El 50% del oxígeno que respiramos lo obtenemos de los océanos. Nos alimentamos gracias a 6.000 especies de plantas. Los bosques remueven de la atmósfera 2.500 millones de toneladas de dióxido de carbono al año. Unas 4.000 millones de personas dependen de las medicinas naturales para curarse.
Las ganancias derivadas de los bienes y servicios que nos proveen los ecosistemas de manera gratuita se estiman entre $125.000 y $140.000 millones al año. En otras palabras, la mitad del Producto Interno Bruto (PIB) mundial depende de la naturaleza.
Esos $125.000 millones contrastan con los $4.000 millones anuales que son necesarios para proteger a todas las especies amenazadas en el orbe, según un cálculo realizado por 250 científicos en el 2012, mientras que la conservación efectiva de las áreas donde viven esas especies requiere una inversión de $76.000 millones al año.
Los fondos destinados a conservación son pocos comparados con los beneficios que esta genera. Asimismo, las pérdidas son cuantiosas si desaparecen o degradan esos bienes y servicios ecosistémicos.
El número de especies de abejas silvestres ha disminuido de 6.700 en la década de 1950 a solo 3.400 en la década de 2010. Las poblaciones de otros polinizadores también están declinando y su desaparición pone en riesgo alrededor de $577.000 millones por concepto de producción agrícola.
En los últimos 50 años, las poblaciones de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios han disminuido un 60%, principalmente en los trópicos. Las tasas de extinción actuales son alrededor de 100 a 1.000 veces más altas que el promedio de los últimos millones de años.
Para mantener los estándares de vida asentados en el sistema económico actual, ambos impulsados por la producción y consumo insostenibles, se necesitarían 1,7 planetas Tierra.
En un ensayo publicado en 2008, el economista y profesor Partha Dasgupta, de la Universidad de Cambridge, señaló que el crecimiento económico parte erróneamente de la idea de que los recursos naturales son infinitos, ya que se asume que la naturaleza es un activo de capital fijo e indestructible.
“En primer lugar, cuando la naturaleza se deprecia, el resultado puede ser irreversible (o, en el mejor de los casos, puede tardar mucho tiempo en recuperarse). En segundo lugar, no es posible sustituir un ecosistema agotado o degradado por uno nuevo de la forma en que se pueden reemplazar las carreteras o la maquinaria. Tercero, los ecosistemas pueden colapsar abruptamente y sin previo aviso”, destacó Dasgupta.
Nuevos parámetros
No deja de ser curiosa la coincidencia de que, desde 2019 y continuando en este año de pandemia, se esté dando la revisión del Sistema de Cuentas Nacionales de las Naciones Unidas (SCN), un proceso poco frecuente (la primera vez que se hizo fue en 1953 y la última data de 2008) que demorará cinco años en completarse.
El SCN es el estándar mundial para medir la actividad económica y, por primera vez, el proceso de revisión incluirá la discusión alrededor de cómo medir económicamente la sostenibilidad y el bienestar.
“Con COVID-19, el planeta nos ha enviado un mensaje de advertencia muy fuerte: la humanidad tiene que reinventar su relación con la naturaleza”, destacó Inger Andersen, directora ejecutiva de ONU Medio Ambiente, a la vez que agregó: “La paralización de las economías ha sido una respuesta a corto plazo ante esta amenaza, pero no puede perdurar. Construir economías que trabajen junto con la naturaleza será fundamental para garantizar la prosperidad de las naciones”.
Actualmente, y según Dasgupta, la forma de calcular el PIB no contempla la depreciación del capital natural, por lo que la base productiva de una economía podría disminuir, incluso cuando el PIB per cápita continúa creciendo.
“La tentación para reactivar la economía rápidamente, tras la pandemia, va a ser muy fuerte. Esto puede implicar, por ejemplo, un aumento fuerte del consumo y la generación de energía por fuentes sucias como el carbón. El problema es que si reactivamos la economía haciendo lo mismo que veníamos haciendo, solo vamos a aumentar la desigualdad y la pobreza va a ser más extrema y más dolorosa. Los problemas ambientales, como el cambio climático, la contaminación y la sobreexplotación, al igual que el coronavirus afectan de manera desigual a las personas”, dijo Alex Muñoz, director para América Latina de Pristine Seas de National Geographic, durante un webinar organizado por Campaña por la Naturaleza.
En este sentido, Dasgupta y otros economistas ambientales proponen “revolucionar la forma en que se calcula el progreso económico” y esto pasa por realizar un ejercicio de valoración económica de los bienes y servicios provistos por natura con el fin de proveer información para orientar el proceso de planificación.
Tampoco se parte de cero, ya existen algunos ejemplos en el mundo. Desde hace algunos años, China ha adoptado una medida conocida como Producto Bruto del Ecosistema para dar valor monetario a la protección contra las tormentas o el recurso hídrico.
En el 2013, Costa Rica formó parte de un proyecto piloto de la iniciativa Wealth Accounting and Valuation of Ecosystem Services (Waves), del Banco Mundial, para desarrollar sus primeras cuentas ambientales y, con ello, contabilizar el valor físico y económico de su capital natural, así como su contribución a la generación de riqueza.
Posteriormente, el país institucionalizó las cuentas ambientales y encargó su elaboración al Banco Central de Costa Rica (BCCR). Actualmente, Costa Rica tiene cuentas en Agua, Bosques y Energía.
Sin embargo, estos esfuerzos no dejan de ser aislados. Aún se requiere que se extiendan a nivel global para también contemplar las teleconexiones, entendidas estas como los vínculos entre regiones distantes que surgen a partir de los servicios ecosistémicos. Estas pueden darse tanto por condiciones geográficas y biológicas como por las relaciones comerciales que establecen los países.
Más ciencia
Reino Unido encargó a Dasgupta y su equipo un nuevo informe sobre economía de la biodiversidad, el cual se presentará en octubre durante la 15.° Conferencia de las Partes (COP15) de la Convención de Diversidad Biológica, por realizarse en la ciudad de Kunming, en China.
La solicitud realizada por el Ministerio de Economía y Finanzas -HM Treasury- fue evaluar los beneficios económicos de la biodiversidad y los costos económicos de la pérdida de la misma, así como determinar las medidas que pueden proteger y mejorar tanto la biodiversidad como la prosperidad económica.
En abril, Dasgupta publicó un avance de dicho informe con el objetivo de someterlo a una revisión pública. Aparte de definir y depurar conceptos, el documento alerta sobre la necesidad de contar con más investigación científica para conocer a detalle la estructura y función de los ecosistemas, la composición de las comunidades biológicas, la diversidad, las características de las especies y su genética.
Esto con el propósito de construir parámetros que sean medibles y, por tanto, sean útiles para evaluar el estado de una economía basada en la naturaleza, inclusive explorar su uso en el análisis de casos relativos a restauración, conservación y uso sostenible.
“Se requieren otras métricas para medir la diversidad biológica con el propósito de fundamentar las políticas y prácticas a escala mundial, incluso a escalas tan pequeñas como las economías de algunos países en desarrollo (…). El uso de medidas simples como la biomasa y la Productividad Primaria Neta proporcionan un marco útil, pero no disminuye la asombrosa complejidad de la biosfera, ni hace menos importante comprender y representar esa complejidad al tomar decisiones y formular políticas”, se lee en el documento de avance.
Asimismo, los autores piden tomar en cuenta los límites planetarios, ya que “el cruce de estos límites aumenta el riesgo de cambios ambientales a gran escala, potencialmente irreversibles”.
Los límites planetarios son un concepto que analiza el estado de nueve procesos sobre los que se asienta la estabilidad del planeta y sugieren una serie de umbrales que, si se sobrepasan, pondrían en peligro la viabilidad de la vida en la Tierra.
El concepto fue desarrollado por Johan Rockström y Will Steffen, en 2009, para destacar los nueve límites planetarios: cambio climático, pérdida de biodiversidad, ciclo de nitrógeno y fósforo, acidificación oceánica, deforestación y otros usos de la tierra, recurso hídrico, deterioro de la capa de ozono, aerosoles atmosféricos y contaminación química.
Dos de esos procesos –pérdida de biodiversidad y el ciclo de nitrógeno– sobrepasaron por mucho el “espacio operativo seguro”, lo que significa que ya existen riesgos crecientes de cambios significativos en las condiciones de la biosfera. El cambio climático es el otro proceso que superó ese “espacio operativo seguro”, para convertirse en una amenaza creciente.
Dasgupta y su equipo no se dejan desalentar y ven una oportunidad de cambio donde pareciera abundar las malas noticias.
“La pandemia COVID-19 ya ha devastado vidas y medios de vida en todo el mundo, y tendrá consecuencias económicas profundas y duraderas. En un momento en que todos nos enfrentamos a una pandemia mundial, un examen de la economía de la biodiversidad es aún más pertinente”, declararon los científicos.
Las contribuciones que realizan los ecosistemas al bienestar humano se dividen en tres categorías:
- Servicios de provisión o abastecimiento: comprende la amplia gama de productos que obtenemos de los ecosistemas, entre ellos alimentos, agua dulce, fibras, productos bioquímicos y farmacéuticos, y recursos ornamentales.
- Servicios de regulación: regulan y mantienen los procesos del ecosistema, como polinización, regulación climática (temperatura, precipitaciones, vientos y corrientes), control de la erosión (retención del suelo y prevención de los deslizamientos de tierra), protección frente a tormentas, etc.
- Servicios culturales: incluyen los beneficios inmateriales que las personas obtienen de los ecosistemas a través de la recreación; por ejemplo, el turismo, el desarrollo intelectual, el enriquecimiento espiritual, la reflexión y las experiencias creativas y estéticas.