A Valeria Román se le presentó una oportunidad para conocer más sobre corales y así complementar el contenido que ofrecía como guía turística. De esta forma se convirtió en voluntaria de Raising Coral, organización que lidera un proyecto de restauración de arrecifes en el golfo Dulce.
En ese entonces, año 2018, la organización buscaba capacitar a personas tanto en buceo como en aspectos técnicos para ayudar en labores de mantenimiento y trasplante de corales. Román acudió al llamado, convirtiéndose en jardinera de coral.
“Amo lo que hago, lo disfruto demasiado. Aparte de todo el conocimiento que he adquirido estos años, el trabajo me ha permitido entender lo que está pasando para así poder explicarle a la gente la importancia de los corales”, dijo.
“Lo más satisfactorio es saber que le estoy devolviendo algo a la Madre Tierra. Es resarcir el impacto que produzco como ser humano; además, lo hago con mucho amor, pensando en poder seguir disfrutando de esa naturaleza, pero también pensando en las futuras generaciones”, continuó.
Un año más tarde, Mónica Solano se sumó al grupo. Oriunda de Puerto Jiménez, su familia ha dependido siempre del mar. Practicaba apnea, buceo a pulmón, hasta que decidió sacar la licencia de buceo por su cuenta y eso la acercó a la “jardinería coralina”.
“A veces uno está trabajando y, de pronto, cae una nube de peces alrededor. El otro día vimos un erizo que yo nunca había visto y a veces vemos animales súper chiquititos que uno dice: ¿y esto qué es? En cada buceo, uno ve algo nuevo, algo diferente, y uno desea que el aire del tanque no se acabe nunca”, comentó.
Jardinería coralina
Actualmente, las investigadoras y jardineras de coral trabajan en cinco sitios de restauración, ubicados en la parte interna del golfo Dulce, siendo Mogos el sector principal.
“En los años 80, veníamos a ver los corales con don Jorge Cortés de la Universidad de Costa Rica. En ese tiempo ya estaban afectados y algunos muriendo. A finales de los 90 hubo un evento de El Niño que fue desastroso, tanto por el agua caliente como por el sedimento. Terminaron blanquitos. También perjudicó la pesca”, contó Marco Aurelio Loáiciga, más conocido como Taboga, quien se desempeña como capitán de embarcaciones turísticas.
Según Tatiana Villalobos, investigadora de Raising Coral, el arrecife en Mogos empezó a formarse hace 5.500 años. “En la parte somera, el coral ya murió; pero conforme aumenta la profundidad, a unos 4-7 metros, el coral está vivo”, explicó. Es por ello que en Mogos hay tanto parcelas de restauración como colonias que funcionan como donantes.
En términos generales, el trabajo consiste en recolectar fragmentos de coral —sin poner en riesgo el ecosistema— para dejar que estos crezcan en viveros y luego llevarlos a los arrecifes donde se trasplantarán.
“Mi forma de explicar lo que ellas hacen, así humildemente, es decir que están sembrando corales. Como cuando uno va a sembrar un arbolito de jocote y agarra una ramita para plantarla, pues así es. Claro, todo con su tratamiento, porque los corales hay que cuidarlos. Al igual que uno le quita la mala hierba a una planta, ellas quitan las cosas que se les pegan”, explicó Loáiciga.
Román concuerda con la metáfora del capitán: “cuando trasplantamos corales, estamos haciendo lo mismo que la gente hace cuando siembra un arbolito. Donde tenemos todos los pedacitos de corales, para mí es como un almácigo. Al igual que los arbolitos, nosotras movemos los corales cuando están grandes para trasplantarlos”. “De hecho, el sitio donde los tenemos se llama vivero”, agregó Solano.
Dos veces a la semana, el equipo se traslada a los viveros y sitios de restauración, donde realizan diversidad de tareas. “A veces vamos a trasplantar, otras veces vamos a hacer limpieza”, declaró Solano.
En los viveros hay dos tipos de estructuras donde yacen los corales: unas son parecidas a un tendedero de ropa y otras asemejan las antiguas antenas de televisión. Como están en el agua, algunos organismos suelen colonizarlas, restando espacio y luz a los corales. Por ello, se requiere limpiarlas. “Se les quita las algas y las conchas, tanto en las boyas como en las estructuras”, explicó Román.
“El mantenimiento también implica fijarse que las anclas y que las boyas estén funcionando bien”, complementó Solano.
Pero no es lo único que hacen. “También se hace microfragmentación (cortar piezas pequeñas de coral para colocarlas en las estructuras) o se va a hacer mediciones”, añadió Román. Se mide el largo, ancho y alto de los corales para saber cuán rápido están creciendo y si ya alcanzaron el tamaño óptimo para ser trasplantados.
También, se toman las mismas mediciones en los sitios de restauración. “Más o menos me acuerdo del punto donde sembré el primer coral y, cuando paso por ahí, se siente demasiado hermoso ver que está creciendo”, confesó Román.
“Una vez fuimos a sembrar unos de disquito (algunos corales necesitan un soporte). Regresamos seis meses después y pensé que me había equivocado de sitio porque estaban gigantescos. Fue demasiado chiva”, dijo Solano.
Sin embargo, algunos factores desinhiben el crecimiento. “El año pasado, nos afectó la marea roja y el crecimiento quedó como en pausa. Cuando les afecta algo, los corales tienen un crecimiento más lento”, explicó Solano. La marea roja también limitó el buceo y, por ende, las labores de mantenimiento.
Otro dato que toman es la temperatura del agua. “El agua se siente cada vez más caliente y los corales se resienten, se estresan y se ponen blancos”, dijo Solano. “De enero a abril de este año, el agua estuvo muy caliente”, advirtió Román.
“Se sorprende uno. No se imagina que de esos pedacitos nace el coral y ya, cuando empieza a ver toda la vida alrededor, uno siente mucha satisfacción de que no todo está perdido”, expresó Loáiciga.
Con los corales de nuevo en el arrecife, la vida marina empieza a hacerse presente. “En el vivero, cuando empecé a trabajar hace cuatro años, era poco usual ver peces. Actualmente hay peces que viven ahí. De una manera u otra, ese vivero está funcionando como un arrecife. He visto morenas, caballitos de mar, estrellas de mar, erizos… Todo lo que se ve en un arrecife, lo he visto en el vivero”, comentó Solano.
“Es muy vacilón, porque hay un pargo que lo vimos chiquitito y ahora está grande. Cuando nos ve, se acerca como diciendo: ahí vienen las que me dan comida. Cuando uno está trabajando en limpieza, salen camarones, conchas, de todo. Y él está por ahí, viendo qué se come. También hay un pez globo que es un ladrón. A uno se le cae algo y él viene, lo junta y lo tira a un metro de distancia. Es demasiado vacilón”, continuó.
A la fecha, se ha capacitado a 16 personas como jardineros de coral (8 de ellos conforman el grupo base). El reclutamiento ha sido por recomendación, ya que se debe tener flexibilidad de horario y disponibilidad. El grupo actualmente está compuesto por guías de turismo, pescadores, amas de casa, una guardaparque y una estilista.
Aparte de la certificación de buceo, las personas reciben una capacitación técnica que demora nueve días. “Buscamos fondos y les damos una beca para pagarles el día de trabajo y los viáticos”, acotó Villalobos.
Como las labores de restauración se conciben como un empleo verde, también se retribuye económicamente el día de trabajo. Eso es por fuera de los gastos asociados a la salida de campo (alquiler de bote, equipo y alimentación), que corren por cuenta de la organización.
En el pasado, la conservación se veía como una limitante para las comunidades. “Ahora se trata de ver la conservación desde otra perspectiva, verla como una oportunidad. Existen empleos verdes y azules. Y eso es precisamente lo que tenemos que hacer: favorecer trabajos donde las personas conservan y restauran a la vez que generan un ingreso”, destacó Villalobos.
Asimismo, al dar trabajo a personas locales, el consumo también se queda en las mismas comunidades, dinamizando así la economía.
No solo eso. La pandemia demostró que invertir en empleo local es beneficioso. En el 2020, debido a las restricciones de movilidad, las investigadoras no pudieron trasladarse a la península de Osa, por lo que los jardineros de coral continuaron con las labores aún en su ausencia. “En un principio, en el proyecto no nos enfocamos en traer voluntarios extranjeros ni de San José, sino que nos dedicamos a crear las capacidades a nivel local. Y la pandemia nos enseñó que justo eso es lo que funciona”, manifestó Villalobos.
Los beneficios no solo han sido a nivel económico. “Tenemos una compañera que nos acompaña dos veces al mes y bucear representa una distracción. El esposo cuida al bebé para que ella pueda ir y tener su ratito de hacer lo que le gusta. Y para mí también es así, ir a bucear me permite olvidarme de los problemas por un rato”, comentó Solano.
Y en su caso hay algo más. Ella es madre de una niña de 12 años y ocasionalmente recibe en casa a los amigos de su hija. “Les da mucha curiosidad lo que hago y la pregunta de rigor es: ¿y ha visto tiburones? Lo inundan a uno de preguntas. Y a mi hija le dicen: ¡qué chiva lo que hace su mamá!”.
Es más, su hija ya ha manifestado su deseo de estudiar Biología. “Le apasionan los felinos, así que su sueño es estudiar el jaguar”, contó Solano.
Proyección comunitaria
Por la ubicación de los sitios de restauración, el proyecto tiene relación con las comunidades de Golfito, Puerto Jiménez, Amapola, La Palma, Rincón y Playa Blanca. La organización procura realizar actividades educativas y recreativas para acercar los corales a las personas.
“Uno, cuando está en el stand, aprovecha para explicarle a la gente, sobre todo a los chiquillos, el impacto de la extracción de corales. Y le dicen a uno: ah mirá, tenés razón. Ya, con eso, ellos cambian. Los chiquillos son como esponjas y llevan el mensaje a otros. Y no hay nada mejor que el boca en boca”, resaltó Román.
La organización también ha llevado grupos de niños y jóvenes a hacer snorkeling en alguno de los sitios del proyecto. “Algunos se ponen la camiseta desde el inicio y son muy conscientes de que hay que cuidar los corales. A otros les vale y se paran en ellos. Pero, como dice Valeria, son como una esponjita y van aprendiendo un poco de uno. Al principio llegan indiferentes y ya después van cambiando su forma de pensar”, manifestó Solano.
“Es interesante porque, en algunos, la interacción que han tenido con el océano ha venido nada más de la pesca y, entonces, es mucho de extraer y estar en la superficie. Pero, cuando tienen chance de ver lo que hay abajo, se les despierta una curiosidad diferente”, acotó María Laura Sandoval, investigadora de Raising Coral.
“También, la gente poco a poco va entendiendo que la zona vive del turismo. Si los arrecifes están bonitos, de una manera u otra, les genera ingresos a ellos. A veces hacen malas prácticas con buenas intenciones, pero poco a poco van aprendiendo”, añadió Solano.
En este sentido, se ideó un sendero submarino en Punta Vela, uno de los sitios donde la gente hace snorkeling en el verano porque existe un arrecife que está en aguas someras. Sin embargo, y según Villalobos, el manejo no ha sido el mejor.
“Propusimos el sendero submarino, el cual tiene estaciones donde las personas pueden seguirlas e ir aprendiendo. Y la idea es precisamente hacer manejo de un ecosistema sin tener que cerrarlo, más bien agregándole un valor educativo para que las personas quieran y empiecen a cuidarlo”, destacó Villalobos.
Ya impartieron una capacitación para enseñarles a las personas, sobre todo a aquellos que se dedican al turismo, a utilizarlo y así sacarle el mayor provecho. Según Villalobos, se prevé repetir esta capacitación en temporada baja para que más personas puedan participar.
Mensaje en boca del vecino
Para Sandoval, el proyecto ha tenido un alcance que aún no ha sido medido. El involucrar a personas de la comunidad ha ayudado a amplificar el mensaje a favor de los corales. “Tengo cuatro años viviendo aquí (Puerto Jiménez), pero sigo siendo de afuera. En cambio, cuando están ellas (Valeria y Mónica), la gente siente más confianza de preguntar”, comentó.
“La verdad es que sí se ha ido desarrollando una cultura de los corales. Ya la gente va conociendo lo que está haciendo Raising Coral y se interesa cada vez más”, declaró Andrea Santamaría, quien pertenece a la Asociación para el Desarrollo Socioeconómico y Ambiental de Playa Blanca (ADESA).
Solano ha visto el cambio en su propia casa. “Mi papá ha vivido de la pesca toda la vida. Cuando me siento a conversar con él, le digo una que otra cosa y ya ha ido cambiando su forma de pensar. Entonces, siento que sí hace la diferencia”, dijo.