Costa Rica necesita blindar su recurso hídrico ante el cambio climático, eso lo sabemos. La pregunta más importante entonces es: ¿cómo hacerlo?

La apuesta que hacen el Instituto de Acueductos y Alcantarillados (AyA) y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) es por las comunidades: fortalecer el manejo del agua que hacen pueblos y barriadas, ofreciéndole herramientas y recursos a acueductos comunales en zonas vulnerables.

En otras palabras, es convertir estos acueductos en la primera línea de defensa contra el cambio climático.

Su administración está a cargo de las asociaciones de acueductos comunales (Asadas, según se conocen en el país) que mediante convenios de delegación con el AyA proporcionan servicios de agua potable y saneamiento al 28,7% de la población del país, principalmente en zonas suburbanas y comunidades rurales.

En este nuevo esfuerzo, las Asadas recibirán fondos para construir infraestructura clave pero también apoyo para generar las condiciones necesarias para garantizar su funcionamiento para las próximas generaciones.

Para esto, el camino va por tres grandes rutas: la mejora o construcción de nueva infraestructura, la gestión empresarial de las asociaciones como tales y la adaptación al cambio climático.

“El objetivo es identificar cómo estas organizaciones pueden asegurarse tener las fuentes de agua hoy, mañana y siempre. Ese es el mayor reto, dadas las afectaciones que estamos teniendo no solo por la variabilidad climática sino también el cambio climático”, explicó en la presentación del programa Yamileth Astorga, presidenta del AyA, el pasado 4 de marzo.

La idea es empezar con las Asadas de las zonas con mayor vulnerabilidad hídrica, como el Pacífico Norte y la zona Norte.

Las Asadas por beneficiarse se ubican principalmente en los cantones de Los Chiles, Upala y Guatuso, Cañas, Liberia, La Cruz, Carrillo, Santa Cruz, Nicoya, Hojancha, San Carlos y Sarapiquí.

El programa destinará cerca de $5,5 millones provenientes del Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, en inglés) y la Fundación Crusa, que también está apoyando la iniciativa.

“Buscamos la sostenibilidad de estos servicios desde el punto de vista administrativo, legal, comercial, financiero, ambiental y comunal”, dijo Astorga.

Casi dos semanas después de la presentación del programa, el 16 de marzo anterior, el PNUD detalló un poco más el alcance del programa cuando abrió la convocatoria para el especialista que lo manejaría.

Ahí, la entidad explica que las Asadas “requieren desarrollar las habilidades necesarias y tener acceso a conocimientos, herramientas y la inversión adecuada”, si quieren hacer frente al cambio climático.

Asimismo, explica que la preparación ante el cambio climático –particularmente en zonas con una mayor vulnerabilidad hídrica– debe nacer desde las comunidades, como lo hace cualquier programa de adaptación climática.

Esto adquiere más importancia porque las acciones que toma el AyA como un actor nacional con frecuencia no siempre tienen medidas locales, tal como explica este documento, algo que tanto el Instituto como el PNUD buscan solventar en conjunto.

“Los planes de inversión del AyA no incluyen medidas de adaptación basadas en los ecosistemas o basados en la comunidad, y si las Asadas no fortalecen  sus capacidades para hacer frente al cambio climático, la vulnerabilidad de las poblaciones rurales de la región norte de Costa Rica no hará sino aumentar”, explica la convocatoria.

Estos esfuerzos generarán mayor resiliencia y capacidad de adaptación frente al cambio climático y sus efectos en el agua para consumo humano y la producción agrícola, los dos grandes usos que recibe el recurso hídrico en zonas como Guanacaste y los llanos del norte.

 ¿Cuánta agua nos faltará?

Para comprender el posible impacto del cambio climático en Costa Rica o en cualquier parte del mundo, es crucial entender que si bien las causas están claras, las posibles consecuencias pueden preverse solo mediante modelos.

¿Esto qué signfica? Que cualquier impacto que tenga el cambio climático en el acceso al agua, la producción de alimentos o la biodiversidad existen como posibilidades o como rutas. El camino que tome el planeta y su clima en el próximo siglo (y aún después) dependerá de muchísimas variables, entre ellas cuántos gases de efecto invernadero liberemos en la atmósfera y qué medidas tempranas tomemos para limitar los efectos negativos.

Los científicos llaman a estas rutas “escenarios” y existen algunos más optimistas (donde los impactos son menores) y otros más negativos. Veamos el caso de la temperatura y el agua.

En un futuro optimista, para Costa Rica se puede esperar un incremento en la temperatura que podría llegar al 13,32% para finales del siglo XXI y se daría una disminución del 9,21% en la precipitación. En uno pesimista, la temperatura aumentaría 16,65% para finales de siglo y habría una reducción del 20,13% en la precipitación.

Estos datos los aporta un análisis del Global Water Partnership con base en investigaciones realizadas por la Comisión Económica para América Latina (Cepal) de Naciones Unidas. Es decir, son fuentes sólidas.

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