La cuarentena y otras medidas tomadas para contener la pandemia por COVID-19 derivó en un menor empleo de carbón y petróleo como fuentes energéticas para el transporte, la electricidad y la calefacción, por lo cual se prevé una reducción de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) del 8% en 2020, según proyecciones de la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés).

En su informeGlobal Energy Review 2020”, IEA señala que ese sería el nivel más bajo alcanzado desde 2009. “Sería la mayor disminución de las emisiones jamás registrada, casi seis veces mayor que la anterior disminución récord de 400 millones de toneladas en 2009, que fue resultado de la crisis financiera mundial”, se lee en el reporte.

Aunque la noticia de la reducción de emisiones pareciera positiva, lo cierto es que ese recorte aún carece de un esfuerzo sistemático y continuo para limitar nuevos aportes de gases a la atmósfera, si lo que se quiere es aplanar la curva y así evitar un incremento en la temperatura media de 1,5 °C, como lo establece el Acuerdo de París.

Si bien el sector energético es el mayor generador de gases de efecto invernadero (GEI), no es el único. El cambio de uso del suelo, que deriva en deforestación, así como la agricultura y la ganadería siguieron contribuyendo a la acumulación de GEI durante los meses de COVID-19.

En relación con el punto anterior, tampoco se puede obviar la liberación de CO2 que se dio como consecuencia de los incendios forestales ocurridos en 2019 y 2020 en Amazonía, Indonesia, Congo, Siberia y Australia.

Vale recordar que el CO2 puede permanecer entre 50 y 200 años en la atmósfera. De hecho, la concentración promedio de CO2 fue de 416,21 partes por millón (ppm) en abril de 2020, según datos de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés).

Esta fue, según NOAA, la concentración más alta registrada desde que se comenzaron hacer las mediciones en el Observatorio Mauna Loa, ubicado en Hawái, en 1958.

Esto es particularmente relevante porque la disminución de las emisiones que se proyecta para este año devino de un elemento externo (COVID-19), por lo que el sistema socioeconómico no estaba preparado y, por tanto, el costo social ha sido alto. Esto conlleva un riesgo: una vez superada la pandemia, la humanidad podría volver al modelo usual de crecimiento económico y, con ello, provocar un repunte y hacer crecer la curva de emisiones como ha sucedido en ocasiones anteriores.

Efecto rebote

A la fecha, el modelo económico ha asociado dos variables: el crecimiento económico y las emisiones de GEI. Esto, principalmente, porque los países han sustentado su crecimiento en el sector energético como motor de la producción.

La descarbonización lo que pretende, precisamente, es desligar esas dos variables y procurar un crecimiento económico que sea bajo en emisiones de carbono. Para ello se requiere de la implementación de políticas y medidas sistemáticas en todos los sectores, por parte de todos los actores, de manera continua y sostenida. En otras palabras, la descarbonización requiere de cambios estructurales en la forma en cómo se han venido haciendo las cosas.

Por esa razón, la reducción de emisiones y la baja en la demanda energética experimentada durante COVID-19 puede convertirse en espejismo si no se cuenta con un plan a largo plazo para descarbonizar la economía.

Según IEA, si los cierres duran muchos meses y las recuperaciones son lentas en gran parte del mundo, como es probable, la demanda anual de energía caerá 6% en 2020.

“Tal disminución no se ha visto en los últimos 70 años”, apuntó la agencia; aunque si los esfuerzos por contener la pandemia y reiniciar las economías tienen más éxito, la disminución de la demanda energética entonces podría limitarse a menos del 4%.

“Sin embargo, esto dependerá de una reanudación más intensa. La perturbación de las cadenas de suministro mundiales y una segunda ola de infecciones en el segundo semestre del año podrían reducir aún más el crecimiento”, señaló IEA.

A eso se suma que el repunte de las emisiones pueda ser mayor que la disminución.

Para Virginia Vilariño, coordinadora área de Clima y Energía del Consejo Empresario Argentino para el Desarrollo Sostenible (CEADS), siempre que ha habido una baja en las emisiones esta ha tenido un efecto rebote.

“Después de un ciclo recesivo, las emisiones no solo se recuperan el año siguiente sino que aumentan”, explicó Vilariño durante el conversatorio titulado “COVID-19 y desarrollo resiliente bajo en emisiones en Latinoamérica”, organizado por la plataforma LEDS LAC.

Asimismo, la experta de CEADS agregó: “Las emisiones globales tendrían que caer en promedio 7,6% cada año durante toda esta década, de manera sostenida, para mantener una posibilidad viable de limitar el calentamiento global en concordancia con el objetivo más ambicioso del Acuerdo de París”.

“Sin un cambio estructural, la disminución de las emisiones causadas por el coronavirus serían de corto plazo y tendrían poco impacto en las concentraciones de COque se han acumulado en la atmósfera durante décadas”, continuó Vilariño.

Fatih Birol, director ejecutivo de IEA, coincide con Vilariño en que es probable que se observe un repunte de las emisiones en la medida que mejoren las condiciones económicas tras la pandemia, tal como pasó en las guerras mundiales y el debacle financiero del 2009.

“Pero los Gobiernos pueden aprender de esas experiencias poniendo las tecnologías de energía limpia –renovables, eficiencia, baterías, hidrógeno y captura de carbono– en el centro de sus planes de recuperación económica. La inversión en esas esferas puede crear puestos de trabajo, hacer que las economías sean más competitivas y conducir el mundo hacia un futuro energético más resistente y limpio”, destacó Birol en un comunicado.

Oportunidad

Actualmente, los países están diseñando paquetes de estímulo financiero para rescatar la economía en la pospandemia. Para IEA, esto representa una oportunidad única para rediseñar el sector energético en los próximos años “con importantes consecuencias para la industria en general, la seguridad energética y la transición hacia energías limpias”.

“Orientar los paquetes financieros y de estímulo fiscal para impulsar la descarbonización y la transición hacia las energías renovables y limpias no será solo una victoria económica a corto plazo, sino también una victoria para la resiliencia en el futuro”, manifestó Niklas Hagelberg, experto en cambio climático de ONU Medio Ambiente, mediante un comunicado.

Para IEA, el primer paso es seguir invirtiendo –aunque la recuperación sea moderada– para garantizar seguridad energética, sobre todo en el sector eléctrico. En la actualidad, una proporción considerable de la inversión que se hace en energía se destina a mantener los niveles de suministro existentes, es decir, a mantener la producción en los niveles actuales, sustituir la capacidad de generación de energía envejecida y reinvertir en redes eléctricas para reemplazar a las obsoletas.

“El lugar que ocupa la seguridad energética en el corazón de las economías modernas ha sido subrayado por la crisis del COVID-19. Un suministro de electricidad robusto e ininterrumpido, por ejemplo, es una condición previa clave tanto para el funcionamiento del sistema de atención de la salud como para el mantenimiento del bienestar social y la actividad económica en línea. Los sistemas de energía robustos han permitido adaptaciones a la crisis en curso, incluida una enorme expansión de las actividades de teletrabajo, en particular en las economías avanzadas. Sin embargo, en algunas partes del mundo no se puede dar por sentado un suministro fiable”, se lee en el informe de IEA.

El COVID-19 llegó en un momento en que la matriz energética mundial ha ido diversificándose, incluyendo cada vez más fuentes de energía renovable. “La proporción de energías renovables se ha disparado varios años por encima de las expectativas previas a la pandemia, incluyendo la proporción de energía eólica y solar, la reducción de las emisiones de CO2 y la contaminación atmosférica”, destacó IEA.

No obstante, el auge de las renovables ha evidenciado problemas en el sistema eléctrico. En economías avanzadas, como Estados Unidos y Europa, la principal causa de los apagones es la incapacidad del sistema eléctrico de manejar cambios repentinos en los flujos de energía y diversos problemas en la red.

“La menor demanda de electricidad, junto con el continuo crecimiento de la energía eólica y solar fotovoltaica, ha aumentado la proporción de renovables variables, lo que exige una mayor flexibilidad para mantener las luces encendidas. Al mismo tiempo, la flexibilidad disponible se ha visto limitada por el cierre de las instalaciones industriales que proporcionan una respuesta a la demanda y porque las centrales eléctricas despachables están inactivas debido a que los precios de la energía son extremadamente bajos.

”A medida que aumentan los problemas financieros de la industria energética, el costo de volver a poner en marcha la capacidad de energía despachable que había quedado en suspenso podría convertirse en una importante preocupación, en materia de seguridad energética, a medida que las economías y la demanda de electricidad se recuperen.

”Hasta la fecha, los sistemas eléctricos de las principales economías han mantenido una sólida fiabilidad, pero se necesitará una vigilancia continua por parte de los operadores del sistema, los reguladores y los Gobiernos”, destacó IEA.

En este sentido, la transición hacia una matriz energética basada en renovables va más allá de sumar más sistemas eólicos o solares a la ecuación. Se requiere de sistemas robustos que garanticen seguridad, también se necesita trabajar desde la eficiencia e incluso educar a la demanda hacia un consumo más responsable.

Asimismo, esa matriz energética más limpia debe incluir el sector transporte, que puede electrificarse para aprovechar la producción a partir de fuentes renovables, además de seguir la lógica de privilegiar el transporte público cero emisiones para desalentar el uso del vehículo privado.

“Mientras que las transiciones a la energía limpia y los debates sobre los estímulos están cobrando impulso, se necesitará un esfuerzo político coordinado para aprovechar sus oportunidades y conducir a un sector energético más moderno, más limpio y más resistente para todos”, subrayó IEA.

“Todavía es demasiado pronto para determinar los impactos a largo plazo, pero la industria energética que surja de esta crisis será significativamente diferente de la que vino antes”. Fatih Birol, director ejecutivo de IEA.

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