El plan de Acciones Nacionales Apropiadas de Mitigación (NAMA, por sus siglas en inglés) enfocado en las musáceas –grupo de plantas con frutos comestibles– es una estrategia nacional que busca transformar la producción de banano y plátano para que pueda lidiar de mejor manera con los crecientes impactos del cambio climático.
El NAMA Musáceas –respaldado por el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), el Ministerio de Ambiente y Energía (MINAE) y la Corporación Bananera Nacional (CORBANA)– se enfoca en medidas de mitigación de gases de efecto invernadero (GEI) y prácticas que buscan aumentar la resiliencia de los cultivos. Se implementa desde 2022 y se prevé que concluya en 2032.
De hecho, el NAMA Musáceas –al igual que el NAMA Café y el NAMA Ganadería– forma parte de las medidas contenidas en el Plan Nacional de Descarbonización. Las NAMA en café y ganadería se ejecutan desde 2014.
En el caso de las musáceas, su enfoque va más allá de la simple reducción de emisiones, también promueve soluciones prácticas para enfrentar enfermedades como la Sigatoka negra (causada por un hongo), minimizar el uso de fertilizantes y replantear el uso de recursos como el agua y la energía en las fincas bananeras.
No es para menos, el banano es uno de los cultivos más sensibles al clima, y el país ya figura como el octavo más expuesto económicamente ante el aumento de temperaturas, eventos extremos y la subida del nivel del mar.
A pesar de esto, Mauricio Chacón del MAG, aclara que: “son proyectos sin inversión, se da una cooperación técnica para la elaboración de los programas. Una vez se consiguen recursos de algún cooperante, se puede comenzar con la implementación en finca”.
Actualmente se trabaja con las musáceas de los pequeños productores, esto gracias a los fondos aportados por la Cooperación Alemana para el Desarrollo GIZ.
Medidas con impacto directo
Frente a este panorama, la NAMA Musáceas propone actuar desde varios frentes. Por ejemplo, una de las medidas más innovadoras es sustituir, parcialmente, las aspersiones aéreas con avionetas, que son altamente contaminantes, por drones que aplican fungicidas de forma más precisa, con menos impacto ambiental y riesgos para las poblaciones cercanas.
Entre las acciones prioritarias también está la mejora en los esquemas de fertilización. El MAG ha detectado que hasta un 60% del nitrógeno aplicado en forma de fertilizantes se pierde por volatilización, generando emisiones de óxido nitroso, uno de los GEI más potentes. El plan sugiere fraccionar la aplicación en ciclos más cortos, usar inyecciones al pseudotallo (estructura que parece un tronco pero está formada por las vainas de las hojas enrolladas) y promover biofertilizantes como alternativa.
Otra apuesta es la remoción de carbono en el suelo y la reforestación dentro y alrededor de las fincas. Según datos del Inventario Nacional de Emisiones 2017, una hectárea de plantación forestal puede capturar hasta 23 toneladas de dióxido de carbono (CO2) por año. Este tipo de acciones no solo ayudan al clima, sino que mejoran la biodiversidad, regulan la temperatura local y aportan sombra al cultivo, lo que puede reducir en 2 o 3 grados el calor en las plantaciones.

La incorporación de árboles en finca, el uso de materia orgánica en el suelo y la protección de los bosques colindantes se incluyen dentro del plan, que ha sido diseñado de manera integral junto con los sectores productivos y técnicos del país, y se sigue avanzando de la misma manera, “estamos en fase piloto para pequeñas musáceas y en fase pre piloto para banano de exportación”, indicó Chacón.
La implementación se estructura en dos escenarios de mitigación. El primero, de tipo conservador, proyecta aplicar las medidas en un 60% de la superficie nacional sembrada de banano para el año 2030. El segundo, de corte optimista, plantea intervenir el 100% del área cultivada con Cavendish, el banano de exportación dominante en el país.
Si se logra este segundo escenario, las emisiones por tonelada producida se reducirían en un 35,7% respecto a la línea base. Este resultado sería especialmente significativo para Costa Rica, un país que, aunque con baja participación en las emisiones globales, busca posicionarse como líder en producción agrícola sostenible.
Desafíos en la ruta
No obstante, el camino no está libre de obstáculos. El informe técnico –elaborado por el MAG, CATIE, CORBANA y el MINAE— identifica varias barreras, entre ellas, el alto costo de los insumos agrícolas, la falta de financiamiento verde que sea accesible y la escasez de alternativas a fertilizantes, nitrogenados y combustibles fósiles.
También se mencionan debilidades en la asociatividad entre pequeños productores, lo cual dificulta escalar algunas de las buenas prácticas.
Para atender estas limitaciones, la NAMA Musáceas contempla mecanismos de acompañamiento técnico, innovación, mercadeo, gobernanza y financiamiento. Por ejemplo, se plantean programas de asistencia directa a fincas, investigaciones aplicadas y la búsqueda de esquemas de financiamiento adaptados a la realidad productiva local.
En cuanto al transporte, otra fuente importante de emisiones, la NAMA promueve una transición hacia un sistema ferroviario eléctrico para el Caribe. Si bien este cambio no depende exclusivamente del sector bananero, se considera un paso clave para reducir el uso de diésel en el traslado de la fruta hacia el puerto.
“El avance de estos proyectos depende en mucho de la existencia de recursos de cooperación para pequeños productores, y de la dinámica propia del sector privado, porque la persona productora invierte mayoritariamente con recursos propios”, comentó Chacón.
En un país como Costa Rica, donde más del 60% de la producción bananera está concentrada en los cantones de Matina, Siquirres y Pococí, esta transformación puede tener efectos significativos no solo a nivel ambiental, sino también económico y social.