En el terreno donde se ubica la Casa de la Cultura de Sarapiquí antes estaban los bomberos y, antes de ellos, el lugar sirvió para que los investigadores de la Organización para Estudios Tropicales (OET) hicieran los primeros ensayos forestales de la región.
Eran los años 80 y el valor maderable puso de moda el ciprés, el pino y el eucalipto por encima de especies nativas que estaban mejor adaptadas a las condiciones ambientales y eran propicias para la fauna de la zona. Lo que querían ver los investigadores era cómo crecían los árboles nativos para así argumentar el empleo de estos en plantaciones forestales.
“Gracias a esas pruebas, la Ley Forestal cambió (a mediados de la década de 1990) y eso permitió que no solo se valorara la captación de carbono o el crecimiento rápido de los árboles sino también que se viera a los árboles nativos como fijadores de carbono, que pueden ser maderables y tienen muchos otros beneficios para la flora y fauna”, comentó Fiorella Durán, bióloga y fundadora de la organización Guarumo Restauración Ecológica.
Lo cierto es que aquellos ensayos favorecieron la regeneración natural a partir de 10 especies arbóreas. Bastó dejar pasar el tiempo para que creciera un bosque, el mismo que ahora yace detrás de la Casa de la Cultura y es el principal espectador de las clases de teatro, danza y pintura que se imparten en las instalaciones, esto gracias a la gestión que hizo la Asociación Siempre Verde ante el Ministerio de Cultura y Juventud (MCJ). Allí también se realizan festivales de la canción, recitales de poesía y talleres de escritura.
Pero, además, ese bosque sirve de inspiración. “Lo que pasa en Sarapiquí es que las personas tienen una relación directa con la naturaleza. La gente sabe cuáles pájaros hay, les gusta mucho el río y muchos se dedican al ecoturismo”, destacó Durán.
Por esa razón, uno de los enfoques que tiene la Casa de la Cultura es recuperar la cultura ambiental de Sarapiquí y es en esta línea de trabajo que nace la colaboración con Guarumo y OET.
Empezar por el jardín
Desde finales de los años 90, Orlando Vargas -coordinador de Operaciones Científicas de la estación biológica La Selva de la OET- viene preocupándose por el impacto de las especies no autóctonas o exóticas en el bosque.
En el 2007, él y sus compañeros llegaron a identificar 153 especies de plantas exóticas en el bosque protegido de La Selva. De esas, unas 25-30 especies presentaban un comportamiento agresivo. “Tenemos un problema que se está comiendo el bosque”, advirtió.
Al no tener depredadores naturales, las especies exóticas se ven favorecidas al punto de competir con las especies locales por los mismos recursos (sol, agua y nutrientes). Incluso, estas plantas pueden llegar a desplazar a la vegetación autóctona con consecuencias significativas a nivel ecológico. Los animales, por ejemplo, no saben utilizar esta flora que es ajena a su entorno; propiciando ecosistemas monótonos, algo que se conoce como bosques vacíos.
El problema de las especies exóticas, sobre todo las invasoras, es a escala mundial y, por ello, se incluyó como una de las metas del recién aprobado Marco Mundial Kunming-Montreal de la Diversidad Biológica. De hecho, los países se comprometieron a reducir en un 50% las tasas de introducción y el establecimiento de especies invasoras al 2030.
Para dispersar una especie exótica solo basta una semilla. Por ello, Vargas se aboca a promocionar los jardines de plantas nativas entre los vecinos de las comunidades aledañas a la estación biológica. De hecho, y en conjunto con Fundación Pro Nativas, OET creó un jardín de carácter demostrativo en La Selva.
La estación biológica suele realizar ferias abiertas al público, con una visitación diaria de unas 1.300 personas, donde se regalan plantas así como material educativo derivado del conocimiento científico acumulado a lo largo de los años por los investigadores de OET.
Vargas ha elaborado guías para la comunidad, las cuales incluyen plantas medicinales y otras especies arbustivas que se pueden tener en los jardines de Sarapiquí. Al ser plantas nativas, se disminuye el impacto en caso de que sus semillas o polen sean dispersados por animales, el viento o la lluvia hasta llegar a los bosques naturales que sirven de área de amortiguamiento al Parque Nacional Braulio Carillo, por ejemplo.
Bajo esta premisa es que Vargas es enfático en abogar que incluso sean plantas nativas del lugar. “Es importante trabajar localmente para incentivar plantas nativas de cada región porque no queremos tener plantas de Guanacaste en Sarapiquí, ni viceversa”, dijo.
En los senderos naturales de La Selva se observan rótulos con el nombre de la planta y un código QR que lleva a la persona al catálogo digital de la estación biológica. Estudiantes de las escuelas y colegios locales han recorrido esos senderos y también participado en actividades didácticas que se realizan a propósito del jardín.
Guarumo –con apoyo de OET- se dio a la tarea de replicar la experiencia del jardín de especies nativas en la Casa de la Cultura, esto con el propósito que las personas pudieran ver que estos espacios pueden atraer fauna y cumplir con sus roles ecológicos a la vez que tienen valores estéticos que siguen la lógica de las plantas del trópico.
También, y según Durán, el jardín de plantas nativas permite a las personas visualizar su participación en los procesos de conservación y las introduce a un concepto más amplio y complejo como puede ser la restauración y conectividad ecológica.
“El manejo de especies exóticas debe incluirse en los esfuerzos de restauración”, destacó Vargas.
Restaurar para conectar
En el 2021, Naciones Unidas anunció el Decenio de la Restauración de Ecosistemas como una iniciativa que busca impulsar la recuperación de ambientes naturales para así aprovechar los servicios que estos brindan.
La meta global para 2030 es restaurar al menos el 30% de los ecosistemas degradados –sean terrestres o marinos- con el fin de mejorar la biodiversidad, sus funciones y los servicios ecosistémicos en pro de la integridad ecológica y la conectividad (esta es la Meta 2 del Marco Mundial Kunming-Montreal).
Al aumentar masivamente la restauración de los ecosistemas degradados se está apostando por soluciones basadas en la naturaleza para lidiar con los impactos del cambio climático, evitar la pérdida de un millón de especies y mejorar la seguridad alimentaria, el suministro de agua y los medios de subsistencia.
La restauración se refiere al proceso que busca recuperar la funcionalidad ecológica de los lugares y, con ello, mejorar el bienestar humano gracias a los servicios ecosistémicos. “La restauración de los ecosistemas es el proceso de detener y revertir la degradación, lo que da lugar a un aire y un agua más limpios, a la mitigación de los fenómenos meteorológicos extremos, a la mejora de la salud humana y a la recuperación de la biodiversidad, incluida la mejora de la polinización de las plantas”, se lee en el informe Restauración de los ecosistemas para las personas, la naturaleza y el clima, cuya autoría la comparten el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
También tiene que ver con derechos humanos. La degradación de los ecosistemas afecta al 40% de la población mundial (unas 3.200 millones de personas) y podría forzar a 700 millones a migrar en el 2050. De hecho, las comunidades que viven en 2.000 millones de hectáreas de tierra degradada están entre las más pobres y marginadas del mundo.
“Encontramos en la restauración ecológica un camino integral para las mejoras ambientales. Es una práctica que involucra un montón de cosas. No se trata nada más de ir a sembrar un árbol, que este fue un pensamiento que predominó por mucho tiempo, sino que consiste en construir un paisaje a futuro, cómo mejoramos realmente eso”, destacó Durán.
Precisamente, Guarumo busca restaurar ecosistemas degradados mediante la construcción de procesos participativos que promuevan el bien común y estén permeados por valores como el feminismo interseccional, la solidaridad, la rigurosidad científica, el respeto, la democracia, la equidad, la libertad y la sustentabilidad.
El conocimiento técnico es importante, pero no es el único que importa: se procura involucrar a todas las partes, se basa en muchos tipos de saberes y se respeta la vivencia de las personas.
“Podemos restaurar una finca productiva mediante sistemas agroforestales o también ayudar a una ciudad a incrementar sus áreas verdes. No vamos a hacer bosques prístinos sino sitios que aportan al mejoramiento ambiental”, dijo Durán.
Y no solo se trata de restaurar sitios sino de conectarlos unos con otros para facilitar el flujo genético y asegurar los servicios ecosistémicos. La salud de los ecosistemas depende de esa conectividad tanto longitudinal como altitudinal.
El Refugio Vida Silvestre Lapa Verde, ubicado entre Chilamate y Pueblo Nuevo de Sarapiquí, nació como una solución a la fragmentación del bosque derivada de la matriz agroproductiva (predominante en piña y banano). “En una frontera agrícola en expansión, los esfuerzos de conservación de grandes bloques son fundamentales para que la conectividad no se pierda”, justificó David Romero, encargado del departamento de Biología y Manejo de Recursos de Lapa Verde.
De hecho, el refugio –al igual que la Casa de la Cultura y la estación biológica- se encuentra dentro del Corredor Biológico San Juan – La Selva, el cual conecta ecosistemas desde la frontera con Nicaragua hasta los alrededores del Parque Nacional Braulio Carillo en Costa Rica.
Según Romero, el refugio es en sí mismo un ejemplo de restauración. Cuando se creó, hace 15 años, el terreno era básicamente potreros que habían sido utilizados en actividades ganaderas. Actualmente, el 90% del área está en proceso de recuperación boscosa.
Algunos potreros se dejaron para que se regeneraran de manera natural. Otro sí requirieron de una intervención activa mediante esfuerzos de reforestación, los cuales buscaban sembrar especies de árboles que fueran importantes para la alimentación de la lapa verde, cuya población venía en declive.
“Hay que tener un balance entre la restauración activa y pasiva para tener una mayor riqueza biológica”, destacó Romero como lección aprendida.
Esos esfuerzos de reforestación demandaron la creación de un vivero de especies nativas, cuya producción alcanza hoy los 600 árboles anuales. Aparte de utilizarse en el refugio, estos árboles se donan a proyectos de restauración dentro del corredor biológico.
Y allí es donde empezaron a coincidir Lapa Verde, Guarumo y OET.
Trabajar en red
Con el fin de proveerse de árboles para sus proyectos de restauración, Guarumo empezó un vivero en la Casa de la Cultura. El espacio tenía dos objetivos: producir especies que fueran difíciles de conseguir en otros viveros y así complementar la producción de otros sitios (como el vivero de Lapa Verde), pero también se convirtió en un espacio didáctico y así fue como se impartieron talleres sobre cómo hacer sustrato, las personas de la comunidad aprendieron a hacer camas de germinación y cómo hacer compost, entre otros.
Restauración basada en educación, le llama Durán, y consiste en trabajar las intervenciones a partir del contexto, promoviendo la ciencia ciudadana, el aprender haciendo y promoviendo la participación activa de las personas.
Y ese es un punto común entre Guarumo, OET, Casa de la Cultura de Sarapiquí, Lapa Verde, Macaw Recovery Network y Tirimbina. Aparte de compartir una filosofía similar en cuanto a la restauración, las seis organizaciones se apoyan en logística.
“Nos encontramos con varias organizaciones que buscábamos lo mismo: procurar impactar en una región de alta importancia ecológica a través de procesos de restauración y conservación de ecosistemas”, resumió Romero.
De esta manera nació la Red de Restauración Ecológica de la Zona Norte y en el 2022 organizaron una actividad conjunta: el Semillatón. Este consistió en ir a recolectar semillas en tres puntos diferentes para luego intercambiarlas y se aprovechó para compartir lineamientos y técnicas relativas a la reproducción de árboles.
Las organizaciones ya piensan a futuro y consideran proyectos en el ámbito de la investigación (trazabilidad de los árboles plantados y fenología de los mismos), educación (elaboración de manuales) y restauración (proyecto conjunto y monitoreo de siembras).
Se empieza por una semilla
Al preguntarle por qué escogieron al guarumo para darle nombre a la organización, Durán argumentó que este es un árbol de sucesión temprana, es decir, es el que va a empezar un bosque. Además, lo comen los perezosos y los murciélagos, lo usan las mariposas como hospedero y las aves rapaces lo utilizan para percharse.
“Es un arbolito que, aunque uno lo ve simple, es el primero que llega y es el primer paso para tener un bosque”, exclamó.
Lo mismo se podría decir de los esfuerzos de restauración de Sarapiquí: el proceso para conectarlo y hacerlo resiliente, y con ello dar bienestar a su población, inicia con el simple esmero. Al igual que una semilla.