Por Emilio Godoy
Los 800 kilómetros que separan al archipiélago de Revillagigedo, perteneciente al estado de Colima, de la costa occidental mexicana, del lado del océano Pacífico, son al mismo tiempo un beneficio y un obstáculo. El aspecto positivo de la lejanía radica en la protección contra actividades contaminantes, y el negativo, las dificultades para su vigilancia y cuidado.
El grupo, que se extiende por 14,81 millones de hectáreas (casi la totalidad es marina), consta de las ínsulas Socorro, Clarión, Roca Partida y San Benedicto. La primera alberga una base de la Secretaría (ministerio) de Marina y otra más pequeña en la segunda.
Especialistas consultados aseguran que el estado de la reserva natural es bueno, aunque alerta de varios desafíos como la eliminación de especies invasoras animales y vegetales; la reforestación y adaptación a los efectos de la catástrofe climática, como la elevación del nivel del mar y huracanes más intensos.

Federico Méndez, director general del Grupo de Ecología y Conservación de Islas (GECI), considera que la conservación ha mejorado el ecosistema.
“Desde el punto de vista de salud del ecosistema, está en vías de mejora, está restaurándose. El entorno marino está en buenas condiciones, llegan especies que no se habían visto antes. Tener islas sanas lo beneficia. Lo que pretendemos es precisamente fortalecer la resiliencia para mitigar los impactos, llevarlo a la condición más cercana a la original y luego bordar fino. Con menos impactos, mejor preparado el ecosistema”, dice.
A lo largo de este siglo, una prioridad para la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) y colectivos científicos ha sido la eliminación de especies invasoras que han arribado a las islas, como borregos y cerdos en Clarión, gatos en Socorro y próximamente conejos. Estos animales acaban con las aves y la vegetación nativa, con impactos directos en los ecosistemas marinos porque en territorio insular todo está interconectado.
La presencia de esta fauna invasora “genera conflictos ecosistémicos y, cuando había tormentas intensas, se lavaba el suelo, se iba al mar y afectaba a los arrecifes. Pasamos de tener poca vegetación a recuperar 11% de la cobertura, regresan especies que se consideraban extintas y aparecen otras”, asegura el experto.
Tesoro de la humanidad
Protegidas desde 1994, las ínsulas, de milenario origen volcánico y parte de las 149 que tiene este país latinoamericano, se convirtieron en reserva de la biosfera en 2008 y, en 2017, el entonces presidente Enrique Peña Nieto (2012-2018) las reclasificó parque nacional y amplió su superficie hasta su tamaño actual, para convertirla en la mayor zona sin pesca en Norteamérica.
Un año antes, la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) las declaró Patrimonio de la Humanidad.
El complejo se caracteriza por su abundante diversidad biológica, como 16 especies endémicas de peces, 18 de mamíferos marinos, 28 de peces cartilaginosos (como tiburones y rayas), 10 de aves, cuatro de reptiles y nueve invertebrados presentes solo en este punto del planeta.
Por sus características peculiares, las islas son lugares ideales para obtener los mayores logros de conservación. “En general, se puede decir que hay una mejora, pero es una historia con logros y pendientes. Las tallas de atunes son más grandes, lo que empieza a mostrar el beneficio de proteger a las islas. Al alejar barcos pesqueros, mantarrayas, tiburones y ballenas dejaron de caer en redes de pesca”, ejemplifica Juan Martínez, investigador del Instituto de Ecología, de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación.
México tiene 232 áreas naturales protegidas (ANP), por un total de 980.000 kilómetros cuadrados, la mitad del territorio nacional (1.96 millones de km2). Esta vasta extensión demanda protección y vigilancia para que los objetivos de conservación trasciendan el papel, justamente allí está el mayor reto.

Avances y obstáculos
La evaluación de CONANP sobre la gestión de Revillagigedo de 2021 otorga “sobresaliente”, pero menciona la posibilidad de mejorar la operación y atención al monitoreo biológico y la supervisión de actividades turísticas y de investigación.
Lo cierto es que el sitio carece de índice de implementación y gestión, uno de los parámetros de la gestión efectiva institucional. Además, este es uno de los cuatro objetivos prioritarios del Programa Nacional de ANP 2020-2024.
Por su parte, UNESCO mencionó “un mejor monitoreo” para evitar que los pescadores deportivos entren en zonas de pesca y para gestionar sus impactos. Asimismo, se necesita investigación e inventario adicionales para comprender mejor los valores de biodiversidad que tiene la propiedad, en particular los ecosistemas submarinos y de aguas profundas.
Además, el sitio carece de programa de manejo actualizado desde 2018 y de estrategia climática. Tampoco ha presentado nuevos reportes ante UNESCO desde ese mismo año.
Por otra parte, el presupuesto de Conanp viene en picada desde 2014, cuando gastó 232 millones de dólares, hasta los 51 asignados en 2025. Esto significa que destina medio dólar a cada hectárea protegida, lo que limita seriamente las tareas de conservación, mejoramiento y vigilancia de esos territorios. De hecho, la CONANP ha señalado que necesita entre 66 millones y 76 millones de dólares para operar en las ANP.
Una de las incógnitas gira en torno al impacto climático en el archipiélago: subida del nivel del mar, aumento de la temperatura, tormentas más intensas y acidificación del agua, así como amenazas emergentes como la presencia de plásticos y microplásticos en el ecosistema.
El único estudio integral de los posibles efectos de la catástrofe climática sobre las islas mexicanas, elaborado en 2017, prevé que una subida de un metro de agua en isla Clarión equivaldría a la pérdida de 71 hectáreas, 3,4% de su territorio, y de 136 hectáreas (6,4%) en un escenario de tres metros.
En isla San Benedicto, el impacto sería de 19 hectáreas (casi 3% del territorio) y 39,7 hectáreas (casi 6%). Finalmente, isla Socorro perdería 130 hectáreas (1%) con un metro de subida y 278 hectáreas (2%) con tres.
Los expertos Méndez y Martínez consideran que aún no son evidentes las consecuencias del aumento del nivel del mar, especialmente por la altitud de las ínsulas.
En el escenario de mayor temperatura y acidificación del océano, “aún no observamos interacción en tierra. (La zona) está sujeta a condiciones diversas, confluencia de varias corrientes, y eso beneficia y perjudica. Los impactos van a ir aumentando”, refiere Méndez.
Martínez, por su parte, menciona la atención sobre la temperatura de la arena y los huracanes.
“Las aguas no presentan un calentamiento tan alto. Diría que lo que se tiene que observar son los huracanes, porque van a ser más frecuentes e intensos. Tienen un impacto en los bosques en Socorro, importantes para las aves endémicas, palomas y pericos. Una medida a aplicar es el monitoreo de árboles viejos, porque son los afectados por huracanes. Por otra parte, no se han observado especies marinas invasoras”, señala.
En las islas Socorro y Clarión, la posible subida del mar reduciría áreas de anidación de tortugas en la playa. Además, si la arena se recalienta, los huevos no eclosionan.
El blanqueamiento generalizado de corales sucedido en 2023 no afectó a los arrecifes en Revillagigedo y las islas Marías, situadas a 112 kilómetros de la costa occidental del país, pero sus corales no están exentos de sufrirlo si la temperatura global sigue subiendo.
Una amenaza emergente es la presencia de microplásticos que arrastran las corrientes marinas, así como por la descomposición de piezas que arriban a tierra.
A inicios de siglo, científicos detectaron por vez primera la presencia de plásticos en playas en el norte mexicano. Otra pesquisa de 2017 descubrió plásticos flotantes en aguas costeras. Un trabajo mucho más completo encontró partículas de plástico en 42 de 47 muestras tomadas en el archipiélago. Los investigadores hallaron 180 piezas de desechos plásticos, la mayoría de ellos fueron microplásticos.
Estos residuos también pueden representar una seria amenaza para las aves, que pueden ingerirlos con consecuencias de obstrucción de su tracto digestivo o enredarse en ellos al punto de sufrir amputaciones. Además pueden estar expuestas a altas concentraciones de contaminantes adsorbidos en los escombros.

Necesidades futuras
El archipiélago podría quedar dentro de la iniciativa del Corredor Marino del Pacífico Este Tropical (CMAR), que académicos y organizaciones ambientalistas promueven bajo los auspicios del novel Acuerdo de aplicación de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar relativo a la conservación y el uso sostenible de la diversidad biológica marina de las zonas situadas fuera de la jurisdicción nacional (Tratado BBNJ), comúnmente conocido como Tratado de Alta Mar.
El archipiélago está muy conectado con el Golfo de California, una zona importante de diversidad biológica en el norte de México, y con áreas protegidas hacia el sur, como Isla del Coco en Costa Rica y Galápagos en Ecuador. Por lo tanto, comparten amenazas y retos.
Los investigadores Méndez y Martínez coinciden en los retos a investigar en la zona, especialmente frente a la integración a CMAR.
"Es necesario tener visión de largo plazo, que México le entre con liderazgo, formalizar entrada a CMAR e interactuar con las otras partes. Revillagigedo funcionaría muy bien. Podemos trabajar de manera colaborativa para hacer áreas protegidas en alta mar, aprender de ellos, tener financiamientos compartidos, cambiar la perspectiva para tener cooperación Sur-Sur”, propone Méndez.
Martínez, por su parte, enfatiza en la cooperación internacional.
“Hay que cambiar la forma en que actuamos. Es importante que el gobierno le dé participación a todos los actores con participación amplia, participar de cerca con otros colegas de otros países que enfrentan problemas similares o ya los resolvieron. Otros centros y universidades podrían participar, que tengan acceso a financiamiento. Eso hace la diferencia, otorgarlo de manera abierta, colaborativa, competitiva”, plantea.
La organización Migramar, que agrupa a científicos de ocho naciones, ha sugerido migravías o corredores marinos que conectan el norte y el sur del continente. De esta manera, las especies marinas podrán desplazarse entre el archipiélago de Revillagigedo, Isla del Coco y Galápagos sabiéndose protegidas bajo un esquema de gobernanza regional.