En El Salvador, las comunidades del Complejo Barra de Santiago llevaron al cangrejo azul al borde de la extinción local y, con él, a parte de su cultura y sustento. Mientras algunos estudios ponen el foco en los impactos de su disminución en el manglar y las poblaciones que allí viven, otros apuntan a su relación con la migración de personas desde las costas.

Por Evelyn Vargas Carmona 

“Cuando era niño, el manglar de galería era intenso. Usted entraba a medio día a la manglera y miraba como si no hubiera luz de día. Era espeso. Y ahí el cangrejo era abundante, maravilloso. Yo pensé que nunca se iba a exterminar, pero lamentablemente sí.”

Los recuerdos de infancia son de José Francisco Pineda, originario de Costa Brava, unos 105 kilómetros de la capital de El Salvador, quien dice “aprovechar” el cangrejo azul desde los nueve años.

La suya es una de las comunidades de la cuenca baja del río Paz, ubicadas en los municipios de Acajutla, Jujutla y San Francisco Menéndez, en los departamentos de Sonsonate y Ahuachapán, en donde el cangrejo azul es parte tradicional de la dieta y uno de los principales medios de subsistencia.

También conocido localmente como tihuacal, este crustáceo es uno de los protagonistas de la fauna y biodiversidad de los bosques salados del Complejo Barra de Santiago, un humedal declarado de “Importancia Internacional” en 2014. Se trata del séptimo sitio Ramsar de El Salvador, destacado por concentrar la mayor extensión de manglares del Occidente de este país centroamericano.

Pero, con los años, la presencia del cangrejo azul aquí ha ido menguando hasta encontrarse, hoy, en riesgo de desaparecer. “En los últimos años, la especie ha experimentado un declive en su pesca, debido a la degradación de su ecosistema y a la sobrepesca del recurso”, especificaba el Ministerio de Agricultura y Ganadería salvadoreño ya en 2017, en un estudio sobre su pesquería. La falta de conocimiento científico sobre el estado de las poblaciones o su capacidad para regenerarse se incluye entre las razones que llevaron a una extracción desmedida. A ello se suma una pérdida de manglares, estimada en un 50%, y el impacto de diversos fenómenos climáticos.

Francisco Pineda captura y comercializa cangrejo azul desde su infancia.(Créditos: Evelyn Vargas Carmona)

Dinámica en desequilibrio

El Complejo Barra de Santiago se extiende por 11.519 hectáreas. De ellas, la porción mayoritaria (4000 hectáreas) está dedicada a la actividad agropecuaria; poco más de 3000 corresponden a áreas marinas y 2300 a bosques de manglar.

Estos últimos son hogar de alrededor del 75% de la fauna costera de “importancia comercial” de El Salvador, describe el Servicio de Información sobre Sitios Ramsar. Especies, como el cangrejo azul, que dependen de este ecosistema para alimentarse, desovar y reproducirse. Pero, muchas de ellas están amenazadas o en peligro de extinción, como es el caso del loro nuca amarilla, en estado crítico según la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). 

Pese a ello, las amenazas al ecosistema se suman y extienden: urbanización no regulada, pastoreo excesivo, avance de la frontera agropecuaria —principalmente, por la expansión de la caña de azúcar— y la creciente demanda de madera para la construcción —que implica deforestación, cambios en la hidrología de la zona y contaminación— son los que menciona Ramsar.

Un informe de la UICN coincide con el diagnóstico, y agrega: contaminación, sobrepesca, expansión turística, tala y cacería ilegal, incendios forestales, usurpación de tierras estatales, reducción de caudales, construcción de canales de irrigación y efectos de la vulnerabilidad climática.

Todo esto impacta en la salud del manglar, pero también en la de las más de 26.000 personas que —según Ramsar— viven en Complejo Barra de Santiago, distribuidas en seis cantones: tanto su alimentación como sus medios de subsistencia dependen, en gran medida, de la biodiversidad costera.

Ahora bien, aunque el cangrejo azul siempre ha tenido un rol destacado en la mesa y economía de estas comunidades marino-costeras, su aporte va más allá, ya que este crustáceo es un regulador ecológico que contribuye a la preservación misma del manglar. Por tanto, su disminución o extinción supone una afectación a la propia dinámica del ecosistema.

Y las consecuencias no se quedan sólo ahí. Porque, a manera de efecto dominó, la caída de esta y otras especies asociadas a los medios de vida locales también propicia —en conjunto con otros factores— que muchas personas migren desde la costa y busquen nuevos destinos donde asentarse.

(Créditos: Pablo Omar Iglesias)

¿Impulsor de la migración?  

La movilización de personas impulsada por la mengua o desaparición de una especie clave en su entorno no es un fenómeno nuevo. Sobre todo en países en vías de desarrollo. En estos, la pérdida de biodiversidad “significa, en primera instancia, la disminución de los medios de vida de las comunidades locales que hacen uso de estos recursos”, se explica en un informe técnico sobre el estado de la abundancia y sitios de extracción del cangrejo azul en las áreas bajo manejo de Barra de Santiago y Metalío.

Ya en 2019, el 25% de los recolectores de cangrejo de Barra de Santiago consultados en un estudio de mercado realizado por GOAL manifestaban haber pensado en emigrar o contar con familiares que ya lo habían hecho con destino a Estados Unidos. ¿El motivo? Situaciones económicas difíciles, algunas de ellas vinculadas con la degradación de los ecosistemas y los impactos del cambio climático.

Huracanes, inundaciones y llenas (crecidas que llevan al desborde de un río o arroyo) se incluyen entre los eventos adversos identificados. Estos inciden en el estado de sus viviendas, pero también afectan la disponibilidad de especies marino-costeras, lo que deprime sus economías.

Y el fenómeno ha ido escalando desde entonces, al punto que, en Migraciones en el Mundo 2022, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) advierte: “La mayoría de los desplazamientos internos en América Latina y el Caribe se debieron a desastres, y no a la violencia ni a conflictos”. 

Si bien la pérdida de biodiversidad aún no integra la lista de causas migratorias de la OIM, es de esperarse que pronto lo haga. En particular, si se considera que alrededor de un millón de especies animales y vegetales están, hoy, en peligro de extinción, según la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), y el impacto que ello conlleva en los ecosistemas y los medios de vida de quienes hacen de ellos su hogar.

Lo que ocurre con el cangrejo azul en El Salvador es un ejemplo de ello. Pero, esta es una historia que no termina ahí. Porque las comunidades costeras de Barra de Santiago hicieron del rescate del crustáceo su manera de resistir y preservar sus modos de vida, cultura y biodiversidad.

Isla La Chácara es reconocida como la comunidad promotora del rescate del cangrejo azul en el Humedal de Importancia Internacional Complejo Barra de Santiago, en El Salvador.(Créditos: Evelyn Vargas Carmona)

Al rescate del cangrejo azul

La caída de las poblaciones de cangrejo azul, así como de la pesca, registradas a principios de la década de 2000, no pasó desapercibida para las comunidades locales. Cómo lograr su uso sostenible se convirtió, entonces, en el desafío.

Con este objetivo, en 2006, 20 familias de la isla La Chácara iniciaron un proceso de gobernanza para el ordenamiento de la extracción de los recursos del manglar, el cangrejo azul incluido. Ello derivó en la creación —por parte del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN)— de lo que hoy se conoce como Planes Locales de Aprovechamiento Sostenible (PLAS), los cuales están a cargo de grupos organizados de las comunidades Barra de Santiago, La Chácara, El Embarcadero, El Mango, El Ceibillo, Costa Brava y Los Limones, y en la conformación de la Asociación Probosque.

Así, desde 2012, los PLAS se convirtieron en uno de los instrumentos de gobernanza locales más importantes para regular el aprovechamiento de los recursos del manglar y vigilar el cumplimiento de las normas establecidas por el MARN en este sitio Ramsar. A partir de ello, se introdujeron cuotas de extracción, tallas mínimas, vedas de pesca, labores de control y vigilancia, desazolve de canales, campañas de reforestación y recolección de desechos, patrullajes en períodos de “corrida de cangrejos” (cuando la hembra sale de la cueva a depositar los huevos al estero o al mar) e incluso la reubicación de especies tras eventos climáticos extremos.

Y sus resultados vienen siendo positivos, con una recuperación significativa del cangrejo azul y la protección del manglar. No obstante, advierte el informe técnico de la UICN, se deben redoblar los esfuerzos de conservación y uso sostenible de la especie en los PLAS, especialmente en Costa Brava, Los Mangos y El Ceibillo, donde se registraron bajos valores de abundancia.

Pobladores locales de la Barra de Santiago se suman a los monitoreos biológicos para conocer el estado de las poblaciones de cangrejo azul en el Humedal Internacional Complejo Barra de Santiago, en El Salvador.(Créditos: Evelyn Vargas Carmona)

Abrir caminos

Ahora bien, las estrategias locales para la conservación del cangrejo azul no sólo incluyeron este tipo de medidas, sino que también han sido acompañadas por la creación de alternativas productivas, como la producción de miel de manglar y ecosistemas conexos. José Francisco Pineda se incluye entre quienes encontraron ahí un nuevo camino para desarrollarse.

Curiosamente para su actividad actual, José perdió su ojo izquierdo por la picadura de una abeja cuando era adolescente. Pero, venció el miedo. Hoy, es una de las 16 personas que se certificó como apicultor, que complementa sus ingresos con la producción y comercialización de miel cruda, y que ejemplifica la resiliencia de estas comunidades costeras.  

Este artículo es parte de COMUNIDAD PLANETA, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina, del que Ojo al Clima forma parte. 

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