- En los años 60, para atender una emergencia causada por deslizamientos, se decidió sembrar ciprés, eucalipto y pino, todas especies exóticas, en el sector Prusia del Parque Nacional Volcán Irazú. Ahora, el bosque sufre las consecuencias de albergar árboles que no le son propios.
En diciembre de 1963, la provincia de Cartago quedó incomunicada por una fuerte tormenta que causó inundaciones, avalanchas y deslizamientos. Pero lo cierto es que la tormenta fue la última de una serie de eventos desafortunados, que iniciaron cuando el volcán Irazú hizo erupción en marzo.
La ceniza volcánica saturó gran parte del bosque Prusia, un ecosistema al suroeste del cráter, generando acumulación de materiales, inestabilidad en los suelos y represamientos de ceniza. Meses más tarde, en diciembre, una fuerte tormenta provocó que los represamientos, que funcionaban como un tapón, se rompieran. La ceniza y otros materiales volcánicos escurrieron desde Prusia hasta el río Reventado, donde el cauce tomó fuerza y sorprendió a los pueblos aledaños —entre ellos a la comunidad de Taras— con inundaciones y avalanchas.
Era necesario estabilizar el terreno para detener los deslizamientos. Por ello, el Gobierno de entonces y los Seabees —un grupo armado de Estados Unidos que prestó ayuda— decidieron intervenir el ecosistema, sembrando especies exóticas de rápido crecimiento que estaban disponibles en el momento: pino (Pinus), ciprés (Cupressus) y eucalipto (Eucalyptus).
Lo que quizá no imaginaron es que esas buenas intenciones, con los años, vendrían a comprometer la dinámica ecológica del bosque, dejándolo vulnerable ante una amenaza más grande: el cambio climático.
El bosque encantado está en peligro
Esos árboles exóticos hacen de Prusia —un sector del Parque Nacional Volcán Irazú— uno de los atractivos turísticos de Cartago. No es para menos: con poner un pie en la entrada, ya se percibe una frescura y un olor característico de este tipo de especies. Además, su sendero de 16 kilómetros se reviste de flores amarillas y conduce hasta el inquilino más famoso del lugar: el “árbol embrujado”.
Al año, según datos del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (Sinac), más de 110.000 personas visitan el parque nacional (entre ellos, muchos costarricenses), lo cual dinamiza la economía de las comunidades aledañas.
El bosque abarca 600 hectáreas. De estas, el 66% están cubiertas por especies introducidas en los años 60, explica Horacio Herrera, guardaparques en este sitio desde hace 13 años, mientras señala los gigantescos árboles de eucalipto, algunos ya en el suelo.
Aunque cumplieron con el objetivo de estabilizar el terreno, estos árboles están muriendo —y desplomándose— como parte de su ciclo natural. El tema es que no suelen hacerlo uno por uno, sino que caen cinco o seis al mismo tiempo, poniendo en riesgo a funcionarios y visitantes.
“Son monstruos enormes de más de 50 metros de altura y hasta dos metros de diámetro. Son árboles demasiado grandes que están cayendo, las ramas son tan grandes que son como árboles en sí mismo allá arriba. Lo que pasa es que la mayor área plantada en la zona tiene eucalipto”, comenta Mario Quesada, ingeniero forestal que estudió Prusia.
Sumado a ello, estos árboles no aportan a la dinámica del ecosistema, sino que la amenazan. De hecho, según Quesada, las especies exóticas —al crecer tan rápido— colonizan el espacio y compiten por recursos como luz, agua y nutrientes con las especies nativas, las cuales crecen a su ritmo, especialmente, por estar en una zona alta y fría.
Y esto pone a todo el ecosistema del parque nacional en peligro, ya que las especies exóticas pueden llegar a invadir el bosque original, generando una “competencia desleal”. “Si tuviéramos solamente una plantación y esta estuviera completamente aislada de otros ecosistemas, no habría tanto problema, porque hay un manejo en el sitio y los árboles no van a salir de ahí. El problema con estas especies es que las semillas empiezan a trasladarse al bosque original o a los remanentes de bosque nativo que aún existen”, explica el ingeniero forestal.
El ecosistema nativo de Prusia está conformado por especies como el roble (Quercus robur), el aguacatillo (Persea schiedeana), el jaúl (Alnus acuminata) y arbustos de hojas gruesas. Lo que está pasando es que las fístulas de pino y la hojilla del ciprés acidifican los suelos y no permiten que las especies nativas nazcan, por lo que no hay regeneración natural. “No dejan que otras especies ingresen porque es muy agresivo”, agrega Quesada.
El grado de erosión también es considerable. Herrera explica que estas plantas consumen mucha agua y, en algunas partes, esta no se infiltra en el suelo.
Asimismo, este bosque es una bomba de tiempo para los incendios forestales, ya que las hojas se acumulan y no se descomponen a la velocidad que deberían. Así lo describe Quesada: “hay una gran cantidad de materia orgánica acumulada, bastaría un chispazo para iniciar un incendio demencial. Esto debido a la cantidad de años de acumulación de materia que funciona como combustible. Si un incendio llegara a ocurrir, no se podría parar fácilmente”.
La presencia de especies exóticas, además, ha sido un reto para los animales. Este tipo de árboles no favorece la estadía de la fauna local, sino que se convierte en un lugar de tránsito, porque los animales no hallan allí los frutos que encontrarán en el bosque natural, explica Luis Acosta, ingeniero forestal del Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC).
Y esto adquiere mayor relevancia cuando se toma en cuenta la carrera que enfrentan los bosques ante el cambio climático.
El cambio climático pisa los talones
Al ser de una zona alta —a más de 2.500 metros sobre el nivel del mar, con una temperatura media anual de 14°C—, Prusia representaría una opción para aquellas especies que han visto su hábitat reducido a causa del incremento de la temperatura y, por tanto, no tienen lugares más altos dónde ir. Pero, debido a la introducción de especies ajenas al entorno, este bosque pudiera no estar cumpliendo con el cometido.
Quesada menciona que una de las estrategias de las especies, ante el aumento de la temperatura, es subir a zonas más frías. Pero, cuando se trata de árboles de montaña, estos ya están a una altitud máxima.
Además, a pesar de que los árboles pueden adaptarse en contextos normales de cambio de temperatura, el incremento tan rápido de la misma pone en jaque sus capacidades. “Si las plantas y los árboles estuvieran en un contexto natural, tendrían su forma de modificar la semilla, el tamaño, la forma de las hojas y los estomas para que respiren mejor; pero el aumento de la temperatura es tan rápido que las especies no se van a poder adaptar”, señala Quesada.
De hecho, y según concluyó una investigación del TEC sobre el impacto del cambio climático en el Parque Nacional Volcán Irazú, cuatro especies podrían estar al borde de la extinción al 2070, al perder casi un 99% de su población. Estas plantas son: halenia (Halenia rhyacophila), papa de montaña (Solanum longiconicum), bromelias (Werauhia ororiensis) y Archibaccharis irazuensis.
El estudio también plantea que las zonas más susceptibles al cambio climático son Prusia y al norte de los cráteres principales, por ser lugares con grandes pendientes y de difícil acceso. A su vez, el bosque está rodeado de fincas agrícolas y ganaderas, lo que representa una barrera y limita las posibilidades de adaptación.
Asimismo, la presencia de animales de zonas no tan altas ha llamado la atención de quienes trabajan ahí. Herrera relata que antes no se veían abejas o avispas y ahora sí, y que una vez hasta llegaron a encontrar una culebra. “Son especies que no deberían estar aquí. Creemos que, por el cambio climático, se han estado desplazando hacia arriba”, dice.
Urgencia
Desde 2013, investigadores de la Escuela de Ingeniería Forestal del TEC, en conjunto con funcionarios del Sinac, se preguntaron qué se podía hacer con el bosque. Fue así como, en 2017, nació formalmente el Plan piloto de rehabilitación ecológica del sector Prusia del Parque Nacional Volcán Irazú.
El proyecto tenía como objetivo cosechar los árboles maduros de especies exóticas en tres parcelas de 60 metros cuadrados y sustituirlos por especies propias de la región. De esta manera, entenderían cómo se comportan los árboles para, eventualmente y con suficientes insumos científicos, crear un plan de manejo con fines de restauración. Esto en miras de reconvertir este bosque en un ecosistema nativo, explica Arnulfo Díaz, funcionario de la subregión de Cartago por parte del Sinac, quien ha estado involucrado en el proceso.
Sin embargo, para hacerlo posible, había que cortar árboles y encontrar qué hacer con la madera. En Costa Rica, esto no es tarea fácil, ya que el bosque es patrimonio natural del Estado, tal y como indica la Ley Forestal (N°7575).
En su artículo 18, esta ley establece que, en estos sectores, se podrán realizar o autorizar labores de investigación, capacitación y ecoturismo, una vez sean aprobadas por el ministro del Ambiente y Energía (Minae). Es ahí donde el plan piloto de restauración chocó contra la pared, comenta Díaz.
Si bien la ley autoriza la investigación, no permite el aprovechamiento de la madera. El proyecto necesitaba cortar árboles y sacar la madera (propiedad del Estado) para abrir paso a la plantación de especies nativas. Por esta razón, la iniciativa se vio inmersa en una serie de trámites administrativos y legales que no permitieron continuar con el plan.
Cuando se consultó sobre el tema a asesoría legal del Minae —menciona Díaz— la respuesta que dieron es que las únicas actividades que se permiten en el lugar son las indicadas en el artículo 18 de la Ley Forestal.
Tanto Verónica Villalobos, ingeniera forestal del TEC, como sus colegas Quesada y Acosta concuerdan en que urge una intervención en Prusia. “Desde el punto de vista forestal, ya esos árboles (exóticos) no deberían de estar ahí. Deberían ser procesados y comercializados, pero están dentro de un área protegida y no se pueden tocar”, advierte Quesada.
Alvaro Sagot, abogado ambientalista y profesor de la Universidad de Costa Rica, señala que —aparte de la figura de patrimonio natural del Estado— el país cuenta con normas de rango constitucional y convenios internacionales que hacen “prácticamente imposible, ilegal, inconstitucional e inconvencional venir a cambiar los árboles, aunque se esté generando ese perjuicio”.
Entonces, ¿qué se puede hacer a nivel legal? Para Sagot, podría crearse una ley con bases científicas que permita realizar una intervención en un área específica del parque nacional. Sin embargo, este tipo de iniciativa podría ser catalogada como “regresiva” por algunos sectores, ya que el fin de los parques nacionales es la protección de los ecosistemas. Asimismo, correría el riesgo de chocar con otras normas constitucionales e internacionales.
El especialista considera que la crisis climática exige que se reconsideren, adapten y creen nuevas normas, siempre basadas en evidencia científica, y así procurar reducir sus efectos. Pero esto requiere de tiempo y un cambio de mentalidad por parte de quienes toman decisiones. Es también un tema de cuidado.
“Sería preocupante que lo que se presente como un proyecto de ley pudiera llegar a ser deformado por parte de algunos diputados, intereses empresariales y económicos. Por eso es un tema muy delicado, pero enrumbarse hacia la adaptación a la crisis climática es algo que la Asamblea Legislativa tiene que hacer”, reflexiona Sagot.
“A puras uñas y dientes”
A pesar de las trabas legales, el plan piloto dejó hallazgos importantes que abrieron puertas a otros proyectos más pequeños que sí son realizables. Es así como quienes estaban involucrados en el rescate de Prusia no se quedaron de brazos cruzados.
En 2020, el TEC y el Sinac volvieron a sumar fuerzas para iniciar la restauración de un potrero de media hectárea, aledaño a Prusia, donde se plantan especies nativas. Actualmente, hay 126 árboles de roble, jaúl y ciertas lauráceas como aguacatillos, fucsia y tucuico, cuya función es amarrar el suelo, así como ser fuente de alimento y refugio para los animales. De esta forma, se espera devolver el balance ecológico a la zona.
A prueba y error, se colocó un vivero cerca de la entrada principal, con el propósito de que las plantas se adapten a las condiciones del lugar y no mueran al crecer o ser trasladadas a los sitios de siembra.
“El compromiso y la voluntad están, pero nos ha costado muchísimo porque no tenemos presupuesto, no tenemos personal suficiente. Hemos tenido limitaciones muy grandes en el vivero, pero —como decía un compañero— a puras uñas y dientes hemos reproducido los árboles que hemos ido plantando”, relata Villalobos.
Otras de las dificultades es que la media hectárea de plantación limita con fincas agrícolas y ganaderas. En ocasiones, relata Villalobos, se encuentran ganado dentro del sitio que está siendo restaurado. De todos modos, lograron la segunda siembra con un 95% de supervivencia de los árboles. “Por fin vemos los frutos positivos y, si bien es un área pequeña, será media hectárea más de bosque natural en algunos años”, expresa y agrega que esperan poder hacer lo mismo en otras zonas de Prusia.
Todas las personas involucradas en el proceso hacen lo que está en sus manos para rescatar el bosque y siguen al tanto de las posibilidades que puedan abrirse para intervenir el resto del sector. Aunque las especies exóticas siguen madurando y el cambio climático pisa cada vez más los talones, no pierden la esperanza de que Prusia vuelva a ser el bosque que siempre debió ser.
Este artículo es parte de Comunidad Planeta, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina, del que Ojo al Clima forma parte.