A Sarapiquí se llega tras superar la neblina que cobija los remanentes de un volcán extinto. También se nota en la piel, cuando los 20°C -que se perciben tras el paso por el Parque Nacional Braulio Carrillo- empiezan a incrementarse hasta alcanzar los 25-27 °C.
No solo es la temperatura, a este cantón también lo define la precipitación, cuya media anual es de 3.500-4.000 milímetros. Ya los indígenas habían notado las bondades de sus llanuras, las cuales hoy ofrecen tierra fértil a la agricultura y atractivos al ecoturismo.
Sin embargo, algo está cambiando. Los eventos extremos son cada vez más intensos y frecuentes. Las partes medias y bajas de la cuenca del río Sarapiquí suelen inundarse, también ocurren derrumbes en las zonas altas, donde hay pronunciadas pendientes, debido a la saturación de agua en el suelo.
A eso se suma la vulnerabilidad que trae consigo el carecer de ordenamiento territorial. Por la forma en que se dio el desarrollo, muchas personas viven en zonas de riesgo; esto debido a la “ocupación de las planicies de inundación de los ríos, con precarios y asentamientos humanos, supuestamente legales, y la deforestación de las cuencas altas y medias, y la falta de programas de uso sostenible de recursos naturales”, se lee en un informe del Instituto de Desarrollo Rural (INDER) que cita a la Comisión Nacional de Emergencias (CNE).
Esta realidad se ve acentuada por la pobreza. Para 2018, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) en este cantón era 0,73, número que lo ubica en la posición 72 de una lista de 80. Eso resta capacidad de respuesta a las comunidades para enfrentar no solo un evento extremo, sino también poder levantarse luego de este.
Lo otro que se está viendo es que, con los años, la disponibilidad de recurso hídrico viene disminuyendo. Alejandra Blandón, gestora ambiental de la ASADA de Horquetas, lo nota en los meses de verano: “las fuentes se ven reducidas bastante y es algo que nos pone a correr. Al día de hoy, no hemos tenido que establecer horarios de recorte, pero sí uno ve que disminuye la presión”.
No solo es que llueve más intensamente en menos tiempo, debido al cambio climático, sino que la deforestación y la degradación del suelo le restan posibilidades a este de absorber el exceso de agua para luego irla liberando lentamente en las nacientes, quebradas y ríos. Lo que sucede en época lluviosa, pesa en los meses -ya de por sí- secos.
Esta Asociación Administradora de Sistemas de Acueductos y Alcantarillados Sanitarios (ASADA), ubicada en Horquetas, abastece a 21.000 personas en 11 comunidades (70% del distrito). Ante la disminución del recurso hídrico, se optó por no otorgar permisos a desarrolladores. “El agua que tenemos en este momento da para lo que tenemos y un poquito más, pero no es suficiente para cubrir un desarrollo. Ya las nacientes no dan para tanto”, dijo Blandón.
Enfoque de paisaje
Desde 2013, y de la mano de la Fundación para el Desarrollo de la Cordillera Volcánica Central (FUNDECOR), Sarapiquí viene trabajando en promover un “modelo de desarrollo territorial inclusivo, dirigido a incrementar la resiliencia socio-ecológica, utilizando como eje articulador los servicios ecosistémicos que brindan los bosques”.
La naturaleza brinda una serie de beneficios a las personas que se traducen en servicios ambientales: un humedal regula el exceso de agua provocado por una tormenta, la sombra de los árboles reduce la sensación térmica, el bosque protege al suelo. En un contexto de cambio climático, estos servicios son costo-efectivos y, por ello, se vienen promoviendo como Adaptación basada en Ecosistemas o Soluciones basadas en Naturaleza.
Al invertir en la salud de los ecosistemas, estos estarán en mejores condiciones para prestar dichos servicios y eso brinda una mayor capacidad de respuesta a las comunidades. En otras palabras, Sarapiquí está construyendo su resiliencia.
Ya se cuenta con una ventaja: el 60% del territorio posee cobertura de bosque húmedo tropical. El restante 40% se dedica al agro, y en este sector se pueden implementar acciones en pro de la sostenibilidad.
Lo primero que se hizo fue un análisis a escala de paisaje que permitió caracterizar y estratificar el territorio, según sus variables biofísicas, medios de vida y características socioculturales. Luego se realizó un mapeo participativo para identificar las zonas de riesgo ante eventos extremos, esto con el fin de mejorar la prevención y gestión del riesgo.
“Esos árboles no los hemos tocado”, dijo Erika Cedeño sobre el parche de bosque que alberga finca Beersheba. “Aquí se ven venados, chanchos de monte, tepezcuintles. Me encanta ver las lapas, son hermosas. También hemos visto osos perezosos y culebras”. (Foto: Nina Cordero).
Se realizaron tres mapatones, proceso que involucró a la comunidad en la generación de conocimiento, gracias a la implementación de herramientas digitales de código abierto. Más de 100 personas ayudaron en la recolección de datos, los cuales permitieron actualizar “las áreas de inundación en las cercanías del río Sarapiquí, así como un gran número de infraestructuras que no estaban mapeadas (alrededor de unas 8.000 edificaciones)”.
El proceso también permitió identificar a los actores dentro del territorio e inventariar las actividades productivas así como sus necesidades, niveles de encadenamiento y vulnerabilidades ante el cambio climático y cómo estas podrían incidir en los negocios.
“Eso nos ayudó a visualizar el territorio de una forma más humana, donde hay gente de carne y hueso que tiene necesidades pero también fortalezas, se preocupa y quiere vivir mejor”, destacó Fabián Campos de FUNDECOR.
Para Campos, el involucrar a las comunidades en la caracterización de su territorio termina empoderándolas y eso motiva a las personas a participar en la búsqueda de soluciones y en la toma de decisiones. Esto es particularmente relevante porque la reducción de vulnerabilidades en pro de la adaptación al cambio climático, foco de la primera fase del programa Sarapiquí Resiliente, pasa necesariamente por cerrar la brecha de desigualdad.
“Y es una desigualdad no solo económica. Es una desigualdad cultural, de acceso a lugares de ocio, de acceso a visión de futuro, de participación, también a nivel tecnológico… Entender esas desigualdades es clave para generar acciones que efectivamente sean de impacto”, enfatizó.
¡Manos a la obra!
Sarapiquí es, esencialmente, agrícola. Por ello, uno de los proyectos consiste en consolidar una red de fincas demostrativas donde se dan prácticas de diversificación productiva mediante técnicas de restauración ecológica.
Ese es el caso de la finca Beersheba, ubicada en Linda Vista de Chilamate. Esta finca, en manos de los esposos Erika Cedeño y Antonio Blanco, inició siendo un potrero de una hectárea. “Donde el suelo estaba muy duro”, recordó la agricultora.
Hoy, la finca emplea un sistema de producción basado en forestería análoga, que “consiste en replicar el bosque, con toda su complejidad, solo que generando producción”, explicó Carla Solís, ingeniera agrónoma de FUNDECOR.
Un bosque es diverso y, por tanto, la forestería análoga privilegia la variedad de cultivos. Por eso, Beersheba tiene cacao, pimienta, vainilla, orégano, canela, aguacate, mango, varios cítricos, plantas medicinales como zacate de limón, cúrcuma y jengibre así como árboles de especies forestales.
Esta finca es orgánica, por lo que no se aplican químicos. Para nutrir la tierra, por ejemplo, se utiliza la misma vegetación resultante de las chapeas. Las especies forestales también fijan nitrógeno en el suelo.
“La ventaja de tener cultivos diferentes es que no absorben los mismos nutrientes. Por ejemplo, el cacao tiene raíces más profundas que le da acceso a unos nutrientes en comparación al banano que necesita otros nutrientes. Entonces no se agota el suelo”, comentó Solís y agregó: “esa interconexión evita que se tenga que aplicar tanto fertilizante”.
Otro beneficio de la diversificación: “un cultivo le espanta las plagas al otro”, admitió Cedeño y sumó: “la citronela, por ejemplo, es un repelente natural”.
Aparte de dar sombra al cacao, los árboles sirven de refugio y proveen de alimento a diversidad de aves y, la presencia de estas, también favorece el control de plagas, ya que muchas se alimentan de insectos.
A la orilla del río Bijagual, la finca resguarda un parche de bosque de 2.000 metros cuadrados. Ante la intensificación de las lluvias, este bosque ayuda a regular la carga hídrica y, con ello, mermar la escorrentía. “Lo hemos visto en las fincas colindantes. El río pasa, y como casi no hay árboles en la orilla, el agua lava la tierra y se la lleva. En cambio aquí, las raíces de los árboles sostienen el suelo y el río vuelve rápido a su caudal”, manifestó la agricultora.
A la fecha, la red de fincas demostrativas cuenta con cinco, pero el objetivo es aumentar ese número. “La idea es liberar el modelo para que otros productores puedan implementarlo”, señaló Campos.
El Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) y FUNDECOR apoyan a los agricultores y ganaderos con capacitaciones, pero el objetivo es que los dueños de estas fincas pioneras se conviertan en instructores de otros.
“Lo que queremos es que se conviertan en fincas modelo y estamos buscando fondos para poder darles un subsidio y así tengan una remuneración por generar los datos y la información necesaria que guiará a otros. Con esto también estaríamos incorporando el conocimiento de ellos y ellas de una forma más rigurosa”, dijo Campos.
En la siguiente fase se quiere trabajar en bloques ecosistémicos ubicados en diferentes zonas de vida, las cuales están delimitadas por parámetros climáticos como temperatura y precipitaciones. En conjunto con los productores se trabajaría con base en escenarios que permitan mantener niveles de producción y bienestar, siempre con visión a futuro.
“La idea es constituir estas fincas en bloques ecosistémicos que puedan tener un horizonte de utilidad de acuerdo al cambio climático y a las necesidades de los cultivos. Entonces, en 10 años, la idea es ver cómo debería transformarse la finca para poder ser resiliente. Y después hacer el ejercicio a los 20 y 30 años”, señaló Campos y continuó: “los productores podrían ir armando el rompecabezas de acuerdo a lo que saben, las condiciones de suelo, la altitud, el viento y la radiación para establecer lo mejor para la finca”.
Construir desarrollo
La historia en estos ocho años se ha centrado en reducir vulnerabilidades, pero la visión para los próximos 20 años yace en construir una agenda de desarrollo. Ya no solo sería tener fincas demostrativas, por ejemplo, sino favorecer una economía verde. Actualmente, FUNDECOR es agencia implementadora de Banca para el Desarrollo. Cuenta con 14 empresas seleccionadas en los sectores agrícola, tecnología, forestal y ecoturismo.
Según Campos, la visión es generar encadenamientos e ir un paso más allá. “Queremos trabajar el concepto de valor. También estamos buscando un modelo de encadenamiento más integral, donde los empresarios y emprendedores puedan incluso tener una gobernanza conjunta y puedan visualizar el futuro juntos, porque hemos visto que los encadenamientos económicos no son suficientes”, dijo.
Asimismo, la organización está a la espera de fondos provenientes de agencias cooperantes para establecer rutas de comercialización.
En el plano de los servicios ecosistémicos, se está trabajando en la integridad ecológica de las áreas de conservación así como en monitoreo ecológico para contar con información que guíe la toma de decisiones. También se busca transferir conocimiento técnico a las comunidades y, por ello, se trabaja en guías para medir carbono, por ejemplo.
Mediante Agua Tica, un fondo público-privado que capta recursos de empresas y organizaciones que es administrado por FUNDECOR, se busca financiar proyectos de conservación dirigidos a reabastecer de agua a la naturaleza. Por ejemplo, en marzo de 2021, INTEL aportó los recursos para financiar –por los próximos 10 años- un proyecto de protección boscosa en la Cordillera Volcánica Central con el fin de recargar los acuíferos.
También se busca establecer alianzas público – privadas y privadas-privadas que permitan catalizar procesos. Gracias a una alianza entre FUNDECOR, el Fondo Nacional de Financiamiento Forestal (FONAFIFO) y el Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC), actualmente se ejecuta un proyecto piloto –ubicado en finca La Gata- que tiene como meta reforestar 500 hectáreas con árboles de melina -bajo el concepto de reforestación productiva- mediante un mecanismo mixto de crédito con pago por servicios ambientales.
Con este mecanismo, “los productores podrán acceder a financiamiento que les permita conservar sus terrenos, cubriendo los costos asociados por la actividad de reforestación y generando una rentabilidad desde el proceso productivo y hasta la cosecha final, fomentando modelos que permitan que las familias productoras continúen protegiendo sus terrenos con actividades rentables y sostenibles”.
Cambiar el paradigma de desarrollo no solo se enfoca en lo socioeconómico o ambiental, el enfoque debe ser más integral y, por ello, debe incluir a la cultura. La organización y la municipalidad están aliándose con grupos culturales para generar oportunidades donde difundir mensajes ecológicos que propicien procesos de sensibilización y concientización.
A fin de cuentas, la resiliencia se construye al hacer “una ecología de saberes”, como le llama Campos, que parte de las soluciones que ya la gente viene implementando al convivir día a día con el paisaje.
Este reportaje contó con financiamiento de Clima en Foco, iniciativa de Punto y Aparte.