La prolongada sequía que vive el centro y sur de Chile atizó los incendios más destructivos de la historia del país y se perfila como amenaza latente para uno de los ecosistemas más complejos del planeta, coinciden los analistas.
Aunque el cóctel contó con altas y prolongadas temperaturas -que rompieron el récord histórico en varios puntos del país- y la acción deliberada o accidental del hombre, los especialistas apuntan al déficit hídrico para explicar las inusitadas proporciones de los incendios que en enero convirtieron miles de hectáreas de bosques y sembradíos en cenizas.
"El cambio (climático) es mucho más rápido de lo anunciado. Lo que esperábamos para 2030 o 2040 está ocurriendo ahora con un déficit de lluvias que llega al 30% en zonas del centro y sur de Chile", explica Mylthon Jiménez, investigador de la Universidad Austral, quien califica de "grave" la situación.
La sequía va avanzando inexorable hacia el sur del país, otrora lluvioso y verde.
"La sequía llegó para quedarse. Urge que los sectores productivos y todos nosotros nos adaptemos a este nuevo escenario", adaptando la actividad económica a los recursos naturales del país, comenta Rodrigo Catalán, director de Conservación de la ONG WWF Chile.
Bosque nativo vs reforestación.
De las 600.000 hectáreas consumidas por las llamas desde julio de 2016 hasta la fecha, la mayoría eran bosques de pinos y eucalipto, según la Corporación Nacional Forestal, especies de rápido crecimiento y voraces en agua.
Esta reforestación limita la capacidad del suelo de retener agua, advierte Jiménez.
"Cuando tienes bosque nativo el suelo actúa como esponja y es diverso, con copas altas, bajas, helechos en el piso que permiten retener la humedad. Sin embargo, con los pinos y eucaliptos el suelo está vacío y cuando llueve el agua no penetra, ni es retenida en el suelo", explica.
A las grandes necesidades de agua para crecer, en las áreas reforestadas se suma la altísima densidad de árboles plantados. "Unos 1.600 por hectárea", frente a los 300 del bosque nativo, agrega el experto.
A ello se suman las altas temperaturas que propicia el cambio climático y que en el epicentro de los incendios de Chile llegaron este verano austral hasta los 44 grados centígrados, una máxima histórica.
En localidades como Santa Olga, donde ardieron más de 1.000 viviendas, convirtiéndose en el rostro amargo de los últimos incendios, no había agua para combatirlos.
La araucaria, en peligro de extinción.
Si los incendios, la falta de agua para consumo en las poblaciones rurales y la escasez del recurso para el riego agrícola son los efectos más evidentes de la sequía, a mediano plazo los propios ecosistemas están peligro.
"Vemos en los estudios que estamos haciendo un aumento en la mortalidad de árboles en el bosque, son eventos que no estaban registrados para Chile y que la sequía comienza a hacer una realidad", comenta Jiménez.
Hay varias especies que están sufriendo y un ejemplo emblemático es el de las araucarias, árboles milenarios cuyo origen se remonta a hace 260 millones de años y que subsisten en un reducido territorio a ambos márgenes de la cordillera de los Andes.
"Hay un fenómeno de cambio en los nutrientes del suelo que está afectando a estos árboles", dice el representante de WWF.
Un factor que se suma a la destrucción causada por incendios, tala ilegal y sobreexplotación de semillas que llevaron a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) a incluirla en 2013 como especie en "peligro de extinción".
Lejos de ser un caso aislado, las araucarias podrían ser apenas la punta del iceberg del problema.
"No es nada exagerado hablar del peligro de la extinción masiva de especies", advierte Catalán.
Los voraces incendios que aún se combaten en Chile golpearon a otras especies exclusivas del país como el Ruil(Nothofagus Alessandri), que puede alcanzar los 20 metros de altura y endémico de la región del Maule, una de las más afectadas por el fuego.
A ello se suma el desbalance que viven los humedales, golpeados por la sequía, poniendo en riesgo a la fauna nativa, alertan ambos expertos, que llaman a planificar a futuro priorizando el cuidado del suelo.