Brus.
“Estamos juntos, ya no estamos lejos de la familia. Uno no quiere estar trabajando en otro lado, lejos de los hijos y la esposa. Uno quiere estar con la familia, ¿no?”, comentó el hombre, al explicar por qué decidió dedicarse al campo a tiempo completo.
Con la incertidumbre en precipitación y cantidad de luz solar que provocan la variabilidad climática natural y el calentamiento global causado por las acciones humanas, estos invernaderos abrigan los cultivos de chaparrones extremos y días hirviendo sin nubes. Es una sencilla adaptación climática en la agricultura local para garantizar su seguridad alimentaria.
Murillo y su esposa, de 34 años, son una de las 74 familias beneficiarias del programa de Casas Sombra que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) impulsa en el sureste de Costa Rica.
Se trata de ambientes protegidos de 700 metros cuadrados que permiten a los productores rurales manejar la cantidad y calidad de luz, los porcentajes de sombra y el impacto de la precipitación sobre los cultivos, que llega a ser cuantiosa en esta región.
Así, estos agricultores familiares mantienen su producción hortícola todo el año, mejoran la calidad y productividad de los cultivos e incluso logran cosechar hortalizas que eran impensables en condiciones regulares de la zona, como el brócoli y el repollo.
“Estamos muy contentos porque ahora con las casas sombra uno no tiene que salir para comprar. Si quiere culantro o una lechuga, puede venir por ella”, explicó Solano.
La adaptación será crucial para proteger la agricultura rural del país y las familias que dependen de esta. En una escala nacional, medidas como un manejo eficiente de cuencas y sistemas de riego, variedades de cultivo mejoradas y mejores sistemas agrícolas y de pastoreo serán críticos para el país conforme el siglo XXI avanza.
En la Cumbre Mundial sobre Alimentación, celebrada en Roma en 1996, la FAO definió la seguridad alimentaria como el “acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimentarias y sus preferencias en cuanto a alimentos, a fin de llevar una vida activa y sana”.
En la zona se apuesta por la agricultura familiar que integre a las nuevas generaciones en el proceso.
(Créditos: Diego Arguedas Ortiz)
Esta definición debe aterrizarse en cada región del país. En zonas rurales como esta, donde el sistema empezó en 2013 con solo seis unidades, las familias producen los alimentos para su autoconsumo y venden sus excedentes para asegurarse un ingreso.
La región Brunca tiene un problema de autoabastecimiento de las frutas y hortalizas que consume, porque solamente produce entre 15 y 20 por ciento de la demanda de ellas y debe traer el resto de otras zonas del país. Las familias con casas sombra tienen ahí una ventaja.
“La ensalada está todos los días en la casa. Antes, si uno tenía plata compraba para la ensalada, ahora ya no”, explicó Solano.
Con una población que no supera los 300.000 habitantes, la región tiene una media de 34,6 por ciento de hogares en situación de pobreza, frente al promedio nacional de 20,6 por ciento, mientras su nivel de población activa ocupada no pasa de 50,9 por ciento.
Cada unidad cuesta cerca de 3.200 dólares, que aportan algunas de las instituciones estatales costarricenses que trabajan con la FAO en este proyecto, como el Instituto Mixto de Ayuda Social o el Instituto de Desarrollo Rural.
Aparte del apoyo para el establecimiento de las casas sombra como tales, el equipo de la FAO y los organismos públicos involucrados en la iniciativa asesoran a los productores en técnicas comerciales y agrícolas, empezando con los implementos.
“La semilla de hortaliza que llegaba aquí era la usada en climas fríos en otras partes de Costa Rica, habiendo en el mercado semillas ‘tropicalizadas’. Las buscamos y ellos comenzaron a usarlas”, explicó el especialista de la FAO.
El programa está ahora en etapa de expansión en la provincia de Guanacaste, donde ya se aprobó la instalación de las primeras casas sombra fuera de la región de Brunca.
El país
El concepto de seguridad alimentaria no obliga al autoabastecimiento, solo procura el acceso oportuno a bienes alimenticios de probada calidad nutritiva. Es decir, en zonas urbanas como Tibás o Desamparados, habrán otras maneras de garantizar seguridad alimentaria sin necesidad de sembrar yuca en el patio trasero.
Sin embargo, la propia FAO reconoce ciertas virtudes en la capacidad de un país para sobrellevar el peso de su alimentación.
“Si la alimentación de un pueblo depende totalmente del mercado internacional, la vulnerabilidad de este pueblo puede aumentar si eventos extremos del clima hacen disminuir la oferta de productos en los países origen de las importaciones o bien por la distorsión de precios ante la escasez de alimentos”, expone el informe Seguridad alimentaria y el cambio climático en Costa Rica: granos básicos, publicado en 2014.
En este informe se destaca no siempre basta la planificación local, pues “dependemos en un alto porcentaje del arroz, maíz y frijoles que se producen en otros países donde la vulnerabilidad y la amenaza climática son diferentes del nuestro”.
Así, tanto como debe preocupar la producción local, deben tomarse en consideración fenómenos en el extranjero, como la reciente sequía en Estados Unidos (2012-2013), el efecto del fenómeno El Niño en Centroamérica o la situación social de algunos estados mexicanos.
Las familias que trabajan en la zona de Coto Brus trabajan con un pequeño invernadero donde preparan las semillas que usarán en cosechas posteriores.
(Créditos: Diego Arguedas Ortiz)
Con respecto a la producción local, la FAO destaca que a pesar de la gran variabilidad climática y las pérdidas producto de eventos hidrometeorológicos extremos, el sector agropecuario nacional es quien tiene mejor respuesta ante estos fenómenos.
Para los productos cosechados en el país, existen dos elementos claves según Jonathan Castro del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA): mejorar la información y poner este conocimiento en el campo.
El especialista de la FAO, Guillermo Murillo, con sombrero, conversa con agricultores familiares en el asentamiento de Los Reyes sobre técnicas para mejorar la producción de sus parcelas con casas sombra.
(Créditos: Diego Arguedas Ortiz)
“El reto más importante es que el productor sea flexible y se pueda ajustar, porque existe mucha información para esto“, explica Castro, especialista en Innovación, Recursos Naturales y Cambio Climático del IICA.
Por ejemplo, el experto explicó que están trabajando en desarrollar un sistema de monitoreo agrometeorológico en conjunto con la Liga Agrícola Industrial de la caña de azúcar, que permitirá comprender mejor las condiciones de las zonas donde se cultiva este producto.
La Corporación Arrocera Nacional también empezó conversaciones para crear un sistema similar. Otros grupos como la Corporación Bananera Nacional y el Instituto Costarricense del Café ya tienen esfuerzos como este funcionando.
El experto destacó el trabajo en todas las escalas que ahora realiza en el país.
“Te encontrás desde pequeñas agencias de extensión agrícola que utilizan Whatsapp para compartir información climática, un Ministerio de Agricultura y Ganadería que ejecuta Nama y un sector académico”, apuntó el especialista de IICA.