En 1994, Costa Rica inauguró la planta geotérmica Miravalles y dio los primeros pasos hacia una verdadera diversificación de la matriz eléctrica renovable del país que no dependa exclusivamente de la generosidad de nuestros ríos.

Antes de eso, los hogares costarricenses utilizaban electricidad generada por represas o por plantas térmicas (que utilizan combustibles fósiles), pero Miravalles fue la primera apuesta del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE) por fuentes ajenas a la fuerza del agua.

En 1998, el país dio otro paso: Aeroenergía, la primera planta eólica del país, empezó a funcionar desde el sector privado (el ICE entraría en 2002, con Tejona); en 2012, Miravalles también vio nacer el primer complejo de energía solar del país, el Parque Solar Miravalles, un pequeño proyecto experimental. La primera planta de biomasa (El Viejo) ya había abierto desde 1991.

Con estos esfuerzos –la inversión de la empresa privada y de cooperativas–, la generación eléctrica del país ha perdido parte de su dependencia en las represas hidroeléctricas.

En los ochenta, tras la inauguración de Arenal, la participación de la hidroelectricidad era del 100%; para la entrada de la geotermia en Miravalles, en 1994, esto había pasado a 75% y para el 2015 ese porcentaje cerró en 64%.

¿Por qué es importante en un país como el nuestro, donde los ríos parecen ofrecer una fuente casi ilimitada de electricidad? Precisamente porque esta percepción no necesariamente se cumple y, de hecho, cada vez resulta menos probable.

Al ser una república tropical con una geografía quebrada, una alta variabilidad natural y ubicada entre dos océanos, la dependencia de la energía hidroeléctrica hace a Costa Rica altamente vulnerable a los cambios de patrones de lluvias.

Por ejemplo, la sequía que afectó al país en 2013 tuvo un impacto severo en la producción hidroeléctrica, lo que obligó al ICE a encender las plantas térmicas, lo que encareció la factura que reciben hogares e industrias; además, emitió más gases de efecto invernadero.

“Actualmente se depende mayoritariamente de energía hidráulica; ante la presencia de una evidente variabilidad climática, se hace necesario optar por energías renovables no convencionales que den seguridad al sistema y se ajusten tanto a las necesidades del país como a los cambios tecnológicos”, detalla el VII Plan Nacional de Energía.

Esta vulnerabilidad es algo que impacta a países como Colombia, pues con la afectación de El Niño, ha tenido problemas para suplir al país con la producción hidroeléctrica.

“Lo importante de diversificar es que tenés más seguridad energética”, explica Irene Cañas, viceministra de Energía.

Para esto, la estrategia es apostarle a invertir en generación eólica y solar y consolidar el crecimiento de plantas geotérmicas que puedan servir como “base” de la generación eléctrica del país.

“La geotermia es una energía muy importante porque no depende del clima. Ahí no importa si llueve o si hace sol, siempre estará. Si ves, nuestra matriz, hoy por hoy, es muy diversa”, apunta la viceministra Cañas.

La biomasa, que también puede almacenarse para, así, evitar la intermitencia del viento y el sol, también resultará clave en el futuro.

En este camino hacia la diversificación, el ICE también se apoya en la empresa privada. Por ejemplo, el país espera duplicar su producción eólica en los próximos dos años para llegar al 10,5% de la matriz eléctrica suplido por esta fuente. La mayoría de estos proyectos y de los actuales son privados.

La eólica es clave, porque la mayoría de la producción se genera entre diciembre y marzo, que coincide con la temporada seca cuando disminuyen los caudales de los ríos y baja la producción hidroeléctrica.

Con esta estrategia, el país busca contar con una base estable de generación eléctrica (las plantas eólicas), una fuente de bulto (las represas) y un complemento que tiene picos cuando falla el músculo hidroeléctrico (las turbinas eólicas).

Además, con la entrada de Reventazón en el primer semestre del 2016, el ICE suma un quinto embalse que, como los otros, hará las veces de “batería”; es decir, durante la temporada lluviosa, Arenal, Cachí, Pirrís, La Angostura y Reventazón acumularán agua, y esta será liberada cuando haga falta.

Con este nuevo proyecto, el país tiene suplida su demanda eléctrica –incluso la supera–, por lo que será clave la integración con el mercado eléctrico regional de Centroamérica.

Sin embargo, el futuro abre una serie de interrogantes sobre la producción eléctrica del país. Por un lado están los avances en la generación distribuida de electricidad para autoconsumo, que permitirá acercar la producción eléctrica al consumidor final (incluso en sus casas, comercios o industrias).

El otro gran eje es la planificación nacional: el ICE tiene un detallado plan trazado hasta el 2035 y estamos entrando a la fase crítica para saber cómo será nuestro futuro eléctrico.

“El período intermedio cubre del 2018 al 2025, y de sus resultados se deriva la recomendación de un programa general de acciones para los años inmediatos”, señala el Plan de Expansión de la Generación Eléctrica 2014-2035.

De las tres rutas sugeridas en el plan, la más recomendada incluye poner en marcha el Proyecto Hidroeléctrico Diquís en 2025. Si esto no funcionara, el ICE se debate entre incorporar gas natural (lo que implicaría enormes costos de puesta en marcha y una matriz más contaminante) o una atomización de proyectos renovables.

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