El sexto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), elaborado durante tres años por 234 científicos, evidenció -una vez más- que es impostergable la transformación del quehacer humano para sobrevivir al cambio climático.
Dicho informe concluye que estamos en una crisis antropogénica, donde la mano del hombre desmejora continuamente el equilibrio de los ecosistemas. Además, el reporte advierte que estamos sobrepasando los límites planetarios.
Hablando concretamente de lo forestal dentro de esta ecuación transformacional, es necesario dimensionar que los bosques cubren el 31% de la superficie terrestre mundial, según El estado de los bosques del mundo 2020, pero la diversidad forestal no está solo en los árboles sino también en las plantas, animales, microorganismos e incluso los genes que estos ecosistemas albergan.
“Las dinámicas de nuestro quehacer humano es lo que finalmente determina la estabilidad del ecosistema bosque. Estas dinámicas de cambio global agudizan las consecuencias de las pandemias porque, en cierta forma, los ecosistemas naturales están degradados y esto afecta su capacidad de brindar los servicios ecosistémicos de los cuales la humanidad deriva beneficios”, dijo Miguel Cifuentes, investigador especialista en mitigación del programa de Cambio Climático del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE).
En ese sentido, es necesario razonar que el suelo y el bosque tienen sus propios ciclos y estos requieren hoy de mejores prácticas, basadas en ciencia y planificadas para el bienestar de las mayorías. Esto, sobre todo, en términos de salud.
Degradación y epidemias
Mario Piedra, director ejecutivo de la Fundación para el Desarrollo de la Cordillera Volcánica Central (FUNDECOR), identifica si un bosque es sano cuando “la composición, la estructura y la funcionalidad es adecuada, decimos que es un bosque saludable; si se te cae alguna parte de este triángulo, se te cae todo el triángulo”.
Las acciones humanas han resultado en la degeneración de estos sistemas naturales, por lo que hoy se experimentan problemas de funcionamiento derivados de la disminución en la capacidad de autorregulación de los ecosistemas, los cuales se encargan, entre otras cosas, de regular el surgimiento de enfermedades y plagas.
Según un estudio, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, el riesgo de epidemias está creciendo rápidamente. Basándose en el ritmo creciente con el que nuevos patógenos -como el SARS-CoV-2 causante de COVID-19- han infectado a las poblaciones humanas en los últimos 50 años, los investigadores calculan que la probabilidad de que se produzcan nuevos brotes de enfermedades probablemente se triplique en las próximas décadas.
Si bien el análisis sólo pretendía caracterizar los riesgos y no explicar qué los impulsa, William Pan -profesor asociado en la Universidad de Duke y uno de los coautores del estudio- consideró que las razones detrás de que los brotes sean cada vez más frecuentes son el crecimiento de la población, los cambios en los sistemas alimentarios, la degradación del medio ambiente y el contacto más frecuente entre los seres humanos y los animales que funcionan como portadores de enfermedades.
"La destrucción del hábitat, el comercio ilegal de animales salvajes y otras actividades humanas han hecho que muchas especies entren en contacto entre sí, lo que facilita el contagio, el desbordamiento y la hibridación de los patógenos. Dado que estamos en estrecho contacto con nuestros animales domésticos y con el ganado, hay muchas oportunidades para el contagio de virus de los animales a los humanos y viceversa. En conjunto, estas condiciones han creado una tormenta perfecta para la evolución y transmisión de enfermedades infecciosas zoonóticas”, escribió Cock Van Oosterhout, profesor de la Escuela de Ciencias Ambientales de la Universidad de East Anglia, en un editorial publicado en la revista Virulence.
Cifuentes también destacó la importancia de mirar hacia los suelos porque “hay patógenos que pueden afectar seriamente la salud humana. El ántrax, por ejemplo, es una bacteria que está congelada en las zonas boreales donde hay permafrost, donde el suelo ha estado congelado por cientos o millones de años. Estos suelos han empezado a derretirse debido al incremento en la temperatura global y estas bacterias podrían reactivarse, entonces existe un potencial de resurgimiento de estas enfermedades que pueden transmitirse al ser humano directa o indirectamente”.
"Es hora de que empecemos a reconocer que nuestra salud, el medio ambiente y nuestra economía global están estrechamente interrelacionados. Los patógenos como el SARS-CoV-2 seguirán evolucionando si se les permite infectar a los seres humanos, en cualquier parte del mundo. A su vez, esto supone una amenaza para la población humana en general, también en los países que tienen la infección bajo control”, agregó Van Oosterhout.
Salud, un servicio ecosistémico
La humanidad depende de los ciclos de retroalimentación entre sus partes, ya que la salud de los bosques brinda beneficios directos como agua pura o control de erosión en los suelos, pero a la vez regula el surgimiento o resurgimiento de enfermedades o pandemias como las que sufrimos en la actualidad.
Cifuentes comentó: “tenemos depredadores naturales a nivel microscópico y un balance de la flora y la fauna microscópica, por lo que generalmente los patógenos no son un problema, porque son naturalmente controlados por estos otros elementos. Cuando metemos mano en ese balance dinámico del funcionamiento del ecosistema es cuando estos patógenos pueden surgir”.
La salud de las personas está normalmente vinculada a aspectos como lo físico o mental, pero pocas veces se piensa en los suelos, que producen los alimentos que consumimos. Aunque los cambios químicos y microscópicos de la tierra no se ven a simple vista, el manejo adecuado del suelo es la manera para garantizar la salud, ya que se dice que un suelo saludable puede sostener vida saludable.
“Todo cambio formal en el uso de la tierra debe ser evaluado no sólo por los impactos ambientales y sociales en recursos como las reservas de carbono, el microclima y la disponibilidad de agua, sino también por las posibles reacciones en cadena que podrían afectar a la salud humana”, manifestó Paolo D'Odorico, profesor de ciencia y gestión medioambiental de UC Berkeley, a propósito de un estudio de su coautoría publicado en Nature Food.