El 10 de diciembre en el Aeropuerto Internacional de Ciudad de México arribó el primer vuelo desde Dubái (Emiratos Árabes Unidos), con escala en Barcelona, de la aerolínea Emirates, con una distancia recorrida superior a los 14,000 kilómetros.

Ese vuelo se traduce en dos toneladas de dióxido de carbono (CO2). Solo este viaje lanzó a la atmósfera casi la totalidad de CO2 que emite un habitante de Costa Rica en todo un año.

Pero abordar las emanaciones de CO2 de la aviación es complejo, ya que este sector está prácticamente ausente de las negociaciones climáticas de la ONU. Mientras tanto, en lo que usted lee estas líneas, más de 500.000 personas están en el aire a bordo de un avión.

Excluida del Protocolo de Kioto de 2005 y virtualmente ausente del Acuerdo de París de 2015, la aviación brilló por su ausencia en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, escenificada en Madrid del 2 al 15 de diciembre.

Para Sara Ortiz, académica de la Universidad de Valladolid, es “absolutamente importante” que la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) apoye medidas para aumentar los gravámenes a los combustibles, pues han recibido “un trato privilegiado”.

“Si hubiera un tratamiento equitativo, los billetes de avión deberían costar el doble. También hay que tener en cuenta que no solo se debe reducir el CO2, porque hay otros gases contaminantes”, señala la especialista.

Sara Mingorría, académica del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universidad de Barcelona, por su parte, sostiene que los gobiernos deberían comenzar a cobrar a las aerolíneas por su impacto.

“La aviación está en deuda con los ciudadanos, porque se han aprovechado de nuestros impuestos. La industria busca hacernos sentir culpables por tomar un avión, cuando debería enfrentar el costo de contaminar. Actualmente, se premia a quien más vuela con descuentos. Tenemos que hacerlo al revés”, cuestionó Mingorría.

La investigadora pertenece al movimiento Stay Grounded (“quédate en tierra”), que aboga por impuestos más altos a combustibles como el keroseno y la turbosina; moratoria a la expansión y construcción de aeropuertos, así como el fomento a alternativas de transporte.

A diciembre de 2019, las aerolíneas comerciales trasladaron mundialmente a 4,540 millones de pasajeros –4.2% más que en 2018–, según datos de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA, por sus siglas inglesas).

Datos de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), una agencia de Naciones Unidas, indican que la aviación representa el 2% de las emisiones globales de CO2, que subirían entre siete y diez veces en 2050 en comparación con los niveles de 1990. Si la industria de la aviación fuera un país sería el quinto más contaminante, después de Japón y antes de Alemania.

En América Latina, Brasil es el mayor emisor de CO2 de avión –10,3 millones de toneladas en 2018– seguido por México –5,21 millones– y Argentina –2,03 millones, según sus registros nacionales de emanaciones.

Algunos aspectos influyentes en la polución son la edad de las aeronaves, sus modelos y la distancia recorrida. Asimismo, la estela de vapor dejada por los aeroplanos puede formar nubes que atrapan radiación térmica, lo cual contribuye con el calentamiento planetario.

*Artículo del Programa Latinoamericano de Cobertura Periodística COP25 y publicado en alianza con LatinClima.org

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