Esa mañana, los pasos de Mario Blanco apenas eran perceptibles. Allí, en el Herbario Luis A. Fournier Origgi de la Universidad de Costa Rica (UCR), el botánico se movía entre mesas, gabinetes y unas estructuras metálicas, tan altas que casi rozaban el techo.
Se aprestó a maniobrar una de las palancas que yacía en medio de estas estructuras metálicas y frente a nuestros ojos se reveló una bóveda de tesoros, sistemáticamente apilados y clasificados en carpetas preservadas bajo estrictas medidas de climatización.
Un herbario es una colección preservada de plantas, hongos, algas y otros organismos como líquenes y mixomicetes, los cuales ahora no se consideran hongos sino más bien “un tipo de microorganismo emparentado con las amebas”.
Cada espécimen se resguarda con los datos de la localidad donde fue recolectado, la fecha, el nombre de su recolector, la identificación y un número de registro que es único. De algunos incluso se preservan las flores y los frutos.
“Diferentes especies de plantas florecen o fructifican en diferentes épocas del año. Esto obviamente está relacionado con el clima”, dijo Blanco mientras sostenía una carpeta donde sobresalía una anotación: José María Orozco. Ese nombre está ligado a la persona que inició las colecciones que yacen en este herbario desde 1931, incluso antes de la fundación de la universidad. También pertenece a quien hoy es considerado Benemérito de la Patria.
“A veces, las plantas tienen rastros de daños ocasionados por herbívoros, por ejemplo, entonces eso nos revela interacciones biológicas. A veces tenemos algunas hojas con infecciones causadas por ciertos hongos y es posible identificar cuáles son los hongos que están atacando a ciertas plantas”, comentó Blanco, mientras regresaba la carpeta a su sitio.
Algunos recolectores incluyen anotaciones relacionadas al hábitat. “Se anota si se vio el espécimen creciendo en un lugar con agua o con otras especies alrededor”.
“Normalmente los botánicos colectamos especímenes que tengan flores o frutos, en el caso de las plantas, o cuerpos fructíferos en el caso de hongos; son muy útiles para la identificación. Después de recopilar muchos individuos de una misma especie, pero de diferentes localidades, se va generando un registro de lo que llamamos la fenología, que son las épocas de floración y las épocas de fructificación a lo largo del año. Ya con eso podemos establecer, con cierto grado de seguridad, que esa especie normalmente solo florece en época seca o lluviosa”, detalló el investigador.
Como quien está consciente que revelará una pista, Blanco añadió: “la fenología depende de la temperatura o las condiciones de precipitación”.
“Todos los organismos están adaptados, a través de procesos evolutivos, a ciertas condiciones de precipitación y temperatura. Utilizan los cambios en estas condiciones como una señal para florecer o para mantenerse latentes”, dijo y continuó: “la fenología, en muchas especies, ha ido cambiando debido al cambio climático”.
Pistas para la restauración
La manera más directa de ver los cambios en la fenología es yendo al campo y estudiarlos allí. Sin embargo, “muchos estudios que se inician ahora no van a tener los datos de hace muchos años, pero en los herbarios tenemos ese registro que, indirectamente, nos dice cuáles eran las épocas de floración en determinado tiempo”.
En eso están muchos de los investigadores del Centro de Investigación en Biodiversidad y Ecología Tropical (CIBET), hoy convertidos en “detectives” que intentan reconstruir un pasado para entender el presente y tratar de proyectar el futuro.
En este herbario, los especímenes más viejos datan de 1880. “Las colecciones de los herbarios podemos usarlas para hacer listas de lo que había en el pasado en un lugar y si esa vegetación fue destruida, entonces podemos —con esa lista de especies— intentar reintroducirlas”, comentó Blanco.
Este año, precisamente, Naciones Unidas anunció el Decenio de la Restauración de Ecosistemas como una iniciativa que busca impulsar la recuperación de ambientes naturales para aprovechar los servicios que estos brindan.
La meta mundial para los próximos 10 años es restaurar, al menos, 1.000 millones de hectáreas de tierras degradadas —eso equivale a un área del tamaño de China— y acordar compromisos similares para los océanos.
Al aumentar masivamente la restauración de los ecosistemas degradados se está apostando por soluciones basadas en la naturaleza para lidiar con los impactos del cambio climático, evitar la pérdida de un millón de especies y mejorar la seguridad alimentaria, el suministro de agua y los medios de subsistencia.
Para Blanco, esos esfuerzos deberían estar guiados por la ciencia: “si lo que se quiere es preservar la integridad biológica de un ecosistema, entonces lo que deberíamos hacer, por lo menos, es tratar de preservar la composición florística de esas especies. Y entonces podríamos usar las colecciones de los herbarios o las colecciones biológicas de los museos de zoología para tratar de replicar esas comunidades de organismos que estaban ahí originalmente”.
Odalisca Breedy, curadora del Museo de Zoología de la UCR, coincidió con Blanco: “las colecciones nos ayudan a saber qué especies hubo antes. En sitios que ya no tienen nada, los datos del museo pueden dar un indicio”.
“Un ejemplo son los corales. Hay especies que fueron muy abundantes y ahora lo que queda de algunas es un espécimen en el museo. Entonces, usted sabe que en algún momento hubo un sitio apropiado para ese coral, que ya no está porque las condiciones cambiaron y desapareció o por que lo extrajeron, y se puede pensar en restablecer esa población de alguna manera”, agregó.
Breedy se mueve entre los grandes anaqueles de las colecciones húmedas, donde yacen organismos preservados en frascos. Fundado en 1966, en este museo se halla la historia natural de Costa Rica contada desde su biodiversidad: esponjas, corales, moluscos, crustáceos, insectos, equinodermos, peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos. También se custodian esqueletos, tejidos, larvas, huevos, nidos y grabaciones acústicas de los animales.
La investigadora se detiene frente al estante donde yacen los organismos que estudia para mencionar que, en lo marino, los esfuerzos mundiales de restauración se enfocan en los corales, incluso ya se tienen experiencias exitosas en Costa Rica, ya que son uno de los grupos más amenazados por el incremento de la temperatura.
“En mi opinión, si no se hace un cambio a otro nivel —a nivel político, de restricciones en la construcción en las playas, etc.—, vamos a poder restaurar un coral, pero si las condiciones siguen siendo las mismas, eventualmente lo volveremos a perder. Usted lo puede restaurar, ¿pero se va a mantener en el tiempo?”, interpeló Breedy.
“No es solo el cambio climático, sino también esa presión que el ser humano le pone a esos ambientes”, continuó.
Esa presión ejercida por las personas también les vulnera ante el cambio climático, ya que los ecosistemas pierden resiliencia y dejan de ofrecer los servicios ecosistémicos que protegen a las comunidades ante los impactos de este.
“La destrucción de un arrecife de coral -que puede darse por anclas, gente que los extrae, etc- hace vulnerable a esa playa. Ya no va a haber esa barrera de coral que la protege ante tormentas”, advirtió la curadora.
Colecciones: testigos del tiempo
Como taxónoma, y por 25 años, Breedy se ha dedicado a identificar y nombrar especies. “Para hablar de biodiversidad, hay que saber qué es qué”.
Mientras camina por los pasillos del museo, cuenta que asumió —como curadora— la colección de octocorales a finales de los años 90. Estos organismos se encuentran hasta 6.000-7.000 metros de profundidad, son muy versátiles y resisten cambios de salinidad y temperatura. A los primeros especímenes, aquellos ingresados en la década de 1960, empezaron a sumarse otros de México, El Salvador, Colombia y Panamá. “Tenemos una colección muy completa del Pacífico Oriental Tropical”, destacó.
Hace una pausa y se le escapa una verdad: la colección va más allá del espécimen en sí. “La colección es el bagaje de datos, la historia ligada a ese espécimen”, explicó.
“Las colecciones son un testigo de las condiciones que existieron antes. Hay muchas especies que hemos recolectado en sitios y están guardadas en el museo; actualmente usted va a esos sitios y ya ni siquiera se encuentran, ya esas especies no están ahí”.
“Eso nos da un indicio de cómo cambió el ambiente. Por ejemplo: una rana que vivía a 200 metros de altura y ahora la encontramos a 400 metros de altura, pues algo cambió. Este coral que antes lo encontraba a 20 metros de profundidad, ahora lo buceo y ya no está ahí, pero aparece a una mayor profundidad; es porque algo cambió”.
Gracias a las colecciones, “podemos ver qué cambió con respecto a lo que teníamos. Si una especie desaparece, pero después aparecen otras; pues podemos hablar incluso de historia evolutiva. Por eso, las colecciones biológicas tienen mucha importancia”.
“Considero a los herbarios y a los museos de zoología como si fueran museos de arte, porque ahí se resguarda el patrimonio nacional; ese que es de todos, nuestra biodiversidad. El museo es un testigo de eso y puede llegar el día en que los animales que tenemos ahí, ya no los vamos a ver nunca más”, destacó la curadora.
- Herbario: Luis A. Fournier Origgi
En plantas, los curadores trabajan actualmente en la revisión de la taxonomía de grupos complejos. En la parte de hongos, se trabaja en pro de un mejor entendimiento de las relaciones y la bioquímica de ciertos grupos.
Asimismo, se está tramitando una donación de 3.000 especímenes de mixomicetes proveniente de Estados Unidos. Esta colección se convertirá en la tercera colección más importante para ese grupo en Latinoamérica.
- Museo de Zoología
Los curadores están trabajando en digitalizar las colecciones para subirlas a un portal y así unificar esa información con la que posee el Museo Nacional. Para ello, cada curador está actualizando los datos de la colección que tiene a su cargo.