Los científicos están tan solo empezando a estudiar el impacto que tienen en la tundra las presas que construyen los castores.

Por Sharon Levy / Traducido al español por Debbie Ponchner

Comenzó hace décadas, con unos cuantos pioneros resistentes que caminaban hacia el norte a través de la tundra. Se dice que un individuo caminó tanto para llegar hasta allí que se arrancó la piel de la parte inferior de su larga y plana cola. Hoy en día, los de su especie tienen hogares y colonias repartidos por toda la tundra de Alaska y Canadá, y su número va en aumento. Los castores han encontrado su camino hacia el lejano norte.

Aún no está claro lo que estos nuevos residentes significan para el ecosistema ártico, pero la preocupación va en aumento, y los lugareños y los científicos están prestando mucha atención. Los investigadores han observado que las presas que construyen los castores aceleran los cambios que ya se están produciendo debido a un clima cada vez más cálido. A los pueblos indígenas les preocupa que las presas puedan suponer una amenaza para las migraciones de las especies de peces de las que dependen.

“Los castores alteran realmente los ecosistemas”, afirma Thomas Jung, biólogo experto en fauna salvaje del gobierno canadiense del Yukón. De hecho, su capacidad para transformar los paisajes puede ser solo superada por la de los humanos: antes de que casi fueran extirpados por los cazadores de pieles, millones de castores moldeaban el flujo de las aguas norteamericanas. En las regiones templadas, las presas de los castores afectan prácticamente todo, desde la altura del nivel de las aguas hasta los tipos de arbustos y árboles que crecen.

Hasta hace unas décadas, el extremo norte del área de distribución del castor estaba definido por el bosque boreal, porque los castores dependen de las plantas leñosas para alimentarse y obtener material para construir sus presas y refugios. Pero el rápido calentamiento del Ártico ha hecho que la tundra sea más hospitalaria para los grandes roedores: el derretimiento más temprano de la nieve, el deshielo del permafrost y una temporada de crecimiento más larga han provocado un auge de plantas de arbustos como el aliso y el sauce que los castores necesitan.

Las fotografías aéreas de la década de los años cincuenta no mostraban ningún estanque de castores en la Alaska ártica. Pero en un estudio reciente, Ken Tape, ecólogo de la Universidad de Alaska Fairbanks, escaneó imágenes satelitales de casi todos los arroyos, ríos y lagos de la tundra de Alaska y encontró 11.377 estanques de castores.

Una mayor expansión puede ser inevitable.

Estas imágenes muestran cómo los castores han transformado un arroyo de la tundra cerca del límite arbóreo en la península Seward de Alaska. La flecha azul indica la dirección del flujo del arroyo. Los estanques negros de la imagen de satélite de 2019 han sido creados por presas de castores en sus extremos aguas abajo, mostrados por las flechas blancas.(Créditos: K.D. TAPE ET AL / SCIENTIFIC REPORTS 2022)

Puntos calientes de castores

Todas estas nuevas presas podrían hacer mucho más que alterar el caudal de los arroyos. “Sabemos que las presas de castores crean zonas cálidas”, explica Tape, “porque el agua de los estanques que crean es más profunda y no se congela hasta el fondo en invierno”. El agua caliente de los estanques derrite el permafrost circundante; el suelo descongelado, a su vez, libera carbono almacenado durante mucho tiempo en forma de gases de efecto invernadero —dióxido de carbono y metano—, lo que contribuye a un mayor calentamiento atmosférico.

Aunque los cambios en el Ártico provocados por el calentamiento se producirán con o sin castores, la fragilidad de los ecosistemas del extremo norte los hace especialmente vulnerables a los tipos de alteraciones que pueden causar los castores. De hecho, la tundra puede ser el entorno más amenazado por el cambio climático en el planeta, según la paleobotánica Jennifer McElwain, del Trinity College de Dublín, autora de un artículo sobre las reacciones de las plantas a antiguos episodios de calentamiento en el Annual Review of Plant Biology.

McElwain y sus colegas examinan hojas fósiles y utilizan el número y el tamaño de los poros, o estomas, de las hojas para deducir el nivel de dióxido de carbono de la atmósfera que respiraban esas plantas. “Cuando hay atmósferas muy altas en dióxido de carbono, se ven plantas con más y menos estomas”, explica. En las épocas en las que el CO2 atmosférico era superior a unas 500 ppm, los bosques crecían en el alto Ártico.

“Durante los intervalos de efecto invernadero en el pasado profundo de la Tierra, tenemos ecosistemas boscosos hasta los 85, 86 grados de latitud norte y sur”, afirma McElwain. No había lugares en la Tierra donde el clima fuera demasiado frío para que crecieran árboles durante estas épocas. Y donde hay árboles, los animales que dependen de ellos —como los castores— pueden prosperar. De hecho, hay pruebas de que un Ártico boscoso es donde evolucionaron por primera vez las habilidades del castor para construir presas, hace millones de años.

En el pasado, como ahora, las regiones polares se calentaban más rápido que el resto del planeta porque el calor es transportado hacia los polos por los patrones de circulación global de los océanos y la atmósfera. Y dado que la combustión humana de combustibles fósiles ha elevado ahora los niveles atmosféricos de CO2 a 415 ppm y siguen subiendo, la propagación de arbustos y árboles en la tundra que se calienta hoy en día parece inevitable —al igual que la propagación de animales que necesitan esas plantas para sobrevivir—.

Tape ha rastreado tanto a los castores como a otras criaturas que se han desplazado hacia el norte sobre la tundra a raíz del cambio climático, incluidos los alces que se dan un festín con los altos y densos crecimientos de arbustos que no existían allí hace 70 años. Pero el impacto de los castores en el paisaje es único.

“Lo mejor es pensar en los castores como una perturbación”, dice Tape. “Su análogo más cercano no son los alces. Son los incendios forestales”.

Un estanque creado por una presa de castor en la tundra, cerca de la autopista Denali en las estribaciones de la cordillera de Alaska. El montículo que sobresale del estanque es el refugio de los castores.(Créditos: KEN TAPE)

Conozca a los nuevos vecinos

Científicos como Tape apenas están empezando a estudiar lo que esa perturbación significa para otros animales del Ártico, incluidos los peces y las personas que dependen de ellos.

Los inupiat cerca de Kotzebue, en el noroeste de Alaska, notaron por primera vez la presencia de castores en los arroyos locales en los años ochenta y noventa. Los cazadores inuvialuit de la vertiente norte del Yukón vieron sus primeras presas de castor en 2008 y 2009. Dado que los castores pueden tener un impacto tan dramático en los paisajes que habitan, ver a estos animales en el frágil ecosistema de la tundra despertó preocupación.

“Los inuvialuit y los inuit a los que he escuchado tienen grandes interrogantes sobre los cambios que se producirán por la llegada del castor al Ártico”, afirma Jung, biólogo del Yukón.

Esas preocupaciones han crecido a medida que aumentaba el número de castores. El trabajo que Tape y sus colegas han hecho siguiendo la expansión de la población de castores ha demostrado que la tundra alrededor de Kotzebue albergaba solo dos presas de castor en 2002, pero tenía 98 presas en 2019. En la adyacente península de Baldwin, él ha visto crecer el número de presas de 94 a 409 entre 2010 y 2019.

Pero cómo afectarán los castores a zonas y especies concretas del Ártico es una pregunta que sigue sin respuesta.

Un refugio de castores dentro del Círculo Polar Ártico, en la región del delta del Mackenzie, en los Territorios del noroeste de Canadá.(Créditos: DRA. HELEN WHEELER, ANGLIA RUSKIN UNIVERSITY)

En el área de distribución tradicional del castor, que antes de la llegada de los cazadores de pieles se extendía desde el sur de la tundra ártica hasta el norte de México y desde el Pacífico hasta el Atlántico, las presas que estos animales construyen les sirven de refugio frente a los depredadores, y a la vez proporcionan un hábitat para toda una serie de criaturas, como insectos, ranas y pájaros cantores. Los científicos han llegado a considerar su ingeniería paisajística como beneficiosa, e incluso crítica en algunos ecosistemas vulnerables. En muchos lugares al sur de la tundra, los conservacionistas se han movilizado para proteger y reintroducir castores con el fin de restaurar los hábitats de arroyos y humedales.

Pero en el Ártico, los castores son vistos a veces como intrusos inoportunos que podrían perturbar la vida en la tundra. Las presas de castores ya están dificultando la caza y la pesca para algunas personas en el Ártico, obligándolas a portear sus canoas alrededor de las presas, por ejemplo. Pero los científicos solo están empezando a investigar si están justificadas las mayores preocupaciones sobre los impactos en la salud tanto de los humanos como de los peces. Se están realizando estudios para ver, por ejemplo, si las presas de castores aumentan el riesgo del parásito Giardia en los arroyos de la tundra —una acusación que se ha lanzado contra los castores, que pueden ser portadores de Giardia pero son una fuente de infección menos probable que los humanos, los animales domésticos y el ganado—.

A algunos indígenas que viven de la pesca y la caza les preocupa que las presas de castores puedan bloquear la migración de peces como la trucha Dolly Varden, un salmónido ártico que vive en el océano durante parte de su ciclo vital pero desova y pasa el invierno en los arroyos de la tundra. Es posible que los peces puedan arreglárselas, afirma Michael Carey, biólogo investigador de peces del Servicio Geológico de EE. UU.

En el noroeste de Alaska, donde Carey estudia el Dolly Varden y el tímalo ártico, casi todas las presas de castor que ha visto están en pequeños canales laterales. “No vemos que corten el sistema para que los peces suban y bajen”, dice.

Es posible que las presas de castor beneficien realmente a los peces en algunas partes del Ártico. En la península de Seward, en Alaska, los investigadores han encontrado pruebas de que las presas de castor crean un buen hábitat de cría para los salmones coho juveniles. En el noroeste de Alaska, Tape y sus colegas han descubierto que el agua no congelada de los estanques de los castores crea refugios potenciales para los peces del Ártico.

Una pareja de cisnes se desliza por un estanque de castores en el río Chulitna, en la cordillera de Alaska. En el hábitat tradicional del castor, al sur de la tundra, las presas de los castores crean hábitats para una serie de otros organismos, como sauces, ranas, aves acuáticas y pájaros cantores. Los investigadores están estudiando los efectos de los castores en los ecosistemas de la tundra. Los impactos incluyen una aceleración del deshielo del permafrost y cambios en el hábitat de los peces del Ártico.(Créditos: KEN TAPE)

A medida que los castores se instalen y aumente su número, las cosas pueden cambiar. Para comprender los impactos actuales de la expansión del área de distribución de los castores, Tape ha ayudado a establecer la Red de Observación del Castor Ártico, y participa en una mesa redonda sobre las actividades de los castores con residentes nativos, gestores de tierras y científicos investigadores en Yellowknife, Canadá.

Los habitantes del Ártico están acostumbrados a convivir con la fauna salvaje, pero coexistir pacíficamente con los castores puede requerir estrategias inteligentes que den cabida a ambas especies.

En 2010, por ejemplo, los castores se instalaron en Serpentine Hot Springs, un antiguo yacimiento cultural de la Reserva Natural del Puente Terrestre de Bering, en Alaska. Los diques de los castores han provocado la inundación de la cabaña que hay allí. Solo se puede llegar a este lugar aislado en avioneta o en motonieve, y una nueva presa de castores construida en 2021 amenazaba con inundar la pista de aterrizaje, dejándola inutilizable. El Servicio de Parques Nacionales respondió instalando un dispositivo de flujo de castores, una tubería construida a través de la presa para moderar el nivel del agua en el estanque de los castores. Esto permite a los animales vivir allí a la vez que se protege la pista de aterrizaje —una victoria tanto para los castores como para las personas—.

Este artículo apareció originalmente en Knowable en español, una publicación sin ánimo de lucro dedicada a poner el conocimiento científico al alcance de todos. Suscríbase al boletín de Knowable en español

Sitio donde se han encontrado registros fósiles de castores.(Créditos: NATALIA RYBCZYNSKI 2019)

Los orígenes árticos de las presas de castores

La paleobióloga Natalia Rybczynski nunca olvidará su primera visita al yacimiento de fósiles de Beaver Pond, en la isla de Ellesmere, en el Alto Ártico canadiense. “Estás allí de pie en una tundra estéril, pero miras en el suelo y tiene estos trozos de árboles con marcas de corte”, dice. “Existe todo un ecosistema forestal diferente”, uno en el que prosperaron los castores roedores de árboles.

Los castores llegaron por primera vez al Ártico norteamericano desde Eurasia cruzando el puente terrestre de Bering hace unos 7 millones de años, cuando las temperaturas globales y los niveles de dióxido de carbono atmosférico eran más elevados, lo que permitió el crecimiento de los bosques en latitudes altas.

Rybczynski, ahora en el Museo Canadiense de la Naturaleza, cree que en los bosques de latitudes altas es donde evolucionaron las habilidades del castor para construir presas, impulsadas por la necesidad de adaptarse a los inviernos fríos y oscuros. Es posible que lo primero fuera almacenar ramas de sauce en el agua para alimentarse en invierno; las ramas amontonadas habrían actuado como presas débiles. Con el tiempo, los castores desarrollaron comportamientos complejos de construcción de presas y toda una estrategia de supervivencia centrada en ellas.

El yacimiento de Beaver Pond también alberga huesos de Dipoides, una especie extinta de castor que vivió hace unos 3,9 millones de años. Era aproximadamente dos tercios más grande que un castor moderno y tenía mandíbulas menos poderosas. Pero los patrones de los palos cortados y los sedimentos encontrados con los huesos muestran grandes similitudes con los dejados en una presa fósil de 9.400 años de antigüedad construida por miembros del género moderno de castor, llamado Castor, en el noreste de Inglaterra. Esto sugiere que los Dipoides también eran constructores, y si el conjunto de la isla de Ellesmere era una presa, sería la más antigua encontrada hasta ahora.[/box]

Recientes

Busqueda

Seleccione un autor
Suscríbase a nuestro boletín!
Únase a nuestro boletín informativo para obtener las noticias y actualizaciones más recientes de Ojo al Clima.