A mediados de la década de 1980, Glenn Jampol vio una oportunidad en adquirir aquel viejo cafetal transformado en pista de motocross en Santa Bárbara de Heredia. Fue así como nació Finca Rosa Blanca, un hotel que pretende brindar a sus huéspedes la posibilidad de experimentar la ruralidad en un país de tradición cafetalera.
El primer paso fue transformar el paisaje, esto gracias a los esfuerzos de reforestación. También se dotó al hotel de invernaderos, jardines comestibles y un huerto orgánico de donde se obtienen los insumos para el restaurante.
Años más tarde, en el 2002, Jampol decidió comprar el terreno frente al suyo e incursionar en una actividad que, a simple vista, distaba del quehacer turístico: el cultivo y tueste de café. En estas 12 hectáreas se siembra café orgánico rodeado de 7.000 árboles nativos que proveen de sombra y nitrógeno al cultivo, aparte de servir de hábitat a la fauna, capturar y fijar carbono en el suelo así como brindar servicios de regulación que favorecen la adaptación al cambio climático.
Actualmente, en esta finca se pueden observar más de 137 especies de pájaros. Y esa posibilidad hizo que, a partir del 2012, se ofrecieran tours de observación de aves, historia natural y café. Más allá de ser contemplativos, estos tours tienen un fuerte componente didáctico.
“El turismo nos permite atraer a la gente a nuestro país y así extender la educación a la agricultura”, afirmó Jampol. “Turismo y agro hacen una buena simbiosis, sobre todo porque muchos turistas ignoran cómo se cultiva el café o la piña”, agregó.
De esta manera, el agro se suma a la ecuación de conservación y turismo con que Costa Rica ha logrado afianzar su imagen internacional, pero además esta se vislumbra como una estrategia para acrecentar la resiliencia ante crisis mundiales como la climática.
Puesta en valor
Ubicada en lo que era una finca de naranjas, La Quinta se instaló en Chilamate de Sarapiquí en 1993 con la intención de convertirse en un albergue ecoturístico que ofreciera la posibilidad de conocer el bosque tropical húmedo, por lo que la regeneración natural del sitio era prioridad.
“Nos dedicamos a restaurar la vegetación nativa. Plantamos árboles y también dejamos que el bosque se regenerara solo. Por ejemplo, gran parte de lo que plantamos fueron almendros de montaña, porque estos árboles venían siendo talados por su madera y esto provocó que la lapa verde perdiera su fuente de alimentación, provocando que empezara a decrecer su población”, comentó Beatriz Gámez, dueña de La Quinta junto con su esposo Leonardo Jenkins.
Se empezó a reforestar a partir del río Sardinal, el cual atraviesa la propiedad y constituye un corredor biológico donde es usual observar monos que, aparte de llamar la atención de los turistas, cumplen una función en el mantenimiento de los bosques, ya que son dispersores de semillas. Y un bosque en crecimiento captura más carbono.
Así, poco a poco, el terreno de 3,5 hectáreas fue tornándose cada vez más verde y, con ello, empezaron a llegar los insectos, las aves, los anfibios, los reptiles y pequeños mamíferos como los armadillos, los pizotes y los perezosos.
En concordancia con ello, el ecolodge invirtió en paneles solares, una piscina ionizada y un biodigestor con el fin de disminuir su impacto ambiental. El biodigestor, por ejemplo, aprovecha las aguas de los servicios sanitarios y la cocina para, mediante la acción de bacterias que degradan la materia orgánica, generar gas metano que sirve de fuente energética para el restaurante y la lavandería así como limpiar el agua residual que se devuelve al río.
En 2017, mediante El Patio, la finca retoma sus raíces agropecuarias pero con una visión de sostenibilidad. Allí se siembra papaya, yuca, tiquisque, ñampí y palmito, todos libres de químicos. “Como fertilizante se utiliza el mismo follaje verde que se recoge en los jardines”, mencionó Gámez.
Aparte de cultivos, El Patio cuenta con una granja enfocada en productos cárnicos de cordero, pollo y cerdo, además de huevos de pastoreo. Para el círculo, los residuos provenientes de la cocina se reutilizan en la alimentación de los animales.
Lo producido en El Patio se complementa con lo generado en los jardines de La Quinta, donde hay pimienta, vainilla y plátano. También se cuenta con un invernadero para la producción de lechuga, albahaca, pepino, culantro y cebollino.
Todas estas acciones han permitido descarbonizar la actividad turística y agropecuaria en La Quinta. Si bien el agro sigue siendo el segundo sector con mayores emisiones en el país, también es el que más ha reducido su huella desde 1990: pasó de ser responsable por el 45,7% de las emisiones en 1990 a contabilizar el 20,5% en el 2017, según datos del Inventario Nacional de Emisiones 1990-2017.
“El turismo ha sabido poner en valor todos estos esfuerzos de descarbonización”, declaró Dayana Hernández, directora ejecutiva de la Cámara Nacional de Ecoturismo (Canaeco). “Y también el turismo ha influido enormemente para que el sector agro asuma más compromisos en relación al impacto que genera con su actividad”, continuó.
Al respecto, La Quinta ofrece dos ejemplos. El primero es que las fincas vecinas se motivan a seguir buenas prácticas. El ecolodge está al lado de una piñera, la cual decidió colocar su plantación orgánica en el extremo colindante con la propiedad turística.
El segundo ejemplo viene de la mano de las compras verdes. Para ser consecuentes con su visión de sostenibilidad, La Quinta adquiere lo que necesita de proveedores que cumplan con estándares ambientales similares a los suyos.
“El turismo tiene una particularidad y es que se alimenta de otros sectores. No sólo es exigente consigo mismo, sino que termina siéndolo hacia afuera con sus proveedores. Esto hace que se establezcan ciertos lineamientos que motivan a esos otros sectores a tomar responsabilidad por sus acciones. Incluso, como es el caso del agro, algunos de estos sectores se vuelven ejemplo para nosotros”, señaló Hernández.
Un punto más a destacar: la diversificación de actividades vuelve a los emprendimientos más resilientes. El haber incursionado en la parte agrícola, le permitió a La Quinta sobrevivir a la pandemia ocasionada por el COVID-19.
Aunque, debido al cronograma de producción, El Patio tenía excedentes, la familia Jenkins Gámez trató de colocar ese producto para así generar un ingreso ante la ausencia de turistas. “En la pandemia estuvimos cerrados 18 meses”, recordó Gámez. “Eso nos mostró que el turismo es un sector frágil y nos dimos cuenta que debíamos diversificar”, añadió. La lección también es válida ante el cambio climático.
Agro como oportunidad turística
Cuando los precios del palmito se vinieron a la baja, María Luz Jiménez decidió salir a la carretera a vender lo que producía. “Un día se detuvo una buseta llena de turistas europeos porque los guías querían que probaran los pejibayes. Pero el pejibaye no les gustó mucho, entonces decidí prepararles algunos platillos con el corazón del palmito”, relató.
Así fue como Jiménez echó a andar una soda donde brindaba degustaciones. “Los turistas empezaron a mostrar interés en conocer la plantación, porque querían saber de dónde salía el palmito. Y así fue como empezamos a hacer el tour que incluía almuerzo”, dijo.
La soda se transformó en un restaurante ubicado en Horquetas de Sarapiquí. Gracias a ese ingreso, las hijas de Jiménez cursaron carreras universitarias en turismo, medicina y psicología, esto en un cantón donde apenas el 5,6% de la población cuenta con estudios superiores.
“Mis padres son campesinos y siempre hemos vivido de la agricultura, así que decidimos hacer un emprendimiento donde pudiéramos fusionar lo que ya hacíamos con el turismo y así nació el actual negocio”, comentó Kenia Cascante, la hija de Jiménez que estudió turismo y actualmente trabaja con ella en Palmitour.
La finca consta de dos hectáreas: en una yace el restaurante y otras edificaciones, mientras que la otra se dedica a la plantación de palmito, pero también se siembran plátanos, banano, yuca, piña, cacao y frutales como guanábana, mandarina, cas y mamones. “No utilizamos químicos. Todo el manejo de la plantación se hace a mano, el abono es orgánico a partir del compostaje de los residuos de la cocina”, explicó Jiménez.
Todo lo que se produce es para dotar de ingredientes al restaurante. Para Cascante, el turismo —mediante la oferta gastronómica— contribuye a valorar el producto agrícola, permitiendo al visitante conocer de dónde viene lo que come y los procesos con que ese alimento fue cultivado. Y precisamente a esto se refiere la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) cuando dice que los sistemas agroalimentarios tienen el potencial de convertirse en solución ante el cambio climático, y los consumidores conscientes pueden catalizar el cambio.
El agroturismo también permite valorar al campesino. “Venir al tour, les permite conocer desde qué hora un agricultor debe levantarse para atender la finca hasta todo lo que se tiene que hacer para cosechar el producto. Se meten a la finca queriendo ver y probar todo, a veces hemos impartido clases de cocina”, contó Cascante.
Jampol concuerda: “contar la historia de nuestros agricultores es parte del producto que vendemos. No solo estamos hablando del café, sino cómo llegamos a tener ese café, cuál es el relato alrededor del cultivo en cuanto su contexto cultural y comunitario, pero también histórico, porque el desarrollo de Costa Rica estuvo ligado al café, y a la agricultura en general, al punto que las vacaciones escolares coincidían con los meses de recolección e incluso tenemos palabras que vienen de la práctica agrícola. Entonces, se trata de echar una mirada a la cultura de nuestro pueblo”.
El agroturismo es una tendencia que viene en crecimiento en Costa Rica. Se considera una categoría dentro del turismo rural comunitario, según la Ley N° 8724. Datos del Instituto Costarricense de Turismo (ICT) revelan que, en el período 2017-2019, el 10,6% de los turistas extranjeros incluyó una visita a una comunidad rural en su itinerario.
“Ahora se busca que el turista se involucre en este tipo de actividades y vivan experiencias. El agente de viajes ahora lo ofrece porque sabe que es una experiencia que los turistas van a disfrutar, va a ser enriquecedora y diferente, que expone al visitante a una realidad distinta a la que está acostumbrado”, señaló Hernández.
Con ello, las comunidades también logran dinamizar sus economías. En el caso de los tres emprendimientos consultados, todos emplean a personas de la comunidad. La Quinta, por ejemplo, da empleo a 25 personas, quienes viven a una distancia caminable del ecolodge. “De esa manera se hace un aporte en el rubro de empleo”, dijo Gámez.
En Palmitour laboran tres hombres en la plantación y siete mujeres en el restaurante. “Nos gusta emplear a mujeres que uno sabe que necesitan trabajo y ellas lo valoran mucho, la verdad es que se ponen la camiseta”, destacó Cascante.
En Finca Rosa Blanca, los trabajadores también provienen de comunidades aledañas. “Y es un círculo virtuoso porque, cada dos semanas, cuando reciben su salario, lo utilizan para comprar cosas en el pueblo y así están dinamizando la economía local. Estamos, por decirlo de alguna forma, reciclando dinero que viene del exterior por medio del turista extranjero y está quedando en las comunidades”, resaltó Jampol.
Ese impacto positivo se ve impulsado por los encadenamientos que los proyectos turísticos logran hacer. Si bien tiene El Patio, lo cierto es que La Quinta se concentra en ofrecer hospedaje y alimentación. Sin embargo, el ecolodge ha sabido redirigir el interés de los turistas hacia los tours agrícolas que ofrecen sus vecinos, cuya oferta incluye pimienta, palmito y chocolate.
“Creemos que la clave del ecoturismo está en que todos en la comunidad se puedan beneficiar”, enfatizó Gámez y continuó: “hay hoteles que atrapan toda la operación y no dejan salir al turista, entonces no se le da oportunidad a quienes están alrededor para desarrollar una economía local”.
El tour del palmito ya tiene 20 años y, en este tiempo, otros negocios han surgido. “Es muy bonito ver cómo las familias se han ido organizando para ofrecer diversidad de tours: unos ofrecen pesca de tilapias, otros tienen tours de diferentes cultivos. Y eso les ha permitido tener sus propios negocios”, manifestó Cascante.
Además, si ese crecimiento agroturístico se basa en principios ambientales se está invirtiendo en la sostenibilidad de la actividad a lo largo del tiempo, lo cual pudiera garantizar el bienestar a las generaciones presentes y futuras.
Eso sí, Jampol tiene una sugerencia para potenciarlo: hay que contar esta historia. “Mediante el turismo, no solo se puede educar sobre la parte agrícola, sino también sobre cómo las personas pueden participar en la protección del planeta”, dijo.