¿Cómo será el clima del futuro? Es probable que se haya hecho esta pregunta tras los fuertes aguaceros experimentados el pasado 30 de noviembre de 2021, cuando —en el Valle Central— la gente despertó con lluvias como las de octubre y en las noticias advertían de riesgo de inundaciones en la Zona Norte y el Caribe.
¿Por qué ocurre esto? Porque al calentarse de más la atmósfera, por el exceso de gases de efecto invernadero (GEI) que emite la humanidad, la relación temperatura-lluvia se distorsiona y, con ello, cambian los patrones de fenómenos como el de El Niño. Algo que en el futuro podría incrementarse y traer sequías más constantes en la región del Pacífico y lluvias más recias en El Caribe.
De esta manera y, paulatinamente, las futuras generaciones de costarricenses van a coexistir con los efectos de un fenómeno de El Niño cada vez más duradero. El clima, como hasta ahora lo conocemos, sería aún más impredecible y caliente. Qué tanto vaya a serlo depende de cuánto se reduzcan las emisiones de GEI en las próximas décadas en Costa Rica y el mundo.
Si el país y el planeta se cruzan de brazos y duplican la cantidad de GEI, entonces la temperatura máxima diaria del 2100 en Costa Rica podría llegar a los 37,8 °C. Por el contrario, si los gases se reducen a cero en 2050, la probabilidad es que para finales de siglo, la temperatura máxima diaria sea de 34,6°C en el territorio nacional.
Estas descripciones de impacto de altas o bajas emisiones de dióxido de carbono se conocen como escenarios de cambio climático y son una medida para conocer cuán distinto podría ser el clima del futuro con respecto del actual. No son un pronóstico sino una descripción coherente y consistente de posibles estados futuros del mundo, tal y cómo lo definió el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC).
El comportamiento de estos escenarios no está escrito en piedra, dependen de la rapidez con que los seres humanos reduzcamos las emisiones de GEI, lo que va de la mano con el comportamiento de la sociedad en temas como patrones de consumo, la densidad urbana, distribución de la riqueza, el uso de la energía y la tierra, el tipo de transporte, entre otros.
Mitigar el impacto
Los escenarios también ayudan a modelar potenciales acciones de mitigación y planificación para reducir los impactos del cambio climático. Uno de esos efectos es el que ha puesto a Costa Rica en la ruta de los huracanes, desde Otto en 2016; en consecuencia, el país debe prepararse para aminorar sus repercusiones.
La mayor susceptibilidad de Costa Rica a los huracanes se debe a que el calentamiento global no solo está incrementando la temperatura de la atmósfera, sino también la de los océanos. Con ello, estos fenómenos atmosféricos se tornan más frecuentes porque el calor del océano es justamente su fuente de poder, explicó Luis Fernando Alvarado, coordinador de la Unidad Climatológica del Instituto Meteorológico Nacional (IMN).
“Costa Rica es ahora más vulnerable a futuros huracanes intensos. Tendremos que enfrentarlo y preparar a todos los habitantes de las zonas costeras de Limón, porque por ahí van a entrar. No hay quite. Ya hemos visto que, en los últimos años, al menos tres huracanes, entre ellos, el más fuerte fue Otto, ingresaron por Limón y Barra del Colorado. No podemos evitar que lleguen, pero sí disminuir sus impactos”, destacó Alvarado.
Zonas sumergidas
Con el calentamiento de los océanos no solo aumenta la cantidad de huracanes, sino también sube el nivel del mar. Con ello, el futuro de las costas en el Pacífico y el Caribe costarricenses podría ser muy distinto.
Según el escenario SSP5-8.5, elaborado por el IPCC como el peor para proyectar variaciones del clima según emisiones de dióxido de carbono, el nivel del mar mundial podría aumentar entre 0,61 metros y 1,10 metros para el 2100. Lo que implicaría la inundación de gran parte de las zonas costeras en distintos barrios de Puntarenas y Guanacaste.
El futuro del clima en Guanacaste y Puntarenas también dibuja más sequías intensas. Eventos, como los ocurridos en el 2014 y 2015, se convertirían en la nueva normalidad del futuro en esas provincias. De hecho, en un escenario de alta emisión de dióxido de carbono, la temperatura media de Guanacaste en el 2100 sería de 31,32 °C y, en el caso de Puntarenas, sería de 30,44°C.
Las transformaciones que traerá el cambio climático no solo se darán en las costas, también llegarán a las zonas más urbanizadas de la Gran Área Metropolitana (GAM). Miguel Cifuentes, ecólogo e investigador de Conservación Internacional (CI), explicó que si se continúa con el desordenado crecimiento urbano en el país, se presentarán inundaciones con efectos cada vez más graves que los ya vistos en la capital.
El calor es otro factor a tener en cuenta en las ciudades. En las zonas urbanas de San José, Heredia y Alajuela, la infraestructura gris, el asfalto y la falta de biodiversidad, causan un efecto conocido como “isla de calor”. Este fenómeno hace que, en un determinado lugar, la temperatura promedio aumente entre 10°C y 15°C, según Cifuentes.
“Conforme usted se aleja de las áreas urbanas hay una reducción de temperatura muy rápida. En un espacio de un kilómetro usted ya está de regreso a temperaturas promedio normales ”, comentó el experto.
Impactos en la salud
Un aumento de la temperatura en las ciudades puede llevar a que niños y adultos mayores sufran por golpes de calor que pongan en riesgo su salud. No solo eso, también los modos de subsistencia se ven amenazados, ya que el calor está afectando cada vez más la capacidad de las personas a trabajar al aire libre.
De hecho, se perdieron 39,4 millones de horas de capacidad laboral potencial en el 2019 debido a una mayor exposición a olas de calor, lo cual representa la segunda pérdida anual más alta desde 1990. Casi 15 millones de esas pérdidas se dieron en el sector agrícola, lo cual tiene consecuencias en la seguridad alimentaria. En promedio, se dio un aumento del 37% en las horas anuales perdidas en 2015-2019 con respecto a la línea de base de 1990-1994.
Los datos se desprenden del quinto informe anual de The Lancet Countdown, el cual hace un seguimiento a más de 40 indicadores que vinculan la salud y el cambio climático. El reporte cuenta con la autoría de 120 académicos y médicos pertenecientes a más 35 instituciones —entre ellas, la Organización Mundial de la Salud (OMS)—, liderados por el University College de Londres.
Los datos de Costa Rica reflejan una tendencia mundial. En los últimos 20 años, por ejemplo, se ha producido un aumento del 53,7% de la mortalidad relacionada con el calor en personas mayores de 65 años, alcanzando un total de 296.000 muertes en 2018. En términos de rendimiento económico, el impacto de las olas de calor se traduce en más de 302.000 millones de horas de capacidad laboral potencial perdidas en 2019.
Informar para actuar
Ante este panorama, la intención de los científicos no es la de asustar, sino la de informar para prepararse y prevenir que los impactos del cambio climático sean más graves en el futuro.
Por esa razón consideran que, entre más se conozcan las implicaciones que traería cada escenario climático, mejores decisiones puede tomar el país para mitigarlas. Por ejemplo, esa información servirá para determinar dónde urge reforestar, el sitio idóneo para levantar una nueva escuela, formas más seguras de construir en zonas urbanas y costeras frágiles ante inundaciones.
“Todos los sectores económicos necesitan tener información sobre cómo podría ser el clima en el futuro, pues esto determinará cómo podría ser la salud de los ecosistemas, la productividad de la agricultura, la producción de energía, o las épocas de mayor turismo.”, recomienda la Dirección de Cambio Climático de Costa Rica.
Este artículo se publica gracias a una alianza entre Ojo al Clima y La Data Cuenta (www.ladatacuenta.com).
Los gráficos de líneas muestran distintos escenarios para las temperaturas máximas y promedio que podría alcanzar Costa Rica entre la presente década y hasta finales de este siglo.
Permiten ver la amplia brecha que hay entre tomar decisiones ahora para disminuir las emisiones de dióxido de carbono, postergarlas, o simplemente, no hacer nada para combatir los efectos del cambio climático.