Como muchas otras, la familia de Pedro García migró desde San Carlos hasta Sarapiquí con la esperanza de trabajar la tierra y, con ello, labrar una mejor vida.
Se asentaron en Bajos de Chilamate y fundaron la comunidad El Roble en 1984. García tenía apenas 21 años. “Se llama El Roble por el árbol, que es común en la zona. La gente suele decir ʻsos como un robleʼ para decir que la persona es fuerte y eso es lo que se quiso rescatar, que fuera una comunidad fuerte, con resiliencia en todos los sentidos de la vida”.
En ese entonces se encontraron con una finca ganadera que también se aprovechaba para sembrar maíz. Junto a los hijos, los padres de García la trabajaron hasta que, debido a problemas de salud de los progenitores, se decidió dividir el terreno entre los hermanos.
En la parcela que le correspondió, García forjó Finca Integral El Jícaro. Esa era su oportunidad para diferenciarse y dar rienda suelta a algo que desde hacía tiempo le latía en el pecho. Tiene raíces malecu por línea materna y, desde muy niño, aprendió a respetar la naturaleza.
“Mi padre y madre eran felices rodeados de árboles y eso es parte de la cultura. No se concibe un indígena sin un árbol y pues eso es parte de mi persona”.
Al detenerse a observar el paisaje, García se dejó enseñar por la naturaleza y ese conocimiento lo fue trasladando a los cultivos. Fue integrando árboles en las áreas productivas y diseñando un paisaje agrícola diverso, tal como lo es un bosque.
Tomó otra decisión: ni un solo químico se vertería en su finca. Esta es una finca de agricultura orgánica, donde todo el mantenimiento se hace a punta de machete, guadaña, pala y azadón.
“Tomé la decisión de no usar agroquímicos porque fui testigo de lo que pasa en muchos monocultivos como la piña. Trabajé, por muchos años, en una piñera y ahí me di cuenta de lo perverso que es eso. Además, mi padre fue de los que siempre les gustó mantener a machete y no ver un monte todo amarillo y seco”.
Además, si usara agroquímicos, el bosquecito que yace en su propiedad inevitablemente se vería intoxicado y, entonces, ya no proveería servicios ecosistémicos como captura y secuestro de carbono, regulación térmica e hídrica, flora y fauna, entre otros.
De hecho, ese bosque de 5.000 metros cuadrados funciona como barrera protectora para los cultivos. “Pasa mucho que las enfermedades y los insectos buscan lo más fresco y aquí puede no ser la plantación sino el bosque. Y el bosque tiene sus propios mecanismos para contrarrestar. De una forma natural, busca el equilibrio”, comentó Carla Solís, ingeniera agrónoma de la Fundación para el Desarrollo de la Cordillera Volcánica Central (FUNDECOR).
Otro servicio que presta el bosque a la finca está relacionado al manejo hídrico. La vegetación ayuda al suelo a captar, almacenar y liberar el agua de lluvia, dejándola disponible por largos periodos de tiempo para el aprovechamiento de las plantas.
Con ello se evita el estrés hídrico, uno de los impactos del cambio climático que ya se está viendo en la zona. Al problema también contribuyen las prácticas insostenibles que fomentan la deforestación y la degradación del suelo, las cuales agudizan aún más la crisis del agua.
Según la ingeniera agrónoma, la producción de los cultivos se mide con respecto a la floración y los cambios en los patrones de lluvias –producto del cambio climático- están afectando este proceso natural. “Ahora estamos viendo que hay menos floración o es una floración tardía y se nota esa deficiencia hídrica”, dijo Solís.
Al conservar ese bosque colmado de árboles de jícaro, chonta dulce, gavilanes y cola de gallo, entre otros, García está invirtiendo en resiliencia. Aunque no ha sido fácil. “Cuando nosotros llegamos, este bosquecito ya estaba y esa ha sido la lucha de la familia. Si uno camina más hacia la segunda parcela, ahí ya no hay bosque. Y si se va al otro lado, sí hay una partecita que se reforestó, pero ya después no hay nada”.
Una finca integral
Finca Intregral El Jícaro pone en práctica un sistema de producción basado en forestería análoga, que “consiste en replicar el bosque, con toda su complejidad, solo que generando producción”, explicó Solís.
En su propiedad, García tiene sembrado palmito, pipa, plátano, pimienta, cacao, canela, yuca, naranja y plantas medicinales como cúrcuma, jengibre y zacate de limón.
“En algún momento llegué a pensar que lo que tenía era un revoltijo de cosas, pero uno de los que llegaron a capacitarme me dijo que lo que tenía era una integración de productos. Entonces, a partir de ahí, fui capacitándome”, dijo el agricultor.
De hecho, esa variedad se considera una medida de adaptación al cambio climático. Al alcance de un brazo, en aproximadamente un metro cuadrado, García sembró pimienta, cacao y pejibaye.
“Esta finca por ser integral es más resiliente”, comentó el agricultor.
El tener una mayor producción en un espacio menor es otra de las medidas de adaptación al cambio climático, además esto evita que se dé un cambio de uso del suelo y, con ello, no se están liberando emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Asimismo, la lectura del paisaje le ha enseñado a García a planificar siembras escalonadas para no cansar al suelo y tampoco a las plantas.
Con respecto al suelo, García aprendió del bosque a tener hojarasca. “Cada mes y medio se hace una corta de césped para que el monte sirva de colchón y de capa vegetativa a las plantas”, dijo.
“A esto se le conoce como mulch y no solamente acumula la materia orgánica que se va a ir desintegrando y eventualmente aportará nitrógeno a las plantas, sino que le sirve de protección al suelo, también le baja la temperatura y se controlan las malezas. Si hay un mulch, la maleza no puede crecer porque el mulch impide que lleguen los rayos del sol para hacer fotosíntesis”, explicó Solís.
García también ve al mulch como una manera de ayudar al suelo a desintoxicarse de los químicos que por tantos años recibió cuando albergó una agricultura convencional. “Estamos preparando el suelo para tener cultivos más sanos y potentes”, dijo.
Para ayudar a nutrirlo, el agricultor fabrica sus propios abonos orgánicos y biofermentos. “Voy a la montaña a capturar microorganismos que son hongos benéficos que ayudan a contrarrestar los hongos malignos”.
Para ahuyentar las plagas, se ha sembrado citronela y el bosque también contribuye con fauna que vienen a ser controladores biológicos. En la finca se han registrado 72 especies de aves.
En el 2015, cuando García decidió transformar su finca, firmó un contrato con el Fondo Nacional de Financiamiento Forestal (FONAFIFO) para convertirse en beneficiario del programa de pago por Servicios Ambientales (PSA). Gracias a esto, se sembraron 550 árboles de poró que hoy funcionan de soporte a la pimienta, ya que esta es una enredadera. También proveen de sombra al cacao, a la vez que capturan y fijan dióxido de carbono mientras crecen.
Por su cuenta, García decidió sembrar otras especies, entre ellas, una ligada a sus recuerdos. “Desde muy joven, y por una experiencia que había tenido en San Carlos, yo quería tener mis propios árboles de almendro. Era lindísimo ver el montón de lapas volando entre los almendros en Veracruz de San Carlos y hoy tengo la dicha de ver lapas también aquí”.
Un árbol de almendro demora entre 20 y 25 años en alcanzar la madurez. García dice que él no siembra árboles necesariamente para verlos él, sino pensando en las futuras generaciones.
“Por lo menos que digan que por aquí pasó un señor que sembró un árbol de almendro”, dijo.
Modelo escalable
Finca Integral El Jícaro es una de las Finca Vitrina del programa Sarapiquí Resiliente, liderado por FUNDECOR. El objetivo del proyecto es consolidar una red de fincas demostrativas donde se dan prácticas de diversificación productiva mediante técnicas de restauración ecológica como es precisamente el sistema de forestería análoga.
A la fecha, la red cuenta con cinco fincas, pero el objetivo en una segunda fase es aumentar ese número. Además, se quiere liberar el modelo para que otros productores puedan implementarlo.
“Este modelo de finca integral es completamente escalable al resto de Sarapiquí y esa es la idea de las Finca Vitrina”, destacó Solís y añadió: “lo único en lo que hay que invertir es en la mano de obra, todo lo demás sale de la misma finca, como los fertilizantes, el abono orgánico, de las hojas que caen se hace la capa vegetativa para el suelo”.
Y cualquier cultivo que se da en la zona puede formar parte del sistema productivo. Ejemplo de ello es la piña. García tiene sembradas plantas de la variedad M2, que es la comercial, demostrando con ello que “se puede tener de forma orgánica”, apuntó Solís.
En el marco de la red, también se quiere que los dueños de estas cinco fincas pioneras se conviertan en instructores de otros. García, por ejemplo, ya ha recibido a grupos de agricultores de Parrita, Cariari de Pococí, San Ramón y Pacífico Sur, así como a estudiantes universitarios.
“Lo que queremos es que se conviertan en fincas modelo y estamos buscando fondos para poder darles un subsidio a los productores y así tengan una remuneración por generar los datos y la información necesaria que guiará a otros. Con esto también estaríamos incorporando el conocimiento de ellos y ellas de una forma más rigurosa”, comentó Fabián Campos de FINDECOR.
Agroturismo
Como en la diversificación está la resiliencia, el modelo de Finca Integral El Jícaro también incorpora el agroturismo en su oferta.
Antes de la pandemia, se recibían grupos de Europa, Estados Unidos y Canadá. Este es un proyecto que García tiene con su esposa Adilia Villalobos y esperan retomarlo el próximo año cuando se vaya abriendo el mercado que se vio restringido debido a la pandemia.
Aparte de los tour, García y Villalobos ofrecen productos de la finca a los turistas como pimienta blanca o negra, en polvo o molida. También están investigando y haciendo pruebas para ofrecer diversos productos derivados del cacao. “Queremos ofrecerle al turista un producto orgánico con las calorías necesarias para caminar en el bosque”, dijo García.
Para ello, hace dos años, en la finca se sembraron siete variedades de cacao para investigar cuál se ajusta mejor a los requerimientos que los nuevos productos demandan. Asimismo, el matrimonio tiene entre manos un proyecto de compra de un secador solar, en el cual les está apoyando FUNDECOR.
“Todos los productos de la finca se pueden secar. Esto les alarga la vida útil, dándoles un valor agregado porque ya es más fácil de comercializar”, manifestó Solís.
También, y mediante FUNDECOR, se está en conversaciones con la Universidad Earth para las capacitaciones de García y Villalobos.
Al tener reportadas 72 especies de aves, la finca también tiene potencial para aviturismo y, según García, ya se está diseñando un tour.
Este reportaje contó con financiamiento de Clima en Foco, iniciativa de Punto y Aparte.