A inicios de los 70, la ciudad de Buenos Aires recibía a los turistas que arribaban desde un avión, con la imagen de un anillo de hollín que circundaba la ciudad. Leonardo Maceiras todavía recuerda el humo saliendo de las chimeneas de miles de casas, tras quemar su propia basura.
“Para esa época los incineradores eran un problema enorme. Estaba el hollín, y era combustión completa. Eso generaba muchísimas toxinas y muchos problemas ambientales”, dijo el Gerente de Operaciones de la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (Ceamse) que hoy procesa casi el 40% de la basura de Argentina y tres cuartas partes de los residuos de Buenos Aires: la tercera ciudad más poblada de latinoamérica.
En 1976 se promulgó una ordenanza que prohibió todos los incineradores domiciliarios, y un año después se creó un concepto radicalmente distinto: materializar un anillo -esta vez verde- con espacios recreativos, programas de forestación y tratamiento de residuos sólidos mediante rellenos sanitarios.
“Vos me decís que esto es un relleno, pero con este relleno generamos electricidad, generamos canchas, compost, espacios verdes… Nosotros le damos luz a 25 mil hogares. No. Somos un complejo ambiental”, acotó Maceiras.
A primera vista parece más un parque que cualquier otra cosa: al principio el olor a basura es casi imperceptible, las montañas con árboles y los lagos con patos se confunden entre la fila de más de dos mil quinientos camiones de basura que ingresan al complejo. Bajo tierra, se esconden, cada año, casi 33 estadios llenos de basura.
La basura de cada día
Argentina no escapa al problema de la basura: su panorama sobre el tratamiento de los residuos es agridulce. Aunque Ceamse procesa casi el 40% de los desechos del país (hay camiones que recorren hasta 120 kilómetros de distancia para dejar la basura), casi 17 de los 44 millones de habitantes de Argentina tiran su basura en vertederos o espacios similares.
Algunos rellenos sanitarios están al borde del colapso, y la ciudad de la capital ha decidido volver a permitir la incineración: esta vez mediante plantas termovalorizadoras para generar energía eléctrica, en caso de que los residuos no puedan ser separados o reciclados. Por costos, buena parte de los municipios tampoco separan la basura.
No es tan disímil al panorama costarricense: según la investigadora Karen Chacón, del Programa del Estado de la Nación, la situación sobre el tratamiento de los residuos en Costa Rica es muy heterogénea: es común que los municipios obtengan sus peores calificaciones en gestión cuando se trata de basura y -si ya hay retos en recolección- los desafíos en tratamiento de residuos son aún mayores.
El último estudio disponible sobre el tema del Programa reveló que para el 2016 solo 46 de los -entonces- 81 cantones tenían coberturas mayores al 77% en la recolección de basura.
La situación es más grave si observamos el tratamiento de esos residuos: en el 2014 el “Inventario de georeferenciación y de caracterización fìsico – químico de lixiviados, suelos y gases, en sitios de disposición final de residuos” del Ministerio de Salud y la Universidad Nacional identificó 44 sitios de disposición de residuos: solo ocho de ellos eran rellenos sanitarios.
Según el estudio, algunos de esos rellenos -como el de Garabito- tienen grandes retos en el tratamiento de lixiviados (líquido residual de la basura) al que solo aplican productos químicos para evitar parásitos y mosquitos. En Guanacaste, el estudio no identificó ningún relleno sanitario.
En sudamérica, a casi media hora del centro de Buenos Aires, el proyecto estatal Ceamse se propuso hacer algo diferente.
Aquí clasifican el material reciclable y logran recuperar el 13% de lo que reciben, convierten el caucho de las llantas en canchas sintéticas, generan abono con los residuos, convierten los gases de la basura en energía eléctrica y transforman los líquidos lixiviados en agua para riego.
“Es cierto: las licencias sociales son bien complicadas en todo lugar, pero es importante que la gente vea lo que puede provocar. Esto te genera, más allá del relleno, micro economías regionales. Tenés gente trabajando aquí”, agregó Maceiras, refiriéndose a las once asociaciones civiles (antes recolectores informales y hoy trabajadores organizados con programas de asistencia en salud) con 750 personas que trabajan separando la basura, entre otras funciones.
De lixiviados y otros tratamientos
La Ceamse, por ejemplo, asegura tener la planta de tratamiento de lixiviados más grande del mundo. Los lixiviados son los “jugos” que desprende la basura cuando se entierra.
Aquí procesan 123 mil metros cúbicos de líquidos por mes (y pretenden procesar 30 mil metros más) que llegan de toda la basura enterrada en el complejo ambiental (desde los módulos de los años 90 hasta los de la actualidad), extraídos por un equipo de bombeo.
El sistema procesa 4.000 metros cúbicos de líquidos viscosos y malolientes que son ecualizados, separados entre la parte sólida y la líquida y tratados por medio de nanofiltraciones varias veces por día, hasta generar agua completamente limpia que va a parar a la cuenca del río Reconquista y a lagos de los parques del complejo. De los líquidos fétidos de la basura sale agua limpia.
Una de las plantas más modernas, llamada Planta de Tratamiento Mecánico Biológico, creada en enero de 2013, procesa 1.200 toneladas diarias de basura exclusivamente de la ciudad de Buenos Aires. El sistema separa los residuos sólidos (papel, plástico, cartón), la basura seca de la húmeda, lo orgánico de lo sólido, y realiza procesos de descomposición acelerada por medio de biorreactores.
Eso permite reciclar el 13% de la basura que llega y abre la posibilidad de que los residuos orgánicos secos puedan pasar por un triturador y por procesamientos de separación. Al final, pueden ser usados en una planta de compostaje, que, tras casi cuatro meses, logra generar un abono útil para huertas orgánicas y áreas verdes, que se dona sin cargo a la población.
La basura que no logra ser reciclada (alrededor 87%) va a parar compactada bajo tierra, en “bloques” de 1,3 toneladas por metro cúbico, aislados del exterior por capas de polietileno (un tipo de polímero), suelo arcilloso y tierra, con tubos que succionan los gases que genera la basura y sistemas de bombeo que extraen sus líquidos lixiviados.
“Sobre las emisiones, cada módulo tiene su propia planta de desgasificación, de las cuales dos de ellas están asociadas a un proyecto de generación de energía eléctrica, con lo cual, todo lo que es el biogás lo estamos reduciendo”, indicó Marcelo Rosso, gerente de Nuevas Tecnologías de la Ceamse.
“Cada uno de los módulos está ajustado al protocolo de Kyoto y, aparte, con el procesamiento de la planta de la fracción orgánica también estás reduciendo toneladas de dióxido de carbono equivalente que no se van a generar en el relleno, como consecuencia de la disposición de la materia orgánica”, agregó.
Generar energía con la basura
Al igual que los lixiviados, el biogás que genera la basura acumulada en los rellenos tampoco se desaprovecha. Los gases no van a la atmósfera.
Una serie de pozos capturan el metano y el dióxido de carbono que generan los residuos, y un sistema enfría rápidamente los gases. Esos gases luego alimentan los motores que generan, a su vez, energía eléctrica en baja tensión. Esa energía luego es dispuesta en el sistema eléctrico nacional, que terminan usando 25.000 hogares de Buenos Aires.
En otros casos, esos gases habrían ido a la atmósfera o habrían terminado quemándose.
Hay otros proyectos: como los "ecoladrillos", generados a partir de los desechos de alimentos, la creación de canchas a partir del reciclaje de neumáticos, entre otros.
“(A futuro, queremos) asesorar en lo más que se pueda a todas las comunidades (del país). Nosotros estamos para ayudar y asesorar en lo que se pueda para que otras implementen estos procesos”, aseveró Maceiras, el Gerente de Operaciones de la Ceamse.
La sombra de la basura
Pese a todo, la basura sigue creciendo en Buenos Aires y quedan grandes retos que amenazan esos logros. Hoy se les cobra a los municipios alrededor de $17 por el procesamiento de una tonelada: algo bajo en comparación con países europeos, donde se puede cobrar hasta ocho veces más, señala Florencia Thomas, Gerente de Relaciones Institucionales de la Ceamse.
Eso genera varios inconvenientes, como una baja proporción de material reciclado. “En Europa, hoy por hoy, prácticamente no ha municipio que no tenga separación de origen. Todo tiene una cuestión asociada al costo, y nosotros no tenemos injerencia sobre la recolección”, añadió.
Ceamse solo logra reciclar un 13% de su basura, cuando en otras zonas del globo la proporción puede triplicarse -gracias a la separación de origen-, se lamenta Thomas.
Solo la región metropolitana genera hoy casi 19.000 toneladas de basura diarias, pero en el 2030 se proyecta que la cantidad podría aumentar a casi 24.920.
Debido a ese aumento, y contra todas las alertas ambientales por la generación de emisiones, la ciudad volvió a permitir la incineración de basura para generar energía eléctrica. Aunque ya ese procedimiento está permitido, nadie aún implementa la técnica como tratamiento (Ceamse genera energía por medio del gas metano que ya emite la basura: un método distinto).
En Costa Rica, donde el Ministerio de Salud estima la generación mensual de 140.046 toneladas de basura por mes, también hay retos. La frecuencia de las campañas de reciclaje -si existe- suele ser mensual en la mayoría de municipalidades.
Además, en zonas rurales, menos de la mitad de los hogares disponen del traslado de su basura en camiones recolectores. 31 cantones no recolectan los residuos "valorizables”. También, los municipios tienen intereses disímiles en el tema, al menos si se mide su inversión. En el 2016 el Estado de la Nación encontró diferencias en los gastos per capita hasta 19 veces, dependiendo del municipio.
“Tenés que dejar de ver que el residuo es un problema y pensar que es una oportunidad para generar nuevas cosas. Capaz que hay municipios que ven oportunidades de negocio”, cerró Maceiras.
(Nota del editor: Este artículo se realizó durante un viaje pagado por la Organización Periodistas por el Planeta) en octubre de 2018. El viaje no tenía asociado ninguna obligación de publicar ningún contenido).