En julio del 2015, como parte de los festejos conmemorativos por la anexión del Partido de Nicoya, el presidente Luis Guillermo Solís realizó una gira a Guanacaste durante una de las peores sequías que la provincia había visto en décadas.
Ante la influencia del fenómeno El Niño, arrozales y fincas de naranjas recibieron durante meses apenas una fracción del agua que usualmente percibían, y 19 cantones del país –entre ellos todos los guanacastecos– cumplían entonces casi diez meses en estado de emergencia, luego de una declaratoria oficial en setiembre de 2014.
En esa visita, Solís inauguró un nuevo acueducto en Santa Cruz e inspeccionó las obras de ampliación de un nuevo brazo del sistema de vías fluviales que reparte el agua del embalse Arenal por Cañas y Bagaces, dos obras que pretendían contribuir a la seguridad hídrica de la región. Unos días después, regresó a la capital.
Para su visita del 2017, las condiciones extremas de El Niño de 2015 han pasado, pero la situación en el campo es muy similar: una industria agrícola anclada en prácticas del siglo XX, un manejo del recurso hídrico demasiado artesanal y una conversación pendiente sobre el futuro económico de la provincia.
Sobre estos elementos, se cierne la amenaza del aumento en la temperatura y cambios en precipitaciones asociados al cambio climático, cuyos efectos amplifican las vulnerabilidades existentes.
“El cambio climático viene a complicar la cosa aún más, porque ya era complicada”, dice Carlos Murillo, director del campus La Flor que la Universidad EARTH tiene en Liberia.
Antes de tener que afrontar los efectos a corto, mediano y largo plazo que tendrán estos cambios en el clima, la provincia necesita lidiar con su situación presente, según explican especialistas consultados por Ojo al Clima. La mejor manera de enfrentar el riesgo futuro es hacerse más fuerte hoy.
“Guanacaste es uno de los sitios prioritarios de intervención, porque por los escenarios climáticos es una de las regiones donde habrá menos recurso hídrico”, explicó Andrea Meza, a cargo de la Dirección de Cambio Climático del Ministerio de Ambiente y Energía (Minae).
Esta transformación puede tomar muchas formas: nuevas obras de infraestructura, prácticas agrícolas actualizadas, un mejor monitoreo de recursos claves como el agua o incluso la reconversión económica para empezar a mutar hacia otras actividades productivas.
Ante los pronósticos de que para finales del 2017 se avecina un nuevo episodio del fenómeno El Niño que, si bien será más leve que el anterior, también impactará la provincia, la pregunta de cómo lidia Guanacaste con su recurso hídrico toma vigencia.
Pero, ¿dónde debe empezar esta discusión? ¿Desde el tipo de empleos que hay en la provincia? ¿Desde el acceso a nuevos acuíferos?
“Ya pasó el período de sequía del 2015 (provocado por El Niño) y ahora se anuncia que viene otro. ¿Qué hizo el país en este período entre uno y otro?”, apunta Carlos Picado, Jefe de la Unidad de Planificación y Evaluación de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE).
El panorama
Como la mayoría de la costa Pacífica del istmo centroamericano, Guanacaste es parte del llamado Corredor Seco Centroamericano, una franja árida que corre paralela a la costa desde el Sur de México hasta partes de Panamá, donde predomina la agricultura familiar de subsistencia y los ecosistemas de bosque seco.
Aquí, la estación seca no es más que una realidad periódica a la que está adecuada ya la economía local. Sin embargo, fue justo en esta franja donde peor golpeó la sequía provocada por el efecto El Niño en 2015 y donde el pronóstico por los efectos del cambio climático es más sombrío.
Pero no necesariamente debe ser así, al menos no en Guanacaste. La región registra cifras anuales de lluvia que, bien manejadas, deberían permitir una actividad agrícola sana en condiciones regulares.
“La naturaleza es muy generosa con Guanacaste y llueve hasta 1.000 o 1.500 milímetros por año”, dice Gregoire Leclerc, científico sénior de la Agencia Francesa para la Investigación Agrícola para el Desarrollo (Cirad).
Desde el 2013, Leclerc y un grupo de científicos costarricenses, europeos y norteamericanos vienen trabajando en el proyecto Futuragua, que busca entender cómo la ciencia puede ayudar a las comunidades guanacastecas a hacerle frente a condiciones de sequía.
Han trabajado con pueblos que sufren desabastecimiento de agua y con ellos han desarrollado juegos didácticos y talleres participativos para que las comunidades también construyan sus soluciones.
¿Pero qué gana Guanacaste con tener lluvia si está concentrada en unos meses del año? Un suministro confiable, responde el francés, que se puede manejar si las condiciones agrícolas se adaptan con nueva inversión y cambios en prácticas en el campo.
Por ejemplo, en las montañas de Nicoya, los productores de El Jobo y Cerro Verde construyeron grandes estanques, conocidos como reservorios, que almacenan agua durante la época lluviosa y les garantizan a los agricultores el líquido que sus cultivos necesitan para el resto del año.
En La Flor, los técnicos de la Universidad EARTH también tienen tres pequeñas lagunas que les permite almacenar agua para los meses más secos e incluso permiten hacerle frente, con ciertas limitaciones, a episodios más secos durante el fenómeno El Niño.
Hay alternativas tecnológicas y el recurso natural también existe, pero pareciera que todavía la temporada seca toma desprevenida a la economía regional.
“Ahora usted ve y todo está verde, los acuíferos se están recuperando, es decir, sabemos que el fenómeno El Niño es algo cíclico, ¿entonces por qué nos agarra tan desprevenidos?”, dijo en julio del 2016 Andrea Suárez, directora del Centro de Recursos Hídricos para Centroamérica y el Caribe (Hidrocec).
A esto se refiere Carlos Picado cuando habla de que la agricultura guanacasteca tiene que dejar de sorprenderse cada cierto número de años por la llegada de El Niño, que tiene un ciclo relativamente regular y cuyos síntomas pueden percibirse muchos meses antes.
El problema, dice el funcionario de la CNE, es que seguimos tratando este fenómeno como si fuera siempre una emergencia, cuando en realidad debería estar ya internalizado.
“Si una situación que se maneja como una emergencia se repite y se repite, entonces ya no se debería ser manejado como una emergencia. Hay que hacer cambios”, explicó Picado, quien lideró el proceso de la Política Nacional de Gestión del Riesgo 2016-2030.
El especialista recuerda que durante los peores meses de la estación seca del 2015, la CNE tuvo que invertir dinero para construir tanques y reservorios de agua para clínicas y hospitales, una previsión que se pudo haber tomado con anterioridad y sin dinero del fondo de emergencias.
La temporada seca y la sequía tienen que dejar de percibirse como un evento extremo e impredecible; más bien, debería de asumirse como una realidad latente sobre la cual Guanacaste debe plantearse su futuro.
Nueva infraestructura
¿Cuáles cambios son necesarios? Dependerá de cada finca y de cada región y casi siempre será una mezcla de diferentes medidas.
“No hay una sola bala de plata mágica que solucione la situación de Guanacaste”, explicó el director Murillo, desde EARTH La Flor.
Su visión, por ejemplo, es integrar un colectivo de pequeñas soluciones. Ya lanzaron un Centro de Agricultura de Precisión para tener prácticas agrícolas a la medida de cada parcela; el siguiente paso será una incubadora para emprendimientos agropecuarios, luego un centro enfocado en tecnologías de riego y así al menos tres más.
La apuesta del Ejecutivo, al menos en la administración Solís Rivera, es un abanico de proyectos grandes y pequeños llamado Programa Integral de Abastecimiento de Agua para Guanacaste - Pacífico Norte (Piaag).
El proyecto marco busca revivir iniciativas que llevan años dormidas, integra otras ya financiadas por cooperación internacional y plantea algunas ideas nuevas. Sin embargo, no es un plan en firme: un análisis de La Voz de Guanacaste en agosto del 2016 reveló que solo tenía afianzado el 44% del presupuesto necesario.
Dentro de esta cartera, hay un proyecto que Picado considera clave: lograr trasladar el excedente de agua de la vertiente Caribe a las llanuras agrícolas del pacífico en los meses en que estas sufren por falta de lluvia.
Esto, en cierto modo, ya se hace. El agua que alimenta la Represa Hidroeléctrica Arenal viene del Atlántico, pero luego baja por Cañas y Bagaces por el Distrito de Riego Arenal Tempisque (DRAT).
Ahora, la apuesta del Servicio Nacional de Aguas Subterráneas, Riego y Avenamiento (Senara) es tomar parte de esa agua, almacenarla en un embalse sobre el río Piedra y luego llevarla al otro margen del río Tempisque mediante un nuevo canal de riego. De este modo, el agua del Arenal llegaría hasta Nicoya y Santa Cruz.
Con una inversión estimada de $500 millones, el proyecto planea estar listo en el 2022, pero todavía hay dudas de cómo garantizará que se eviten abusos en el uso del recurso hídrico.
El río Tempisque, la arteria más importante de la provincia, vive una sobre explotación de su caudal, según reveló un reportaje de UNIVERSIDAD en agosto de 2016. Esto lleva el agravante de que las técnicas de riego que aplican muchos de los grandes productores de caña y arroz son altamente ineficientes.
“Hay un claro componente de infraestructura que hay que intervenir, pero también la otra pata es eficiencia en el uso del recurso. El sector agro tiene que hacer un fuerte trabajo en el uso del recurso, ahí hay una oportunidad de mejorar grande”, explica Meza.
La transformación del sector agropecuario debe ser a toda la escala: desde los pequeños productores de subsistencia que ven marchitarse su cultivo hasta los grandes ingenios que acaparan las concesiones del Tempisque.
Un esfuerzo para iniciar estos cambios, a una escala más comunitaria y cooperativa, son los proyectos que Costa Rica ejecuta con $10 millones que el Fondo de Adaptación contra el cambio climático de Naciones Unidas dio al país para empezar a prepararse para el futuro.
Como parte de este proceso, se están implementando fincas ganaderas modelo en las que el sector lechero y de carne pueda ver nuevas técnicas puestas en práctica, diversificación de cultivos con familias campesinas y cambios en parcelas cafetaleras.
Estos son apenas muestras de que es posible: el éxito está cuando el país logre enganchar a cada sector –café, ganado, cooperativas– y estos proyectos piloto escalen a otras fincas, ya no con apoyo internacional sino por la misma voluntad de los productores, que verán los beneficios del cambio.
“Tiene que ser así, porque si no, no se le da sostenibilidad y solo se depende de los fondos externos. De no hacerlo así, los proyectos viven mientras haya cooperación”, dijo Marianella Feoli, directora de la organización que administra el fondo, Fundecooperación.
Inteligencia
Aparte de cambiar las prácticas, investigadores nacionales y extranjeros están buscando nuevas variedades de cultivos tradicionales que puedan hacerle frente a condiciones secas. Ya hay candidatos fuertes como el frijol “Nambí”, que es más resistente a la sequía.
En otros casos, la pregunta abierta es si las llanuras guanacastecas deberían mantener su vocación arrocera y de producción de caña, dado que son cultivos que con las técnicas actuales demandan muchísima agua, o si deberían cambiarse a otros productos agrícolas como el mango, la pitahaya o la papaya.
Y si se mantiene la caña y el arroz, ¿cómo debería cultivarse? Es una de las preguntas que guían a José Eduardo Villalobos, un especialista en suelos agrícolas de la Universidad EARTH y el coordinador de su Centro de Agricultura de Precisión.
En esencia, su aspiración es contar con un sistema de monitoreo que permita conocer en tiempo real las necesidades de los cultivos, no con base en el ojo humanos o las técnicas actuales, sino midiendo con métodos más sofisticados.
Su equipo está construyendo una biblioteca de datos de varias “capas”: hacen mediciones de campo con técnicos que perforan suelos y diagnostican los cultivos, realizan sobrevuelos con drones para medir el espectro radioeléctrico invisible al ojo humano y analizan las fincas con imágenes satelitales.
Cuando termine el proyecto, en julio del 2018, su equipo tendrá suficiente material como para poder determinar si un cultivo tiene problemas de falta de agua, escasez de nutrientes o problemas de plagas con “alertas tempranas” en pequeños cambios de las plantas. “Esa agilidad le hace falta al sector agrícola actual”, explicó Villalobos.
Con el impulso de $880.000 de la Secretaría de Innovación del Sistema Banca para el Desarrollo, el equipo está trabajando con 56 hectáreas en La Flor y otras 55 hectáreas de productores privados y centros educativos de Guanacaste. No quiere hacer mejoras puntuales, sino crear un sistema que permita innovar de manera recurrente.
Ya tiene algunos avances: con un año de aplicar pequeños cambios –más o menos agua, más o menos fertilizantes o nutrientes, por ejemplo– una parcela de pasto pasó de necesitar $5 para producir una paca de heno a requerir solo $1,5, no porque bajaran demasiado los costos sino porque la productividad aumentó sustancialmente.
Cuando termine el proyecto, Villalobos y su equipo habrán capacitado a líderes del Senara, productores locales y docentes y estudiantes de la zona. Con el nuevo equipo tecnológico, esperan que la actividad agrícola no resulte solo rentable y autosuficiente sino también más atractiva para las nuevas generaciones.
“Tenemos que convertir todos estos retos del cambio climático en oportunidades para la región”, sostiene, esperanzado, el director Murillo.