El 2022 fue el quinto año más cálido registrado desde que se llevan este tipo de registros, según se constata en el informe Global Climate Highlights del Servicio de Cambio Climático de Copernicus (C3S).

Es más, los últimos ocho años han sido los más cálidos registrados a la fecha y no es mera coincidencia. Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), la quema de combustibles fósiles causó el 86% de todas las emisiones de dióxido de carbono (CO₂) durante los últimos 10 años.

El efecto acumulativo de los gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera, como el CO2 y el metano (CH4), incrementa la temperatura media del planeta. Esta, hasta el momento, es 1,2°C superior al periodo pre-industrial (años 1850-1900), según C3S.

Por la gran cantidad de GEI que generan durante su combustión, el carbón, el petróleo y el gas han sido los principales responsables del calentamiento global desde la Revolución Industrial. Por ello, y si se quiere mantener el aumento de la temperatura del planeta a un máximo de 1,5 °C como lo establece el Acuerdo de París, el consumo de combustibles fósiles debe disminuir.

El 2022 ya dio una muestra de lo que es lidiar con 1,2°C de calentamiento: temperaturas superiores a 40°C en algunas regiones resultaron en olas de calor, sequías e incendios forestales, mientras que la variación en los patrones de precipitación derivaron en fuertes lluvias y estas en inundaciones, así como tormentas (incluidos huracanes) e inusuales nevadas.

“El calentamiento global inducido por los combustibles fósiles no hará sino aumentar la frecuencia y la gravedad de las olas de calor, a menos que hagamos una transición rápida y justa hacia una economía mundial cargada de energías renovables”, destacó la organización 350.org en un comunicado distribuido a propósito de la COP27 en noviembre pasado.

“La aceleración de la inversión en energías renovables y los mecanismos para impulsar la resiliencia climática, la adaptación y la mitigación son fundamentales para paliar los peores efectos del cambio climático. Esta transición debe producirse ya”, continuó.

El repunte del carbón

Sin embargo, en el 2022 también se experimentó una crisis energética –aderezada por la invasión de Rusia a Ucrania- que llevó a un aumento en el consumo de carbón para fines de generación eléctrica –como medida a corto plazo- ante los altos precios del gas y el petróleo.

En cuanto a China, el gran consumidor mundial, la demanda también se vio afectada por la sequía y las olas de calor sufridas el año pasado, lo cual incrementó la necesidad de aire acondicionado y disminuyó el uso de energía hidroeléctrica a falta de agua.

“Los elevados precios de los combustibles explican el 90% del aumento de los costes medios de generación de electricidad en todo el mundo, y el gas natural por sí solo más del 50%”, señaló la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en el World Energy Outlook 2022 y agregó: “la crisis impulsa a corto plazo la demanda de petróleo y carbón, ya que los consumidores buscan alternativas al gas de alto precio”.

De hecho, la AIE prevé que el consumo mundial de carbón haya alcanzado un nuevo récord en 2022, superando o igualando el máximo histórico de 2013. Se espera que el consumo mundial de carbón crezca un 1,2% interanual hasta superar los 8.000 millones de toneladas.

“La demanda de carbón es resistente y probablemente haya alcanzado el 2022 su nivel más alto de la historia, empujando al alza las emisiones mundiales”, declaró Keisuke Sadamori, director de Mercados Energéticos y Seguridad de la AIE, a la AFP.

Esta crisis pone sobre la mesa el tema de la seguridad energética y el actual modelo de producción de electricidad basado en fuentes fósiles. Y, en este panorama, la transición a energías renovables se vislumbra como una estrategia para dotar de resiliencia a los sistemas nacionales y regionales.

“Dado que los mercados energéticos siguen siendo extremadamente vulnerables, la crisis energética de hoy es un recordatorio de la fragilidad e insostenibilidad de nuestro actual sistema energético”, señaló AIE en su informe y añadió: “una cuestión clave para los responsables de las políticas públicas, y para este Outlook, es si la crisis será un revés para las transiciones energéticas limpias o servirá como catalizador de una transición más rápida”.

Algunos países decidieron apostar por lo segundo y, gracias ello, AIE prevé que la capacidad renovable mundial se duplique en los próximos cinco años. Si eso es así, las renovables –sobre todo la eólica y solar- superarán en 2025 al carbón como principal fuente de generación eléctrica.

Es más, se espera que -entre 2022 y 2027- la capacidad de energía renovable global aumente 2.400 gigavatios (GW), igualando así la capacidad energética total de China y superando en un 30% la previsión de aumento de hace un año, según AIE.

“Este es un claro ejemplo de como la actual crisis energética puede ser un punto de inflexión histórico que nos lleve a un futuro sistema energético mundial más limpio y más seguro”, dijo Fatih Birol, director de AIE, a la AFP.

Eliminar los subsidios

Invertir en energías renovables es solo una parte, también se deben de eliminar los subsidios a los combustibles fósiles e reinvertir ese dinero en la transición si se quiere limitar el incremento de la temperatura media del planeta.

El Pacto Climático de Glasgow, acordado durante la COP26 realizada en Escocia en el 2021, no solo reconoció el rol de los combustibles fósiles en el cambio climático sino que también instaba a los países a eliminar progresivamente tanto el carbón como los subsidios a esta fuente, el gas y el petróleo.

Redireccionando ese dinero de los subsidios, incluso se podría financiar la transición energética. Así lo destaca el reporte titulado Turning Pledges Into Action, elaborado por Oil Change International y el Instituto Internacional de Desarrollo Sostenible (IISD, por sus siglas en inglés).

Según este informe, ese redireccionamiento de dinero contemplado en el Pacto Climático de Glasgow supondrá una transferencia directa de $28.000 millones al año de los combustibles fósiles a las energías renovables.

Y el dinero no hay que conseguirlo, ya está disponible. Los datos de Oil Change International sobre financiación pública de la energía muestran que los países del G20 y los principales bancos multilaterales de desarrollo (BMD) aportan al menos $63.000 millones al año para proyectos de petróleo, gas y carbón. Canadá, Estados Unidos, Italia y Alemania figuran entre los 10 países con más subsidios de este tipo.

Se esperaba que la COP27, realizada en Egipto en noviembre de 2022, diera continuidad a lo logrado en el Pacto Climático de Glasglow al sumar a la lista el petróleo y el gas. Sin embargo, y si bien el texto final reafirmó la meta de 1,5°C, este no se refirió a la eliminación justa y equitativa de todos los combustibles fósiles.

Y este tema es el que hizo que la COP27 tuviera un sabor agridulce para algunos, a pesar de que se acordó crear un fondo específico para pérdidas y daños, una discusión que venía posponiéndose desde hace 30 años.

“En un avance significativo, los países ricos han reconocido la necesidad de un fondo de respuesta por pérdidas y daños para los países en desarrollo. Este es un testimonio del liderazgo de los países afectados y de la Sociedad Civil, que se han mantenido firmes en esta cuestión crítica de justicia climática. Sin embargo, el hecho de que el texto no incluya un lenguaje crítico para la eliminación progresiva de los combustibles fósiles amenaza estos logros. El uso continuado de combustibles fósiles alimentará aún más el cambio climático y provocará mayores pérdidas y daños”, se lee en un comunicado de la organización 350.org.

La próxima conferencia mundial sobre cambio climático, la COP28, se celebrará en la ciudad de Dubai, en Emiratos Árabes Unidos. Precisamente en uno de los países que se caracteriza por ser uno de los grandes exportadores de petróleo.

“En esa COP se va a hablar mucho del sector petrolero y gasístico y de su eventual contribución financiera a la lucha contra el cambio climático”, vaticina Laurence Tubiana, experta francesa y una de las arquitectas del Acuerdo de París de 2015.

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