Las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae) realizan migraciones estacionales desde sus zonas de alimentación hasta las zonas de reproducción en aguas tropicales, donde encuentran las temperaturas adecuadas para que su cría crezca.

Las aguas del Pacífico —comprendidas desde el sur de Colombia, pasando por Panamá, hasta llegar a Costa Rica— se han convertido en “sala de maternidad” para la población de ballenas que migran desde la Antártida.

Aquí la temperatura promedio es de 21-28 °C, lo que brinda un beneficio energético a la cría, pues va a crecer más rápido. Además, cuando sea adulto, ese ballenato alcanzará un tamaño más grande y tendrá un mayor éxito reproductivo.

Cumplidos sus objetivos, las ballenas —ahora con sus crías— regresan a las zonas de alimentación cercanas a Antártida. ¿Cómo deciden cuándo es momento de migrar? Las jorobadas recurren a la información que les provee el entorno inmediato para predecir las condiciones oceánicas en lugares distantes. Esas señales ambientales las contrastan con sus recuerdos, su memoria de migraciones pasadas, para así determinar el momento exacto para emprender el viaje.

Sin embargo, el cambio climático está interfiriendo en su estrategia. A las ballenas ya no les es tan fácil interpretar la información que les brinda el entorno.

“Debido al cambio climático, los ciclos estacionales están cambiando rápidamente, tanto en el espacio como en el tiempo, y los cambios en el comportamiento proporcionan un mecanismo para que los individuos se mantengan en sintonía con los picos de recursos. La eficacia de dicha respuesta depende de la capacidad de un individuo para detectar cambios en las señales ambientales que determinan su comportamiento migratorio”, señalaron los autores de un estudio publicado en Scientific Reports.

“Los individuos que realizan migraciones de larga distancia suelen mostrar una gran fidelidad al lugar y una fuerte asociación con las rutas migratorias a lo largo de los años, lo que sugiere que la memoria desempeña un papel importante en la determinación de su fenología y ruta migratoria. Con el rápido cambio global, la gran dependencia de la memoria de las condiciones climáticas a largo plazo en las especies migratorias puede dar lugar a un desajuste entre la fenología de la migración y el pico estacional de recursos”, agregaron los investigadores.

Productividad y calidez

El equipo de investigadores —entre ellos, el costarricense Héctor Guzmán que labora en el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI)— analizó 8 años (2009 – 2016) de datos provenientes del seguimiento satelital realizado a 42 ballenas jorobadas marcadas frente a las costas de Costa Rica, Panamá y Ecuador. 

El objetivo era seguir a cada individuo durante su migración y comprender qué es lo que desencadena que año con año se desplacen hacia el sur.

Las ballenas fueron marcadas en tres países diferentes: 2013 y 2016 en Ecuador (B), 2015 en Costa Rica (C) y 2009 en Panamá (D). El número de ballenas marcadas fue 22 en Ecuador, 4 en Costa Rica y 16 en Panamá. El símbolo de estrella en los paneles A, B y C indica la ubicación del marcaje. (Foto: Millien et al, Scientific Reports 3989 -2025).

Todas las ballenas estudiadas pertenecen a la población del Pacífico sudoriental (BSG, por sus siglas en inglés), la cual se reproduce en las aguas de Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador y el norte de Perú. Los individuos de esta población migran a zonas de alimentación situadas del lado occidental de la península Antártica y, en menor medida, al sur de Chile. Allí pasan el verano austral antes de regresar a sus zonas de reproducción.

Con esos datos de satélite, los investigadores modelaron el efecto de las condiciones oceánicas en el comportamiento migratorio de las ballenas jorobadas desde las zonas de reproducción hasta las zonas de alimentación.

Algo que notaron los científicos fue que las condiciones oceánicas en las zonas de reproducción entre junio y setiembre del año en que se marcaron las ballenas, variaron significativamente de un año a otro.

Una temperatura más alta de la superficie del mar en las zonas de reproducción del norte de Panamá y Costa Rica se asoció con una menor productividad o un nivel medio más bajo de clorofila. De hecho, la concentración de clorofila fue generalmente menor en Panamá y Costa Rica que en Ecuador.

Las ballenas jorobadas iniciaron su migración hacia el sur antes, cuando los niveles de clorofila en las zonas de reproducción eran más bajos. También iniciaron su migración hacia el sur en una fecha más temprana cuando el pico de la temperatura de la superficie del mar se produjo antes. 

En resumen, estos cetáceos “abandonaron sus zonas de reproducción antes de lo habitual, cuando las aguas que encontraron durante su ruta migratoria eran menos productivas y más cálidas”.

Deshielo y krill

En las zonas de alimentación, se observó un retraso en el deshielo del mar y una reducción de su duración (pasó de 134 días en 2009 a 60 días en 2016). Asimismo, la temperatura de la superficie del mar en las zonas de alimentación alcanzaba sistemáticamente su máximo cada año a finales de febrero. Sin embargo, la media estacional de la temperatura de la superficie del mar disminuyó con el tiempo, pasando de 1,28 °C en 2009 a 0,67 °C en 2016.

“Las ballenas jorobadas iniciaron su migración más tarde cuando la concentración de hielo marino en el océano Austral era mayor y cuando la temperatura de la superficie del mar era más baja que en la temporada de alimentación anterior. Las ballenas jorobadas también abandonaron sus zonas de reproducción en una fecha más tardía cuando se retrasó el deshielo del océano Antártico”, se explica en el estudio.

Durante el verano austral, las ballenas se alimentan de krill (Euphausia superba) que está compuesto de pequeños crustáceos similares a los camarones. El consumo de krill les permite acumular grasa, que constituye una reserva energética necesaria tanto para migrar como para parir (en el caso de las hembras).

Krill (Crédito: Jamie Hall / NOAA).

Las larvas y juveniles de krill pasan el invierno bajo el hielo marino, donde se alimentan del fitoplancton (organismos microscópicos de origen vegetal) que se aglomera allí. Al romperse el hielo marino, a inicios del verano austral, ese krill queda disponible para el consumo de las ballenas. Por esa razón, calcular el momento exacto de llegada a los sitios de alimentación es tan importante para las jorobadas.

“La fecha de inicio de la migración hacia el sur se correlacionó con la concentración de hielo marino en la zona de alimentación durante la temporada de alimentación anterior a la migración. Por lo tanto, es posible que las ballenas integren las señales de las condiciones ambientales en las zonas de reproducción para predecir la fenología de la disponibilidad de recursos en su zona de alimentación y en la próxima temporada de alimentación”, se lee en el estudio.

En este sentido, una mayor cantidad de hielo marino en el océano Antártico durante el invierno provocará un retraso en el deshielo y, por tanto, una floración tardía del krill, lo que provocará un cambio en el momento en que se alcanzan los máximos recursos. Esto provoca que las ballenas inicien su migración en una fecha más tardía.

Interferencia

“Nuestros resultados sugieren que las ballenas pueden integrar señales ambientales con otros componentes ecológicos o sociales, y asociar las condiciones ambientales en las zonas de reproducción con las de la próxima temporada de alimentación en el océano Austral para determinar la fecha de inicio de su migración. Parece que las ballenas se basan en señales ambientales de su entorno inmediato, como la productividad y la temperatura de la superficie del mar en sus zonas de reproducción, para tomar esta decisión”, se lee en el estudio.

Este mecanismo de sincronización les ha funcionado durante miles de años, pero el cambio climático lo está poniendo a prueba: el calentamiento de las temperaturas oceánicas y los cambios en los patrones del hielo marino han incidido en el inicio de la floración del krill y esto significa que, aunque las ballenas están ajustando su migración, es posible que no puedan seguir el ritmo de estos cambios ambientales tan acelerados. 

“No sabemos cuánto tiempo podrán seguir el ritmo”, comentó Virginie Millien, bióloga y autora principal del estudio. “Desde 2016, todos los años han sido los más cálidos registrados, y esa tendencia se está acelerando. En algún momento, su estrategia basada en la memoria podría dejar de funcionar”, continuó. 

Se prevé que a finales de siglo, en las zonas de reproducción, la temperatura del mar supere el rango adecuado de 21-28 °C para el 35% de las ballenas jorobadas a nivel mundial, especialmente en los años en que se presente El Niño.

Ballena jorobada con cría. (Crédito: Chinh Le Duc / Unsplash).

La disponibilidad de krill también está mermando debido al aumento de la temperatura del mar y el acortamiento en la duración del hielo marino. “Con tal disminución en la disponibilidad de presas, las ballenas jorobadas pueden necesitar más tiempo en las zonas de alimentación o alimentarse durante la migración para satisfacer sus necesidades energéticas”, señalaron los investigadores en el estudio.

“En general, nuestros hallazgos sugieren que las ballenas jorobadas integran la información que recopilan de su entorno inmediato para predecir las condiciones oceánicas en lugares distantes y ajustar el momento de su migración, maximizando su interacción con sus presas. Sin embargo, no está claro si las ballenas jorobadas lograrán rastrear completamente a sus presas en un clima que cambia rápidamente y garantizar la persistencia a largo plazo de la especie”, agregaron.

Corredor marino

Mediante los datos recolectados, los investigadores pudieron determinar que las jorobadas nadaban hasta 135 km diarios y viajaban a una velocidad media de 68 km/día.

Las hembras con crías tendían a viajar más cerca de la costa, prefiriendo rutas más largas; mientras que los machos preferían las rutas oceánicas más cortas.

“Los machos tienden a viajar más rápido, tomando rutas más directas”, mencionó Millien. “Las hembras, especialmente aquellas con crías, toman rutas costeras más largas, posiblemente para evitar a los depredadores y permitir que sus crías descansen”, agregó. 

En otras palabras, las jorobadas tienen rutas migratorias tanto costeras como oceánicas. De allí, la recomendación de los investigadores de proteger estos corredores migratorios. Desde la década de 1990, se han reportado avistamientos de jorobadas en Isla del Coco (Costa Rica) y Galápagos (Ecuador), que son sitios oceánicos, así como en isla Coiba (Panamá) que es costera.

Estas tres islas, junto con Gorgona y Malpelo en Colombia, conforman el Corredor Marino del Pacífico Este Tropical (CMAR), el cual se creó en 2004 mediante la Declaración de San José.

La iniciativa parte de las islas como áreas núcleo de conservación —cuya extensión total es de 643.586 km²— y, mediante acciones coordinadas por los cuatro países, se busca asegurar la conectividad entre ellas para así proteger a la biodiversidad que habita y transita por estas aguas. De hecho, el CMAR está en proceso de ser declarado como la primera gran reserva marina transfronteriza del planeta por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés).

Según Jair Urriola Quiroz, secretario ejecutivo del CMAR, los países reconocen la amenaza que representa el cambio climático para la biodiversidad y, por ello, decidieron incluir el tema en el nuevo Plan de Acción 2025–2035.

“El reconocimiento de que el cambio climático impacta directamente los recursos y la economía de los países del CMAR, explica la decisión de integrar este tema como motor de políticas públicas y gestión regional. La biodiversidad es también la base de actividades productivas como las pesquerías y el turismo, que requieren de medidas de mitigación y adaptación para sobrevivir en un entorno en transformación”, destacó Urriola.

En este sentido, el plan de acción plantea elaborar una estrategia regional de adaptación así como actividades de investigación, capacitación técnica y cooperación con centros científicos, para así crear un repositorio regional de información climática que permita “no solo reaccionar, sino anticiparse a escenarios futuros”.

Ballenas jorobadas del sur

  • Vienen a Costa Rica entre julio y octubre.
  • Viajan en promedio 8.400 kilómetros desde Antártida hasta Costa Rica.
  • Sus motivos de visita son reproducción y crianza de ballenatos.
  • Las hembras miden entre 15-16 metros, pesan 30-40 toneladas.
  • Las crías miden 4 metros y pesan 700 -1.000 kilogramos.
  • Lugares de avistamiento: Parque Nacional Marino Ballena, Bahía Drake y Golfo Dulce.

Recientes

Busqueda

Seleccione un autor
Suscríbase a nuestro boletín!
Únase a nuestro boletín informativo para obtener las noticias y actualizaciones más recientes de Ojo al Clima.