Los trópicos perdieron 11,9 millones de hectáreas de cobertura forestal en 2019. Casi un tercio de esa pérdida, el equivalente a 3,8 millones de hectáreas, ocurrió en los bosques primarios del trópico húmedo, los cuales son esenciales para la diversidad biológica y el almacenamiento de carbono.
La cifra se desprende del Global Forest Watch, una plataforma en línea que permite el monitoreo de la cobertura arbórea, que utilizó datos proporcionados por la Universidad de Maryland (Estados Unidos).
Vale aclarar que la pérdida de cobertura forestal no significa lo mismo que deforestación. La cobertura forestal incluye árboles tanto de plantaciones como de bosques naturales, mientras que la pérdida de cobertura se refiere a la eliminación del dosel a causa de actividades humanas o naturales, incluyendo el fuego.
“Los datos que se presentan no tienen en cuenta la restauración o la regeneración y, por lo tanto, no son indicativos del cambio neto. Sin embargo, si nos centramos en la pérdida de la cobertura forestal dentro de los bosques primarios tropicales húmedos no perturbados, podemos destacar algunas de las zonas forestales más críticas del mundo en las que es probable que la pérdida tenga repercusiones a largo plazo”, destacó el World Resources Institute (WRI), promotor del Global Forest Watch, en un comunicado.
Con respecto a 2018, la pérdida de bosques primarios fue un 2,8% mayor en 2019; pero menor que en 2016 y 2017, años considerados récord, eso a pesar de los incendios forestales que afectaron a muchos países tropicales.
El rol del fuego
Para Global Forest Watch, los incendios forestales vividos en el 2019 se consideran tanto causa como efecto de la pérdida arbórea.
En el caso de Bolivia, por ejemplo, los incendios fueron la causa directa de la pérdida de cobertura forestal. De hecho, más de la mitad de los incendios se produjeron en zonas con cobertura arbórea.
Eso equivale a perder un campo de fútbol de bosque primario cada seis segundos durante todo el año.
En Brasil, por su parte, los incendios no contribuyeron mayormente a la pérdida de bosque primario, ya que se dieron principalmente en tierras anteriormente deforestadas.
“En la Amazonía brasileña, la densidad de los incendios era 20 veces mayor en los bosques primarios previamente talados que en los bosques actualmente en pie. Y mientras que los incendios estaban por encima de la media en 2019, solo el 20% ardió en los bosques primarios actuales, mientras que el 30% ardió en áreas de pérdida de bosque primario anterior. El 50% restante se produjo en zonas no forestales y de bosques secundarios. Este también fue el caso de Indonesia, que registró tasas mucho más altas de incendios en bosques previamente degradados, y solo el 6% ardió en bosques primarios”, se lee en el comunicado de Global Forest Watch.
Según los expertos de WRI, los incendios ocurridos en 2019 se dieron a partir de la combinación de condiciones climáticas y actividades humanas. Muchos de ellos fueron propiciados por personas que preparaban las tierras para la agricultura cuando la quema se les salió de control debido a los vientos y condiciones meteorológicas más secas, extendiéndose hacia zonas de bosque.
“Cualquier quema en estas tierras tiene el potencial de escapar a los bosques circundantes. Los incendios que escapan son más comunes en bosques que ya han sido degradados por las actividades humanas. Si los daños resultantes son lo suficientemente graves, las zonas quemadas aparecerán en Global Forest Watch como pérdida de bosque primario, como fue el caso de los extensos incendios del sotobosque en 2016 y 2017”, detallaron los investigadores.
El papel del agro
Más allá de las quemas, el cambio de uso del suelo es uno de los catalizadores ya no de la pérdida de cobertura forestal sino de la deforestación en los trópicos.
Según el Anuario Trase 2020, el principal impulsor de la deforestación en América Latina es la urgencia por dedicar más área a pastos para el ganado y cultivos (principalmente soya y palma aceitera).
De hecho, y según el informe, la expansión de los pastos para la producción de carne fue responsable del 81% de la deforestación en la Amazonía brasileña, el 95% de la deforestación en el Chaco paraguayo y más del 54% en el Cerrado de Brasil en el 2018.
En cuanto a la soya, si bien la mayor parte se instaló en antiguas pasturas, “por cada hectárea de expansión de la soya en los pastos hay por lo menos una hectárea de nueva deforestación para los pastos”.
“Esta dinámica sugiere que la expansión de los cultivos, y la expansión de la soya en particular, está jugando un papel clave e indirecto en el impulso de la deforestación en América Latina a través del desplazamiento de los pastos para el ganado. Esto es así a pesar del éxito de la Moratoria de la Soya en el Amazonas, la cual busca una reducción significativa de la conversión directa de bosques desde 2008”, se lee en el informe.
Trase es una iniciativa conjunta del Stockholm Environment Institute y la organización Global Canopy, cuyo objetivo es analizar el estado de las cadenas de suministro a la luz del riesgo forestal, principalmente enfocado en cuatro productos básicos: carne, pollo, soya y aceite de palma. Los datos del Anuario Trase 2020 corresponden a Brasil, Paraguay, Argentina e Indonesia, principales exportadores de estos productos.
Otra conclusión incluida en el informe del 2020 es que más de la mitad de la deforestación ligada a estos cuatro productos agrícolas está concentrada en menos del 5% de las localidades productoras; también se encuentra en manos de los cinco principales exportadores de cada uno de los productos evaluados.
“Las empresas comerciales que dominan las exportaciones de productos básicos suelen estar asociadas a la mayoría de los riesgos de deforestación. Este alto nivel de concentración del mercado -en contraste con un número mucho mayor de productores, fabricantes y minoristas- significa que este pequeño grupo de empresas comerciales está en una posición fuerte para cambiar todo el sistema en pro de la sostenibilidad de la cadena de suministro”, destacaron los autores.
“Una hectárea de deforestación hoy en día representa una pérdida mucho mayor que la que hubiera tenido hace una década”. (Anuario Trase 2020).
En cuanto a mercados, y según el Anuario Trase 2020, China continúa siendo el principal receptor de los productos de riesgo forestal, incluso por encima de la Unión Europea (UE). Sin embargo, los analistas observaron que miembros de la UE “compran con frecuencia productos con un mayor riesgo relativo de deforestación (es decir, productos que es más probable que se produzcan en tierras recién deforestadas)”.
Por otra parte, esa relación entre producción y comercialización abre una nueva oportunidad de análisis a la luz de la huella de carbono. En este sentido, el informe indicó que aquellos productos básicos con alto riesgo de deforestación pueden aumentar casi diez veces su huella de carbono.
“Las emisiones de carbono asociadas a los productos básicos producidos en el 10% de las regiones que experimentan la mayor deforestación son muchas veces más altas que los niveles medios en el caso de las exportaciones de carne brasileña (775%), soya brasileña (940%) y aceite de palma indonesio (630%)”, se lee en el informe.
Por ejemplo, los investigadores hallaron que la huella de carbono de las importaciones de soya brasileña era seis veces mayor por tonelada para España que para China.
“Las diferencias en los patrones de abastecimiento y los vínculos con las fronteras de la deforestación significan que España es el país con la huella más intensiva en emisiones de todos los grandes compradores de soya brasileña. Las importaciones españolas se asocian con 1,23 toneladas de dióxido de carbono equivalente (tCO 2 e) por tonelada de soya, en comparación con menos de 0,2 tCO 2 e por tonelada para China (el mayor comprador de soya). Los otros importadores con las huellas más intensivas en emisiones son Arabia Saudita, Japón, Portugal y Alemania”, señalaron los autores.
Deforestación cero
“Cuando hablamos de la economía de la deforestación, en realidad estamos hablando de un puñado de puntos calientes de deforestación, un puñado de productos básicos y un puñado de empresas que controlan lo suficiente del comercio como para dar la vuelta al problema”, enfatizaron los analistas del Anuario Trase 2020.
En este sentido, los compromisos de “deforestación cero” adquieren una mayor relevancia y son cada vez más los actores que están abrazándolos. Sin embargo, los investigadores advierten sobre la importancia de seguir un enfoque ecosistémico.
“Si bien el número de grandes comerciantes comprometidos con las cadenas de suministro libres de deforestación está creciendo, y algunas empresas están empezando a desempeñar un papel destacado en la lucha contra la deforestación, a menudo son selectivos en cuanto a dónde se aplican y a qué productos básicos. Esto significa que algunas de las zonas frágiles que experimentan la deforestación más intensiva, como el Cerrado brasileño, tienen mucha menos protección que el Amazonas”, se subraya en el informe.
El impacto ambiental de la deforestación crece en la medida que los ecosistemas disminuyen su tamaño. “Una hectárea de deforestación hoy en día representa una pérdida mucho mayor que la que hubiera tenido hace una década. En términos de hectáreas de deforestación por hectárea de bioma restante, una hectárea deforestada en el Gran Chaco de América Latina tiene 1,3 veces el impacto de la misma pérdida en la sabana brasileña y 6,5 veces el impacto de la misma pérdida en el Amazonas”, señalaron los autores.
Ahora bien, y según Global Forest Watch, la pandemia causada por COVID-19 suma amenazas para los bosques tropicales en los próximos meses y años. En el corto plazo, estos ecosistemas pueden verse afectados por la tala ilegal y los incendios abocados a despejar tierras agrícolas; mientras que, en el mediano plazo, la deforestación puede incrementarse cuando los países, en un intento por estimular sus economías, favorezcan a las industrias extractivas.
"En lugar de sacrificar los bosques en aras de la recuperación económica, que solo llevará a futuras complicaciones para la salud y los medios de vida de millones de personas en todo el mundo, los gobiernos pueden reconstruir mejor. Invertir en la restauración y la gestión racional de los bosques creará puestos de trabajo, contribuirá a unas economías más sostenibles y protegerá los ecosistemas forestales que nuestro mundo necesita”, manifestaron los investigadores de WRI en el marco de Global Forest Watch.