En el Parque Nacional Santa Rosa (PNSR) -creado en 1971- se encuentran caballos que actúan como aliados de la restauración, según un estudio realizado por Brayan Morera como parte de su tesis para optar por la Maestría en Conservación y Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional (UNA).

El uso de caballos en el Área de Conservación Guanacaste (ACG), a la que pertenece Santa Rosa, ha contribuido a la restauración del bosque seco. La recuperación de estos bosques contribuye a la fijación de dióxido de carbono y a la regulación del clima.

“El ACG es un ejemplo exitoso de restauración ecológica a nivel global y, por lo tanto, de mitigación y adaptación al cambio climático”, mencionó Morera, quien advirtió que este caso específico no indica que el uso de caballos sea exitoso para restaurar cualquier sitio.

Presencia equina

Antes de ser área silvestre protegida, Santa Rosa era una hacienda ganadera con una historia de 350 años. De acuerdo con Róger Blanco, encargado de investigación del ACG, los primeros guardaparques fueron sabaneros, precisamente porque su primera función fue expulsar una gran cantidad de ganado que había quedado en el lugar.

En la Hacienda Santa Rosa, cuando se dedicaba a la ganadería, el manejo de los pastos consistía en regar semilla de jaragua (Hyparrhenia rufa) -pasto africano introducido en Costa Rica desde 1920- y el uso de fuego para renovarlo.

Con el retiro del ganado, este pasto crecía sin control alguno y estaba compitiendo con plantas nativas. Además, funcionaba como principal combustible para los incendios, lo cual afectaba directamente la regeneración del bosque seco.

Con el fin de contribuir a la restauración del bosque seco se introdujeron caballos. Estos ayudaban a controlar el pasto jaragua, con lo cual se reducía el combustible para los incendios, pero también ayudaban a la dispersión de semillas.

Según Blanco, principalmente en los años 80 e inicios de los 90, los caballos se utilizaron para funciones propias del parque, sobre todo como medio de transporte de los sabaneros que se convirtieron en guardaparques. También, en el PNSR se criaban caballos que luego se enviaban a otros parques nacionales vecinos, como Palo Verde, Barra Honda y Rincón de la Vieja.

No solo los caballos contribuyeron al control de este pasto exótico, Blanco comentó que las vacas -las cuales son una máquina de control biológico- también lo hicieron. Incluso, el funcionario considera que estas fueron más eficientes que los caballos en el control de este pasto y fueron las que realmente contribuyeron a bajar los niveles de jaragua en el parque.

Si bien Blanco reconoce la capacidad de los equinos de realizar dispersión de semillas, resalta que hay especies locales y silvestres más eficientes en esta acción, como las aves -que pueden dispersar 21 especies distintas-, los coyotes, los pizotes, las guatusas y los saínos.

Los hábitos de forrajeo del venado cola blanca y el caballo son muy similares. (Foto: Brayan Morera / UNA).

Impactos negativos

La presencia de equinos en áreas protegidas debe estar bien justificada, ya que son animales domésticos, dijo Morera. Esta estrategia de restauración fue exitosa en Santa Rosa y en gran parte del ACG porque en este lugar se siguen estrictas medidas de manejo, siempre basadas en la ciencia.

De hecho, ACG cuenta con cinco zonas de manejo: protección absoluta, uso restringido, uso público, uso sostenible y uso especial. Específicamente en el área de uso especial, que representa el 0,52% del terreno, es donde se mantienen los caballos, ya que requieren de un manejo especial por ser contrarios a los objetivos de conservación, pero son necesarios para la gestión del área protegida. Por ejemplo, estos equinos domésticos son utilizados en el programa de control y protección del ACG porque permiten el transporte a lugares de difícil acceso.

Sin embargo, la introducción de especies domésticas en áreas silvestres protegidas puede tener también impactos negativos.

“Los caballos pueden modificar el hábitat de algunas especies y alterar la estructura y composición del sotobosque (parte baja del bosque), y con ello reducir la cobertura y alterar la abundancia y distribución de organismos vegetales, además pueden desplazar a la fauna nativa o cambiar su comportamiento”, explicó Morera.

En otras partes del mundo se han observado interacciones negativas entre caballos y venados, ya que sus hábitos alimenticios y forrajeo son muy similares. En Costa Rica, específicamente en Santa Rosa, esto no sucede.

La investigación realizada por Morera demostró que los venados no cambian su comportamiento por la presencia de caballos, lo cual sugiere que es posible mantener un número de equinos (0,05 caballos por hectárea) en armonía con la fauna nativa.

Blanco consideró que la presencia de caballos ha sido positiva, ya que han sido una herramienta útil y no han representado una amenaza en el ACG, debido a que están contenidos y manejados.

Mencionó que si estuvieran sueltos y desatendidos por todo el parque se convertirían en una manada de caballos semisalvajes que podrían afectar a otras especies y hábitats frágiles, como las lagunas.

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