En diciembre de 2015, 195 países –entre ellos, Costa Rica—adoptaron un nuevo tratado sobre el clima con el objetivo de mantener el calentamiento global por debajo de los 2 °C, aspirando a limitarlo a 1,5 °C, en comparación con los niveles preindustriales (1850-1900). Un año después, en noviembre de 2016, el Acuerdo de París entró en vigor.
Desde entonces, ¿se logró avanzar en los objetivos? La respuesta es sí. Hace 10 años, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) ponían al planeta en una trayectoria de calentamiento de 3,6 °C para 2100. Las acciones que impulsó la firma del Acuerdo de París hicieron que esa proyección sea ahora de 2,7 °C.
En otras palabras, el calentamiento previsto para 2100 se ha reducido en casi un grado con las políticas actuales. Es más, podría reducirse a 1,9 °C si se cumplen plenamente todos los compromisos asumidos por los países, incluidas las promesas de cero emisiones netas.
“Este cambio refleja un aumento extraordinario en el despliegue de energías limpias, marcos políticos más sólidos y la incorporación del objetivo de cero emisiones netas como meta global común para combatir el cambio climático. Aún es necesario seguir avanzando, pero se han logrado progresos”, se destaca en el informe realizado por Energy & Climate Intelligence Unit (ECIU ).
¿Es suficiente? No lo es. La temperatura media del planeta ha aumentado 1,2 °C desde el período preindustrial, lo que nos acerca cada vez más al límite de 1,5 °C. Este límite es el que aún permite un futuro seguro y habitable, según el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).

El IPCC ha alertado consistentemente que las actuales políticas climáticas y los planes de mitigación no son suficientes para limitar el calentamiento a 1,5 °C. Es más, estas nos dirigen hacia un calentamiento de 2,7 °C (en el mejor de los casos) y 3 °C (si hay retrocesos). Es probable que se supere el límite de 1,5°C a principios de la década de 2030.
Para evitarlo es necesario reducir las emisiones de GEI en un 45% antes de 2030 y alcanzar las cero emisiones netas para 2050. Esto implica, entre otras cosas, una reducción drástica y la eventual eliminación del uso de combustibles fósiles.
Según IPCC, existen soluciones viables y costo-efectivas –particularmente en energías renovables, electrificación y eficiencia energética– para reducir las emisiones mundiales de GEI a la mitad para 2030.
En este sentido, el Acuerdo de París ya avanzó en este aspecto: el crecimiento de las energías renovables supera hoy en día a los combustibles fósiles en términos de inversión y empleo. La cuestión está en acelerar la transición energética.
Una década de sol
Para Christiana Figueres, arquitecta del Acuerdo de París y socia fundadora de Global Optimism, el tratado cumplió su propósito: “envió una señal política inequívoca que desencadenó una década de avances tecnológicos y económicos sin precedentes”.
Los números la respaldan. Actualmente, la inversión en energías renovables es el doble que en combustibles fósiles, alcanzando los 2,2 billones de dólares en 2025.
“La inversión en energía solar fotovoltaica superará a la de todas las demás formas de generación de energía juntas. Las cuatro grandes potencias energéticas (China, Estados Unidos, la Unión Europea e India) representan el 62% de la inversión energética mundial y aquí la tendencia es aún más fuerte, ya que la inversión en energía limpia supera a la inversión en combustibles fósiles en una proporción de 2,6 dólares por cada dólar, más del doble que en 2015”, detalló ECIU.
De hecho, las energías renovables suministran actualmente más del 90% de la nueva capacidad energética y, dentro de esta, cubren el 80% del crecimiento de la demanda eléctrica global. Es más, las energías renovables acaban de superar al carbón como la mayor fuente de generación eléctrica.
Según ECIU, en los 10 años anteriores a la firma del Acuerdo de París, la generación de energía a partir de combustibles fósiles satisfizo el 68% del crecimiento de la demanda mundial de electricidad. En el periodo 2015-2025, post París, la demanda mundial de electricidad ha crecido más rápido que nunca, pero las energías renovables han satisfecho el 67% de ese aumento.

Un análisis de Zero Carbon Analytics señala que las renovables aportan al menos una quinta parte de la electricidad en 20 países, algo que pocos anticipaban en 2015. A decir verdad, nueve países desplazaron al menos el 25% de su consumo eléctrico de combustibles fósiles hacia fuentes renovables.
Nadie lo esperaba, mucho menos las petroleras. En 2015, el informe Energy Outlook de BP proyectó que la cuota mundial de energía no fósil para la generación eléctrica pasaría modestamente del 32% en 2015 a 38% en 2035. En 2024, la generación no fósil ya representaba más del 41% del suministro eléctrico mundial, lo que supone un avance superior al previsto para 20 años.
De todas las fuentes renovables, la solar es la que más ha crecido en estos 10 años. Solo en 2024 se instalaron 553 GW de energía solar en todo el mundo, superando en más de 1500% las previsiones que tenía la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en 2015. La capacidad solar total es ahora cuatro veces superior a la prevista en 2015 y se duplica cada tres años.
Asimismo, las renovables se abarataron. La energía solar, por ejemplo, es 80% más barata que en el 2014.
“Hoy en día, las soluciones limpias son más baratas, más eficientes y más escalables de lo que nadie podría haber imaginado en 2015, y ese impulso hacia una nueva economía es ahora irreversible y está creciendo”, dijo Figueres, agregando que la economía climática ahora lidera la transición, incluso por encima de la política.
Con el auge de las renovables, también crecieron los empleos relacionados con estas energías, pasando de 8,5 millones en 2015 a 16,2 millones en 2023. Según ECIU, los empleos en el sector de las energías renovables (36,2 millones) superan ahora a los del sector del petróleo, el gas y el carbón y la fabricación de motores fósiles (32,1 millones).
También se presentaron oportunidades. Una matriz basada mayoritariamente en renovables permite electrificar el transporte con beneficios económicos inmediatos, sobre todo en aquellos países que dependen de la importación de combustibles fósiles como es el caso de Costa Rica.
“La implantación de los vehículos eléctricos está desplazando cada vez más el uso de combustibles fósiles: la cuota de mercado mundial de las nuevas ventas superó el 20% en 2024 y va camino de alcanzar el 40% en 2030, más de 10 años antes de lo previsto por la AIE en 2015, lo que ya evita una demanda de petróleo de alrededor de 1,8 millones de barriles al día”, se lee en el informe de ECIU.
De hecho, los vehículos eléctricos superaron las expectativas: en 2024, estos ya superaban en un 40% las previsiones de la AIE para 2015, y van en camino de superar en un 66% las previsiones para 2030. La meta de 100 millones de vehículos eléctricos en circulación para 2030 se alcanzará en 2027.

Estos esfuerzos de transición energética han propiciado que las emisiones mundiales de dióxido de carbono (CO₂) se encaminen a la estabilización. Desde 2015, las emisiones anuales de CO₂ (incluidas las derivadas del cambio en el uso del suelo) solo han aumentado un 1,2%, en comparación con el 18,4% de la década anterior al Acuerdo de París.
En el periodo 2005-2014, las emisiones mundiales de GEI aumentaron un 1,70% anual. Desde el Acuerdo de París (2015-2023), ese aumento anual se ha ralentizado hasta 0,32%, lo que supone una caída de cinco veces en la tasa de crecimiento.
“Diez años después de París, la dirección a seguir está clara: la transición hacia las energías limpias está más avanzada de lo que los analistas pronosticaron hace una década, y más avanzada de lo que muchos ciudadanos creen. El reto ahora es convertir este impulso de la economía real en un cambio estructural decisivo en la curva de emisiones mundiales, al tiempo que se amplían los flujos financieros y tecnológicos —especialmente para las economías en desarrollo— y se garantiza que las comunidades y las personas de todo el mundo perciban los beneficios”, destaca ECIU.
Una nueva gobernanza climática
Para la Iniciativa Deep Decarbonization Pathways (DDP), el mayor éxito del Acuerdo de París yace en su naturaleza universal y jurídicamente vinculante, logrando que todos los países (desarrollados y en desarrollo) se unan en un marco común para abordar la crisis climática.
La puesta en marcha del tratado ha enviado una señal inequívoca a los mercados globales de que el mundo se dirige hacia una economía de cero emisiones netas, catalizando un cambio en las decisiones de inversión y desarrollo.
Según DDP, el Acuerdo de París permitió establecer las bases para una transformación a largo plazo en los países y dio un impulso para acelerar la adopción de tecnologías bajas en carbono, a la vez que posibilitó identificar las prioridades de acción futura para acelerar las transiciones nacionales en la próxima década.
“El Acuerdo de París se diseñó como catalizador de la acción nacional y, 10 años después, podemos ver los resultados”, afirmó Henri Waisman, director de DDP. “Los países han comenzado a remodelar la gobernanza climática, a incorporar perspectivas a largo plazo en la elaboración de políticas y a acelerar el cambio tecnológico. Este progreso es significativo. Pero la lección de la última década es igualmente clara: si queremos alcanzarlos objetivos de París, la próxima década debe centrarse en intensificar los esfuerzos, abordar los retos sociales e industriales y garantizar que la ambición se traduzca de forma coherente en acciones eficaces”, agregó.
El Acuerdo de París también ha impulsado la acción de actores no estatales como ciudades, empresas e inversores. Campañas como Race to Zero demuestran cómo miles de entidades se han comprometido con objetivos de descarbonización alineados con el 1,5 °C.

Asimismo, el Acuerdo de París reconoce la doble necesidad de mitigación (reducción de emisiones) y la adaptación a los impactos del cambio climático. También reconoce explícitamente la importancia de los derechos humanos, la seguridad alimentaria, la igualdad de género y la situación de los pueblos indígenas al abordar el cambio climático, promoviendo un enfoque más justo e inclusivo en la acción climática.
“Diez años después, el Acuerdo de París ya ha transformado la economía mundial y ha puesto en marcha un cambio hacia la energía limpia que ningún país puede ignorar ahora. Esto abre nuevas posibilidades para el desarrollo, la seguridad energética y unas sociedades más prósperas y saludables. Hoy en día, la tarea consiste en proteger el espíritu de cooperación que hizo posible París, porque la mayoría de los países siguen queriendo avanzar y saben que el mundo es mejor gracias a ello”, comentó Laurence Tubiana, directora ejecutiva de la Fundación Europea del Clima.
Con el Acuerdo de París también creció la concientización. Actualmente, el 89% de la población mundial desea que se adopten medidas climáticas más rápidas y el 86% apoya las normas sociales favorables al clima, según una encuesta de la Potential Energy Coalition publicada en 2025. Esta misma encuesta muestra que los ciudadanos de todas las ideologías prefieren la energía limpia a los combustibles fósiles en una proporción de 2:1.
En el ámbito empresarial, la encuesta Powering Up de E3G reveló que el 97% de los ejecutivos apoya la transición a sistemas eléctricos basados en energías renovables.
“El colapso climático ya no es un riesgo lejano para las empresas, sino que ya está perturbando sus operaciones debido a fenómenos meteorológicos extremos como inundaciones y sequías. Las empresas con visión de futuro están tomando medidas para adaptarse y descarbonizarse tan rápidamente como lo permiten sus sectores. Aunque necesitamos más iniciativas de este tipo, la verdadera pregunta es si los gobiernos las apoyarán para que vayan más lejos y más rápido, con el fin de evitar perturbaciones aún más peligrosas”, comentó Fiona Duggan, directora senior de Sostenibilidad Global y Defensa del Clima de Unilever.
Ambición se estancó
Aunque se ha avanzado, la ambición se está estancando.
Según Climate Analytics, “todos los análisis previos a la COP30 muestran una gran brecha entre los compromisos actuales y el límite de temperatura de 1,5 °C del Acuerdo de París. No se trata de un fallo en el diseño del Acuerdo, sino de un fallo en la ambición colectiva para alcanzar sus objetivos”.
“En París, lo que marcó la diferencia fue un paquete de medidas ambiciosas. Esta gran ambición ha ayudado a orientar las políticas de los países y las expectativas del público. Diez años después, las políticas nacionales han mejorado y ahora se vislumbra el pico de emisiones globales antes de 2030. El gran problema es que el progreso se ha estancado en los últimos años, tanto en lo que respecta a los objetivos propuestos por los países como a las políticas aplicadas”, manifestó Bill Hare, director ejecutivo de Climate Analytics.
El informe de DDP también señala deficiencias que han ralentizado el progreso. Las estrategias de largo plazo a menudo permanecen desconectadas de decisiones concretas. La coordinación interministerial sigue siendo un reto. Las políticas tienden todavía a centrarse en los recortes inmediatos de emisiones, sin prestar suficiente atención a las acciones necesarias para garantizar reducciones más profundas en el camino hacia la carbono neutralidad.

Las preocupaciones sociales e industriales han limitado en ocasiones la ambición climática, destaca DDP. Estos problemas no son marginales: ilustran las verdaderas dificultades de pasar de la ambición a la acción.
“Vemos progresos reales en gobernanza y políticas, pero también brechas persistentes que no pueden ignorarse”, dijo Sébastien Treyer, director ejecutivo de IDDRI.
El estancamiento y ralentalización de la ambición también están relacionados al cabildeo proveniente de los combustibles fósiles.
“Aunque los países acordaron, en 2023, comenzar la transición para abandonar los combustibles fósiles, los países exportadores siguen luchando por aprobar nuevos proyectos de petróleo y gas que socavarán la capacidad del mundo para limitar el calentamiento a 1,5 °C y, si no se controlan, empujarán al mundo hacia un calentamiento de al menos 2,5 °C. Las luces de alarma están encendidas: las emisiones están lejos de la trayectoria de 1,5 °C”, señala Climate Analytics.
De hecho, una década después de aprobarse el Acuerdo de París, cuatro productores del Norte Global —Estados Unidos, Canadá, Australia y Noruega— han aumentado la producción de petróleo y gas en un 40%, lo que representa el 90% del aumento neto mundial desde 2015, según el informe de Oil Change International. El resto del mundo redujo la producción en un 2%.
Durante el mismo período, los países del Norte Global proporcionaron 280.000 millones de dólares en financiación climática basada en subvenciones, mientras que sus empresas petroleras y gasísticas obtuvieron 1,3 billones de dólares en beneficios. Este desequilibrio pone de relieve cómo la expansión de los combustibles fósiles socava la credibilidad y la equidad de la transición.
Sobre este último punto, más relacionado a la comunicación y las narrativas, InfluenceMap —mediante su plataforma COP— analizó los argumentos de las empresas fósiles y asociaciones industriales. En este se evidencia que el uso de narrativas a favor de los combustibles fósiles ha aumentado en un tercio, con más de 3.700 casos de mensajes a favor de estas fuentes de energía registrados en más de 200 empresas y asociaciones desde el 2024.
“En el último año, las narrativas que amplifican los temores sobre la asequibilidad y la seguridad energética han superado a los argumentos sobre el escepticismo respecto a las soluciones como narrativa principal de la industria de los combustibles fósiles, aprovechando el momento político para argumentar falsamente que los combustibles fósiles son una parte necesaria de la futura combinación energética”, detalló InfluenceMap.
Para Figueres, “la industria de los combustibles fósiles sabe que la nueva economía está en auge, que la nueva economía basada en tecnologías limpias es más barata y, en casi todos los mercados, ofrece un mejor rendimiento y puede construirse más rápidamente. Saben que ya no pueden competir”.

La industria de los combustibles fósiles necesita invertir constantemente capital en nuevos yacimientos petrolíferos, pero estos están disminuyendo a un ritmo del 67% anual. El 90% del capital se destina ahora a compensar ese declive natural.
“¿Entienden realmente que la continuidad de su negocio es mucho más corta de lo que habían previsto? Es muy probable. Saben que está surgiendo una nueva economía basada en tecnologías limpias, más baratas, con mejor rendimiento y que se puede construir más rápidamente”, dijo Figueres.
“La geopolítica de la energía está cambiando ahora bajo nuestros pies, nuevos proveedores de energía renovable y minerales críticos están entrando en esa esfera económica, mientras que las principales naciones productoras de combustibles fósiles se están diversificando y analizando su consumo nacional”, comentó Jennifer Morgan, exSecretaria de Estado de Alemania y enviada especial para la acción climática internacional.
Si bien el carbón, el gas y el petróleo siguen siendo el centro de su negocio, cada vez más las empresas de combustibles fósiles están invirtiendo en energías renovables.
Un análisis de 12 grandes petroleras europeas en 2022 mostró que, en promedio, el 7,3% de sus inversiones se destinó a la producción de energía renovable, mientras que el 92,7% se dirigió a continuar con el petróleo y el gas fósil. TotalEnergies y Eni, por ejemplo, destinaron alrededor del 12% de su presupuesto total a proyectos de energía renovable, mientras que en el caso de Shell fue alrededor de 9%. BP y Equinor dirigieron el 3% de su presupuesto a renovables. Solo Repsol invirtió un porcentaje mayor, un 18%.
Ahora bien, mientras pueda hacerlo, la industria seguirá aprovechando el recurso y generando réditos a partir de la producción de petróleo, carbón y gas fósil. El informe de Brecha de Producción 2025 indica que la producción conjunta planificada de carbón sería un 7% más alta y la de gas un 5% más alta de lo estimado en el pasado. Se prevé que 17 de los 20 principales productores analizados aumenten la producción de al menos un combustible fósil para 2030.
Los próximos 10 años
Si bien la década 2016-2025 se centró en la creación de marcos y estrategias a largo plazo, la siguiente fase del Acuerdo de París (2026-2035) debe enfocarse en la implementación, la inversión a gran escala y las transformaciones sectoriales profundas.

En este sentido, y según el informe de DDP, se espera que los países logren alinear completamente sus políticas de corto plazo (las NDC revisadas para 2030) con sus objetivos de cero emisiones netas a largo plazo (2050-2070). Esto requiere que las inversiones realizadas en esta década no creen “activos varados” (infraestructura fósil de larga duración).
Asimismo, la inversión en esta década debe enfocarse en la electrificación generalizada y el transporte limpio, así como en la transformación de los sistemas industriales y agrícolas, en lugar de continuar invirtiendo en la explotación de combustibles fósiles.
La próxima década requerirá una mayor cooperación internacional, especialmente a través de iniciativas como las Asociaciones para una Transición Energética Justa (JETP), para ayudar a las economías emergentes a abandonar los combustibles fósiles de manera equitativa y sostenible, gestionando el impacto social de la transición.
“A partir de 2026, la acción climática debe ser profunda y disruptiva para mantener el objetivo de 1,5 °C al alcance”, concluye DDP en su análisis.





