El 95% de los cultivos a nivel mundial se producen en regiones favorecidas por la combinación de tres factores relacionados con el clima: la temperatura, las precipitaciones y la aridez. Aparte de favorecer la producción de alimentos, estos parámetros también están asociados a la disponibilidad de agua.

Si el ritmo de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) continúa como hasta ahora, un tercio de la producción alimentaria (31% de los cultivos y 34% de la ganadería) estaría en riesgo de quedar fuera del “espacio climático seguro” (SCS, por sus siglas en inglés) para 2081-2100.

SCS es un concepto novedoso introducido por los autores de un estudio publicado en la revista One Earth. “El SCS se define aquí como las condiciones climáticas a las que están acostumbrados los actuales sistemas de producción de alimentos (producción agrícola y ganadera, por separado), un análogo a los conceptos de ʼespacio operativo seguroʻ (SOS, por sus siglas en inglés) como los límites planetarios y el nicho climático”, se explica en el artículo científico.

Los investigadores evaluaron cómo afectaría el cambio climático a 27 de los cultivos más importantes en la dieta humana y siete tipos de ganado, así como las distintas capacidades de los países para adaptarse a los cambios.

De los 177 países estudiados, 125 tendrían su producción alimentaria fuera del SCS mientras que 52 lograrían mantenerse dentro de los límites. Las naciones más vulnerables son las que menos resiliencia tendrán para enfrentar estos cambios: en total, el 20% de la producción agrícola y el 18% de la producción ganadera amenazada se encuentran en países con poca capacidad de adaptación.

“La producción de alimentos, tal y como la conocemos, se desarrolló en un clima bastante estable, durante un periodo de lento calentamiento que siguió a la última edad de hielo. El continuo aumento de las emisiones de GEI puede crear nuevas condiciones y la producción de alimentos y ganadera no tendrá tiempo suficiente para adaptarse”, explicó el investigador Matias Heino, uno de los autores principales del estudio, en un comunicado.

A esto se suma que “las condiciones climáticas sobre la producción de alimentos se verán probablemente amplificadas por otros factores como el crecimiento de la población, la degradación del suelo y otros retos medioambientales relacionados con la producción sostenible de alimentos, así como el aumento del riesgo de fenómenos climáticos extremos”.

En este sentido, los autores llaman la atención sobre el aumento de las zonas desérticas a medida que las emisiones se incrementan. “Es especialmente preocupante porque en estas condiciones apenas puede crecer nada sin riego. A finales de este siglo, podríamos ver más de 4 millones de kilómetros cuadrados de nuevos desiertos en todo el mundo”, manifestó –en un comunicado- Matti Kummu, también autor principal del estudio.

Los investigadores concluyen que cumplir con las metas del Acuerdo de París, que limitan el incremento de la temperatura media del planeta a 1,5 - 2 °C, reduciría considerablemente el riesgo.

“Las políticas futuras deberían concentrarse en acciones que simultáneamente mitiguen el cambio climático y aumenten de forma sostenible la resiliencia de los sistemas alimentarios y las sociedades”, se lee en el artículo científico.

La huella del agro

Aparte de sufrir los efectos del cambio climático, el agro también libera GEI a la atmósfera durante los procesos de producción, transporte, consumo y post consumo de alimentos.

Un estudio, publicado en la revista científica Environmental Research Letters, calculó la huella de carbono de los sistemas alimentarios para el período 1990-2018. Los investigadores señalaron que, en 2018, se emitieron 16 gigatoneladas métricas de dióxido de carbono equivalente (Gt CO2eq), lo que representa un tercio del total de los GEI generados por actividades humanas. Asimismo, esa cantidad aumentó un 8% con respecto a la línea base de 1990.

Tres cuartas partes de estas emisiones (13 Gt CO2eq) se generaron dentro de la finca o en actividades previas y posteriores a la producción como la fabricación, el transporte, el procesamiento y la eliminación de residuos. El resto se generó debido al cambio de uso del suelo (3 Gt CO2eq) dada la conversión de ecosistemas naturales a tierras agrícolas.

Los investigadores realizaron estos cálculos al integrar datos a nivel país de la producción agrícola y ganadera, el uso de la energía en la finca, el uso de la tierra y el cambio de uso de esta, el transporte doméstico de alimentos y la eliminación de residuos. Además, contemplaron las estimaciones globales y regionales del uso de la energía en las cadenas de suministro de alimentos.

Al hacer el análisis per cápita, los autores observaron una disminución en las emisiones totales: pasaron de 2,9 en 1990 a 2,2 toneladas métricas de dióxido de carbono equivalente (t CO2eq). Eso sí, las emisiones per cápita en los países desarrollados alcanzaron las 3,6 t CO2eq en 2018, casi el doble que las emisiones de los países en desarrollo.

"La agricultura en los países desarrollados emite grandes cantidades de GEI, pero su aportación puede quedar oculta por las grandes emisiones de otros sectores como la electricidad, el transporte y los edificios", señaló el investigador Matthew Hayek, coautor del estudio, en un comunicado.

"Observar el sistema alimentario como un todo no solo puede iluminar sobre las oportunidades para reducir emisiones en la agricultura, sino también mejorar la eficiencia en toda la cadena de suministro con tecnologías como la refrigeración y el almacenamiento", añadió.

En este sentido, los autores enfatizan que “para que las estrategias de mitigación sean óptimas habrá que centrarse en las actividades anteriores y posteriores a la producción agrícola, que van desde la producción industrial de fertilizantes hasta la refrigeración en el comercio minorista”. Esto debido a que las emisiones de estas actividades están creciendo rápidamente.

En agenda mundial

Debido a la interconexión de los sistemas alimentarios con desafíos globales como el cambio climático, la pobreza y la desigualdad, el Secretario General de Naciones Unidas -António Guterres- convocó a los líderes mundiales a participar en la Cumbre de los Sistemas Alimentarios, la cual se realizó en setiembre de 2021.

Dicha cumbre conllevó un proceso de consulta previo (con más de 1.000 diálogos realizados en 145 países) que sirvió de insumo a los países para formular planes de transformación para sus sistemas agrícolas.

A la fecha, la plataforma de la cumbre ha registrado 234 compromisos provenientes de gobiernos, sociedad civil, pueblos indígenas, productores y jóvenes. Por ejemplo, Costa Rica se comprometió a apoyar la agricultura familiar a través de mecanismos financieros, seguros de cosecha, fomento al emprendedurismo y desarrollo de capacidades. El mandatario Carlos Alvarado incluso propuso la creación de una Coalición de Países para la Agricultura Familiar.

Semanas más tarde, en el marco de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (más conocida como COP26), algunos países reforzaron esos compromisos al adherirse a dos declaraciones relativas a agro y bosques.

Un total de 114 países, entre los que está Costa Rica, se comprometieron a frenar y revertir la pérdida de bosques así como la degradación del suelo para 2030, esto al suscribir la Declaración de los Líderes de Glasgow sobre los Bosques y el Uso de la Tierra. Este compromiso busca principalmente frenar el cambio en el uso del suelo.

Por su parte, los programas de Acción en política agrícola para la transición a la agricultura sostenible y Acción global para la innovación en la agricultura fueron apoyados por 26 países (incluido Costa Rica), los cuales acordaron cambiar sus políticas agrícolas para hacerlas más sostenibles.

Los países también prometieron invertir en ciencia para orientar estos esfuerzos en pro de una agricultura sostenible y, con ello, proteger el suministro de alimentos de los impactos del cambio climático.

Piña orgánica de Finca Integral El Jícaro. Pedro García ha implementado una serie de medidas para lograr reducir completamente el uso de agroquímicos, los cuales contribuyen con gases de efecto invernadero.(Créditos: Nina Cordero)

De lo mundial a lo nacional

Según Andrea Meza, ministra de Ambiente y Energía, los compromisos asumidos por Costa Rica a nivel internacional están alineados con la Estrategia Nacional de Cambio Climático a Largo Plazo y con el Plan Nacional de Descarbonización.

Es más, muchas de estas consideraciones ya están incluidas en la actualización de la Contribución Nacionalmente Determinada (NDC, por sus siglas en inglés) que se presentó a la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) en diciembre de 2020.

“Forman parte de nuestro paquete de ambición y nos permitirán movilizar recursos tanto a nivel nacional como internacional para su implementación”, aseguró la ministra al finalizar la COP26.

Para el 2022, por ejemplo, una de las metas incluidas en la NDC pretende desarrollar “Guías Alimentarias Adaptadas” en dos territorios, las cuales incluyan mapas e información que promueva el consumo de productos agrícolas y alimenticios autóctonos de temporada, resaltando su valor nutricional, su aporte a la protección del patrimonio cultural, a la reducción de emisiones y a la seguridad alimentaria.

Al 2024, la idea es que el sector agropecuario cuente con su propio plan sectorial de adaptación al cambio climático, el cual se espera esté en implementación para ese entonces.

Asimismo, y según la NDC, se prevé que al 2026 esté listo un estudio sobre los impactos derivados del cambio climático en sistemas productivos agropecuarios y pesqueros, incluyendo afectaciones en sanidad agropecuaria.

Otra de las metas indica que las cadenas de valor de café, ganadería, caña de azúcar, arroz y musáceas aplicarán sistemas productivos bajos en emisiones de GEI para el 2030, incorporando medidas de adaptación y resiliencia tanto a nivel de finca como a nivel de etapa de procesamiento.

Gracias al proyecto del NAMA Café, el 22% del café producido en Costa Rica es bajo en emisiones, esto gracias a la aplicación de Buenas Prácticas Agrícolas por parte de más de 8.000 productores y los cambios tecnológicos realizados por parte de 62 beneficios.(Créditos: Nina Cordero)

Para el sector agropecuario uno de los retos a resolver está en el área dedicada a la actividad. Según datos de la Dirección de Cambio Climático (DCC), la ganadería ocupa 1,4 millones de hectáreas del territorio nacional, de las cuales un millón corresponden a pasturas. El reto está en cómo obtener mayores rendimientos productivos sin abarcar más área e incluso procurar utilizar menos de la actual.

En la NDC se destaca que, al 2030, la meta es mantener una reducción del área total de pastos a una tasa anual del 1%, y un aumento del área de pastos con buen manejo a una tasa de 1-2% anual sobre la tendencia en la línea base.

Otra de las metas es impulsar, al 2025, un sistema de economía circular en fincas agropecuarias, el cual considere integralmente el proceso de biodigestión y recarbonización, esto con ayuda de tecnologías que permitan aumentar los niveles de carbono orgánico en el suelo.

Este trabajo fue posible gracias a una beca para la producción de trabajos periodísticos en temas de ciencia, la cual fue concedida por la Fundación Gabo y el Instituto Serrapilheira, con el apoyo de la Oficina Regional de Ciencias de la UNESCO para América Latina y el Caribe.

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