La lluvia que hace caudaloso al río Paraná —que corre a través de Brasil, Paraguay y Argentina a lo largo de unos 4.880 kilómetros— o exuberante a la selva misionera (en la provincia de Misiones, Argentina) es producto de un fenómeno único: los ríos voladores de la Amazonía.
Se trata de una combinación físico química mágica, que se produce entre la fragancia de las flores y la evapotranspiración de las hojas de los árboles, que se combinan en la atmósfera. De esta forma nacen las nubes que los vientos alisios empujan hacia la cordillera de los Andes.
Esa gran pared de roca, luego, reorienta nuevamente los vientos y los encamina en nuestra dirección. Es así que esas nubes, que se formaron a miles de kilómetros en la selva Amazónica, se transforman en nuestras lluvias de invierno.
Pero, cuando cortan la Amazonía, cuando reducen a cenizas áreas de este ecosistema, cuando avanzan con topadoras para reconvertir sus suelos a actividades agropecuarias, no solo desaparece una diversidad biológica única, sino también nuestras lluvias.
El fenómeno de los ríos voladores no se produce en las sabanas. Necesita de toda la flora y de toda la fauna para existir. Por eso, lo que sucede en la Amazonía afecta a todo América del Sur, se viva cerca o no tan cerca de ella.
Estos son los pasos, uno a uno:
- El calor ecuatorial evapora el océano.
- Las nubes avanzan intercambiando humedad con la selva.
- Las lluvias chocan con los Andes y los vientos alisios forman ríos voladores.
- Las lluvias se extienden por el continente.
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