Varios de estos hoteles se ubican en la primera línea de costa en La Habana, desconociendo la vivencia directa y las alertas científicas sobre el aumento del nivel del mar y el mayor impacto de los huracanes.

Por Eileen Sosin Martínez

En casa de Mercedes Martín, las paredes desprenden un polvillo parecido a la arena, lo que la obliga a barrer casi todos los días. Medio metro por debajo del techo, varios tubos atraviesan las tres habitaciones. “En los cuartos y aquí (en la sala), para poner estos mueblecitos que tengo”, explica ella y acaricia el mimbre desgastado. “Pero estos han cogido agua, por eso están tan malos”.

A escasos 300 metros del malecón de La Habana, en la calle C, Mercedes y sus vecinos han visto las aceras convertirse en ríos cuando llueve mucho o cuando ha pasado algún ciclón como los que se acostumbran en el Caribe entre septiembre y noviembre. El torrente ha traspuesto sus viviendas, contaminado las cisternas, los sótanos se han vuelto piscinas… Por eso han tenido que tomar sus propias medidas. 

“Es que se está perdiendo el poco patrimonio que tiene la gente”, asegura Lino Sotolongo, esposo de Mercedes. “Y encima, están las afectaciones del agua, el gas, la electricidad…”, dice. 

Los vecinos de calle C y 3ra han vivido numerosas inundaciones. (Crédito: Eileen Sosin)

Cuando el huracán Irma arrasó la isla, en septiembre de 2017, olas de entre siete y nueve metros golpearon el malecón por más de 12 horas, lo cual provocó inundaciones clasificadas de “fuertes en extremo”, según recoge un estudio del Instituto de Meteorología (Insmet) de Cuba. La masa de agua destruyó comercios y monumentos, y el oleaje arrastró rocas de hasta tres toneladas. 

Ailín López se había mudado pocos meses atrás y, con la evacuación, cargó muebles sin saber que estaba embarazada. “Mira, yo lo digo y se me eriza la piel”. 

La propia investigación del Insmet concluye que, debido a la actual tendencia de incremento del nivel del mar a causa del cambio climático (en Cuba aumentó 6,77 centímetros entre 1966 y 2015), la zona de rompiente en el malecón habanero -en situaciones de oleajes extremos- se notará paulatinamente más cerca de la actual línea costera. 

Sin embargo, en la calle D y Primera Avenida, se levanta el hotel Grand Aston: dos torres de 25 pisos y 600 habitaciones, en plena zona de inundación. Y a un par de cuadras, en calle B y Primera, avanza la construcción de otro hotel. 

Solamente en 2022, las inversiones en servicios empresariales, actividades inmobiliarias y de alquiler alcanzaron 23.359,6 millones de pesos (unos 973,3 millones de dólares aproximadamente), de acuerdo con cifras del Anuario Estadístico de Cuba (edición 2023). Ese monto equivale al doble de lo invertido en cinco años (2017-2022) en la agricultura y ganadería, ciencia e innovación tecnológica, educación, salud pública y asistencia social, juntas. 

El hotel Gran Muthu Habana se inauguró en febrero de 2023. Delante, el Paseo Marítimo 1ra y 70, construido sobre el arrecife. (Crédito: Eusebio Linares)

No extraña entonces que este desembolso masivo haya despertado polémica, teniendo en cuenta los bajos índices de llegadas de visitantes internacionales y de ocupación de las habitaciones ya existentes. 

“Ante la brusca caída de los ingresos de Cuba, la falta de liquidez para enfrentar obligaciones, incluso para la compra de alimentos, no se ha explicado debidamente por qué continuaron las construcciones de hoteles, en un momento de tensiones económicas de todo tipo”, ha señalado el economista y profesor Omar Everleny.

En efecto, las edificaciones contrastan con la depauperación del nivel de vida y la precariedad de otras infraestructuras y servicios. El arquitecto Universo García considera crucial “ese desbalance entre la construcción de costosos hoteles de lujo y una ciudad que da sentido al destino para el que supuestamente se construyen, y que se derrumba”. 

Además, varias de estas instalaciones se ubican en la primera línea de costa en La Habana, desconociendo la vivencia directa y las alertas científicas sobre el aumento del nivel del mar y el mayor impacto de los huracanes. 

Hotel Paseo del Prado visto desde el malecón. (Crédito: Eileen Sosin)

Pan para hoy, hambre para mañana

El malecón se comenzó a construir en 1901 por la intersección con el Paseo del Prado, donde hoy se encuentra el hotel del mismo nombre (inaugurado en 2019). El muro, que devino en símbolo de la ciudad y uno de los lugares más entrañables para sus habitantes, tiene fallas de origen. 

Áreas del litoral se rellenaron y asfaltaron, sin las respectivas obras complementarias. Los sistemas de drenaje no son suficientes y encima el oleaje choca contra las salidas de esos drenajes y no permite que se evacúe el flujo, explica el arquitecto y profesor Obdulio Coca, a cargo del Grupo de Estudios de Desastres del Instituto Politécnico Superior José Antonio Echevarría (Cujae). Entonces, el malecón se transforma en un dique: el agua entra, pero no sale. 

Asimismo, el barrio de Miramar, al oeste, empezó a urbanizarse a principios del siglo XX, tomando también la primera franja costera. En la actualidad, edificios como el emblemático Riomar están casi destruidos como consecuencia de la cercanía.

“Ahí el mar entra directamente por donde debería estar el arrecife. Hay zonas con mayor penetración o no, pero indiscutiblemente hay muchas edificaciones que están mal ubicadas”, afirma Coca. 

El agresivo ambiente marino produce corrosión del acero y la piedra, lo cual encarece los costos de mantenimiento y obligaría a construir con materiales de altas prestaciones, también más caros. Ante un eventual huracán, la instalación debería evacuar a los huéspedes, incrementando así el riesgo aparte de los gastos.  

La presencia de otros hoteles en la costa, lejos de sugerir su viabilidad, reafirma los problemas, pues estos se han afectado de igual forma por diferentes eventos climáticos. “Si eso se ha demostrado, es un error seguir poniendo en riesgo nuevas inversiones”, subraya el experto. 

La extrema cercanía a la costa, más la falta de mantenimiento, han destruido el edificio Riomar. (Crédito: Eileen Sosin)

La política y la ciencia

En 2019, varios medios nacionales publicaron la noticia: un reciente estudio del Instituto de Meteorología indicaba que el aumento del nivel del mar en Cuba sería mayor de lo esperado. Si inicialmente se había calculado un incremento de 27 cm para 2050 y 85 cm hacia 2100, la nueva medición arrojaba valores de 29,3 cm y 95 cm, respectivamente. El documento destacaba localidades donde el ascenso estará por encima del nivel medio, entre ellas, La Habana. 

“Es necesario señalar que, al paso de huracanes por el territorio cubano, las surgencias asociadas a ellos, serán más destructivas al penetrar más profundamente el mar e impactar más poblaciones, personas, viviendas, terrenos agrícolas y acuíferos”, destacó Rafael Pérez Parrado, autor de la investigación.

Ida Mitrani, también investigadora del Insmet y profesora de la Universidad de La Habana, coincide en que la mayor dificultad para todo el país, y especialmente para la capital, radica en el aumento en frecuencia e intensidad de los ciclones tropicales. “Los registros de inundaciones en La Habana, de más de 100 años, muestran la tendencia general creciente de estos eventos”, agrega.

En particular, el malecón sufre daños superiores por las características del relieve del fondo, y su posición abierta a los vientos del noroeste, lo cual favorece  las inundaciones por rompiente del oleaje, incluso ante eventos meteorológicos de mediana severidad.

En calle B y Primera, avanza la construcción de otro hotel. (Crédito: Eileen Sosin)

En un artículo de su autoría, la especialista referencia un estudio del 2000, donde ya se mencionan las zonas costeras más sensibles al cambio climático en Cuba: el Golfo de Batabanó, el tramo aledaño a los golfos de Ana María y Guacanayabo, y el litoral habanero. Quiere decir que existe conocimiento científico sobre tales peligros desde hace más de 20 años. 

Con todo y el consenso al respecto, los nuevos hoteles cuentan con la Licencia de Impacto Ambiental, otorgada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA). Ello no sólo contradice la ciencia constituida, sino además las proyecciones de las autoridades respecto a estos temas. 

Por ejemplo, la Tercera Comunicación Nacional a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (2020) enuncia que en el litoral norte entre Artemisa y Matanzas – donde se enmarca La Habana- podrían afectarse 10.181 habitaciones (de ellas, 9.781 en hoteles cinco estrellas), con pérdidas alrededor de 2.467.440 pesos (equivalente a unos 102.782 dólares). 

Por otra parte, el documento menciona que se han popularizado las construcciones biplanta en algunas zonas costeras bajas, para reducir pérdidas materiales y la amenaza a la vida humana ante inundaciones costeras temporales.

Asimismo, proyectos como Resiliencia CosteraAdaptHabana, que involucran a la población y cuentan con financiamiento internacional, buscan identificar riesgos y fomentar acciones de adaptación. 

Resulta paradójico prepararse para enfrentar el cambio climático por un lado y, por otro, aumentar la vulnerabilidad. La edificación de hoteles demasiado cerca del mar sugiere una mentalidad rentista, enfocada sólo en obtener ganancias a corto plazo. 

La humedad y el salitre han dañado las paredes de la casa de Carmen Pérez. (Crédito: Eileen Sosin)

Mientras, los vecinos de la calle C intentan adelantarse al próximo ciclón. Tras los embates de Irma colocaron una compuerta de hierro en la entrada de su edificio para así impedir la entrada del agua. “Eso, claro, lo hemos tenido que pagar nosotros”, dice Carmen Pérez. 

En noviembre, unas horas de lluvia pertinaz inundaron nuevamente hasta las aceras. Mercedes quisiera reducir el polvo de las paredes cubriendo los cuartos y la cocina con azulejos, aunque asegura que ahora resulta imposible esa inversión. “Para el pobre es imposible hacerlo”, dice. Los tubos siguen en el techo, por si hubiera que encaramar otra vez los muebles de mimbre, bastidores y colchones.

“La furia de la naturaleza no la podemos negar. El nivel del mar va a subir, eso lo saben hasta los niños casi… Pero si no hacemos nada para aliviar eso, estamos condenados”, comenta resignado Lino Sotolongo. 

Este artículo es parte de COMUNIDAD PLANETA, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina, del que Ojo al Clima forma parte.

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