Finalmente sucedió: la Cumbre de Líderes sobre el Clima, el primer gran evento de la diplomacia climática internacional, llegó, pasó y poco nos dejó. Por ella desfilaron 40 Jefes de Estado, con una meta (se supone) en común: aumentar la ambición climática. Pero, se quedaron a mitad de camino.
Después de dos días de discursos y debates, aún seguimos muy muy lejos de poder contener el calentamiento global en 1,5°C, punto de inflexión para que los impactos climáticos se vuelvan realmente dramáticos (si hoy, con una suba de la temperatura media global de 1,1°C, los efectos parecen golpearnos por todos lados, imagínense con 0,4°C más).
Así como estamos, vamos en camino a 3°C: una verdadera catástrofe.
Estados Unidos is back
Como anfitrión de la Cumbre, y habiendo recientemente reingresado al Acuerdo de París, mucho se esperaba de los Estados Unidos. Y cumplió, pero a medias.
Lo más saliente de su rol es la labor que viene haciendo John Kerry, enviado Presidencial Especial de este país para el Clima. Fue gracias a su gestión, por ejemplo, que China participó del evento.
Sumado a ello, los Estados Unidos presentó su nuevo compromiso climático: recortar en 50-52% la contaminación neta por gases de efecto invernadero (GEI, causantes del cambio climático) en toda su economía para 2030 en base a los niveles de 2005. La meta es considerada “políticamente viable” y representa un gran avance respecto del plan anterior, presentado por el gobierno de Barack Obama. Sin embargo, no es suficiente.
Para cumplir la cuota que le corresponde por su responsabilidad histórica (por ser uno de los principales emisores de todos los tiempos y seguir siéndolo hoy), el país debería limitar sus emisiones entre 60% y 80%, según diversos análisis. Por otra parte, y esto también es parte de su responsabilidad histórica, no hubo anuncios de que aportará financiación para que los países no desarrollados o en vías de hacerlo puedan mitigar y adaptarse al cambio climático.
China, ¿está?
“Controlaremos estrictamente los proyectos de generación de energía con carbón. Limitaremos estrictamente el aumento del consumo de carbón durante el 14º Plan Quinquenal y lo reduciremos gradualmente en el 15º”, dijo el presidente Xi Jinping. No citó números ni plazos, más allá de los marcados por los Planes Quinquenales: el 14° corre de 2021 a 2025. Es decir, para ver una reducción real en China —primer emisor mundial de GEI—, hay que esperar a 2026-2030. Ambición: baja; esperanza: poca.
Un dato que vale la pena resaltar aquí: el consumo de carbón de China alcanzó su pico máximo en 2013. Desde entonces, ha repuntado un poco, pero nunca (hasta ahora) volvió a ese nivel. La pregunta es si el aumento que el país tiene previsto se mantendrá o no debajo de ese nivel.
Xi presentó una vaga promesa de que eliminará la exportación de tecnología que usa a carbón, aunque tampoco fue terminante. De todos modos, China ya le avisó a Bangladesh que no invertirá más en plantas que usan este combustible, el más contaminante de todo. Esa es una señal alentadora.
Recordemos también que, en septiembre de 2020, Xi Jinping comprometió a su país a la carbono neutralidad para 2060. Las políticas tendientes a alcanzar ese objetivo son aún escasas, por no decir nulas.
El Viejo Continente sigue en carrera
La Unión Europea no intervino como tal en la Cumbre de Líderes, pero sí lo hicieron sus principales referentes (entre ellos, el francés Emmanuel Macron y la alemana Angela Merkel, que dijo que recién su país va a dejar de usar carbón en 2038: ese es el lado flaco de sus planes, aunque genere mucha energía renovable). De más está decir, si bien hubo menciones al financiamiento para las naciones que lo necesitan, ninguno abrió la billetera. Lo mismo puede decirse del británico Boris Johnson.
La noticia más significativa proveniente del bloque se produjo un día antes de la Cumbre, cuando su Consejo y Parlamento acordaron fijarse (y convertir en ley) el objetivo colectivo de reducir la emisión neta de GEI en “al menos el 55%” para 2030 comparado con los niveles de 1990 y alcanzar la carbono neutralidad para 2050.
El Reino Unido también hizo lo propio y publicó, el martes, su nueva meta climática: una disminución en sus emisiones del 78% para 2035 respecto de los niveles de 1990. Esto incluye, por primera vez, a la aviación y el transporte marítimo. Y lo convierte, según la línea de base que se tome, en el objetivo climático más ambicioso de las economías desarrolladas.
No es menor la encrucijada en la que se encuentra en este país. Como epicentro de la Revolución Industrial, su responsabilidad histórica en el cambio climático es máxima. Hoy, la proporción de sus emisiones no alcanza a la de los Estados Unidos o China, pero sí se ubica en el top 20.
Por otra parte, dada la poca solidaridad que el país demostró en la distribución de vacunas contra el COVID-19, es mucho todavía lo que debe hacer para lograr una reputación de líder positivo y laborioso en mitigar la inequidad climática mundial.
Brasil y Argentina
Quien dio la nota, para no perder la costumbre, fue el presidente brasileño Jair Bolsonaro. Se equivocó al leer, prometió una meta menos ambiciosa para 2030 y una vaguedad para 2050, esto es, una neutralidad climática que su país nunca adoptó formalmente.
Fuera de eso, no hizo más que repetirse a sí mismo. Afirmó que Brasil reducirá sus emisiones en 37% para 2025 y en 43% para 2030 (meta que existe desde 2015), y que frenará la deforestación ilegal para 2030 (otro compromiso vigente desde 2015)
Como muchos de sus pares, Bolsonaro aprovechó para reclamar financiamiento internacional. En su caso, sin embargo, la intención es cobrar por los servicios ecosistémicos de la Amazonía, sin admitir que es él mismo quien la está destruyendo. “Los servicios ambientales que generan nuestros biomas al mundo deben ser remunerados”, dijo.
El presidente argentino Alberto Fernández también fue de la partida. El mandatario prometió una vaga reducción del 2% de las metas que ya había presentado a finales de 2020, afirmando que esto ubica al país en línea con un mundo de 1,5°C y la carbono neutralidad para 2050 (a lo que suscribió en diciembre pasado). Argentina propone, ahora, llegar a 2030 con emisiones no superiores a 349 MtCO2 (antes: 358). Pero, para estar verdaderamente en línea con un calentamiento de 1,5°C, debería emitir sólo 205 MtCO2 al final de esta década.
Fernández también anunció que se aumentará la participación de las fuentes renovables en la matriz eléctrica a 30% para 2030. Un objetivo dudoso, ya que el país está atrasado en el cumplimiento de su Ley de Renovables. Según esta, en 2018, la participación debería haber sido de 8% con vías de ampliarse a 20% para 2025. La primera meta se cumplió recién el año pasado, con un promedio de 9,5%. Para la segunda, está lejos.
Y, desde su asunción, el Presidente no ha hecho ningún movimiento en favor del desarrollo de las renovables (en cambio, sí ha otorgado múltiples beneficios y millonarios subsidios a los combustibles fósiles). De hecho, le rebajó a las energías renovables la categoría dentro de la nomenclatura del estado, lo que puede parecer poca cosa, pero no lo eso. Como dentro de la cartera de Economía, renovables es una mera “dirección”, no tiene estatus político o económico para despegar.
Otro de los anuncios que llamó la atención fue que la Argentina se convertirá en un gran productor y exportador de hidrógeno, un plan para el que ni siquiera cuenta con un borrador. Y que hará de la deforestación ilegal un delito.
Respecto de lo último, hay que advertir: la tipificación de crimen se incluiría entre las modificaciones a la Ley de Bosques que su Gobierno viene gestionando. Pero, abrir esta ley (impecable en su texto, un fracaso —por decisión política— en implementación y financiación) es un proceso largo (y potencialmente dañino) que no responde a la situación de emergencia forestal en que se encuentra la Argentina; no frena la deforestación en su conjunto (¿qué sería legal y qué ilegal en este caso?); y hace oídos sordos al reclamo de la sociedad civil de crear dentro del Código Penal la figura de “crimen ambiental” y así imponer esa carátula a todos los crímenes contra el ambiente, se efectúen estos en los bosques o fuera de ellos.
Unas líneas más
El Primer Ministro indio, Narendra Modi, ofreció muy poco durante la Cumbre: solo la asociación con los Estados Unidos en la Agenda 2030 de Energía Limpia ofrece potencial. Algo similar puede decirse de Indonesia, que sólo aportó un vago compromiso de cero emisiones netas a 2050 *si* se consigue más apoyo financiero.
Quienes sí llegaron con renovados compromisos hacia 2030 fueron Japón y Canadá. El primero reducirá sus emisiones en 46-50% sobre los niveles de 2013. El segundo, las limitará en 40-45% respecto de 2005. En ambos casos, se trata de pasos importantes en la dirección correcta, pero insuficientes para alinearse con 1,5°C. Para que ello sea posible, la meta debería ser del 60% o superior.
Corea del Sur, a su vez, no presentó nuevos planes climáticos (lo hará para la COP26), pero sí hizo un anuncio importante: no financiará más al carbón en el extranjero. Un dato para entender la magnitud de esta decisión: en 2019, este país fue el tercer mayor inversor público en proyectos de centrales eléctricas de carbón en el extranjero entre los países del G20.
Columna escrita por Pilar Assefh de Periodistas por el Planeta, reproducida bajo licencia Creative Commons gracias a la alianza entre medios de comunicación.