En palabras del explorador francés Jacques Cousteau, Isla del Coco es la “isla más hermosa del mundo” y mi sueño de conocerla finalmente se hizo realidad en 2019. Eso fue posible gracias a que participé en una investigación, cuyo objetivo era buscar microplásticos. Lamentablemente, los encontramos en este sitio tan alejado y prístino.

Hasta que se realizó este estudio, cuya publicación data de septiembre de 2022, seguía considerando a Isla del Coco como un sitio que aún estaba protegido de este tipo de amenazas creadas por nosotros, los humanos. Pero, la realidad es esta: el parque nacional y el área marina protegida más alejados de Costa Rica continental, a unos 540 kilómetros de la costa, no se encuentra exenta de la contaminación creada por las personas a lo largo de décadas. 

El nuevo estudio, en que participaron biólogas de la Universidad Nacional de Costa Rica (UNA) y guardaparques del Área de Conservación Marina Cocos (ACMC), patrocinado por Fundación Amigos Isla del Coco (FAICO), encontró microplásticos en pargos, langostas, sedimentos marinos, peces y langostinos de río. Aunque es impactante, no es un hecho aislado e inesperado, en especial cuando se han encontrado microplásticos inclusive en hielo del Monte Everest y hasta en placenta humana.

Treinta y seis horas es lo que se tarda en llegar a Isla del Coco en un barco para turistas. Treinta y seis horas de emoción e ilusión para que aparezca la isla entre las nubes, que le dan su característico y único bosque nuboso. Esto es lo que una persona demora en arribar; pero, ¿cuánto tiempo han durado los distintos plásticos en llegar, por medio de corrientes marinas o botes pesqueros, para luego degradarse y convertirse en lo que conocemos hoy como microplásticos (aquellos con tamaños entre 1-5 mm)? ¿Cuánto duraron en adentrarse en casi todos los ecosistemas que esta pequeña isla posee? ¿Cómo hacer para proteger a la isla de esta contaminación?

 Estas son preguntas difíciles de hacerse, en especial cuando son producto de nuestra cultura consumista y preferimos evitar pensar en los estragos que seguirán ocasionando estos materiales, incluso años después de que hayamos fallecido, y el hecho de que el plástico será la única huella que hayamos dejado en este planeta. 

La ciencia nos lo confirma una vez más: el plástico ya se encuentra alrededor nuestro en todas sus formas y tamaños. En el mar, los microplásticos pueden ser transferidos a lo largo de las redes tróficas (lo que en la escuela nos enseñaban como cadenas alimenticias) hasta llegar a los niveles tróficos más altos en donde el consumidor es el humano.

Si ya es chocante pensar que los microplásticos ya están en un lugar tan mágico como Isla del Coco, me causa aún más impacto pensar en todo el proceso químico y natural que sucede para que la materia prima se convierta en una botella plástica y esta termine en millones de microplásticos. Al pensar en una partícula de 1-5 mm, también debemos considerar cómo llegó al lugar donde hoy la encontramos y qué ha causado (impactos) en todo el proceso desde su creación

El Parque Nacional Isla del Coco es una de las áreas silvestres protegidas mejor conservadas y, aún así, no escapa de la contaminación por plástico.(Créditos: Daniela Solís Adolio)

Los plásticos son creados a partir de combustibles fósiles, por lo que su producción genera grandes cantidades de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). El ciclo de vida del plástico -que incluye su extracción, puntos de ventas, consumidores, industria de residuos y desecho y/o quemado- también genera cantidades considerables de GEI. Especialmente, a la hora de desechar objetos plásticos y no reciclarlos o desecharlos de una manera no controlada, estos se ven expuestos a la radiación solar, liberando gases dañinos de vuelta a la atmósfera.

El plástico en el ambiente es una de las fuentes de emisiones de GEI menos estudiadas y una pieza clave que falta en el estudio de sus impactos. Este es un desafío que debería de estar en la agenda política de todos los países. De igual forma, este es un problema que urge discutir en las siguientes Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP), especialmente en la que sucederá el próximo mes de noviembre en Egipto (la COP27). Es de suma importancia, ya que la contaminación por plásticos y el cambio climático han sido tratados como temas por separado en las negociaciones climáticas o inclusive no se han contabilizado las emisiones creadas por el plástico dentro de la meta de mantener el aumento de la temperatura global por debajo del 1,5°C.

En efecto, la ciencia ha evidenciado los enlaces entre la contaminación marina por plástico y el cambio climático en, al menos, cuatro maneras: el plástico contribuye a emisiones de GEI a lo largo de su ciclo de vida; el cambio climático y la contaminación por plástico ocurren simultáneamente en todo el ambiente; el cambio climático agrava la propagación de la contaminación por plástico (más tormentas = mayor propagación); y existen soluciones que mitigan tanto el cambio climático como la contaminación por plástico. 

Lo anterior demuestra la importancia de no solo ver al plástico como un contaminante físico, sino como un factor clave en el cambio climático.

La recomendación más efectiva y directa para afrontar la contaminación por plásticos y microplásticos es simple y compleja a la vez: reducir inmediatamente la producción y uso de plástico. Se necesita informar a la población para que haya un consumo responsable en pro del ambiente y recordar que cualquier acción que lo beneficie, nos terminará favoreciendo de una u otra manera.

Aunque los microplásticos ya llegaron a Isla del Coco, la isla más hermosa del mundo, y es muy probable que permanezcan allí,  hay que mantener la esperanza Para lograr lo que soñamos es necesario actuar eficientemente para evitar una mayor afectación causada por este contaminante. Si somos capaces de producir este cambio negativo durante el poco tiempo que llevamos viviendo en este mundo, también lo somos para ser agentes de cambio y dejar huellas positivas después de nuestro paso por este único planeta.

Daniela Solís Adolio es estudiante de biología marina de la Universidad Nacional (UNA) y también cursa estudios en la Universidad para la Paz. Este artículo forma parte del proyecto de divulgación científica, Nuevas Plumas, de Ojo al Clima.

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