Científicos trabajan para trazar un mapa de los riesgos del deshielo del permafrost, que podría exponer a millones de personas al invisible gas cancerígeno.

En las profundidades del suelo helado del norte, un peligro radiactivo ha permanecido atrapado durante milenios. Pero el científico británico Paul Glover se dio cuenta hace unos años de que no siempre será así: un día podría escaparse.

Glover había asistido a una conferencia en la que un ponente describió la escasa permeabilidad del permafrost —un suelo que permanece congelado durante al menos dos años o, en algunos casos, miles—. Se trata de un escudo helado, una gruesa manta que encierra contaminantes, microbios y moléculas bajo el suelo —y eso incluye el gas radiactivo cancerígeno radón—.

“Enseguida se me ocurrió que, bueno, si hay radón en el subsuelo, estará atrapado allí por una capa de permafrost”, recuerda Glover, petrofísico de la Universidad de Leeds en Inglaterra. “¿Qué ocurre si esa capa de repente deja de estar ahí?”. Desde entonces, Glover ha trabajado en métodos para calcular la cantidad de radón —que se libera al descomponerse el elemento radio— que podría liberarse cuando el cambio climático provoque el deshielo del permafrost.

Importantes zonas del suelo ártico y subártico contienen permafrost —pero en la actualidad se está derritiendo, y el ritmo de ese deshielo se está acelerando—. En un informe publicado en enero, Glover y el coautor Martin Blouin, actual director técnico de la empresa de software cartográfico Geostack, utilizaron técnicas de modelización para demostrar que las viviendas con sótanos construidos sobre zonas de permafrost podrían estar expuestas a altos niveles de gas radón en el futuro. “A medida que el permafrost se derrite, este depósito de radón activo puede salir a la superficie y entrar en los edificios, y al estar en ellos, causar un peligro para la salud”, afirma Glover.

Nadie sabe con exactitud la rapidez con la que el radón se difunde a través del suelo helado, pero utilizando la velocidad de difusión del dióxido de carbono y ajustándola a las propiedades del radón, Glover llegó a una cifra que pudo utilizar en el modelo. Basándose en un 40 % de descongelación del permafrost, los cálculos revelan que las emisiones de radón podrían elevar los niveles de radiactividad a más de 200 becquereles por metro cúbico (Bq/m3) durante un periodo de más de cuatro años en las casas con sótanos a nivel del suelo o por debajo de él. Esto ocurre cuando el 40% del deshielo se produce en 15 años o menos.

Según la Organización Mundial de la Salud, el riesgo de cáncer de pulmón aumenta aproximadamente un 16% por cada 100 Bq/m3 de exposición a largo plazo. Algunos países, incluido el Reino Unido, fijan el nivel seguro de exposición media en 200 Bq/m3. Pero si no se realizan pruebas para detectar el radón en las zonas donde la geología sugiere que está presente, la gente no sabrá si está en riesgo, porque el gas es inodoro, incoloro e insípido.

Glover subraya que el modelo en el artículo científico es un primer intento de comprender cómo el deshielo del permafrost podría afectar a la exposición de la gente al gas. Por ejemplo, no tiene en cuenta la variación estacional del ritmo de deshielo del permafrost ni los efectos de la compactación del suelo cuando se derrite el hielo que contiene, algo que podría bombear aún más radón a la superficie.

Unos 3,3 millones de personas viven sobre el permafrost que se habrá derretido por completo en 2050, según las estimaciones de un estudio de 2021. No todas estas personas viven en zonas propensas al radón, pero muchas sí: por ejemplo, en partes de Canadá, Alaska, Groenlandia y Rusia. Y la relación entre la exposición al radón y el cáncer de pulmón está bien establecida, al igual que el hecho de que el tabaquismo aumenta aún más el riesgo, dice Stacy Stanifer, enfermera clínica especialista en oncología de la Facultad de Enfermería de la Universidad de Kentucky. Ella señala que hay estudios que sugieren que el radón podría estar detrás de hasta una de cada 10 muertes por cáncer de pulmón, de las cuales hay un millón en total en todo el mundo cada año.

“Respirar radón es peligroso para todos, pero es aún más dañino cuando también se respira el humo del tabaco”, dice Stanifer. El tabaquismo es frecuente en las comunidades árticas y subárticas; por ejemplo, un estudio de 2012 señaló que casi dos tercios de los inuit canadienses de 15 años o más que viven dentro de la tierra natal de los inuit afirmaban fumar cigarrillos a diario, en comparación con el 16% de los canadienses en general.

En las regiones árticas y subárticas, el radón del suelo está bloqueado para que no entre en las casas por una capa de permafrost dura como una roca. Pero cuando el permafrost se descongele —como está ocurriendo cada vez más a causa del cambio climático— los niveles de exposición en los hogares estarán fuertemente influenciados por la estructura de la vivienda. Los estudios de modelización descubren que la exposición puede multiplicarse hasta 100 veces durante años cuando las casas se construyen con sótanos, ya sean enterrados o sobre el suelo. En cambio, las casas construidas sobre pilotes están protegidas, ya que el radón escapa a la atmósfera.

Los científicos desconocen la cantidad de radón que se emana realmente de las zonas con permafrost en proceso de descongelación en la actualidad, afirma Nicholas Hasson, geocientífico y estudiante de doctorado de la Universidad de Alaska Fairbanks: “Yo lo llamaría un punto ciego”. Señala que, en la vida real, las capas de permafrost son complejas e irregulares, y coincide con Glover en que las mediciones sobre el terreno son esenciales para validar el modelo. En lugar de una lámina de hielo uniforme bajo tierra, imagine que el permafrost es más bien un queso suizo de hielo, con algunas zonas mucho más gruesas que otras y lugares en los que las aguas subterráneas lo atraviesan, exacerbando el deshielo.

Hasson y sus colegas han estudiado lugares en los que el permafrost se está descongelando con una rapidez inusitada y emitiendo metano, un gas de efecto invernadero muchas veces más potente que el dióxido de carbono. En algunos lugares, “chimeneas” similares podrían estar expulsando cantidades elevadas de gas radón, sugiere.

Para la salud humana, lo que realmente importa es la cantidad de radón que entra en los hogares de las personas. Los científicos e incluso los propios propietarios de las viviendas pueden utilizar detectores de radiactividad para evaluarlo. Un estudio publicado en línea en febrero de 2022, que aún no ha sido revisado por los expertos, midió los niveles de radón a lo largo de un año en más de 250 hogares de tres ciudades de Groenlandia. De las 59 viviendas de Narsaq, por ejemplo, se descubrió que 17 tenían niveles de radiación superiores a 200 Bq/m3.

La autora principal, Violeta Hansen, radioecóloga de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca, subraya que se trata de los primeros resultados basados en un pequeño número de hogares. Haría falta mucha más investigación, dice, antes de poder evaluar los riesgos para la salud asociados al radón en propiedades como estas en toda Groenlandia. Ahora dirige un proyecto internacional que realizará experimentos de campo y recogerá mediciones de radón en hogares de varios países, incluidos Canadá y Groenlandia. “Tenemos que llevarle al público medidas de mitigación validadas y de bajo costo”, dice Hansen.

Es importante evitar que cunda el pánico entre la población sin tener a mano datos y soluciones sólidas, afirma Aaron Goodarzi, radiobiólogo de la Universidad de Calgary, Canadá. La buena noticia es que existen métodos probados para reducir los niveles de radón dentro de una casa una vez que el propietario sabe que está ahí. Goodarzi señala, por ejemplo, una técnica llamada despresurización del subsuelo, en la que se introduce una tubería sellada debajo de la casa y se conecta a un ventilador. Esto succiona el radón de debajo del edificio antes de expulsarlo a la atmósfera. “Piense en ello simplemente como un bypass”, dice.

El tipo de edificación importa. El modelo de Glover descubrió que las casas construidas sobre pilotes o zancos, y por tanto separadas del suelo, no experimentaron un aumento de los niveles de radón. Afortunadamente, muchas casas del Ártico y del subártico están construidas de esta manera. Pero para las que no lo están, el costo de mitigar el radón podría ser prohibitivo para las comunidades de bajos ingresos en estas regiones. “Es una cuestión de equidad que hay que tener en cuenta, sin duda”, dice Goodarzi, que señala que la responsabilidad podría recaer en los administradores de viviendas sociales de algunas zonas para garantizar que las viviendas que proporcionan son saludables.

Un portavoz del Ministerio de Salud de Canadá dice que la agencia gubernamental recomienda actualmente que los propietarios de viviendas realicen pruebas de los niveles de radón en sus propiedades y que recurran a proveedores certificados para instalar tecnologías de mitigación en caso de que sean necesarias.

Es posible que mucha gente no piense mucho en el radón, dado que es invisible. Glover afirma que informarse ahora, antes de que el deshielo del permafrost empeore, podría salvar vidas.

“Sabemos que la gente muere por ello”, dice. “Pero al mismo tiempo, hay mucho que podemos hacer para protegernos”.

Este artículo apareció originalmente en Knowable en español, una publicación sin ánimo de lucro dedicada a poner el conocimiento científico al alcance de todos. Suscríbase al boletín de Knowable en español

Recientes

Busqueda

Seleccione un autor
Suscríbase a nuestro boletín!
Únase a nuestro boletín informativo para obtener las noticias y actualizaciones más recientes de Ojo al Clima.