A docenas de metros de la playa de Puerto Vargas, donde apenas se percibe una espuma blanca de las olas que revientan mar adentro, está el arrecife coralino que figura como protagonista del sector oceánico del Parque Nacional Cahuita.
Puerto Vargas es conocida por el acortamiento de su otrora larga playa, producto de la erosión. La costa perdió decenas de metros en cuestión de años y esto alteró los patrones de disfrute de turistas e incluso de anidamiento de las tortugas marinas que llegaban a desovar.
Sin embargo, así como hay afectaciones en tierra, del mismo modo las hay bajo el agua, en esta área de la oriental provincia de Limón, que recorre de norte a sur la costa caribeña del país.
“El impacto del aumento del nivel del mar y los cambios en la temperatura también afectan los ecosistemas coralinos”, dijo durante una gira por la zona la viceministra de Ambiente, Patricia Madrigal.
Las aguas del Caribe son fértiles para los corales, pero el calentamiento de las aguas y la acidificación oceánica producto del cambio climático amenazan con acabar con estos ecosistemas, que funcionan como motor ambiental y económico para las regiones costeras.
El efecto más visible es el blanqueamiento coralino, un síntoma claro de que el coral está enfermo. Esto ocurre porque este organismo experimenta un período de estrés y expulsa a una microalga llamada zooxantela, que le provee energía de una manera simbiótica y además su color.
Sin ella, el coral está destinado a morir.
Según el último reporte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, publicado en 2015, hay evidencia clara de que 80 por ciento de los corales caribeños se blanquearon y cerca de 40 por ciento murió durante un período crítico en 2005.
Esto es un fenómeno recurrente en todo el mundo. El mismo reporte de expertos en clima determinó que 75 por ciento de los corales del planeta sufriría blanqueamiento severo hacia mitad de siglo, de mantenerse la trayectoria de emisiones.
Los arrecifes coralinos del Caribe representan cerca de siete por ciento de los corales del mundo, pero ocupan un lugar fundamental en la economía de muchas comunidades costeras de la región.
La conservación de los corales va más allá de una defensa de la biodiversidad. Los arrecifes proveen sustento a cerca de mil millones de personas, ofrecen protección costera al amortiguar los peores embates de tormentas o marejadas y aportan miles de millones de dólares cada año por turismo y pesca.
Por eso, especialistas de Costa Rica y del resto de la región del Caribe hacen un llamado doble: detener las actividades que provocan calentamiento global, como el consumo de combustibles fósiles, y al mismo tiempo investigar cómo restaurar los arrecifes coralinos.
Sin embargo, los países caribeños deben pensar también en prevenir la contaminación actual, dice el biólogo Lenin Corrales, líder del Laboratorio de Modelado Ambiental del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE).
“¿Cómo se mantiene la resiliencia en los corales? No tirándole sedimentos ni agroquímicos. Un coral enfermo va a padecer más fácilmente otros problemas”, dijo Corrales.
Su argumento es uno conocido en zonas costeras con mala gestión: los ecosistemas marinos sufren por las acciones humanas en tierra y esta malas condiciones de salud los hace más vulnerables a otros padecimientos.
De hecho, un estudio académico publicado en 2012 demostró que la degradación coralina en el caribe panameño existe desde antes de que el calentamiento global tomara fuerza en las últimas décadas. Los investigadores culpan a la deforestación y sobrepesca.
Para la preparación contra el cambio climático, esto significa un paso hacia atrás: no se puede proteger hacia un calentamiento futuro los ecosistemas que los países de la región llevan décadas socavando.
Los sedimentos producto de la deforestación o las malas prácticas agrícolas impiden el crecimiento de los corales, mientras que la sobrepesca de ciertas especies claves para el control de algas que infestan los arrecifes.
“Muchos de los peces que se comen en el Caribe son hervíboros y son los que controlan las poblaciones de macroalgas, que dañan al coral”, explicó Corrales.
“Al quitar al herbívoro y con las temperaturas más altas, las algas hacen fiesta”, dijo el experto.
Un reporte publicado en 2014 por varias organizaciones, entre ellas el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, detalla que la falta de herbívoros claves como el pez loro tiene en jaque a los corales de la región.
Cuánto durará esa riqueza submarina, nadie sabe con certeza. Los escenarios pronostican impactos severos en las próximas décadas, después que muchos de los arrecifes sufrieron de manera crítica con el fenómeno El Niño Oscilación Sur (ENOS) del 2015.
Por eso, expertos como Corrales advierten que lejos de atenerse al aumento de uno o dos grados centígrados que proyectan los escenarios, deben considerarse cambios de temperatura rápidos como los que pueden asociarse a El Niño.
“La gente cree que la biodiversidad se va a morir hasta que el clima cambie; en realidad la biodiversidad y en este caso los corales están sufriendo desde ya por estrés térmico”, apuntó el biólogo.
Cuando un coral pasa 12 semanas seguidas con temperaturas un grado mayor al que está acostumbrado, puede sufrir procesos irreversibles, dijo el experto.
Conforme se aumente en promedio del nivel del mar, será cada vez más fácil superar ese umbral, pero el tiempo previo a ese punto también es peligrosos para los corales. Detener el calentamiento del planeta no garantiza un futuro para los corales, pero sí mejora sus opciones.
Al otro lado del país, en el Golfo Dulce, un grupo de científicos busca ganar tiempo con dos grandes viveros submarinos donde crecen corales en condiciones controladas para luego regresarlos al arrecife.
El método es parecido a una campaña de reforestación: un biólogo puede tomar semillas, plantarlas en un vivero en condiciones controladas y cuando las plantas tienen cierta altura las puede reintroducir al bosque.
Esta es la primera aplicación sostenida en Costa Rica de la restauración de arrecifes coralinos, una técnica que ya se utiliza para cuidar corales en lugares como Florida, Fiji y Hawái.
“Yo lo llamo nuestro período del Arca de Noé. ¿Qué vamos a hacer entre ahora y cuando las cosas mejoren? Tenemos que encontrar una manera de mantener estos ecosistemas”, confiesa Joanie.
Este reportaje fue publicado originalmente en IPS Noticias.