La creencia entre los académicos era que los cambios en el clima ocurridos en el pasado fueron el principal impulsor de la mayoría de las extinciones de mamíferos prehistóricos.

Eso llevó a un grupo de investigadores de Suecia, Suiza y Reino Unido a analizar datos provenientes de los fósiles de 351 especies de mamíferos extintos desde el comienzo del Pleistoceno tardío como mamuts, tigres dientes de sable y perezosos gigantes.

Los resultados del análisis sugieren que, en el pasado, los mamíferos eran resistentes, incluso a las fluctuaciones extremas del clima. Es más, los investigadores llegaron a calcular que el 96% de las extinciones ocurridas en este grupo de animales -en los últimos 126.000 años- se debió al impacto humano.

“No encontramos esencialmente ninguna evidencia de extinciones impulsadas por el clima durante los últimos 126.000 años. En cambio, hallamos que el impacto humano explica el 96% de todas las extinciones de mamíferos durante ese tiempo”, señaló Daniele Silvestro, coautora del estudio publicado en Science Advances.

La tasa de extinción, calcularon los investigadores, se ha multiplicado por 1.600 en comparación con los niveles naturales de desaparición de especies.

“Estas extinciones no ocurrieron continuamente y a un ritmo constante. En su lugar, se detectan ráfagas de extinciones a través de diferentes continentes en los momentos en que los humanos alcanzaron estos lugares por primera vez. Más recientemente, la magnitud de las extinciones impulsadas por el hombre ha vuelto a acelerar el ritmo, esta vez a escala mundial”, dijo Tobias Andermann, investigador de la Universidad de Gotemburgo (Suecia) y primer autor del estudio.

Para los investigadores, la tasa actual de extinción de mamíferos es probablemente la más alta desde el final de la era de los dinosaurios. De hecho, las proyecciones indican que estas tasas continuarán aumentando rápidamente, posiblemente hasta 30.000 veces por encima del nivel natural para el año 2100, esto si las tendencias actuales de amenazas y pérdida de biodiversidad continúan.

“A pesar de estas sombrías proyecciones, la tendencia todavía puede ser cambiada. Podemos salvar cientos, si no miles de especies de la extinción con estrategias de conservación más específicas y eficientes. Pero para lograrlo, necesitamos aumentar nuestra conciencia colectiva sobre la inminente escalada de la crisis de la biodiversidad y tomar medidas para combatir esta emergencia mundial. El tiempo apremia. Con cada especie perdida, perdemos irreversiblemente una porción única de la historia natural de la Tierra”, advirtió Andermann.

Silvestro suma una consideración: si bien el cambio climático no es responsable de la degradación de los ecosistemas en el pasado, sí podría convertirse en una amenaza para estos en el futuro próximo. “El cambio climático actual, junto con la fragmentación de los hábitats, la caza furtiva y otras amenazas relacionadas con el ser humano, suponen un gran riesgo para muchas especies”, dijo la investigadora.

Más del 70% de los bosques ubicados en la vertiente del Atlántico de América del Sur ya se han perdido. La expansión de la frontera agrícola y urbanística está propiciando la deforestación. (Foto: Ana Rodrigues)(Créditos: Ana Rodrigues)

Prominente amenaza

En el más reciente informe Planeta Vivo de WWF se indica que, en América Latina y el Caribe, los principales motores de la degradación de los ecosistemas son la pérdida de hábitat (51,2%) y la sobre explotación de especies (21,8%). Como tercera causa está el cambio climático (12,5%).

Todas las causas, incluido el cambio climático, tienen un origen antropogénico, es decir, fueron favorecidas por la acción del ser humano.

Sandra Díaz, científica argentina que fungió como co-presidenta del Informe de Evaluación Mundial sobre la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas elaborado por la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por sus siglas en inglés), ya había advertido que, si bien el cambio climático no es el principal precursor de la pérdida de biodiversidad, sí se está volviendo más relevante y podría catalizarla en la próxima década.

Según el reporte del IPBES, si se llega a un incremento de 2°C en la temperatura global, el 5% de las especies del mundo estarían en riesgo de extinción y ese porcentaje llegaría a 16% en un escenario de 4,3°C. De seguir la tendencia actual de emisión de gases de efecto invernadero, los modelos climáticos auguran entre 3.2°C y 5.9°C por encima de los niveles preindustriales para el año 2100.

La naturaleza no puede permitirse un incremento de la temperatura media que sea superior a los 2°C. Lo cierto es que el ser humano tampoco puede, ya que su bienestar depende de los servicios que le brindan los ecosistemas como proveedores de alimento, fuente primaria de medicamentos, regulación hídrica, control de plagas y polinización de cultivos, entre otros.

“Hace solo 30 años, los impactos del cambio climático en las especies eran extremadamente raros, pero ahora ya son algo muy común. Algunas están relativamente protegidas frente a estos cambios (como los peces de aguas profundas), pero hay otras que ya están afrontando presiones climáticas muy importantes (como las que habitan el Ártico y la tundra). Dichas presiones impactan en las especies a través de diversos mecanismos, incluyendo el estrés fisiológico directo, la pérdida de sus hábitats, las perturbaciones en las interacciones interespecíficas (como la polinización o las relaciones entre depredadores y presas) o el calendario de sucesos vitales cruciales (como las migraciones, la crianza o la brotadura de las hojas)”, se lee en el informe Planeta Vivo.

Según este reporte de WWF, una de cada cinco especies está en peligro de extinción debido exclusivamente al cambio climático. “En los puntos calientes para la biodiversidad se prevén algunas de las tasas de pérdida más elevadas”, apuntan los autores.

Ya se han registrado extinciones de especies debido al cambio climático. En 2016, el roedor Melomys rubicola fue declarado extinto. Era endémico de Bramble Cay, un cayo situado en Australia. Pereció debido a las constantes inundaciones provocadas por el incremento en el nivel del mar, las cuales no solo mataron directamente a los individuos sino que propiciaron la pérdida de su hábitat.

El sifaca de Verreaux es un primate que vive en Madagascar, el cual está amenazado debido a la pérdida de hábitat. (Foto: Tobias Andermann)(Créditos: Tobias Andermann)

Trópicos vulnerables

Los ecosistemas tropicales son más sensibles al cambio climático y al uso de la tierra, esto según un estudio publicado en Nature Ecology & Evolution.

Los investigadores analizaron datos de 47.044 especies de animales, plantas y hongos. Encontraron que, entre los vertebrados, los más sensibles al cambio climático son aquellos que viven en los bosques y pastizales tropicales así como en el Mediterráneo.

Entre las especies de las regiones tropicales, los investigadores proyectaron disminuciones locales de entre el 10 y el 13% en el número de especies para cada grado de calentamiento. De hecho, observaron que las especies que viven en zonas con cambios estacionales menos pronunciados, particularmente en los trópicos, eran las más vulnerables al cambio climático, es decir, las plantas y animales que no se han adaptado a amplios rangos de temperaturas a lo largo de las estaciones tienen más probabilidades de sufrir si las temperaturas aumentan.

Asimismo, en las regiones tropicales y mediterráneas se descubrió que muchas especies ya viven cerca del límite superior de temperatura que pueden tolerar, por lo que están en riesgo.

Una posible explicación, según los autores, es que algunos biomas -comunidades de flora y fauna que yacen en un hábitat particular- han sido fuertemente impactados por la actividad humana durante siglos. De hecho, en el estudio, los investigadores hallaron grandes reducciones de especies en áreas ya degradadas por el hombre.

“Las especies tropicales también pueden ser más vulnerables debido a rangos de distribución más pequeños y a las altas concentraciones de especies especializadas, así como a las que maduran más lentamente y producen menos descendencia”, explicaron los autores en un comunicado.

Los expertos también notaron que las zonas que representan mayores amenazas para la biodiversidad -debido al cambio climático y el uso de la tierra- eran a menudo las mismas. “Lo que es aún más preocupante ya que estas dos presiones pueden interactuar para hacer los entornos aún más inhóspitos. Por ejemplo, los paisajes muy modificados suelen tener menos cubierta de copas de árboles que, de otro modo, moderarían las temperaturas extremas”, dijo Tim Newbold, autor principal del estudio.

Al respecto, los autores del informe Demasiado caliente para manejarlo: una inmersión profunda en la biodiversidad en un mundo que se calienta de WWF y la Sociedad Zoológica de Londres explican que, cuando dos o más presiones ocurren simultáneamente, sus efectos pueden acumularse y potencialmente interactuar.

“La rápida aceleración del cambio climático mundial ha provocado una creciente inquietud por el hecho de que interactúe sinérgicamente con el cambio de uso de la tierra. Por ejemplo, el cambio de uso de la tierra puede conducir a la fragmentación de los hábitats, lo que hace más difícil que algunas especies se desplacen a medida que el clima cambia.

”Además, los cambios en la forma en que se utiliza la tierra pueden dar lugar a cambios en las condiciones climáticas locales. Dentro de los paisajes agrícolas, las zonas de cultivo tienden a ser más calientes y secas que las zonas circundantes. Esto puede hacer que la biodiversidad tenga que hacer frente a mayores cambios en los regímenes de temperatura y precipitaciones en comparación con los efectos de la tendencia climática mundial solamente”, se lee en el informe.

“Los esfuerzos de conservación por sí solos no serán suficientes para salvar a los animales y plantas en peligro y vulnerables. Los gobiernos, las empresas privadas y los consumidores tendrán que actuar ahora para frenar el cambio climático y mitigar las presiones del uso de la tierra que destruyen los hábitats”, agregó Newbold.

Restringida a los bosques del Atlántico del Brasil y en peligro de extinción, la tangara sietecolores es una especie que requiere áreas protegidas eficaces para evitar la pérdida y la degradación de su hábitat. (Foto: Hector Bottai) (Créditos: Hector Bottai)

Soluciones conjuntas

A la fecha, los ecosistemas marinos y terrestres son los únicos sumideros de carbono realmente efectivos. En conjunto logran secuestrar el equivalente al 60% de las emisiones mundiales liberadas a la atmósfera por el ser humano, según IPBES.

“La biodiversidad es fundamental para mantener la concentración del dióxido de carbono en la atmósfera en un nivel que de alguna manera mitigue aumentos mayores en los impactos del cambio climático.Todo aquello que evite la deforestación de ecosistemas que son reservorios importantes de carbono -como las grandes turberas, los pantanos, etc- es importante”, mencionó Díaz en conferencia de prensa con motivo de la presentación del informe del IPBES en 2019.

Asimismo, los beneficios de evitar la deforestación, promover la conservación y la restauración de ecosistemas degradados no solo permitiría proteger esos reservorios de carbono sino que también tiene efectos positivos en la biodiversidad.

Un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Newcastle (Reino Unido) y BirdLife International, publicado en Conservation Letters, evidenció que la toma de medidas de conservación ha evitado la extinción mundial de, al menos, 28 especies de aves y mamíferos desde 1993. Específicamente, se evitaron 21-32 extinciones en avifauna y 7-16 en mamíferos.

“Considerando que 10 especies de aves y cinco de mamíferos se extinguieron (o se sospecha que lo hicieron) desde 1993, las tasas de extinción habrían sido de 2,9 a 4,2 veces mayores si no se hubieran adoptado medidas de conservación”, se lee en el estudio.

El estudio detalla en las acciones más frecuentes que propiciaron este resultado positivo. El control de especies invasoras previno la extinción de 21 especies de aves, mientras que la protección de sitios de importancia evitó la desaparición de 19.

Unas 14 especies de mamíferos se beneficiaron de la legislación y 9 de programas de reintroducción.

“Nuestros análisis proporcionan un mensaje sorprendentemente positivo de que la conservación ha reducido sustancialmente las tasas de extinción de las aves y los mamíferos. Aunque también se han producido extinciones en el mismo período de tiempo, nuestro trabajo muestra que es posible prevenir las extinciones”, destacó Rike Bolam, investigador de la Universidad de Newcastle University y autor principal del estudio.

“Solemos escuchar malas historias sobre la crisis de la biodiversidad y no hay duda de que nos enfrentamos a una pérdida de biodiversidad sin precedentes a causa de la actividad humana. La pérdida de especies enteras puede detenerse si hay suficiente voluntad de hacerlo. Este es un llamado a la acción: mostrando la escala del problema y lo que podemos lograr si actuamos ahora para apoyar la conservación y prevenir la extinción”, alentó Phil McGowan, profesor de Ciencia y Política de la Conservación en la Universidad de Newcastle.

Las áreas silvestres protegidas, como herramienta de conservación, han contribuido a la sobrevivencia de especies raras de aves y también otras amenazadas en los bosques tropicales, ya que previenen la deforestación y mantienen la calidad de los hábitats forestales restantes.

Así lo destacó un estudio, publicado en Nature Communications, que utilizó datos recopilados por miles de ciudadanos a través de la plataforma eBird. Los investigadores filtraron los registros de avistamiento para solo incluir aquellos que fueran robustos, por lo que los análisis se centraron en más de 2,6 millones de observaciones de 5.400 especies de aves, realizadas por casi 7.000 observadores.

Los resultados del análisis evidenciaron efectos positivos en especies dependientes de bosques, endémicas de esos hábitats o amenazadas.

“Encontramos que las áreas protegidas son particularmente eficaces para conservar las especies que tienen un rango de distribución pequeña, están en peligro de extinción o son muy especializadas en determinado hábitat, lo cual es una muy buena noticia ya que son las especies que más necesitan ser conservadas”, detalló Victor Cazalis, investigador de la Universidad de Montpellier (Francia) y autor principal del estudio.

Ahora bien, tanto para garantizar la salud de los ecosistemas como para lidiar con el cambio climático, la conectividad de las áreas silvestres protegidas es de significativa importancia. Lamentablemente, la expansión de la frontera agrícola y urbanística así como la minería están interrumpiendo esa conexión entre sitios naturales, según un reciente estudio publicado en Nature Communications.

Las áreas protegidas son vitales para la protección y la supervivencia de las plantas, los animales y los ecosistemas. Cuando un hábitat intacto y saludable conecta estas áreas protegidas, las especies pueden migrar, escapar de peligros como los incendios y rastrear sus microclimas preferidos ante el rápido cambio climático”, apuntó Michelle Ward, investigadora de la Universidad de Queensland (Australia) y autora del estudio.

Según los resultados de la investigación, el 40% de la superficie terrestre aún está intacta, pero solo el 9,7% puede considerarse estructuralmente conectada. “Esto significa que más del 90% de las áreas protegidas están aisladas, inmersas en un mar de actividades humanas”, explicó Ward.

En promedio, el 11% de las áreas silvestres protegidas de cada país o territorio pueden considerarse conectadas.

Para James Watson, investigador de la Universidad de Queensland  y coautor del estudio, los resultados de la investigación subrayan la importancia de la protección y restauración a gran escala. “Las áreas protegidas se están convirtiendo cada vez más en la única herramienta de la que hablan los conservacionistas, pero la mayoría de la naturaleza vive más allá de los límites de las zonas protegidas”, dijo.

“Necesitamos objetivos de conservación nacionales y mundiales que aborden la conservación de todo el paisaje y detengan la destrucción del hábitat entre áreas protegidas porque la mayor parte de la naturaleza no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir si solo cuenta con 20% del mundo”, continuó Watson.

El informe de WWF y la Sociedad Zoológica de Londres señala otro efecto positivo de la conservación como solución climática: la adaptación basada en ecosistemas. Esta se refiere al uso de la biodiversidad y sus servicios para ayudar a las personas a lidiar con los efectos adversos del cambio climático. Por ejemplo, los ecosistemas de manglar y arrecifes de coral funcionan como barrera natural ante tormentas, protegiendo así a las comunidades costeras.

Los autores del informe van un paso más allá y hablan de adaptación centrada en la biodiversidad, un enfoque que busca mitigar las amenazas climáticas a la naturaleza. “Mientras que la adaptación basada en los ecosistemas hace hincapié en el valor de la naturaleza para las personas, la adaptación centrada en la biodiversidad está explícitamente diseñada para reducir los riesgos climáticos para las especies y los propios ecosistemas”, explicaron en el reporte.

Lo cierto es que, en las buenas y en las malas, todas las especies -incluido el ser humano- viven en el mismo planeta.

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