El aumento en la temperatura y los eventos extremos -como sequías, inundaciones, huracanes e incendios forestales- tienen un impacto directo en la cadena de producción de los alimentos y, por ende, en la seguridad alimentaria que a su vez influye en la nutrición de las personas, sobre todo aquellas que viven en países en desarrollo. 

Los aumentos de temperatura afectan a los calendarios de siembra y contribuyen a un mayor estrés hídrico, lo que repercute en la disponibilidad de agua. La productividad del ganado también disminuye, ya que al estresarse los animales se reduce la producción y la calidad de la leche. Además, los episodios de sequía son de mayor duración y ocurren con más frecuencia.

Las condiciones climáticas extremas también afectan la polinización, lo que reduce la producción, sobre todo de frutas y hortalizas nutritivas; mientras que los fenómenos meteorológicos extremos, como las inundaciones, pueden deteriorar la salud del suelo, un factor determinante en el rendimiento de los cultivos.

Asimismo, el aumento de carbono en la atmósfera tiende a contribuir a la reducción de proteínas y minerales en las plantas, al tiempo que aumenta la producción de azúcares y almidones debido a la modificación de los equilibrios en los niveles de nitrógeno (clave para las proteínas) y fósforo.

Estos impactos dañan los cultivos, lo que genera escasez y hace que se incrementen los precios. No sólo eso, la calidad de los alimentos también disminuye debido a otros factores como el uso de plaguicidas.

La cantidad, calidad y precio de los alimentos de necesidad básica afectan particularmente la seguridad alimentaria y nutricional de los países en desarrollo, los cuales no cuentan  con los programas o herramientas para mitigar y manejar las manifestaciones del cambio climático. 

Así lo dejaron ver investigadores de la Universidad de Cornell en un informe comisionado por Farm Journal Foundation. De hecho, en conferencia de prensa, los especialistas adujeron que los altos costos de los alimentos y los menores ingresos familiares contribuyen a incrementar los problemas alimenticios en todas sus formas.

Obesidad, déficit de micronutrientes y malnutrición son ejemplos de los efectos adversos que presentan las comunidades afectadas, las cuales representan el 10% de la población de quienes sufren hambre. Además, el informe revela que 3.000 millones de personas no pueden costear una dieta sana, la cual debería estar compuesta por granos, frutas, vegetales y productos de origen animal. 

“La dinámica y las tendencias actuales de los sistemas alimentarios hacen que casi 1.000 millones de personas padezcan hambre y que otros 1.000 millones se vean afectados por la obesidad”, señalan los autores.

“A pesar de producir suficientes calorías, tenemos una situación de seguridad alimentaria mundial muy desigual, con profundas consecuencias sanitarias y económicas. El factor determinante común a todas las formas de malnutrición es el acceso a dietas sanas. A nivel mundial, las dietas pobres (dietas bajas en cereales integrales, altas en sodio, bajas en frutas y verduras) son responsables de una quinta parte de la mortalidad, y estas son mucho más altas en los países de renta baja y media. Por lo tanto, centrarse en mejorar el acceso a dietas sanas es una estrategia fundamental para combatir múltiples formas de malnutrición”, continuaron.

Por ello, “debemos fortalecer los sistemas agroalimentarios para que puedan resistir el cambio climático”, dijo Patrick Webb, nutricionista en jefe de USAID. Asimismo, la pandemia del COVID-19 y los conflictos armados se unen al cambio climático como agentes que amenazan la seguridad alimentaria.

“Dada la situación actual de crisis recurrentes, cada vez hay más consenso en que las políticas de desarrollo alimentario y agrícola deben ir más allá de la seguridad alimentaria y centrarse en la seguridad nutricional y la resiliencia, lo que requiere estrategias de toda la sociedad y el gobierno”, se lee en el informe.

Costa Rica no está exenta

Países como Costa Rica, dónde gran parte de la economía aún recae en la producción de alimentos, están en especial riesgo. Según datos del Banco Mundial, los casos de desnutrición en niños pasaron de 5,6% en 2008 a 9% en 2018.

Igualmente, las estadísticas del Banco Mundial muestran que, en el año 2008, el 0,9% de los niños del país sufrían de bajo peso y malnutrición, mientras que en el año 2018 ese porcentaje alcanzó 2,9%. 

Esto está relacionado con el nivel socioeconómico de las familias. Una persona de bajos recursos, debido a su economía, se ve forzada a sacrificar la calidad de los alimentos con tal de saciar su hambre, aunque esto implique no estar adquiriendo los nutrientes necesarios para su bienestar. 

Le decimos a las personas que compren frutas y vegetales, pero la estructura de precios en nuestro país no lo permite porque somos uno de los que tienen los más altos costos de los alimentos —que son el pilar del sistema alimentario— es claro que se va a afectar la seguridad alimentaria nutricional a nivel nacional, especialmente a las poblaciones más vulnerables”, dijo Karol Madriz Morales, integrante de la Comisión Intersectorial de Guías Alimentarias del Ministerio de Salud, en un conversatorio del 2023 organizado por las escuelas de Nutrición y Ciencias de la Comunicación Colectiva —ambas de la Universidad de Costa Rica (UCR)— así como la Red de Economía Social Solidaria (RedESS).

Las temperaturas elevadas influyen en el sabor, la textura y la calidad del color de la fruta. (Foto: Katya Alvarado)

Esto se ve agravado por la prevalencia de alimentos baratos y poco saludables (como los azucarados, salados y grasos) en países de renta baja y media. Estamos hablando que 800 millones de personas en el mundo viven con menos de dos dólares al día, por lo que dependen de dietas basadas en alimentos básicos, lo que las expone a un mayor riesgo de desnutrición y carencia de micronutrientes.

“En muchos países, los pobres gastan entre el 50% y el 75% de sus ingresos en alimentos, por lo que cualquier subida del precio o choque negativo en los ingresos debido al cambio climático afecta tanto a la calidad como a la cantidad de la dieta”, destacan los investigadores de la Universidad de Cornell.

La producción estacional de alimentos (por ejemplo, frutas y verduras) también puede afectar al coste de una dieta sana, sobre todo porque estos cultivos están a merced de las condiciones meteorológicas y climatológicas. 

Por otra parte, las etapas de la vida y el sexo también afectan el costo de los alimentos. “Los adolescentes varones y las mujeres embarazadas, lactantes o que menstrúan tienen mayores necesidades de nutrientes y su coste de una dieta nutritiva es más elevado”, indicaron los investigadores.

Tampoco se puede dejar de lado los ingresos variables y las diferencias salariales entre hombres y mujeres. “Se estima que las mujeres tienen una menor asequibilidad de dietas saludables en comparación con los hombres”, destacaron los científicos de Cornell.

Pequeños productores: una solución

Daniel Mason-D'Croz, investigador de la Universidad de Cornell, hizo énfasis en la necesidad de concentrar esfuerzos en los pequeños productores, esto con el fin de aumentar la calidad y cantidad de alimentos que componen una dieta sana. 

“La mayoría de los cultivos alimentarios, especialmente los nutritivos, son producidos por pequeños y medianos agricultores de países de renta baja y media; sin embargo, carecen de incentivos para producir variedades de cultivos nutritivos que puedan resistir las crisis”, mencionan los autores del informe.

Por ejemplo, si bien el rendimiento de los cultivos básicos ha aumentado en todo el mundo desde la década de 1960, estas ganancias se concentran en arroz, maíz y trigo. Sólo los agricultores de mediana y gran escala tienen acceso a las últimas variedades productivas de estos tres cultivos que además están adaptadas al cambio climático.

Es por ello que los autores recomiendan apoyar los medios de subsistencia de los pequeños agricultores. En este sentido, sugieren aumentar la investigación de cultivos alimentarios más allá de los principales cereales básicos y adaptar la investigación a las distintas zonas geográficas.

Incluso sugieren prestar mayor atención a “cultivos olvidados”. “Una de las ventajas de las frutas, hortalizas y legumbres es que poseen abundantes variedades que pueden evaluarse por sus diversas características de tolerancia al clima, así como por su contenido en nutrientes y sus preferencias culinarias y gustativas. Sin embargo, muchos de estos cultivos siguen infrautilizados y olvidados en el entorno actual”, manifiestan.

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