En las últimas dos décadas, la ocurrencia de eventos extremos a nivel global aumentó: las inundaciones se han incrementado en 134%, las tormentas en 40% y las sequías en 29%, en comparación al periodo 1980-1999.

Los eventos extremos son la nueva norma”, dijo el Secretario General de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), Petteri Taalas, a propósito del informe Estado Global del Clima 2021. “Cada vez hay más pruebas científicas de que algunos desastres llevan la huella del cambio climático inducido por el hombre”, agregó.

De hecho, en las dos últimas décadas, se produjeron entre 350 y 500 desastres de mediana y gran escala cada año. Si la tendencia se mantiene, el número anual de desastres en el mundo pasaría de 400 en 2015 a 560 en 2030. En otras palabras, la humanidad podría lidiar con 1,5 desastres diarios en 2030.

Aparte de los daños materiales y la pérdida de vidas humanas, estos eventos extremos traen consigo otros impactos que quedan invisibilizados en medio de la emergencia. Un reciente estudio, publicado en The Lancet Planetary Health, revela que estos fenómenos meteorológicos extremos podrían estar aumentando la violencia contra las mujeres y las niñas así como las minorías sexuales y de género.

Los investigadores observaron que la violencia se agrava debido a factores asociados a la emergencia como la conmoción económica, la inestabilidad social, la desigualdad estructural, los entornos propicios (inaccesibilidad a asistencia sanitaria, fallas en la seguridad, etc.) así como el estrés.

“Los eventos extremos no causan por sí mismos la violencia de género, sino que exacerban los factores que la provocan o crean entornos que permiten este tipo de comportamientos”, aclaró Kim van Daalen, investigadora de la Universidad de Cambridge, una de las instituciones internacionales involucradas en el estudio.

Esta violencia puede tener consecuencias a largo plazo como lesiones físicas, embarazos no deseados, exposición a infecciones de transmisión sexual, estigmatización interiorizada, problemas de salud mental, entre otros.

Vulnerabilidad

Los investigadores se dieron a la tarea de revisar la literatura científica publicada desde 1999 y hasta 2020, notando que la mayoría de los estudios se han publicado después de 2015.

A la hora de seleccionar, excluyeron aquellos estudios referidos a desastres como terremotos, erupciones volcánicas y tsunamis. Se concentraron solo en eventos extremos relacionados al cambio climático.

En este sentido, priorizaron en inundaciones (un total de 13 estudios), sequías (10), huracanes (9), ciclones (6), lluvias extremas (6), tifones (4), incendios forestales (3), olas de calor (2) y tormentas de nieve (1).

Encontraron investigaciones asociadas a las consecuencias de los huracanes Mitch (1998), Floyd (1999), Katrina (2005), Ike (2008) y Matthew (2016), así como a los tifones Haiyan (2013) y Nari (2013), las inundaciones en Bangladesh (2011, 2014, 2016) y el ciclón Roanu (2016).

Los reportes de violencia de género asociada a eventos extremos se dieron en países como Estados Unidos, Bangladesh, India, Filipinas, Australia, Kenia, Belice, Fiji, Haití, Indonesia, Laos, Nueva Zelanda, Pakistán, Perú, Tanzania, Vietnam y España.

Estos estudios evidenciaron diferentes formas de violencia de género: violencia de pareja, doméstica o familiar (infligida por la pareja, ex pareja o miembros de la familia); violencia sexual, acoso y sexo transaccional para sobrevivir; violencia física; violencia verbal, emocional o psicológica; e incluso matrimonio forzado.

En cuanto a los perpetradores de la violencia, estos van desde las parejas o exparejas así como familiares (como padres, tíos, primos o cuñados), líderes religiosos o vecinos de la comunidad hasta desconocidos. También se documentaron casos que involucraron trabajadores humanitarios y funcionarios de gobierno.

Los investigadores observaron que los eventos extremos parecían habilitar entornos y aumentar las oportunidades para que los agresores cometieran actos de violencia como, por ejemplo, “a través del mayor acceso de los agresores a las mujeres en los refugios de emergencia o de los socorristas que pedían favores sexuales a cambio de ayuda”.

Del mismo modo, “la necesidad de demostrar la propia masculinidad después de haber sido incapaz de proteger a su comunidad y a su familia de los daños podría conducir a un aumento de la violencia de género”, se lee en el estudio.

En algunos de los casos analizados, los matrimonios forzados se concebían como una estrategia para afrontar económicamente los daños y evitar que el “honor de la familia” se viera perjudicado debido a la violencia sexual sufrida por la hija, es decir, las adolescentes y niñas terminaban casadas con su agresor.

“El tifón de 2013 destruyó la mayoría de mis pertenencias (casa, ganado, muebles y dinero) y no tengo ninguna esperanza y no sé qué hacer... Tengo miedo de qué hacer con mi hija soltera más joven [menor de 18 años], ya que no puedo satisfacer sus necesidades básicas. Si puedo casar a todas mis hijas, podré reducir mi carga económica y también el tamaño de mi familia”, dijo un sobreviviente del tifón Haiyan.

Si bien el contexto entre países puede variar debido a las normas sociales, la tradición y los mecanismos de denuncia disponibles y la respuesta legal, lo cierto es que “la experiencia de la violencia de género durante y después de los eventos extremos parece ser una experiencia compartida en la mayoría de los contextos estudiados, lo que sugiere que la amplificación de este tipo de violencia no está limitada geográficamente”.

“En la raíz de este comportamiento se encuentran las estructuras sociales y patriarcales sistemáticas que permiten y normalizan dicha violencia. Los roles y normas sociales existentes, combinados con las desigualdades que conducen a la marginación, la discriminación y la desposesión, hacen que las mujeres, las niñas y las minorías sexuales y de género sean desproporcionadamente vulnerables a los impactos adversos de los eventos extremos”, destacó Van Daalen.

Gestión de riesgo

El experimentar la violencia de género también puede aumentar la vulnerabilidad ante los desastres, ya que las mujeres y niñas pudieran negarse a evacuar su casa ante la probabilidad de sufrir acoso o violencia sexual en los refugios.

“El refugio no es seguro para nosotras. Vienen hombres jóvenes de siete u ocho pueblos. Se burlan [acosan verbalmente] de las niñas y las jóvenes. Intentan tocarlas o molestarlas. Me da miedo quedarme en los refugios. Me quedo en mi casa en lugar de llevar a mi hija adolescente a los refugios”, relató una sobreviviente del ciclón Roanu en Bangladesh a los investigadores de uno de los estudios analizados.

“Las intervenciones de gestión de catástrofes antes, durante y después de los fenómenos extremos deberían centrarse en la prevención, la mitigación y la adaptación a las causas de la violencia de género mediante un enfoque transformador de la sexualidad y del género que reconozca la lentitud de la aparición de la violencia de género y sus efectos”, dijo Van Daalen.

Un ejemplo de intervención es proveer de zonas de aseo y baño dentro de los refugios que sean exclusivos para el uso de mujeres, niñas y minorías sexuales y de género. Otro ejemplo de medida: contar con equipos de respuesta específicamente formados en la prevención de la violencia de género.

Los investigadores aclararon que el estudio se enfocó principalmente en mujeres y niñas, pero reconocen necesario abordar de manera específica, atendiendo a sus necesidades, a las minorías sexuales y de género, ya que, “debido a su frecuente marginación, las minorías sexuales y de género suelen verse gravemente afectadas por las catástrofes y la violencia”.

Y ya se han documentado casos. Durante la atención de la emergencia provocada por el huracán Katrina, que devastó Nueva Orleans (EE. UU.), en algunos refugios se negó la ayuda a parejas del mismo y a algunas personas transgénero se les prohibió el acceso. Algunos estudios revisados por los investigadores revelaron que personas LGBTQI sufrieron daños físicos y violencia en los refugios tras el paso del huracán.

Involucrar a las mujeres

Para los investigadores, el involucrar a las mujeres, las niñas y las minorías sexuales y de género en el diseño de las medidas en pro de la gestión de riesgo permitirá que estas acciones respondan a sus necesidades y, con ello, se prevengan situaciones de riesgo.

Este tema viene encontrando eco en diferentes foros internacionales, dado que – y según datos de ONU Mujeres- es 14 veces más probable que las mujeres y niñas mueran durante un desastre que un hombre.

En este sentido, esta dependencia de Nacionales Unidas hace un llamado a incrementar la participación de las mujeres en la toma de decisiones para así contar con políticas públicas que respondan a sus necesidades y atiendan los apremiantes impactos del cambio climático.

“Los datos también han demostrado una alta probabilidad de que se desarrollen políticas sensibles al género cuando las mujeres pueden participar activamente en los procesos de toma de decisiones. Es por eso que tener mujeres alrededor de la mesa, incluso en posiciones de liderazgo, es de suma importancia”, destacó ONU Mujeres en el marco del 66 período de sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, realizado en el mes de abril.

Asimismo, el Encuentro Regional sobre Cambio Climático y Género, realizado virtualmente en setiembre del 2021, también había llamado la atención sobre este tema. De hecho, y como resultado de este encuentro, se creó un documento de posición que funcionará como hoja de ruta para acelerar la acción climática con igualdad de género en América Latina y el Caribe.

Esta hoja de ruta busca ser una guía para integrar el enfoque de género en la formulación e implementación de las políticas nacionales de mitigación y adaptación al cambio climático. Asimismo, el documento incluye aspectos como marcos normativos, financiamiento climático, transición justa y experiencias nacionales, entre otros.



Huracán Katrina, violencia e intimidación

Tras el huracán Katrina, que azotó Estados Unidos en 2005, aumentó la violencia de género, especialmente la violencia de pareja y la victimización física de las mujeres. Asimismo, un estudio sobre los desplazados internos en Misisipi reveló que la violencia sexual y los índices de violencia de pareja aumentaron en el año siguiente a la catástrofe.

Además, se culpó a la comunidad gay de Nueva Orleans del huracán Katrina, calificando el desastre de "castigo de Dios". Se impidió que las parejas del mismo sexo recibieran ayuda de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias, se amenazó a las personas transgénero en los refugios o se les prohibió el acceso tras la catástrofe, y las personas LGBTQI sufrieron daños físicos y violencia en los refugios tras el desastre.


Inundaciones y matrimonio precoz en Bangladesh

Los estudios sugieren una relación entre la incidencia de las inundaciones y el matrimonio precoz, con picos de matrimonios observados en Bangladesh que coinciden con las inundaciones de 1998 y 2004. Además de considerarse una forma de reducir los costes familiares y salvaguardar la dignidad, estos matrimonios suelen ser menos costosos debido a que el empobrecimiento inducido por las inundaciones reduce las expectativas.

Un estudio incluía un ejemplo del jefe de familia que explicaba que el ciclón de 2013 había destruido la mayoría de sus pertenencias, lo que le hacía temer que no pudiera mantener a su hija soltera más joven, menor de 18 años. Casar a sus hijas era una forma de reducir la carga económica de la familia.

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