Durante el mes de setiembre, los ojos del mundo se fijaron más intensamente que nunca sobre el océano.

No solo seguíamos de cerca las noticias sobre huracanes masivos en el Caribe, sino que, reunidos en salones más formales, los foros multilaterales también debatían el mar como un tema crítico y de amplio impacto para el futuro global.

Los acuerdos internacionales que salgan de estas negociaciones podrían ser clave para la protección de los ecosistemas marinos: los principales sumideros de carbono y “pulmones azules” de nuestro planeta.

NUEVAS REGLAS PARA LA ALTAMAR

Entre el 4 y el 17 de setiembre, delegados de 190 países debatieron en la sede principal de las Naciones Unidas, en Nueva York, un potencial tratado vinculante que regularía la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad marina en áreas fuera de la jurisdicción nacional.

Llegar a este punto requirió más de 15 años de consultas informales y comités preparatorios, hasta que, a finales de 2017, la Asamblea General dispuso convenir una conferencia dedicada explícitamente a negociar nuevas reglas para gobernar los mares internacionales.

¿Por qué son necesarias nuevas normas sobre la biodiversidad en aguas internacionales?

La alta mar compone casi la mitad de la cobertura del planeta y, por definición, no pertenece a ningún país. Este territorio, más bien, es un bien común: sus recursos son de todos y su protección es una responsabilidad conjunta.

Aunque en teoría todos los países tienen derecho a acceder a las aguas internacionales, en la práctica es solo un selecto conjunto de naciones o entidades que cuentan con el capital y la tecnología requeridos para realizar actividades extractivas lejos de la costa.

Al final, unos pocos acaban beneficiándose de esta biodiversidad, mientras que degradan ecosistemas oceánicos u organismos únicos, incluso, antes de que los conozcamos bien.

VACÍOS LEGALES

En 1982, el mundo adoptó la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (Convemar), que se mantiene todavía como una especie de “constitución del océano”.

Sin embargo, Convemar se queda corta ante escenarios que no pudieron haberse previsto hace 40 años.

Avances en tecnologías como la bioprospección, que es la búsqueda de especies cuya bioquímica o composición genética pudieran generar productos comercialmente viables (por ejemplo, farmacéuticos), o la minería de aguas profundas han expandido las oportunidades de explotación en alta mar.

Actualmente, el gigante químico multinacional BASF, por ejemplo, es dueño de casi la mitad de las patentes emitidas en 13,000 secuencias de ADN de organismos marinos.

En ese contexto, este proceso busca un potencial régimen legal que reparta los beneficios de recursos genéticos marinos de una forma justa, pero que, al mismo tiempo, resguarde el espíritu empresarial, las prácticas de derechos de propiedad intelectual y la innovación.

El “paquete de reglas” en negociación busca, además, el establecimiento y gestión de áreas marinas protegidas en altamar, requisitos que rijan estudios de impacto ambiental de actividades humanas en esta región y mecanismos para transferir tecnología y conocimiento hacia países en desarrollo.

Tras completar dos semanas de negociaciones, los gobiernos esperan ahora recibir un borrador del texto compilado por el secretariado, para luego proceder, en abril del 2019, al cuidadoso proceso de buscar acuerdo sobre un texto jurídico.

OCÉANO POR EL CLIMA

Mientras la negociación de alta mar trata cuatro temas oceánicos claves, hay otros riesgos incluso más eminentes. El estado de la biodiversidad del océano está estrechamente relacionado con el cambio climático.

El océano es el sumidero de carbono más grande del mundo, los pulmones azules del planeta. Reconociendo el urgente llamado de la comunidad científica, los organismos internacionales cada vez dejan más clara la importancia de actuar por la protección del océano, incrementar su resiliencia y fortalecer su capacidad de absorber emisiones atmosféricas de CO2.

Las Naciones Unidas han proclamado que el periodo 2021-2030 será conocido como la “Década del Océano para el Desarrollo Sostenible”. Esto enlazaría en un solo esfuerzo global todas aquellas iniciativas que buscan restaurar la salud del mar.

ACCIÓN POR EL MAR

Cuando se trata de un bien común tan rico, extenso y complejo como el océano, es compromiso de todos negociar nuestra relación con este, tanto en materia de derechos como de deberes. “No puedo hacer este trabajo sola”, afirmó Rena Lee, la facilitadora principal durante la inauguración de las negociaciones de altamar.

Procesos de acuerdo como estos son largos, tediosos y complicados, pero, al mismo tiempo, urgentes y dependientes de nuestro involucramiento.

Desentenderse de ellos, ya sea como ciudadanos o como gobernantes, reduce la cooperación y la transparencia, y propicia la injusticia.

A pesar de todas sus limitaciones, los acuerdos internacionales continúan siendo el mejor mecanismo que tenemos para dar voz a cada país en decisiones cuyos impactos trascienden fronteras.

Esto, a su vez, les permite proteger y aprovechar los recursos que son básicos para ofrecer una vida digna a sus ciudadanos.

¿Cómo no vamos a elegir involucrarnos cuando se trata de una apuesta con riesgos tan altos como esos?

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