Catalina Molina Bustamante
Bióloga. Consultora en conservación marino costera, turismo sostenible y adaptación al cambio climático. Directora ejecutiva de la Fundación Keto. Premio ONU en Liderazgo en Adaptación al Cambio Climático para América Latina-2018.
El borde del mar es un lugar complejo, hermoso y lleno de vida, sinónimo de vacación y descanso. Hoy, sin embargo, se ha convertido en un lugar frágil, que tiende a desaparecer por los impactos del cambio climático.
El aumento del nivel del océano, por causa de este fenómeno, junto con la ocurrencia de mareas y lluvias extremas, golpean con más fuerza de lo habitual los litorales, causando su inestabilidad y reducción. Esto, a su vez, pone en riesgo a sus comunidades aledañas.
El problema se exacerba con la deforestación y el mal uso de los suelos que, desde las cuencas altas, desmoronan la tierra. Sedimentos son acarreados por los ríos hasta las tierras bajas y el mar, donde deterioran nuestras barreras protectoras como arrecifes y manglares, edificados naturalmente.
Afortunadamente, en Costa Rica los parques nacionales son una de las principales defensas frente a las condiciones del clima. Defienden también del paso inclemente del mar, que inunda y amenaza a los pobladores, turistas, infraestructura y los medios de vida de las comunidades costeras.
Los parques nacionales son uno de los principales escudos para la seguridad y el sustento de estas poblaciones. Por esto, deben jugar un rol clave en la adaptación al cambio climático de las mismas.
Costas saludables
A pesar del mal cuidado que les estamos dando, nuestras costas juegan un papel clave para la economía del país.
El 80% de las exportaciones costarricenses transitan por los siete puertos nacionales. Además, los paisajes litorales atraen el 72% de los más de 2,5 millones de turistas que arriban anualmente, según datos del Instituto Costarricense de Turismo (ICT).
Conforme los ingresos por turismo en Costa Rica aumentan año con año, las costas enfrentan cada vez más peligro de desaparecer.
En estas comunidades, la salud de las costas depende, en buena parte, de sus ecosistemas. En buenas condiciones, tres ecosistemas son claves para mantener las costas: los arrecifes, manglares y bosques.
Los bosques, por ejemplo, sostienen el suelo, evitan la sedimentación y mejoran la calidad del agua en los reservorios. Además, purifican la calidad del aire y regulan el clima local y regional.
Los manglares, por su parte, inciden en la purificación del agua, filtrándola y descomponiendo desechos orgánicos y contaminantes. Los arrecifes, finalmente, amortiguan el oleaje y en conjunto con bosques costeros y manglares, reducen el daño causado por huracanes e inundaciones y la entrada del mar.
En Costa Rica, por fortuna, más del 50% de la línea de costa en ambos mares está protegida como parques nacionales y otras modalidades públicas y privadas, lo cual es un esfuerzo pionero y reconocido mundialmente.
Esta condición ha favorecido la capacidad de los ecosistemas de resistir y ajustarse a los efectos del calentamiento global que, a su vez, ha significado más adaptabilidad para la especie humana.
El problema, sin embargo, está fuera de estas extensiones protegidas.
Los patrones de uso del suelo sin planificación y con alto impacto ambiental obstruyen los alcances de los beneficios de estos ecosistemas. Estos territorios pueden ser el peor enemigo del desarrollo humano.
Regular el suelo
Los planes reguladores serían una herramienta clave para reorientar esos patrones insostenibles y enfrentar los riesgos de forma precautoria. Estos serían, además, una forma de planificar para crecer junto a los ecosistemas y no contra ellos.
No obstante, son una herramienta que no se está utilizando como se debería. Las municipalidades planifican a diez años plazo y la aprobación de los planes queda perdida en la maraña institucional por años, por lo que estos tienden a quedar obsoletos.
Aún más grave, estos planes no consideran escenarios de cambio climático, como el retroceso de las costas que, en un periodo de 30 años, provocará, por ejemplo, que Puntarenas se inunde 391 veces al año, y que el agua cubra hasta el Paseo de los turistas.
Si actualmente se inunda 42 ocasiones y se han invertido 32 veces más recursos en reconstrucción que en prevención, ¿qué pasará cuando se inunde 391 veces al año? ¿Qué ocurrirá con los propietarios en zonas costeras? ¿Perderán sus derechos, al transformarse sus propiedades agua por la subida del nivel del mar?
Los planes reguladores deben prever un crecimiento sostenible tanto a nivel económico como territorial. Por esto, es fundamental que se tome en cuenta la salud de los ecosistemas, ya que serían el principal sustento y escudo para las comunidades aledañas.
Hasta ahora solo se prevé la intensificación de los conflictos por el traslape de la zona pública con la zona concesionada, el acceso a la tierra y la propiedad privada.
Los parques nacionales, por su parte, están sujetos a la administración nacional. No obstante, también requieren mejorar las capacidades presupuestarias y operativas para resistir la actividad humana, ampliar sus límites y mantener un monitoreo constante de los ecosistemas.
Todos estos factores serían primordiales para seguir cumpliendo con la misión de ayudarnos a resistir las consecuencias del cambio climático.
Actuar por las costas
Ahora bien, proteger las zonas costeras no es solo tarea de las instituciones y las áreas protegidas, sino que corresponde actuar desde las comunidades para instaurar resiliencia ante el cambio climático.
Hacen falta esfuerzos comunales para monitorear y restaurar las costas, cambiando hábitos e impulsando el desarrollo verde. Hace falta, también, involucrarse con las instituciones locales para la construcción de los necesarios procesos de planificación.
A nivel individual, los ciudadanos podemos aminorar nuestro propio impacto en las playas y los parques nacionales conociendo las regulaciones para los visitantes, evitando ingresar vehículos a la playa y recogiendo nuestros desechos.
Además, es importante evitar pisotear la vegetación o utilizarla para instalar tiendas, especialmente los árboles y palmas que están retoñando, ya que son la primera línea de defensa de la playa contra la subida en el nivel del mar.
Es apremiante revalorar el papel de los ecosistemas protegidos porque representan la infraestructura verde y azul que nos resguarda del cambio climático.
Pero además es importante no quedarnos al margen, sino sumar nuestros esfuerzos individuales y colectivos para avanzar en una sola dirección: asumir los retos del cambio ambiental como una oportunidad más para el bienestar humano.