La Ciénaga del Progreso se encuentra a 40 minutos de la ciudad de Mérida, en la península de Yucatán (México). A la izquierda yace una laguna y a la derecha está el manglar, la carretera justo divide ambos ecosistemas.

De hecho, décadas atrás, la construcción de esa carretera interrumpió el flujo natural del agua proveniente de la laguna Chelem hacia las 90 hectáreas de mangle. Fue la falta de líquido la que terminó por secar el humedal y, con ello, también desapareció la fauna.

En Ciénaga del Progreso, la rehabilitación hidrológica incrementó hasta un 50% más las posibilidades de restauración del manglar.

Si bien se dieron esfuerzos de reforestación, estos no tuvieron éxito. Cuando se hizo el estudio de impacto ambiental para la construcción de un nuevo distribuidor vial, se recurrió a Jorge Herrera y a los investigadores del Departamento de Recursos del Mar de la Unidad Mérida del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional de México (Cinvestav-IPN, Unidad Mérida).

En la mayoría de los sitios restaurados no hicieron falta acciones de reforestación, ya que las semillas de mangle llegaron por sí solas tras la rehabilitación hidrológica. (Foto: Michelle Soto).

En manos de Herrera y su equipo, Ciénaga del Progreso tendría una nueva oportunidad para recuperar su bosque de sal. En tan solo tres años el proyecto logró recuperar 53 hectáreas, el equivalente al 48% del área total.

“Un año más tarde ya había fauna: peces, moluscos, aves. Encuentren ustedes un ejemplo de restauración de ecosistemas terrestres que muestre resultados al cabo de un año”, comentó Herrera, y agregó: “esta es una de las maravillas del manglar. Mientras en la restauración de ecosistemas terrestres primero viene la vegetación y luego la fauna, en el manglar la fauna viene primero”.

¿Cómo lo lograron? Las lecciones aprendidas en el proyecto en Ciénaga del Progreso podrían resumirse en tres: primero es conocer la historia del sitio y la dinámica del agua; lo segundo es pensar en restaurar y no simplemente reforestar; y, por último, siempre tener una perspectiva que busque la salud del ecosistema.

En el contexto de mitigación y adaptación al cambio climático, muchos están volviendo su mirada hacia estos bosques de sal debido a los servicios ambientales que brindan como secuestradores y fijadores de carbono, también porque funcionan como barrera natural frente a tormentas y el incremento del nivel del mar.

Los manglares también ofrecen otros beneficios relativos a la pesca, el turismo, aprovisionamiento de materias primas como leña e incluso compuestos para el desarrollo de medicamentos.

En este sentido, muchos grupos -incluso aquí en Costa Rica- se han dado a la tarea de restaurar áreas de manglar, pero no todos los proyectos han tenido éxito. Allí es donde Herrera comparte su conocimiento: primero hay que entender al ecosistema.

El caracol chivita es una de las especies que se están observando en las áreas restauradas de manglar. (Foto: Michelle Soto).

Entender los procesos naturales

“Ya no estamos para hacer ensayo y error. Hay que recurrir a la ciencia”, declaró el investigador de Cinvestav-IPN.

Por ello, el primer paso consistió en caracterizar el lugar a restaurar e identificar las causas del deterioro. Para ello, los investigadores hicieron muestreos en diez sitios: ocho cuya meta era la rehabilitación y los otros dos sirvieron de referencia, ya que correspondían a zonas de mangle vivo que estaban aledaños a la zona a restaurar.

En los ocho sitios a rehabilitar se tomaron datos como sedimentos, muestras de agua para análisis de nutrientes y salinidad, entre otros.

Por su parte, en los sitios de referencia se levantaron datos sobre los árboles, se establecieron parcelas para medir la regeneración potencial y también se tomaron muestras de agua. A partir de estos sitios, los investigadores se dieron cuenta que en el lugar predominaba el mangle rojo (Rhizophora mangle) y el mangle negro (Avicennia germinas).

Aparte de la interrupción en el flujo del agua, los científicos también notaron que el suelo del manglar había sido rellenado con materiales de dragado y, por tanto, el lugar presentaba bajos contenidos de materia orgánica.

La buena noticia es que el ecosistema mostraba ser resiliente. “Con solo darle una ayudadita, plum, se levantó”, manifestó Herrera y añadió: “lo que teníamos que hacer era entender los procesos naturales para acelerarlos, desde un punto de vista de ingeniería ecológica, para que el ecosistema se recuperara más rápido”.

Un ecosistema de manglar depende de los flujos de agua. Por esa razón, una de las primeras acciones de restauración debe orientarse a restablecer la hidrología. (Foto: Michelle Soto).

Ingeniería ecológica

La dinámica hidrológica es esencial en un ecosistema de manglar. Por ello, los investigadores recolectaron datos para crear un modelo de circulación del agua que les permitiera entender los flujos naturales y, a partir de este, establecieron tres escenarios, decantándose por aquel que se mostraba más eficiente.

También analizaron la topografía y así se percataron que en la Ciénaga del Progreso existían tres niveles que develaron necesidades diferentes de rehabilitación hidrológica: se necesitaba dotar de agua a la parte alta y elevar un poco la topografía en la parte baja.

“Muchos proyectos de restauración no evalúan la micro topografía y esta podría guiarlos”, dijo Herrera.

Con esta información en una mano y una pala en la otra, se procedió a abrir canales para restablecer el flujo de agua. Se cavaron canales que tenían entre 1,20 y 3 metros de ancho por 0,6 metros de profundidad.

También se eliminaron los materiales de relleno y escombros que interrumpen el flujo hidrológico en los canales naturales de inundación.

Con tan solo esa acción, el mismo ecosistema se reforestó por su cuenta. Las semillas de los árboles ya existentes caían al agua, flotaban y se dejaban arrastrar por la corriente en el canal hasta encontrar un lugar donde las condiciones fueran propicias para establecerse.

“Hay que entender a la naturaleza. Si tú le creas las condiciones, va a responder de manera natural. Esto también permite ver los procesos de sucesión secundaria en la restauración. Existen especies facilitadoras, pioneras, que conforme se va restableciendo el flujo del agua, van colonizando ciertas áreas, creando micro ambientes, absorbiendo la sal, creando sombra, disminuyendo la temperatura y permitiendo que el manglar crezca”, comentó Claudia Teutli, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y miembro del equipo científico de restauración.

Lamentablemente, muchos proyectos no conocen las funciones de estas plantas pioneras y las consideran especies invasoras. “Pero no es así. Ya cuando el manglar empieza a dominar, esas especies empiezan a desaparecer porque necesitan luz y ya con el manglar va a haber sombra”, explicó Teutli.

En los sitios donde se debió elevar la topografía se hicieron unas camas cuya elevación era de 80 centímetros y su diámetro de un metro. “La elevación depende mucho del nivel máximo de marea. El objetivo era elevar un poco el sedimento para ayudar a que se estableciera el manglar”, manifestó la investigadora de UNAM.

Se recolectaron propágulos (plántulas o candelas de mangle) y se sembraron en esas camas. Una decena por cama. Se siguió un criterio de selección natural, sabiendo que alguno sobreviviría y ese sería el más fuerte.

“Sabíamos que iba a haber competencia entre ellos, pero si quedaba al menos uno, también sabíamos que iba a crecer una planta de dos metros de diámetro por dos o tres metros de altura”, dijo Herrera.

Teutli y Herrera no creen en los viveros porque no todas las especies son aptas para crecer en estos y se estaría favoreciendo ecosistemas poco diversos.

Además, las plantas se consienten porque, en un vivero, las condiciones ambientales están controladas y, por tanto, esos propágulos no están preparados para enfrentar las condiciones de luz, temperatura, salinidad, entre otros, que se dan naturalmente en el manglar.

Las plantas pioneras propician las condiciones para que, posteriormente, el mangle se establezca en un sitio. (Foto: Michelle Soto).

Salud del ecosistema

Herrera recuerda la tríada del éxito: hidrología, sedimentos y vegetación. “La restauración no solo depende de la vegetación. La vegetación está ahí porque es favorecida por los sedimentos y la hidrología. Entonces, cuando hablamos de manglar tenemos que hablar del ecosistema. El que se recupera es el ecosistema”, enfatizó.

De hecho, la sobrevivencia del mangle está regulada por el nivel de inundación, mientras que la salinidad del agua controla el crecimiento de los propágulos.

La salud del ecosistema es la clave de la resiliencia. Herrera lo explicó de manera coloquial: “cuando uno está sano y agarra una gripe, esta le puede durar un par de días. Pero, si uno no está bien de salud, esa gripe incluso puede terminar en una neumonía”.

“Con el manglar pasa lo mismo, por eso nos tenemos que enfocar en restablecer o conservar la salud del ecosistema. Si lo hacemos, estamos invirtiendo en resiliencia y, cuando ese manglar se enfrente a huracanes o al incremento del nivel del mar, no va a tener tanto problema en recuperarse”, continuó.

¿Qué indicadores se pueden observar para saber si el ecosistema está recuperando su salud? Uno de ellos es la salinidad.

“Está demostrado que para llegar a ver un bosque se necesita, por lo menos, 15 años”, comentó Herrera, y agregó: “pero la gran ventaja que tienen los manglares es que hay indicadores de corto plazo, uno de ellos es la salinidad. Uno de los impactos de la degradación es la salinización, entonces se puede medir la desalinización”.

Las semillas de mangle son livianas y eso facilita que floten en los canales donde son arrastradas por la corriente con el objetivo de colonizar otros sitios. (Foto: Michelle Soto).

Los otros indicadores los aporta la biodiversidad. La presencia, cada vez mayor, de aves, crustáceos, moluscos y peces brindan pistas de cuán bien se está recuperando el ecosistema.

“Aquí hemos visto cocodrilos. Si están llegando es porque el ecosistema se está recuperando”, manifestó Herrera. Es cierto, la presencia de un depredador como este implica que el ecosistema está en equilibrio.

Teutli y su equipo están a cargo de los monitoreos en los manglares restaurados. Su objetivo es ver cómo se van recuperando los servicios ecosistémicos. Por ello, se monitorea el almacenamiento de carbono en los sedimentos y la biomasa de los mangles, también el paisaje, las poblaciones de peces, aves e insectos.

Los peces, moluscos y crustáceos son de interés para la pesca. De hecho, un caracol conocido como chivata se está viendo cada vez más en el manglar y personas de las comunidades aledañas lo están recolectando tanto para consumo como para la venta.

En cuanto a los insectos, estos son clave a la hora de extraer miel del mangle negro.

El paisaje y la avifauna son atractivos para la recreación, más en una zona tan cercana a Mérida donde el turismo es motor de desarrollo.

La expectativa de las comunidades, según Herrera, es recuperar el manglar y, con este, entrar en un círculo de bienestar.

Guía para la restauración

Como parte del Programa SWAMP del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR) y el Servicio Forestal de los Estados Unidos (USFS), con fondos de USAID, los investigadores están trabajando en una guía para la restauración de manglares basada en la experiencia de Ciénaga del Progreso, la cual se publicará muy pronto.

Este fue uno de los resultados de la socialización de la experiencia que se dio el año pasado a raíz de un taller sobre carbono azul, el cual reunió a expertos convocados por CIFOR en la ciudad de Mérida.

Las Chelemeras

Cuando el investigador del Cinvestav-IPN, Jorge Herrera, se acercó a la comunidad de Chelem en busca de mano de obra, no se imaginó que esa fuerza provendría de las mujeres.

Los hombres prefirieron seguir en la pesca, la plomería y otras actividades. Ellas se le acercaron atraídas por la posibilidad de contar con un jornal para sus familias.

Las Chelemeras entraron al manglar y nunca se fueron. Equipadas con botas, faja, gorra, blusas de manga larga y palas, ellas son quienes abren canales, trasiegan sedimento de un lado a otro, bajan montículos y elevan la topografía en los sitios que así lo requieren.

Estas 20 mujeres inician labores a las 7 de la mañana y van finalizando a eso de las 10 a.m., apenas para salir con rumbo a sus casas a preparar el almuerzo y recibir a los niños cuando regresan de la escuela.

Se hacen llamar las restauradoras del manglar y esa inquietud por el medio ambiente se la trasladaron a sus hijos e hijas, quienes —según Claudia Teutli de UNAM— convencieron a la maestra para que contactara a los investigadores con el fin de que estos los capacitaran en aspectos ambientales relativos al manglar.

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