En un esfuerzo que demoró 13 años, el Parque Metropolitano La Sabana vuelve a ser un espacio ecológicamente funcional para la biodiversidad.
Sus árboles, en pleno crecimiento, no solo proveen de alimento y refugio a diversidad de aves, insectos y mamíferos pequeños sino que también están capturando y fijando dióxido de carbono, regulando la temperatura y ruido de la urbe, filtrando la contaminación y dando belleza escénica a la ciudad.
En este sentido, el proyecto de rearborización en este parque urbano -que inició en el 2008 y llegó a su fin en 2021- constituye un ejemplo exitoso de restauración activa de un ecosistema urbano.
Con la sustitución de árboles exóticos por especies nativas, las 64 hectáreas que componen La Sabana ahora no solo se ven como un bosque sino que intentan comportarse como tal.
Un desierto ecológico
Cuando se diseñó el parque metropolitano, los arquitectos previeron sembrar especies nativas. Sin embargo, los viveros de la época no ofrecían más que eucalipto, ciprés y casuarina, todos árboles exóticas.
“El Parque Metropolitano La Sabana fue ornamentado, en su mayoría, con especies exóticas, funcionales como rompevientos, pero sin capacidad de producir flores ni frutos en favor de la vida silvestre. El diseño de siembra original produjo un efecto alelopático, con la consecuente escasez o eliminación de especies de gramíneas o sotobosque, esenciales para el ecosistema”, se lee en la memoria del Proyecto de Rearborización Una Nueva Sabana 2008-2021.
Como consecuencia, el parque urbano presentada una limitada funcionalidad ecológica. Los eucaliptos y cipreses no son propios de los ecosistemas del Valle Central, por tanto, los animales no saben cómo utilizarlos. Las aves, por ejemplo, no anidan o se alimentan de sus frutos porque estas especies arbóreas no han evolucionado con la fauna del lugar. Entonces, el parque termina siendo pobre en términos de biodiversidad.
De hecho, y según se indica en la memoria, solo el laurel de India era utilizado por los zanates, una especie de ave exótica que desplaza a las aves nativas.
A pesar de la poca presencia de fauna, los expertos consideraban que La Sabana -con la intervención adecuada- podía ser un “puente” ecológico entre los ecosistemas que yacen en el cañón del río Virilla y la Zona Protectora de los Cerros de Escazú. Para ello, La Sabana requería 213 especies nativas de árboles.
“Las especies son las requeridas para atraer la fauna que habita en los Cerros de Escazú, otros parques cercanos y los cañones de los ríos Virilla y María Aguilar, dándole la oportunidad a las personas que visitan el parque metropolitano de conocer especies que habitan en los alrededores de la Gran Área Metropolitana (GAM) y que son de gran importancia ecológica”, destacó Armando Soto, coordinador técnico del proyecto, en declaraciones previas brindadas a periodistas.
Había otro punto a tomar en cuenta: la seguridad de las personas que visitaban el parque. Las especies exóticas, al cumplir su ciclo de vida, representaban un riesgo, ya que podían caer y perjudicar a alguien. Por ello, y desde 1997, el Ministerio de Ambiente y Energía (MINAE) había recomendado derribar 327 árboles de eucalipto.
De esta forma, la necesidad de sustituir los árboles exóticos por nativos adquirió relevancia y en el 2008 arrancó el proyecto de rearborización, que fue ejecutado gracias a una alianza público-privada entre el Instituto Costarricense del Deporte y la Recreación (ICODER) y la entidad bancaria privada Scotiabank, con el apoyo del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC), el Ministerio de Justicia y Paz, la Compañía Nacional de Fuerza y Luz (CNFL) y la organización no gubernamental Preserve Planet.
La ciencia como guía
Para orientar todas las decisiones, se recurrió a la ciencia. Por esta razón, el primer paso fue realizar un estudio técnico, el cual permitió identificar las necesidades reales de restauración a partir de “criterios de seguridad para el visitante, sanidad y pertinencia ecológica de las especies sembradas en sus terrenos”.
En el marco de este estudio, se realizó un censo forestal en el que se evaluaron 6.498 árboles con diámetro superior a 15 centímetros. Eso permitió contabilizar un total de 79 especies, siendo 34 exóticas (con 5.720 individuos) y 45 nativas (para un total de 764 árboles).
El censo evidenció la necesidad de sustituir 3.262 árboles porque se encontraban enfermos por hongos o bacterias, estaban sobremaduros o incluso muertos.
También se realizó un análisis químico de suelos. Para ello se dividió el parque en seis sectores, según las características de vegetación existente y su ubicación. En cada sector se tomaron de 12 a 15 muestras.
Los resultados que arrojó este análisis permitieron saber que La Sabana presentaba condiciones similares al resto del área metropolitana y, por tanto, “el crecimiento de los árboles que se planten en su terreno puede ser normal”.
Según se indica en la memoria, inicialmente se valoró la regeneración natural como metodología. Sin embargo, dada la baja presencia de aves y mamíferos que fungieran como dispersores naturales de semillas, así como el continuo uso del parque por parte de las personas, se descartó la regeneración natural y se optó por una regeneración asistida.
Todos los árboles a sustituir se georeferenciaron. Esto, a su vez, permitió zonificar el parque en seis sectores de intervención y ubicar exactamente cada uno de los individuos a ser extraídos.
Para evitar un cambio drástico a nivel de paisaje, se planteó realizar la extracción de forma gradual, siguiendo el mapa de zonificación.
Asimismo, se elaboró una lista de especies arbóreas. “Pertenecer a una especie nativa del Valle Central fue el principal parámetro de selección. Además, se agregaron especies de bosque seco que, por sus características, se adaptan bien al terreno. En algunas áreas se incluyeron especies de bosques muy húmedos, principalmente por su rareza o situación de amenaza”, se lee en la memoria.
El objetivo a lograr era la heterogeneidad de la vegetación, para así darle mayor variedad de nichos ecológicos a la fauna y, por tanto, atraer a un mayor número de especies en pro de la biodiversidad.
Aunque se previó extraer 3.262 árboles, el estudio técnico evidenció la necesidad de plantar 5.000 nuevos árboles con fines de funcionalidad ecológica.
“En el caso del proyecto Una Nueva Sabana, la restauración se basó sobre tres pilares: la sucesión secundaria, la diversidad biológica del sitio y la relación planta-animal. De este modo, al propiciar la diversidad a un ritmo más rápido, se intentó acelerar el proceso de regeneración”, se destaca en la memoria.
Viveros
Para contar con especies nativas, los investigadores se vieron en la necesidad de buscar plántulas y semillas en el campo. Esto requirió que fueran llevadas a viveros, ya que el estudio técnico había señalado la importancia de que los árboles contaran con una altura mínima de 2,3 metros para que pudieran adaptarse mejor al terreno y contar con una mayor resistencia a las enfermedades, a los efectos del ambiente y al trato de los usuarios del parque.
El proyecto contó con dos: uno ubicado en la Universidad para La Paz (administrado por la CNFL) y otro en el Centro Penitenciario La Reforma. “El proceso representó un gran reto debido a la diversidad de especies nativas desarrolladas (+235). Para el adecuado manejo de los árboles en los viveros, se estableció un amplio manual de procedimientos”, se lee en la memoria del proyecto.
En el caso del vivero de La Reforma, este forma parte del Departamento Agropecuario del Ministerio de Justicia y Paz. Allí, privados de libertad velaron por los árboles desde que eran semilla hasta que alcanzaron los 2,5 metros de altura.
“Nosotros los abonamos, los podamos, los cuidamos. Toma, más o menos, dos años para que crezcan y tengan el tamaño adecuado para ser sembrados en La Sabana”, explicó José Parra, uno de los privados de libertad que trabajó en el vivero en el 2018.
Para José Francisco Cubero, ingeniero agrónomo y subjefe del Departamento Agropecuario, el proyecto también tenía un componente social. “El trabajo en un vivero es muy tranquilizante y eso, en un sistema carcelario, es muy valioso. Psicológicamente, les brindó la oportunidad de resarcir lo sucedido en el pasado y edificar desde lo positivo. Para ellos, eso es muy significativo y por eso valoran tanto la oportunidad de trabajar allí”, manifestó Cubero en declaraciones previas.
De hecho, Parra admitió que recordará la primera jornada de siembra en la que participó –ocurrida en julio del 2018- porque significó salir unas cuantas horas del centro penitenciario para sumarse a los 90 voluntarios que trabajaron ese día y sembrar los árboles que, con tanto esmero, cuidó.
Para Cubero, la oportunidad de salir a La Sabana significó una desintoxicación del ambiente que se vive en el sistema carcelario y una motivación para ellos porque se sintieron parte de un proyecto que tiene proyección ambiental.
“Que participaran de la siembra es una forma de retribuirles todo el trabajo realizado en el año. Se les dio la oportunidad de salir a un lugar tan lindo como La Sabana para que pudieran ver el destino final de los árboles que cuidaron con tanto esmero”, dijo Cubero.
Muchos le contaban a su familia para que fueran a visitar los arbolitos que ellos cuidaron. En algunas siembras, los familiares los acompañaron durante las jornadas en el parque y, por unas horas, también se olvidaron del encierro.
“Uno aprende a valorar. Ya yo no voy a volarle machete a un palo por gusto, porque uno empieza a valorar las cosas que antes no valoraba cuando estaba afuera. Como yo le digo a mi esposa: ‘nunca es tarde para aprender y, cuando logre salir, yo ya voy con otra mentalidad’”, comentó Marvin Aguilar.
Asimismo, las labores en el vivero les ayudan a sentirse productivos, a la vez que se les capacita en pro de oportunidades laborales a futuro. “Cuando yo entré a trabajar en el vivero, no sabía nada. Ahí me fui empapando del tema gracias a don José Francisco, que me tomó en cuenta”, manifestó Aguilar y continuó: “uno se siente útil, porque uno ahí adentro, nada más durmiendo, no hace nada. El trabajo le permite a uno distraerse, uno tiene la mente en otras cosas y no pasa maquinando tonteras”.
Según Cubero, en el centro penitenciario se les brinda formación a través del Instituto Nacional de Aprendizaje (INA). Ese conocimiento se termina de afinar con la práctica en el vivero, bajo la guía de los profesionales del Ministerio de Justicia y Paz. “Tenemos, por ejemplo, un módulo de capacitación en mantenimiento de zonas verdes y jardinería, así como reparación de equipo agrícola liviano”, detalló el ingeniero agrónomo.
De esta forma, las personas adquieren destrezas que les permitirán conseguir trabajo una vez salgan de la cárcel e, incluso, les permite iniciar sus propios emprendimientos.
“Este proyecto va más allá de un tema ambiental. Hay una proyección social que se ha manejado de forma integral. No es solo ver el sistema carcelario como una carga social sino también ver lo positivo que puede aportar a la sociedad. El sistema puede generar más que castigo, puede ser algo productivo que termina por beneficiarnos a todos”, resaltó Cubero.
Debido a la experiencia derivada a partir del proyecto en La Sabana, el Ministerio de Justicia y Paz está proyectando que el vivero se convierta en proveedor de árboles para reforestación a nivel nacional.
Asimismo, la alianza con el Ministerio de Justicia y Paz también incluyó la fabricación de mobiliario como mesas de picnic, rótulos, estaciones de reciclaje, barandas y basureros, construidos con la madera extraída de La Sabana. Ese mobiliario se instaló en los parques recreativos e instalaciones administrados por el ICODER.
Voluntariado
La extracción de árboles y las jornadas de siembra se realizaron entre 2011 y 2019. En total fueron 54 jornadas de voluntariado, en las que participaron 4.695 personas y 93 organizaciones.
El involucramiento de voluntarios impulsó al desarrollo de un protocolo de siembra, el cual servirá para futuras intervenciones. A las personas, ya fuera que vinieran de organizaciones o fueran particulares, se les compartían materiales y un video explicativo, así como las recomendaciones a seguir durante la jornada.
El día de la siembra, los coordinadores técnicos ubicaban los árboles guía y los individuos a plantar en determinado lugar según se previó en el diseño. Previo a las labores, los técnicos brindaban una breve charla sobre el manejo del árbol, cuánto y cómo abonarlo, entre otros aspectos. Seguidamente organizaban las cuadrillas alrededor de los árboles guía.
Todas la siembras fueron supervisadas por un regente forestal, un botánico, un ingeniero forestal y técnicos de la CNFL.
Para Soto, estas jornadas de siembra permitieron a la ciudadanía entender la relevancia del mantenimiento de los parques urbanos y, también al involucrarse como voluntarios, se identificaron con la causa y se apropiaron del proyecto.
“Tenemos historias interesantísimas: el caso de una pareja que participó en un voluntariado cuando eran novios. Vinieron ya siendo esposos a visitar los árboles que sembraron, luego vinieron cuando ella estaba embarazada y ya trajeron al bebé. Eso significa que se apropiaron del parque, ya lo ven como suyo y ven el árbol como parte de su historia. Lo visitan y lo cuidan”, comentó Soto.
En lo técnico, una de las mayores enseñanzas se desprende del bajo porcentaje de mortalidad (de lo sembrado) que ha logrado este ejercicio, pues se estimaba que sería del 40% a raíz de la experiencia con otros proyectos de reforestación. Sin embargo, en La Sabana la mortalidad fue apenas del 1%.
El retorno de la fauna
Tras 13 años del proyecto, se sembraron 5.071 árboles representativos de 235 especies. Entre estas se encuentra el almendro de río (Andira inermis), hormigo (Triplaris melaenodendrum), ceibo barrigón (Pseudobombax septenatum), ojochillo (Clarisia racemosa), guayacán real (Guaiacum sanctum), cedro bateo (Cedrela salvadorensis), madroño (Calycophyllum candidissimum) y roble sabana (Tabebuia rosea).
De esas 235 especies, 18 están en peligro de extinción o amenazadas; por lo que La Sabana constituye un ‘museo vivo’ de árboles en pro de la educación ambiental.
Efectivamente, la sustitución de árboles vino a devolverle funciones ecológicas al parque urbano y esto se evidencia en la cantidad y diversidad de aves.
En el 2008, y como parte del estudio técnico, se hizo un monitoreo que identificó 13 especies. El ejercicio se repitió año con año y evidenció, que conforme avanzaban las labores de rearborización, también se incrementaba la cantidad de especies observada. En 2011, se reportaron 35 especies.
Al final del proyecto, se registraron más de 140 especies de aves residentes y migratorias, siendo las más abundantes: el piche (Dendrocygna autumnalis), loro frentiblanco (Amazona albifrons), el pato real feral (Cairina moschata), el bolsero norteño (Icterus galbula), la repinta amarilla (Setophaga petechia), el pius (Molothrus aeneus) y el perico frentirrojo (Psittacara finschi).
“Tanto las parcelas rearborizadas más avanzadas, como las de árboles en crecimiento, albergan variedad de especies que se han adaptado paulatinamente a condiciones favorables de vegetación nueva, gracias a la disponibilidad de frutos, flores y otros recursos. Asimismo, la presencia de otras especies es notoria en los alrededores, tal como el lago grande y en el otro lago artificial abandonado, que atrae diferentes especies de aves acuáticas y semiacuáticas (patos, correlimos y martines pescadores)”, se destaca en la memoria.
De esta forma, La Sabana escribe otro capítulo de su historia, uno más cercano a sus inicios de cuando era bosque.