Como bióloga, cuando escuchaba o veía noticias sobre las distintas guerras y conflictos armados alrededor del mundo, tendía a disociarme de estos eventos, ignorante de lo mucho que pueden afectar al ambiente y a los avances internacionales que se han logrado para protegerlo. 

La realidad es esta: separar a las guerras del cambio climático significa retroceder décadas en la mitigación de este fenómeno. Lamentablemente, estas son amenazas que están estrechamente unidas y no se puede solventar una separada de la otra. Lo que no quiere decir que el cambio climático sea una causa directa de guerras o conflictos armados, sino más bien que este puede llegar a aumentar los riesgos de que se presenten conflictos debido a que agravan los problemas sociales, económicos y ambientales que ya actualmente existen. 

En otras palabras,  los conflictos bélicos son agravados por el cambio climático por lo que se considera un “multiplicador de amenazas ”, esto quiere decir que es un fenómeno que empeora fuentes existentes de inestabilidad y conflicto, como lo es la competencia por recursos naturales, en vez de ocasionarlas directamente.

Ahora bien, no solo el cambio climático intensifica los conflictos armados. En África, por ejemplo, estos conflictos también afectan al ambiente y son una de las causas que aceleran el cambio climático. Usualmente se ve a la naturaleza como una víctima silenciosa del conflicto armado, cuando en realidad esta es dañada por ser directa o accidentalmente atacada por los distintos métodos de combate. Estos métodos incluyen la destrucción de grandes áreas de bosques, contaminación del agua y suelo, daño a infraestructuras como instalaciones de petróleo o grandes empresas industriales, lo cual tiene graves consecuencias climáticas, como la liberación de grandes cantidades de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Todo esto causa no sólo una gran degradación al ambiente, sino que también reduce la resiliencia y adaptabilidad de las personas hacia las variaciones climatológicas abruptas.

Asimismo, el impacto del conflicto armado hacia el ambiente natural se encuentra generalmente reconocido, pero el nivel de la afectación es usualmente subestimado. De hecho, de 1946 a 2010, el conflicto fue la causa más importante en la disminución de varias poblaciones de vida salvaje. Por lo anterior, el Derecho Internacional Humanitario  protege a la naturaleza y tiene como finalidad limitar el daño que es causado por esto, no solo porque la naturaleza sostiene a toda la vida humana, sino también por su valor intrínseco.

Como se mencionó anteriormente, el conflicto militar y cambio climático no son causas directas entre sí, pero sí ha sido sugerido que las naciones que se encuentran más vulnerables a los efectos del cambio climático, en su mayoría, se encuentran en conflicto armado. Esto sucede por una simple y a la vez muy compleja razón: aquellos países que se encuentran en guerra son mucho menos capaces de afrontar los eventos climáticos extremos debido a que su habilidad de adaptación se encuentra debilitada a causa de los constantes conflictos.

Tenemos que ser conscientes de lo que todo esto significa. Además de la muerte de civiles, las guerras y conflictos dejan consecuencias duraderas en el ambiente y empujan la medición del termómetro mundial al alza. Estos perturban los acuerdos sociales, políticos, económicos y ambientales, causando un desarrollo en reversa y empeorando las inequidades ya existentes.

Se ha evidenciado que las personas que se encuentran en estado de marginalización, especialmente las mujeres, se encuentran mucho más vulnerables a los efectos climáticos y se verán más afectadas por estos debido a que tienden a tener menos recursos sociales y económicos para sobrellevar los cambios. De esta manera, las personas que soportan los conflictos armados no sólo son de los más vulnerables ante las crisis climáticas y ambientales, sino que también se encuentran entre los más abandonados en la acción climática debido a que los gobiernos de estos países tienen una capacidad muy limitada para poder cumplir con los requerimientos de las finanzas climáticas.

Como si lo anterior no fuera suficiente, los países que son afectados por los conflictos armados usualmente también sufren de la ausencia de una fuerte gobernanza y de instituciones inclusivas. En estos sitios, además de empeorar todas las problemáticas anteriormente mencionadas, también se agravan la violencia intrafamiliar y comunitaria. Caso contrario, en países donde hay un ambiente de paz, donde se tienen instituciones sólidas que proveen protección social, se resuelven las tensiones, se gestiona el uso de los recursos de una manera sostenible y equitativa, y se garantiza los desarrollos sostenibles e inclusivos, por lo que el cambio climático no causa conflictos violentos.

Para poder solventar estas graves amenazas, es necesario que los distintos países realicen esfuerzos para proteger a los ecosistemas frágiles, asegurarse que los recursos naturales tengan un uso sostenible dentro y fuera de las fronteras, así como diseñar e implementar planes a largo plazo. 

De igual manera, la situación actual entre los conflictos y el cambio climático es completamente injusta, ya que los países menos desarrollados y que no se encuentran en conflictos armados, son los que producen solamente el 4% de los gases de efecto invernaderos a nivel mundial. Por fortuna, ya se están realizando esfuerzos para proveer a estos países de soluciones reales y equitativas. Por ejemplo, el representante de la  Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ha expresado que los países menos desarrollados contienen una increíble promesa para la mejoría, por lo que esta organización proveerá de soluciones basadas en la naturaleza a nivel local para facilitar la adaptación al cambio climático por medio de la restauración y preservación de la biodiversidad y los distintos ecosistemas. 

Asimismo, para prevenir mayores daños ambientales, los diferentes países que se encuentran en conflictos armados podrían impedir que las tropas militares se asienten en ecosistemas frágiles o áreas protegidas, mapear las áreas de importancia ecológica y no realizar operaciones militares en estos sitios, y acordar tener zonas desmilitarizadas en donde no puede haber ningún tipo de acción militar. 

Ahora bien, estas son ideas que se encuentran muy alejadas de la realidad actual. Entonces, ¿qué podemos hacer nosotros como civiles ante tan complicada situación? Estas son algunas formas para sensibilizar a los demás sobre este tema: poner la problemática de la degradación ambiental por conflictos armados y el cumplimiento del Derecho Internacional Humanitario, en las agendas del gobierno municipal, local y nacional, así como tratar de visibilizar estas problemáticas ante los medios locales.

Los conflictos bélicos en Costa Rica no existen y somos muy privilegiados por ello. Haber invertido en la paz nos posibilita enfocarnos en la mitigación y adaptación al cambio climático y eso es preciso recordarlo.

Daniela Solís Adolio es estudiante de biología marina de la Universidad Nacional (UNA) y también cursa estudios en la Universidad para la Paz. Este artículo forma parte del proyecto de divulgación científica, Nuevas Plumas, de Ojo al Clima.

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