Para evitar una extinción masiva que lleve al colapso del sistema que hace viable nuestra vida en el planeta, el 30% de los ecosistemas terrestres y marinos deben estar bajo parámetros de conservación al año 2030.

Al 2050, se requiere conservar al menos otro 20% en mar y tierra para estabilizar el clima e impedir que la media de la temperatura se incremente por encima de 1,5 °C.

“Podemos tener toda la energía renovable del mundo, pero sin biodiversidad no podremos alcanzar los objetivos del Acuerdo de París”, manifestó Enric Sala, quien es explorador residente de National Geographic y uno de los autores de A Global Deal For Nature, un tratado científico con recomendaciones para sobrevivir a dos crisis planetarias más grandes que COVID-19: la pérdida de biodiversidad y el cambio climático.

Actualmente, apenas el 15% de los ecosistemas terrestres y el 7% de los marinos están protegidos; porcentajes que se ven modestos frente al 60% pérdida de la vida silvestre desde 1970 o al millón de especies de flora y fauna que enfrentarán la extinción en las próximas décadas.

De hecho, la pérdida de biodiversidad, la degradación de los ecosistemas y el cambio climático nos hacen más vulnerables a epidemias. El 60% de las enfermedades infecciosas son zoonóticas, es decir, son transmitidas de animales a humanos. Asimismo, esos padecimientos representan el 75% de todas las enfermedades emergentes.

“Si no cambiamos nuestro comportamiento hacia los hábitats salvajes, estamos en peligro de más brotes de virus. Para evitar futuras zoonosis, debemos abordar las múltiples amenazas a los ecosistemas y la vida silvestre, incluida la pérdida y fragmentación del hábitat, el comercio ilegal, la contaminación, las especies invasoras y, cada vez más, el cambio climático”, destacó ONU Medio Ambiente en su mensaje con motivo del Día Mundial del Ambiente.

Esa relación entre salud humana y planetaria adquiere relevancia en este momento cuando el epicentro de la pandemia se trasladó a América Latina, donde países, como Costa Rica, ya viven una segunda ola del brote. Sin embargo, COVID-19 está lejos de ser la única amenaza.

La destrucción de ecosistemas también acelera el cambio climático. El 15% de las emisiones de carbono recientes vinieron de la deforestación y los incendios en bosques de Indonesia y Brasil; por lo que proteger ecosistemas nos daría más de un tercio de la mitigación del calentamiento global que necesitamos”, destacó Sala en un webinar organizado por la Campaña por la Naturaleza de National Geographic.

La conectividad desde las montañas hasta las playas favorecen las migraciones de especies, lo cual beneficia los ecosistemas. (Foto: Michelle Soto).

Áreas protegidas

Ese 30% de protección, propuesto por los científicos, puede alcanzarse de diferentes formas. Los países pueden crear áreas silvestres protegidas que pueden ir desde reservas de conservación absoluta hasta parques nacionales, donde se prohíbe la extracción pero se permite un turismo controlado, o refugios de vida silvestre y otras categorías de manejo que permiten el involucramiento de las comunidades.

También, los países pueden optar por el reconocimiento al territorio de las comunidades indígenas, las cuales han demostrado tener modelos de gestión que son sostenibles y garantizan la integridad de los ecosistemas.

“La ciencia nos demuestra que mientras mayor sea el nivel de protección, mayores son los beneficios, tanto ambientales como económicos y sociales. Debemos tener áreas donde haya manejo responsable y, por supuesto, las comunidades indígenas manejan sus actividades mejor que las compañías extractivas industriales; pero también debemos proteger áreas de cualquier actividad extractiva, sobretodo comercial”, comentó Sala.

El explorador residente de National Geographic recurrió al océano para exponer un ejemplo: “Cuando creamos áreas marinas protegidas, la biomasa se recupera espectacularmente. Como media, la biomasa de peces en una reserva protegida es seis veces mayor que fuera de sus límites y tampoco se tarda tanto tiempo, más o menos se demora 10 años en que un lugar degradado se recupere. El mar se recupera tan solo quitando presiones. Tiene una capacidad extraordinaria de recuperarse, pero tenemos que cederle espacio para eso”.

Según Sala, antes de la pandemia, las áreas silvestres protegidas eran uno de los sectores económicos de mayor crecimiento. “La gente no sabe eso. Se proyectaba un crecimiento anual entre 4% y 7% alrededor de áreas protegidas comparado con 0,5% en agricultura y un decrecimiento en las pesquerías por la sobreexplotación”, dijo.

“La ciencia nos dice que entre más maduro sea un ecosistema, cuanto menos perturbado esté, más beneficios nos da: oxígeno, secuestro de carbono, agua dulce, lluvia, protección contra inundaciones, por mencionar algunos”, continuó.

Muchas especies de orquídeas desarrollaron estrechas relaciones con sus polinizadores, al punto de depender el uno del otro. En otras palabras, son organismos que dependen 100% del equilibrio en el ecosistema. (Foto: Michelle Soto).

Diversos

El porcentaje de protección no es lo único importante. Para que un ecosistema pueda brindar sus servicios –como provisión de alimento, agua potable, regulación climática, entre otros– requiere de las estrechas relaciones que establecen las especies, por lo que la diversidad es esencial para resguardar el equilibrio y, por ende, la integridad.

“No se trata solo de salvar jaguares o ballenas. Nuestra supervivencia depende de la integridad de nuestros bosques y mares, así como de los millones de especies que en ellos viven”, resaltó Sala.

Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Leipzig y del Centro Alemán para la Investigación Integradora de la Biodiversidad (iDiv), publicado en Ecology Letters, ejemplifica a partir de los árboles que componen los bosques de seis países europeos.

Dentro de estos bosques, los científicos seleccionaron parcelas que variaban en el número de especies de árboles y midieron 26 funciones relacionadas a ciclos de nutrientes y carbono, crecimiento, resistencia de los árboles y regeneración del ecosistema.

De esta manera, los investigadores descubrieron que los árboles que yacen en un bosque diverso crecen a un ritmo más rápido, almacenan más carbono y son más resistentes a plagas o enfermedades.

Asimismo, esa correlación positiva entre diversidad y funcionamiento de los bosques es más fuerte en lugares donde el agua es escasa y los períodos de crecimiento son más largos. “Nuestros veranos serán más secos y largos como resultado del cambio climático. Por lo tanto, suponemos que en el futuro será aún más importante gestionar los bosques de manera que tengan una gran diversidad de especies de árboles”, señaló el investigador Christian Wirth, en un comunicado de prensa.

Conectividad

No solo importa el grado de protección y cuán diversos sean, también es relevante la conectividad ecológica que enlaza los diferentes ecosistemas para favorecer el paisaje y, con ello, mitigar los efectos de la fragmentación del hábitat.

Gracias a los corredores biológicos, sean estos marinos o terrestres, los animales tienen la posibilidad de dispersarse para cumplir con diferentes funciones, tales como encontrar nuevos nichos de alimentación o una nueva pareja para reproducirse; así aseguran la diversidad genética en pro de la sobrevivencia de la especie.

Ese movimiento de un lado a otro favorece el trasiego de nutrientes. Los monos, los murciélagos y las aves pueden alimentarse en un sitio y excretar en otro. En sus heces van las semillas que ayudan a regenerar los bosques, aparte de ser una fuente de alimento para otros organismos que, a su vez, aportan nutrientes al suelo.

En América, el valor de los servicios ecosistémicos terrestres asciende a los $24.300 millones al año.

La conectividad, sobre todo la altitudinal, también facilita la adaptación al cambio climático, ya que las especies pueden moverse por esos corredores en busca de nuevos hábitats que reúnan condiciones ambientales más favorables ante el incremento de la temperatura.

Ese es el caso del corredor biológico que va desde las montañas y el volcán en el Parque Nacional Rincón de la Vieja, que pasa por el Parque Nacional Guanacaste y termina en la zona marino costera del Parque Nacional Santa Rosa.

También se han ensayado propuestas de corredores biológicos transfronterizos. Un ejemplo es el Corredor Marino del Pacífico Tropical Oriental, el cual enlaza cinco ecosistemas insulares oceánicos que son compartidos por especies como tiburones, tortugas y ballenas.

Lo conforman el Parque Nacional Isla del Coco en Costa Rica, el Parque Nacional Coiba en Panamá, el Parque Nacional Natural Gorgona y el Santuario de Flora y Fauna Malpelo en Colombia, además del Parque Nacional Galápagos en Ecuador.

“El Corredor Marino del Pacífico Tropical Oriental nos ha enseñado que es posible trabajar de manera coordinada para la conservación de espacios de importancia para la biodiversidad”, manifestó el ministro de Ambiente y Energía de Costa Rica, Carlos Manuel Rodríguez.

“¡El océano es uno! Deberíamos expandir el corredor hacia el norte y hasta Chile en el sur. Vemos más allá de áreas marinas protegidas: hay rutas migratorias y comunidades que dependen de la salud del corredor tanto para la pesca como para el turismo”, agregó el ministro.

Los anfibios son altamente vulnerables al incremento de la temperatura, por lo que las áreas protegidas son claves para su adaptación al cambio climático. (Foto: Michelle Soto).

Incidencia política

National Geographic Society y Wyss Campaign for Nature, junto a otras 100 organizaciones, quieren que la recomendación científica del 30% de protección al 2030 se formalice como meta en el marco de la Convención de Diversidad Biológica (CDB).

Para ello, las organizaciones lanzaron Campaña por la Naturaleza, una iniciativa que busca no solo incidir para que los países adopten la meta dentro del próximo plan de acción decenal, sino también para movilizar recursos que permitan financiar la protección y adecuado manejo de las áreas protegidas a largo plazo.

La restauración de las tierras degradadas en América Latina y el Caribe podría aportar $23.000 millones beneficios en los próximos 50 años.

“La conservación debe apoyar la conectividad del paisaje y la capacidad de recuperación de los ecosistemas, y debe llevarse a cabo a nivel mundial, ayudando a garantizar que el sistema de zonas protegidas y conservadas del planeta sea plenamente representativo de la diversidad de la naturaleza, los hábitats y los ecosistemas de nuestro planeta, y mantenga la diversidad y la abundancia de las especies”, se lee en el documento que justifica la campaña.

Por otra parte, la iniciativa quiere posicionar un enfoque de conservación que integre y respete plenamente el liderazgo y los derechos de los pueblos indígenas.

“Las naciones deben trabajar con los pueblos indígenas para garantizar el consentimiento libre, previo e informado en la formación de áreas protegidas y en el reconocimiento de las áreas conservadas por las comunidades indígenas y locales”, señalan los promotores de la campaña.

Para Alex Muñoz, director para América Latina de Pristine Seas de National Geographic, la apuesta de proteger el 30% de los ecosistemas terrestres y marinos al 2030 es muy favorable.

Actualmente, la mitad del Producto Interno Bruto (PIB) a nivel mundial depende de la naturaleza. Se calcula que el valor agregado de los servicios ecosistémicos es de aproximadamente $125.000 millones.

“El 30% de protección es el mínimo para brindar beneficios que pueden ser muy duraderos, como adaptarnos mejor a los embates del cambio climático, asegurar las fuentes de agua potable y proteger la alimentación que viene de la agricultura y la pesca. Es cierto que las medidas no tienen efectos totalmente inmediatos, pero es la única medida que ve el fondo del problema. Solo así vamos a poder construir un sistema económico que aborde los problemas ambientales con equidad y limitando el sufrimiento de la población más pobre y acortando las brechas sociales”, subrayó Muñoz.

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