Desde el río San Carlos en el Refugio de Vida Silvestre Mixto Maquenque, pasando por el Corredor Biológico San Juan – La Selva y hasta llegar a los canales de Barra del Colorado, en ese territorio de 150.000 hectáreas se erige el árbol más grande del Caribe costarricense: el almendro de montaña (Dipteryx panamensis).
De su presencia depende otra especie: la lapa verde (Ara ambiguus). Aparte de alimentarse de su fruto, el ave utiliza las cavidades de los árboles maduros para hacer sus nidos. De allí que la lapa verde y el almendro de montaña compartan destino.
Aunque la población de lapa verde se ha ido recuperando, Costa Rica ha ido perdiendo almendros de montaña, cuya madera es muy apetecida en el mercado y cuya densidad también evidencia lo buena que es la especie para capturar y fijar carbono, un servicio ecosistémico clave en tiempos de cambio climático.
“Las poblaciones de este árbol han disminuido alarmantemente. Pasó de ser una especie abundante en la Zona Norte y Caribe del país a encontrarse solamente un almendro por hectárea”, comentó Alexánder González, investigador a cargo del programa de la lapa verde en el Centro Científico Tropical (CCT).
Pero esta historia de lapas verdes y almendros de montaña apenas empieza. Como adelanto, una pista: la almendra del árbol tiene valor nutricional y brinda beneficios a la salud similares a los de otras semillas. Si lograse aprovecharse de manera sostenible, las personas se verían motivadas a conservar los almendros en sus fincas, beneficiando con ello a la gente, la biodiversidad y el clima.

Lapas, el punto de partida
Toda historia tiene su comienzo. El programa de monitoreo empezó al igual que inicia todo en la ciencia: con una pregunta. La última vez que se vio una lapa verde en el lado caribeño de la Reserva Monteverde fue en 1989. ¿Qué se hicieron las lapas? La búsqueda de la respuesta llevó a George Powell —ornitólogo y científico asociado al CCT— hasta Sarapiquí.
Allí se hicieron las primeras investigaciones entre 1994 y 1997; antes de eso se sabía muy poco sobre el ciclo de vida y la historia natural de la lapa. Los primeros resultados arrojaron que Costa Rica y Nicaragua compartían una población que se distribuía desde la Reserva Indio Maíz en el sur nicaragüense hasta Sarapiquí en Costa Rica.
Los datos también evidenciaron que el rango de distribución de la especie había disminuido en un 90%. “Para ese momento, en los 90, casi que solo en Maquenque se veía lapa verde”, dijo González.
Entre las principales causas de la desaparición estaba el robo de pichones, los cuales se vendían como mascotas. También estaba mermando el almendro de montaña.
Poco a poco, los científicos empezaron a comprender la relación tan estrecha entre el ave y el árbol. La época reproductiva de la lapa verde coincide con la época de fructificación del almendro de montaña. De hecho, el árbol aporta el 80% de la alimentación a esta especie de ave.
Sin embargo, las lapas verdes no fueron las únicas en ver los beneficios. La madera del almendro es de buena calidad, y era muy demandada en el mercado estadounidense y europeo en los años 90. Eso redujo la población de almendros en el Caribe.
Los estudios científicos sirvieron de insumo para tomar acción. Se promulgaron dos decretos: uno declaró el robo de pichones como delito y el otro estableció una veda a la corta de almendros de montaña. Asimismo, el ecoturismo ya empezaba a despertarse como motor económico en Sarapiquí, por lo que las comunidades comenzaron a ver los beneficios de mantener los bosques en pie.
En el 2001 se creó el Corredor Biológico San Juan – La Selva.
“Un estudio de telemetría identificó el área por donde se movía la lapa verde. Y eso fue lo que dio sustento a la idea del corredor biológico como una forma de ayudar a mejorar la conectividad ecológica”, explicó González.
Después vendría la declaratoria de Maquenque como refugio de vida silvestre, sitio que más almendros de montaña tiene en espacio boscoso, por lo que funciona como reservorio genético para la especie.
“Ahí es donde también está la mayor cantidad de nidos. Las lapas están ahí como desde diciembre hasta junio o julio, y después se empiezan a mover hacia zonas más altas de la Cordillera Volcánica Central. Y bueno, ahora ya tenemos registros de lapas en Siquirres e incluso en Barbilla”, agregó González.
Estos esfuerzos dieron sus frutos. La población de lapa verde se calculó en alrededor de 200 individuos en 1994, aumentó a 300 individuos en 2009 y se estimó entre 500 a 700 individuos entre 2019 y 2022. Sin embargo, estos números podrían estancarse por el sino compartido entre ave y árbol.
Los almendros de montaña son los árboles más altos de los bosques en la Zona Norte, pueden llegar a medir entre 40 y 60 metros.
“Para llegar a esa altura requieren cientos de años y son los árboles viejos los que tienen las cavidades que necesitan las lapas para anidar, porque estamos hablando de cavidades de un metro de profundidad”, comentó González.
Uno de los estudios realizados por el CCT se dio a la tarea de analizar cómo se distribuía la población de almendros según el diámetro del árbol: los individuos con el diámetro más grande correspondían a los más viejos y aquellos con el diámetro más pequeño a los más jóvenes.
“Normalmente en una población hay más jóvenes que viejos, pero en el almendro lo que encontramos es que hay más viejos que jóvenes. No hay tasa de reemplazo y tras de eso, esos árboles viejos están amenazados porque son los que buscan los madereros para cortar”, dijo González. “Los nidos del futuro están comprometidos”, continuó.
En el 2013 se calculó que, por hectárea, existían entre 7 y 8 almendros de montaña. En el 2021, el dato fue de 1 almendro por hectárea. “La principal amenaza de la lapa verde es la desaparición del almendro de montaña”, sentenció González.

Almendro-dependientes
Si se pierden los almendros, la lapa no es la única que sufriría. Al menos 60 especies de animales se alimentan de sus frutos. “Estamos hablando de guatusas, pavas, dantas… hasta los murciélagos bajan al suelo con tal de chupar la pulpa”, dijo González.
El CCT identificó que las especies que aprovechan el fruto en la copa de los árboles son principalmente las lapas verdes, los murciélagos, los monos y algunos insectos como los escarabajos. A nivel de suelo, las especies que más los consumen son la guatusa (Dasyprocta punctata), el pavón (Crax rubra), la ardilla común (Sciurus granatensis), la rata espinosa (Proechimys semispinosus) y el pizote (Nasua narica).
“Es evidente el rol que desempeña el almendro de montaña al servir sus frutos de alimento para especies de mamíferos como la guatusa, el tepezcuintle (Cuniculus paca), el saíno y el pavón, importantes presas para especies de carnívoros como jaguares y pumas que con su presencia indican buenos estados de salud de los bosques”, señalaron los investigadores en su informe.
En toda la Ruta del Almendro, esta área de 150.000 hectáreas entre Maquenque y Sarapiquí, se han identificado 247 especies de aves: 74% residentes y 26% migratorias. Entre ellas hay especies de interés para la conservación —como es el caso de la reinita alidorada (Vermivora chrysoptera), el pibí boreal (Contopus cooperi) y la reinita pechirrayada (Cardellina canadensis)— y para el turismo —ocho especies son endémicas, es decir, son únicas en el mundo—. También se destaca la garza agami (Agamia agami) y el zorzal moteado (Hylocichla mustelina), las cuales son muy apreciadas por los observadores de aves.
“En síntesis, se obtuvieron valores altos de diversidad de especies para los tres sectores lo que indica que la Ruta del Almendro cuenta con un ecosistema de una avifauna muy diversa”, concluye uno de los informes del CCT.
Aparte de aprovechar sus frutos, esta avifauna utiliza los almendros como refugio y estaciones de descanso en sus desplazamientos. Y a su vez, como suele pasar en la naturaleza, el almendro se beneficia de estas interacciones.
Las guatusas, por ejemplo, dispersan las semillas contenidas en los frutos, ya sea a través de las excretas o porque se llevan el alimento a otro sitio donde lo consumen, entierran, almacenan o abandonan. Esto propicia que las semillas germinen lejos del árbol fuente.
“Los frutos que caen del árbol no van a prosperar precisamente porque están debajo del árbol y ocupan luz, lo cual es muy difícil y hay mucha competencia. Ahí es cuando las guatusas y las ardillas juegan un rol muy importante en la distribución del almendro”, mencionó González.
Los investigadores del CCT incluso llegaron a calcular la cantidad de frutos que pueden ser aprovechados por el ser humano de manera sostenible, sin afectar estas relaciones ecológicas. Llegaron a la conclusión que “el valor recomendado para hacer uso del fruto del almendro en condición de bosque es del 50% por temporada”.

Frutos de esperanza
Los investigadores son conscientes de las limitadas oportunidades económicas en la región, lo cual propicia la corta de almendros de mediano y gran tamaño. Por esta razón, el CCT viene promoviendo el trabajo con las comunidades mediante la restauración ecológica, la agroforestería y viendo las posibilidades de darle valor agregado a la almendra.
“Estamos promoviendo el aprovechamiento comercial de la almendra que produce el árbol, la misma que come la lapa. Resulta que esa almendra, históricamente, ha sido consumida por comunidades indígenas y campesinos. Tiene un alto valor nutricional y el mercado de las semillas es uno de los que más crece entre las personas que buscan una alimentación sana y superalimentos”, comentó González.
La lógica detrás es que, al darle un valor agregado a la almendra, las personas se vean motivadas a conservar los almendros de montaña, incluso plantarlos en sus fincas. Con esta idea en mente, el CCT hizo lo que sabe: investigar.
“Hicimos un estudio para ver si se podía aprovechar la almendra sin afectar a la biodiversidad que usa el fruto. Y vimos que se puede aprovechar de dos formas: una es cosechar el 50% de la producción máxima que se da en los bosques y la otra es aprovechando los árboles que están en potreros, en cercas vivas e incluso implementando sistemas agroforestales que incluyan al almendro”, reseñó González.
La etapa de floración del almendro ocurre entre mayo y junio, mientras que la etapa de fructificación entre diciembre y abril, con un cambio de follaje entre marzo y mayo. En este sentido, el estudio identificó un pico de producción de frutos entre marzo y abril, con una disminución drástica en el mes de mayo.
Para determinar si existía potencial para el aprovechamiento comercial de la almendra, los investigadores identificaron fincas cuyos propietarios estuvieran interesados en cosecharlas. Se caracterizó cada una de las fincas y se estimó el volumen potencial de producción de frutos.
“No se debe olvidar que el almendro de montaña es una especie sin domesticar, y que la variabilidad de las expresiones fenotípicas y genotípicas es alta. Por lo tanto, existen diferencias notorias en sus producciones a nivel temporal, de tamaño de frutos y de la calidad de las almendras. La selección de individuos con buenas características en estructura y buenos volúmenes de producción de frutos es fundamental para alcanzar un nivel industrial. Se ha encontrado frutos que no desarrollan las almendras, este porcentaje se ha calculado en 5%”, anotaron los investigadores.
Asimismo, señalaron que “debe considerarse que los árboles de almendro no producen año a año en todos los casos, en este estudio se encontró que un 41% de los individuos estudiados no estaban produciendo a la temporada siguiente. Es necesario continuar con el estudio de la producción de frutos por un plazo mayor de tiempo para comprender mejor este comportamiento”.
Según datos del 2013, año en que se hizo el plan de negocios, las fincas estudiadas podrían obtener más de 4.000 kilos de frutos. El rendimiento del fruto fresco en almendras tostadas se calculó en 20%, por lo que se producirían cerca de 900 kilos de almendras tostadas.
En ese momento, en 2022, el precio de mercado para estas almendras se calculó en ₡9.500 por kilo (venta a granel), el ingreso total por la comercialización de esta cosecha sería de ₡8,55 millones con una ganancia de ₡1,8 millones. Sin embargo, estos montos dependen del mercado y las condiciones de comercialización.
¿Quiénes podrían beneficiarse? En su mayoría, estos finqueros son personas mayores de 50 años, cuyo nivel de escolaridad es de secundaria incompleta (86%) o primaria incompleta.
En cuanto a su nivel de ingresos, el 50% de los finqueros reportó ingresos mensuales entre ₡100.000 y ₡250.000, mientras que un 19% vive con menos de ₡100.000 mensuales. Solamente un 8% reporta ingresos mayores a los ₡500.000 mensuales.
Por lo general, estos propietarios utilizan el 65% de sus fincas para actividades productivas como ganadería y agricultura de subsistencia, mientras que el 35% se mantiene como bosque (80% de este es bosque primario). Al preguntarles, más del 70% indicó tener interés en implementar más o nuevas buenas prácticas e incluso el 65% indicó tener interés en desarrollar la agroforestería (espacios productivos con cobertura arbórea).
“Si se logra este aprovechamiento comercial de la almendra, se estaría evitando, en primer lugar, que la gente corte los almendros que están en el bosque, sobre todo los árboles viejos que son los que tienen los nidos de las lapas. Y, en segundo lugar, queremos motivar a las personas a integrar los almendros a sus fincas”, comentó González.
Al promoverse la agroforestería también se está apoyando la conectividad ecológica. Como fincas, además, se obtienen beneficios: el ganado también come los frutos del almendro y la presencia de árboles garantiza sombra a los animales, ayudándoles en días calurosos. Asimismo, los árboles fijan carbono y nitrógeno en el suelo, evitan la escorrentía y protegen las fuentes de agua. Todas, medidas de adaptación al cambio climático.
Por eso, aunque esta es una historia sobre biodiversidad, lo cierto es que también es una historia sobre acción por el clima y sobre todo, es una historia de esperanza.