En contrapartida a la abundancia de “soluciones ingenieriles”, que en muchos casos aumentan los problemas de la convivencia entre humanos y el resto de los seres vivos, hay cada vez más ideas que reivindican la naturaleza, que tiene una ventaja de ensayo y error de miles de millones de años.

Por Martín De Ambrosio

En la naturaleza podría estar la solución para algunos problemas derivados de olvidar que el ser humano es también naturaleza, parte de ella, y que negar este hecho provoca una serie de desajustes para seres adaptados al planeta Tierra y al resto de lo vivo. ¿Algunos de ellos? Islas de cementos que generan olas de calor que empeoran con el cambio climático, el propio calentamiento global, la pérdida de biodiversidad y las inundaciones de costas marinas y de ríos, entre otros.

En síntesis: problemas humanos, soluciones provistas por la naturaleza no humana.

Más allá de los trabalenguas, lo cierto es que en los últimos años se ha desarrollado una corriente para dar respuesta, incluso dentro de los mismos centros urbanos, a estos asuntos. La idea es activar las “soluciones basadas en la naturaleza” (SBN), sobre todo en detrimento de la corriente contraria, también fuerte, de aumentar la ingeniería, muros más altos y más canalizaciones para las aguas, clonación para los animales extintos o en peligro de, hasta mega-sombrillas para la radiación solar o usar la inteligencia artificial que orgullosamente se olvida de la naturaleza desde su mismo nombre.

Hay que analizar cómo funciona cada especie en cada lugar. (Foto: Gentileza E.Pero)

Suele convenir empezar por las definiciones, así que ahí vamos. Soluciones basadas en la naturaleza (SBN) son las “acciones para proteger, conservar, restaurar, utilizar de manera sostenible y gestionar los ecosistemas terrestres, de agua dulce, costeros y marinos naturales o modificados, que aborden los desafíos sociales, económicos y ambientales de manera eficaz y adaptativa, al tiempo que brindan bienestar humano, servicios ecosistémicos y resiliencia y beneficios para la biodiversidad”, según la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente de 2022. 

Durante esa misma reunión, se situó a la naturaleza en el centro de la recuperación económica mundial post-pandémica y se hizo un llamamiento a los Estados para que apoyen la implementación de las SBN “en asociación con las comunidades locales, las mujeres y los jóvenes, así como con los pueblos indígenas”.

“Uno de los retos de las SBN es tener claro de quién es y cuál es el problema del que estamos hablando, y qué se necesita para desarrollar la solución. Por ejemplo, los árboles y los bosques pueden ayudar a mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero de otro sector. O pueden contribuir a la adaptación, por ejemplo, ayudando a la gestión del agua, como protección contra las inundaciones o contra la erosión en las cuencas hidrográficas”, dice Vincent Gitz, director para América Latina del Centro para la Investigación Forestal Internacional y Centro Internacional de Investigación Agroforestal (CIFOR-ICRAF). 

Para él, “aunque el punto de partida de una SBN puede ser un problema específico (por ejemplo, la gestión de las olas de calor en las ciudades como problema, y la plantación de árboles y la ecologización de las ciudades), lo que hace que una SBN sea interesante en comparación con otra solución artificial o tecnológica son los beneficios colaterales”.

Ejemplos y resistencias

Después de los conceptos, los ejemplos, de los que existen numerosos de investigación y desarrollo en todo el planeta. Edgardo Pero es un doctor en biología argentino -del Centro de Investigación y Transferencia del Conicet y la Universidad Nacional de Rafaela- que está abocado a la restauración de ecosistemas degradados o destruidos. “Es algo que parece simple, pero es amplio y hay estrategias y discusiones acerca de cómo y qué restaurar”, dice. 

Ahí es que aparecen las SBN, en concreto con el uso de la vegetación ribereña para contener ríos y arroyos, antes de que aneguen campos y ciudades, y como mecanismo de regulación de la erosión. Lo hizo primero en la provincia de Tucumán (en el norte de Argentina) y luego en Rafaela, Santa Fe, al medir cuánto se reduce la erosión por el uso de plantas colocadas exprofeso. Es un asunto que se discute con ingenieros que deforestaban hasta el margen del río y ponían desvíos con alambrados, “estrategias que sospechamos que agravan el problema y no son naturales”, agrega Pero, lo que afecta la producción tucumana. 

El contexto es todo. “Especies exitosas para un lugar, no son para otros. Hay que seleccionar para simplificar: hay una llanura de inundación, con suelo arenoso, donde el sauce anda bien, y otro sitio, con terrazas fluviales, donde tenés otro tipo de suelo, más desgastado por la agricultura, y sin napa freática. Ahí hay otras especies que pueden funcionar. Así es que vamos puliendo el protocolo”, agrega Pero. 

La convicción es que las zonas degradadas pueden recuperarse. (Foto: Gentileza E.Pero)

En Santa Fe, la discusión es similar, pero en contexto urbano. “Tenemos que lidiar con los cursos de agua que atraviesan la ciudad: la estrategia de los ingenieros es entubar los arroyos, cerrarlos con hormigón y paredón de cemento. Nosotros, en cambio, tratamos de consensuar en sitios experimentales para ver cómo reacciona con lagunas de retardo y recuperación de la vegetación”, dice y añade que al mismo tiempo evalúan la calidad del agua en términos químicos y biológicos.

No es el único sitio urbano argentino que se estudia. En Mar del Plata, un grupo del Conicet en el Instituto del Hábitat y del Ambiente de la Universidad Nacional de Mar del Plata, se dedica a sopesar la infraestructura verde de la principal ciudad costera argentina. “Así como las otras infraestructuras, las grises, dan gas y electricidad, conviene pensar los espacios verdes para tenerlos en cuenta al mismo nivel en la planificación”, dice Clara Karis, miembro del equipo que hace trabajos de diagnóstico en la zona. 

“Son servicios ecosistémicos urbanos, con beneficios de la regulación o mantenimiento del clima, amortiguación de inundación, de aprovisionamiento, como por ejemplo la producción de alimento y agua; y otros servicios culturales no materiales que impactan como recreación y salud ambiental”, explicó. 

No sólo en Argentina hay ejemplos, por supuesto. Una de las principales expertas a nivel mundial del tema es Marta Vicarelli, profesora de economía y políticas públicas en la Universidad de Massachusetts Amherst (en Estados Unidos), que publica estudios y trabaja en campo a la vez, con la idea de generar “iniciativas impulsadas por la comunidad centradas en restaurar y proteger los ecosistemas locales para reducir el riesgo de desastres y promover medios de vida sostenibles”, según contó. 

Uno de ellos fue el proyecto de restauración de ecosistemas en Haití, destinado a reducir el riesgo de inundaciones y deslizamientos de tierra en zonas gravemente deforestadas por la producción de carbón y la mala infraestructura de drenaje (ver - Haiti: Upscaling community resilience through Ecosystem-based Disaster Risk Reduction (Eco-DRR)). 

“Como parte de este proyecto, los residentes locales están a cargo de los viveros de plantas y las actividades de reforestación. El componente de restauración de ecosistemas se complementó con un enfoque integrado de gestión de riesgos que incluía programas educativos en las escuelas y capacitación de agricultores y propietarios de tierras locales sobre prevención de la erosión y respuesta a los peligros”, explica Vicarelli.

Gitz, por su parte, cuenta los proyectos en los que estuvo involucrada su organización: “En CIFOR-ICRAF hemos trabajado para impulsar la agroforestería del cacao y la palma aceitera en el noreste del estado de Pará, en Brasil. El cacao de sombra es cada vez más vulnerable al cambio climático y a las sequías. Los árboles de cacao tienen más posibilidades de sobrevivir a una sequía cuando crecen a la sombra de palmas aceiteras. También almacenan más carbono por hectárea. Se trata de sistemas más complejos que necesitan inversiones iniciales que pueden ser proporcionadas (si están bien diseñadas) por la financiación del carbono”. 

Manglares y árboles en lugares de vallas de cemento, parece un buen negocio.

Medición de parámetros físico químicos como conductividad eléctrica,una medida indirecta de salinidad y temperatura. (Foto: Gentileza E.Pero)

Participación y rendimiento

Si bien, como sostiene Gitz, las SBN se originaron para mitigar y adaptarse al cambio climático, luego se vio que podían extenderse como solución a otros problemas y retos ambientales, sociales y económicos. Pero siempre con la participación de sectores claves de la sociedad, con una participación lo más amplia posible. “No pueden ser iniciativas de arriba hacia abajo, sino que requieren un enfoque participativo e inclusivo”, señala Vicarelli, “multisectorial y transjurisdiccional”. 

“Para ser efectivas, deben implementarse siempre en asociación con las poblaciones locales, teniendo en cuenta los derechos locales, incluidos los derechos de los pueblos indígenas. Los actores locales deben asumir la propiedad de las iniciativas de SBN. No hay conservación ambiental sin la gente. Las iniciativas de arriba hacia abajo están condenadas al fracaso”, abunda. 

Así estaban en mayo de 2024 los sauces plantados en octubre de 2022. (Foto: Gentileza E.Pero)

La misma Vicarelli mostró en un artículo científico, publicado en 2024 en la revista Science of The Total Environment, que las SBN son efectivas para mitigar riesgos de desastres, desde inundaciones a huracanes, aludes y olas de calor, tras una revisión de 20.000 trabajos sobre el tema, con manglares, bosques y ecosistemas costeros entre las mejores. 

“A diferencia de las soluciones basadas en ingeniería, las SBN tienen costos de mantenimiento mínimos o inexistentes. El costo principal es el de la implementación inicial y se financia principalmente por el sector público”, dice ella. 

Está visto: parte de las soluciones basadas en la naturaleza, en definitiva, tienen que ver con evitar (una parte de) la naturaleza humana. Y es un tema en crecimiento

La naturaleza es la respuesta, parece, a todas las preguntas.

Este artículo es parte de COMUNIDAD PLANETA, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina, del que Ojo al Clima forma parte.  

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