Un cubo metálico del tamaño de una taza de café está revolucionando la ciencia aeroespacial de Costa Rica. Su nombre es “Batsu-CS1” –que en bribri, significa colibrí y portador de buenas noticias– y es el primer satélite desarrollado en el país.

Este 11 de mayo, desde el espacio, dio su primera buena noticia: ¡funciona! Ahora, este dispositivo hará monitoreos diarios de una estación experimental ubicada en el campus del TEC en San Carlos.

Marco Gómez, director del Proyecto Irazú (misión que desarrolló y opera este satélite) asegura que “es algo modesto” pero que abre un futuro prometedor para el monitoreo de nuestros bosques.

Por primera vez, Costa Rica estará generando sus propios datos espaciales sobre captura de carbono (aunque sean de un área boscosa pequeña en Los Chiles), pero en el futuro esa área podría ampliarse hasta monitorear toda la cobertura forestal del país.

Ojo al Clima conversó con Gómez sobre cómo este satélite aportaría a la meta de carbono neutralidad y cómo los proyectos aeroespaciales podrían cambiar la forma en que investigamos nuestros bosques.

¿Cómo fue el proceso de desarrollar el Proyecto Irazú?
–El proyecto nació como una iniciativa de ACAE (Asociación Centroamericana de Aeronáutica y del Espacio) hace unos nueve años, y se definió que este iba a ser el proyecto principal. En el 2013 se hizo una alianza con el TEC para desarrollar los componentes tecnológicos y científicos. Es un proyecto liderado por las dos instituciones.

Yo entré al proyecto en el 2015 y cuando yo entré lo que estaba era el concepto de la misión. Empecé a trabajar con mi equipo en la parte de los requerimientos del satélite, el diseño. Ya después, en la manufactura de algunos componentes, construcción, ensamblaje, y después nos fuimos a Japón para las pruebas.

¿Desde la concepción del proyecto se buscó que el satélite fuera a monitorear los bosques de Costa Rica?
–No, fueron muchas iteraciones. Al principio solo existía la idea de hacer un satélite. No se sabía muy bien para qué. Ya después surgió la idea de hacerlo para monitoreo de crecimiento de biomasa.

En sí, es muy innovador porque usualmente las mediciones de biomasa las hacen a pie. Van al campo, hacen las mediciones y al final solo pueden hacerlo cada tres a seis meses. Este satélite nos da la habilidad de hacer las mediciones diarias en una zona experimental.

¿Solo en una zona experimental?
–Uno puede decir eso y tiene toda la razón pero es una prueba de concepto también. Eso es lo que hay que entender. Es algo pequeño pero es un primer paso.

Pero, entonces, no podría medir el crecimiento de los árboles en todo el país. Solo en una zona específica, ¿cierto?

–Así es, solo podría medir una zona.

(Créditos: Luis Arias & Sebastián Rodríguez)

¿Y en dónde es?
–En el campus del TEC en San Carlos. Ahí hay una zona con árboles y sensores que miden su crecimiento. Nosotros como lo vemos es un proyecto modesto pero es un inicio. Ya con todo lo que hemos logrado, con solo haber capacitado a gente en el ciclo de proyectos, lo vemos como algo muy valioso.

¿Cómo es capaz el satélite de medir el crecimiento de los árboles a tal distancia? ¿Cuál es la lógica que funciona en ese proceso?
–Esa es la pregunta clave porque el satélite en sí no hace las mediciones, sino que lo hacen sensores en tierra. Entonces en esta zona experimental hay varios árboles que tienen sensores que se llaman dendrómetros, que lo que hacen es medir cuánto va creciendo (el tronco).

Entonces, el dendrómetro se pone alrededor del tronco del árbol y lo que mide es la distancia entre el tronco y el dispositivo. Conforme se va expandiendo el tronco uno puede ir calculando el crecimiento de la biomasa.

¿Por cuánto tiempo estaría tomando estas mediciones?
–El satélite en sí va a estar operando seis meses. Entonces la transmisión de datos va a ser por seis meses. Pero el crecimiento va a seguir siendo monitoreado después de que el satélite haya vuelto a entrar a la atmósfera.

El satélite en sí va a estar operando seis meses. Entonces la transmisión de datos va a ser por seis meses.

¿Cuál es ese valor agregado que aporta tener un satélite nacional a la investigación del país?
–A mí una cosa que me encanta de este proyecto es que estamos mostrando un beneficio inmediato de tecnología espacial a un país como Costa Rica, que hasta antes de Irazú era solo usuario de tecnología espacial (con tecnología GPS o imágenes satelitales).

Ahora con Irazú ya podemos decir que somos desarrolladores de tecnología espacial y si uno desarrolla esta tecnología puede diseñar basado en las necesidades del país.

A mí una cosa que me encanta de este proyecto es que estamos mostrando un beneficio inmediato de tecnología espacial a un país como Costa Rica, que hasta antes de Irazú era solo usuario de tecnología espacial

¿Cuál sería un ejemplo de necesidades del país que se podrían monitorear con proyectos aeroespaciales?
–Por ejemplo, este proyecto de medir el crecimiento de biomasa con la meta de ayudar al país a ser carbono neutral. Se puede decir “diay, es algo modesto” pero se está ayudando.

¿En el futuro qué podríamos desarrollar?

-Satélites para monitoreo de la pesca ilegal u otras variables ambientales como huracanes. Eso se ve muy bien. A nivel internacional, a las personas les gusta mucho ver que estamos desarrollando un proyecto alineado con la identidad del país.

A nivel internacional, a las personas les gusta mucho ver que estamos desarrollando un proyecto alineado con la identidad del país.

Esta incursión en la tecnología espacial genera un valor simbólico muy fuerte, entonces.

–Claro. Yo creo que tiene un valor simbólico en el sentido de que un proyecto espacial en Costa Rica hace unos años se veía imposible. Aquí se está mostrando que se puede hacer, que existen las capacidades y que los costarricenses pueden hacer cosas que lleguen al espacio. Eso en sí me parece maravilloso.

Yo creo que tiene un valor simbólico en el sentido de que un proyecto espacial en Costa Rica hace unos años se veía imposible.

¿Hay algún otro proyecto de este tipo a nivel centroamericano?

–De hecho sí. En Guatemala hay una universidad que está desarrollando un satélite y utilizando el mismo estándar que nosotros, el CubeSat.

Eso significa que el satélite es del tamaño de una taza básicamente: 10 centímetros de alto, un cubo que es algo pequeño pero que cada vez más se van encontrando aplicaciones para este tipo de satélites. La idea es en el futuro colaborar con ellos.

¿Entonces sí se tiene contemplado compartir datos con ellos y viceversa?
–Definitivamente. Estos satélites operan en la banda de radioaficionados. Con solo un equipo de radioaficionado ya se puede recolectar señales de los satélites. Usualmente lo que envían es como un pito y ahí vienen los datos.

Ya que se hizo realidad este proyecto, ¿sería replicable a un nivel más grande? Para monitorear los sumideros de carbono del país entero, por ejemplo.
–Claro. Ese es el objetivo de nosotros. Una de las cosas que uno nota de los países emergentes en el tema espacial es que usualmente desarrollan un proyecto y se
caen. Nosotros sí queremos hacer algo que se sostenga y nos parece muy valioso el tema ambiental.

¿Usualmente para un monitoreo a nivel nacional, entonces, se usarían satélites más grandes?
–Sí, definitivamente. Este estándar de CubeSat nació como en el 2000 entre dos universidades de Estados Unidos: Stanford y la Politécnica de California. El propósito de ellos era hacer un estándar de satélite que se implemente rápidamente y que se desarrolle a bajo costo.

Al principio fue completamente académico, pero conforme más universidades lo fueron usando, también lo fueron usando países que jamás habían tenido satélites: como Suiza, Perú o Ecuador, por ejemplo.

Ya se está viendo que se pueden hacer satélites pequeños, más baratos de enviar al espacio y que son casi desechables comparados con satélites grandes que cuestan hasta billones de dólares.

Ya están buscando más aplicaciones prácticas para estos satélites. Por ejemplo, en vez de usar un satélite grande para tomar imágenes terrestres, utilizan varios pequeños separados y los ponen en una órbita más baja. El problema es que la vida útil es más baja. La ventaja es que tiene mejor resolución.

Dura seis meses arriba, ¿y luego?
–Básicamente se incinera. Empieza su vida útil desde la Estación Espacial Internacional y luego lo despliega. Luego, el satélite va a estar orbitando y ya comienza a sentir efectos atmosféricos. Entre más se va acercando más fuerte lo va sintiendo y va a ir decayendo rápido.
Aproximamos que en seis meses pasa de 400 kilómetros a 100 kilómetros de altura, a esa altura entra a la atmósfera y se incinera.

Ya tenemos algunos proyectos que estamos desarrollando que no podemos anunciar, pero el plan nuestro sí es seguir trabajando con socios internacionales para desarrollar proyectos de satélites pequeños

¿Hay algún otro proyecto planteado para el futuro?
–Ya tenemos algunos proyectos que estamos desarrollando que no podemos anunciar, pero el plan nuestro sí es seguir trabajando con socios internacionales para desarrollar proyectos de satélites pequeños y monitorear el ambiente.

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